Los emparejamientos operísticos de conveniencia son siempre un asunto delicado, por lo menos cuando se pretende algo más que llenar el cupo estándar de dos horas de música. A veces el emparejamiento resulta un poco forzado, por mucho que se argumente lo contrario, como fue el caso de Il Prigionero y Suor Angelica. En el caso que nos ocupa, el tándem funciona mucho mejor, pues son muchos los puntos de conexión, no necesariamente argumentales, entre las dos obras.
Según las palabras de Azorín, que se pueden leer en su interesante artículo para el programa de mano, ambas obras esconden una confesión de amor y de piedad incondicional. Es una interpretación válida que, sin embargo, ofrece una conexión débil. En primer lugar, en la historia de Cocteau no hay una confesión de amor, sino mas bien de dependencia patológica. Cierto, se puede intuir una gran piedad por parte de la voz ausente, pero en ningún caso hay un paralelismo claro con la obra de Montsalvatge. En ésta si que hay una confesión de amor incondicional por parte del marido difunto. Es precisamente por medio de éste lamento póstumo que Angela finalmente se da cuenta de lo que Claudio sentía por ella, reconciliándose finalmente con él, aunque ya sea tarde. Desde un punto de vista abstracto se podría decir que ambas obras tratan de la (in)comunicación, y del papel que la «tecnología» juega en ello. En la obra de Cocteau la tecnología dificulta ésta comunicación con las constantes interrupciones e interferencias en la línea telefónica. Con todo, el problema de la protagonista viene de lejos, y la incomunicación de la que somos testigos puede que sea solo anecdótica. Por lo tanto, el teléfono no es, en principio, ninguna metáfora de los problemas intrínsecos de las relaciones humanas, sino simplemente una excusa para el interesantísimo ejercicio teatral de eliminar al interlocutor de la escena. La obra de Montsalvatge es diferente. A pesar de un argumento y un lenguaje mas bien culebronesco, su texto aporta cierta reflexión sobre las relaciones humanas. En el caso de Claudio y Angela la incomunicación es explícitamente la causa de su infelicidad y precisamente la tecnología sirve de catalizadora para resolver el conflicto. La voz gravada de Claudio no cesa de resonar en la cabeza de Angela y poco a poco atenúa su resentimiento hasta al fin darse cuenta de que no había sido capaz de comprender los verdaderos sentimientos de su marido. Es probable que no hubiera llegado a tal epifanía con una confrontación directa con Claudio (pre-mortem, claro está), y una confesión escrita no tendría el mismo efecto hipnótico y balsámico que la voz gravada. Vemos, pues, que las dos obras comparten elementos temáticos, aunque su papel sea totalmente opuesto. Quizá por eso funcionan tan bien juntas: los elementos comunes (teléfono/magnetófono, interlocutor ausente, formato reducido…) facilitan la transición del espectador de una obra a otra, y sus mensajes resultan complementarios en lugar de redundantes.
La mencionada transición es facilitada aun más por el diseño de Paco Azorín, quien tiene un enorme talento para la creación de espacios. Una especie de cabina de dos pisos sirve de escenario común a las dos obras. En el piso inferior se desarrolla la acción, mientras que en la parte superior, subdividida en dos mitades, se proyectan imágenes y vídeos. Este diseño cumple varias funciones importantes. En primer lugar proporciona una caja escénica de dimensiones más adecuadas a la intimidad de las obras, las cuales se desarrollan en el hueco inferior. Pero con una boca de escenario como la del Liceu, reducir tanto el espacio generaría una sensación de encorsetamiento que resultaría contraproducente. La parte superior de la caja diseñada por Azorín evita este problema llenando del todo el espacio, que además es utilizado para las proyecciones visuales.
Las proyecciones sirven también de nexo formal entre las dos obras aunque, de nuevo, el papel que juegan en cada una de ellas es conceptualmente distinto. En la obra de Montsalvatge un proyector sustituye al magnetófono original y podemos ver las imágenes de Claudio mientras graba su mensaje. Cuando el proyector no está en marcha las imágenes no cesan y nos muestran estampas familiares que sirven de comentario a las quejas de Angela y muestran la distante relación que mantenía la pareja, simbolizada no solo por las frías miradas que aparecen en las imágenes, sino también por su separación física: a la izquierda vemos siempre las imágenes de Claudio, mientras que las de Angela aparecen a la derecha, sin estar nunca juntos en un mismo plano. A pesar de que esto resulta un recurso dramático y narrativo de gran eficacia, cabria preguntarse si no es en cierto modo hacer trampa, puesto que precisamente el compositor decidió mantener al personaje de Claudio fuera de escena. ¿Son las imágenes en off fieles a la idea de la obra? En La voix humaine se proyectaron imágenes de París y primeros planos de Elle mostrando su profunda tristeza. En este caso las imágenes no aportaron nada que no estuviera ya en la partitura, y se justificaban solamente como elemento de continuidad y por su función de llenar espacio.
No solo hubo un único espacio, también un atrezo común. Sin caer en un hiperrealismo superficial y recargado, Azorín usó objetos cotidianos para llenar la escena y crear el ambiente adecuado con una naturalidad admirable. La dirección de actores buscó esa misma naturalidad, respetando en general el contenido de la partitura. Aun así Azorín introduce algunos elementos de su propia interpretación: la innecesaria ceguera de Angela y los finales de ambas óperas. En el caso de La voix humaine, se trata simplemente de dar un golpe de efecto conclusivo, sugiriendo el suicidio de Elle tras la larga conversación. Más interesante es el final ideado para Una voce in off: mientras escuchamos por última vez la voz grabada de Claudio, éste aparece en escena para compartir mesa por última vez con Angela en una especie de restaurante imaginario en el que el coro aparece como personal de sala. El hecho de que la caja escénica se desplace hacia atrás y los interpretes ocupen en la boca del desnudo escenario sugiere un alejamiento de la realidad que hasta ese momento tenia lugar en un espacio bien definido. La reunión de la pareja puede tener lugar en la imaginación de Angela o, incluso, representar una reunión más allá de la muerte, después del posible suicidio de Angela, que en la escena anterior acaba en el suelo con un frasco de pastillas en la mano. El efecto teatral es magnífico, así como el gesto final: un camarero se acerca a la mesa con la cuenta que la pareja, después de un leve titubeo, coge simultáneamente en señal de reconciliación.
Una voce in off es, según la partitura, una ópera para dos voces y media. Por este motivo es importante contar con un cast de gran nivel y, sobre todo, equilibrado. Por desgracia ese no fue el caso, a pesar de contar con Ángeles Blancas, una apuesta segura en este tipo de repertorio. Su entrega al papel es siempre máxima, lástima que la voz presentó leves problemas, que suplió con una desbordante intensidad. Sus dotes de actriz quedaron mermadas por la decisión de caracterizar a Angela como una mujer ciega. Tal caracterización limita mucho los movimientos escénicos de la actriz así como su naturalidad, ya que fingir ceguera es extremadamente difícil para los que tenemos la fortuna de conservar la vista. La voz en off fue a cargo de Antoni Comas, quien ya participó en la grabación de la ópera años atrás e interpretó un convincente y emotivo Claudio. Fue el barítono Vittorio Prato en el papel del amante Mario el que hizo tambalear el nivel musical de la velada. Su presencia fue un insulto al resto del reparto y al público que solo puede ser comprendido como resultado de un error de casting o de la influencia de algún todopoderoso agente. Con una capacidad interpretativa nula a pesar de su aspecto de chulopiscinas, su sola presencia en el escenario resultaba un lastre, y cuando abría la boca era mucho peor. Por su parte, el coro no tubo su mejor día, mostrando desequilibrios dinámicos entre las distintas voces.
La voix humaine es un tour de force para soprano sola. Maria Bayo ha demostrado un múltiples ocasiones que es una cantante excelente, con un perfecto dominio de su instrumento y una interpretación siempre estilizada y trabajada. Sin embargo el papel de Elle le va grande. Más allá de algún descuido puntual que salvo con la ayuda del apuntador, su problema fue la incapacidad de hacer creíble el diálogo. El interés de la obra de Cocteau/Poulenc radica no tanto en la trillada historia de la mujer despechada sino en el hecho que solo uno de los interlocutores está presente (física y acústicamente). Es tarea de la intérprete hacer oír al público la otra voz a través de su fraseo, sus pausas y respiraciones. Tarea difícil pero no imposible, como demostró precisamente Ángeles Blancas en el mismo Liceu hace varias temporadas y, desafortunadamente Bayo no lo consiguió.
La OBC se toma muy en serio sus incursiones operísticas y con sus mejores solistas en el foso resultó el elemento más sólido de la representación, con un sonido impecable y transparente desde las dos localizaciones que ocupó. A la batuta, Pablo González demostró un dominio del discurso dramático que no siempre es capaz de mostrar en el repertorio sinfónico. Especialmente acertado estuvo en La voix humaine, sin sobrepasar nunca a la cantante.
El Liceu puede estar muy satisfecho del resultado artístico del doble programa, de producción propia. La lástima es que con solo tres representaciones no se lograra llenar la sala. Es preocupante la falta de interés del público por obras, no ya contemporáneas, sino simplemente ajenas al repertorio establecido. ¿Cual es la razón de esta falta de interés? O, mejor: ¿por que motivo el público tiene ese afán de repetición? Cierto, que la programación de obras contemporáneas esté sujeta habitualmente a criterios políticos más que a artísticos, no ayuda a estimular al público para que se atreva con las novedades. Pero en este caso mucha gente se ha perdido dos obras ya consolidadas (la de Montsalvatge menos, por la dificultad de acceder y valorar el repertorio propio más allá de los nombres que dicten los gurus de la «cultura»), con un lenguaje musical y unos vínculos con el repertorio tradicional que las hace asequibles a todos los oídos.
por Elio Ronco i Bonvehi
Una voce in off, Xavier Montsalvatge
Ángeles Blancas – AngelaVittorio Prato – MarioAntoni Comas – Voce di Claudio
La voix humaine, Francis Poulenc
María Bayo – Elle
Orquestra Simfónica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC)
Cor del Gran Teatre del Liceu
Director Musical: Pablo González
Director del coro: Peter Burian
Director de escena y escenografía: Paco Azorín
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