No es nada nuevo que las bandas sonoras suban a los escenarios de conciertos, la propia OBC ha realizado numerosos programas dedicados a ellas. La novedad estriba en llevar también la película a la sala e interpretar su banda sonora simultáneamente a la proyección. Sin duda eso supone un reclamo estupendo para atraer un tipo de público que no está acostumbrado a acudir a conciertos orquestales y que de este modo vivirá su primera experiencia sinfónica en directo. Algunos de ellos quedarán enganchados y, con suerte, se atreverán con otros programas sinfónicos. Otros no repetirán, pero por lo menos serán más conscientes del importante papel de la música en el cine así como del duro trabajo que conlleva.
La OBC ya empezó a experimentar con este formato la temporada pasada, llenando completamente la sala 1 de L’Auditori con la proyección de El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo. Esta temporada ha repetido la experiencia con Gladiator y Piratas del Caribe: La Maldición de la Perla Negra, en ambos casos obteniendo un éxito absoluto. Sin duda estos conciertos son un gran acierto de programación y tendrán continuidad el próximo mayo (14 y 15) con un programa dedicado al binomio Burton/Elfman y la próxima temporada con tres propuestas más: Titanic, El Señor de los Anillos: las Dos Torres y una selección de las bandas sonoras de Alexandre Desplat.
Pero a nivel musical, ¿que aportan este tipo de conciertos? El prolífico compositor Erich Korngold, pionero en el campo de las bandas sonoras, cuya influencia llega a nuestros días, afirmó que “la inmortalidad de un compositor de películas dura desde el estudio de grabación hasta la sala de mezclas”. Efectivamente, en el proceso de mezclado el volumen de la música se debe equilibrar con el de los efectos y el del diálogo, con lo que la música a menudo queda en segundo plano, pasando desapercibida detrás de las voces de los personajes y los ruidosos efectos ambientales. Como dijo Aaron Copland: «millones de personas lo oirán, pero nunca sabemos cuántos estarán realmente escuchando». E incluso para los que escuchen atentamente, lo que suena en el cine no refleja fielmente la partitura, ya que los cambios dinámicos pueden convertir los bajos y algunas lineas melódicas internas en inaudibles. Podríamos objetar que un buen compositor de cine debería ser consciente de las limitaciones del género y, en consecuencia, evitar sutilezas que previsiblemente se perderán en el proceso de grabación y mezcla. De todos modos, y por mucho que el compositor sea realista con su planteamiento, es cierto que en una película la música quedará muchas veces en segundo plano, especialmente porque los espectadores siguen considerándola como un mero acompañamiento. Entonces, si se desea reivindicar el valor puramente musical de este género una buena opción es programar suites o selecciones de bandas sonoras despojadas de diálogos y efectos, como ya viene haciéndose desde hace muchos años. Algunos compositores ya preparan ellos mismos estas suites, ya sea para intentar alargar la corta inmortalidad que les predice Korngold o para incrementar sus ingresos. Es el caso, por ejemplo, del compositor Howard Shore, autor de la magnífica banda sonora de la trilogía del Señor de los Anillos, quien realizó una sinfonía en seis movimientos de casi dos horas de duración basada en los temas de las películas.
Otra opción es la interpretación de la banda sonora en directo, simultaneamente a la proyección. Vuelve a aparecer el problema de equilibrar la música con los otros sonidos y de nuevo se perderán muchos detalles en comparación con un concierto sinfónico. En cambio ganamos algo muy importante: ahora el espectador tiene la orquesta debajo de la pantalla, y eso le empuja a escuchar más activamente. Con las imágenes el espectador puede apreciar no sólo la calidad musical de la banda sonora, sino también su importante papel dentro de la película, más allá del simple relleno sonoro. En su artículo Film Music (1940), Aaron Copland expone algunas de las aportaciones que la música puede realizar a una película, por ejemplo la de crear una atmósfera adecuada o dar una sensación de continuidad a las diferentes escenas. Pero por encima de todo, la música puede aportar una tercera dimensión narrativa, junto al guión y a la imagen. La música nos habla de los personajes, de su verdadero carácter e intenciones -que no siempre coinciden con lo que dicen-; y también de las distintas situaciones y sus implicaciones, presentes y futuras. En definitiva, la música nos convierte en observadores privilegiados que pueden ver más allá de las apariencias y anticipar situaciones. En el caso de La Maldición de la Perla Negra, no hay duda de que la música de Klaus Badelt tiene una buena parte del mérito por la fascinación que ejerce la película, especialmente por su capacidad de ambientación que nos hace sentir como si fuéramos un pirata más acompañando a Jack Sparrow.
Técnicamente este tipo de conciertos suponen un reto importante para la orquesta, que debe emular el proceso de grabación de la banda sonora, sincronizando la música con la imagen, pero sin la posibilidad de parar y repetir tomas. La OBC supero el reto con nota, ofreciendo una interpretación precisa y, sobretodo, llena de fuerza bajo la batuta de David Firman, director experto en este formato. La OBC y el coro masculino Ensemble O Vos Omnes contaron con amplificación para poder competir con el ruido de las olas y los piratas. A pesar de ello, y como es natural, la música seguía quedando en segundo plano muchas veces, con el resultado añadido de que el sonido amplificado distorsionaba el timbre de los instrumentos y eliminaba la sensación de música en vivo. La calidad de la amplificación parecía mejorable, pero quizá también deberían plantearse que si se desea tocar la música en directo no es necesario reproducir los diálogos y efectos al mismo volumen excesivo al que nos tienen acostumbrados en las salas de cine. La amplificación perjudicó especialmente el sonido de las cuerdas provocando una sensación de reverberación excesiva, mientras que en muchos momentos los metales y la percusión tapaban por completo las maderas que, a juzgar por los movimientos de los dedos, parecían tocar fragmentos llenos de notas. Esto último es un ejemplo de mala orquestación por parte de Badelt. No tiene sentido adjudicar una compleja parte al oboe mientras todos los metales y la percusión tocan en fortísimo. Y en este caso el mezclador no tiene ninguna culpa.
Por Elio Ronco i Bonvehí