Los días antes de embarcar son un caos. Literalmente son una sucesión de viajes entre el puerto y la Universidad para ver que material falta, que necesitamos, que va a pesar demasiado o simplemente, para llegar y acordarte de que te lo has dejado atrás. Suerte que el puerto de Tromsø (Noruega, paralelo 69, Círculo Polar Ártico) está cerca de la Universidad.
El primer día comienza con la tradicional prueba de botas. Y aunque suene como algo entretenido, no es nada apacible. En el norte noruego puede llegar a hacer -15ºC en febrero. Pero bueno, hay que hacerlo y como manda la tradición (estos escandinavos…) se hace en la calle. La cosa es simple, se llevan las botas con punta reforzada al exterior, se coge una manguera y se llenan de agua. Aquella que pierda agua, está agujereada y hay que parchear o tirarla y buscar otra rápidamente. Aquel día hubo suerte y como dijo Ivan “tutto bene”.
Una vez confirmadas las botas, se reparte el material entre los científicos, se afilan cuchillos, se preparan los materiales de laboratorio y se empaqueta todo. Y claro, ¿qué cubre este todo? Una de las grandes diferencias entre investigar “mar adentro” frente a investigar en tierra, o cerca, es que si algo queda en puerto, no vuelves a por ello porque no puedes. Esto significa básicamente que hay que cargar con todo lo que se crea necesario y sus repuestos. Desde una remesa de bolígrafos, papel y rotuladores hasta reglas, la máquina de hacer etiquetas, la de vacío, la afiladora, los pesos, balanzas de varios tamaños (la diversidad de peces es impresionante) y todo el material que se vaya a usar en el laboratorio, esto es, desde tijeras, hasta ese bote lleno de formaldehido que al final nunca usas. Claro, sin olvidar las cámaras de video, fotográficas, sumergibles, las Go-Pro y todos sus cables, baterías y necesidades. El término “por si acaso” no se usa a la ligera y se cuenta todo al milímetro ya que el peso está limitado y el espacio también.
Tras cargar varias veces el camión de la Universidad, muchos viajes al puerto, algún que otro despiste y algún patinazo en el hielo, y con “todo” (porque nunca se está seguro de eso) en el puerto, llega el momento de revisar el equipamiento que se va a usar fuera del laboratorio, el equipamiento que nos va a permitir realizar nuestros experimentos, esto es, las redes, boyas y demás aparatejos para pescar. El proceso lleva consigo largas horas de desenredar redes (de hasta 60 metros de largo por 15 de ancho), revisar las mayas (la red se compone de una maya, que son las celdas, y cuerdas laterales de sujeción) para detectar agujeros (y repararlos) y colocar todo en orden. Se selecciona un máximo de 3 redes por viaje ya que su peso puede rondar la tonelada y hay que llevarlas todo el tiempo a bordo. Además de las redes se embarcan boyas flotantes y de profundidad (que se hunden), pesos (para mantener la red en el fondo), puertas (que se atan a los lados de la boca, apertura, de la red y la mantienen abierta bajo el agua) y un gran número de cabos, cuerdas y material diverso.
Teniendo en cuenta que la travesía dura 3 semanas y que al adentrarse en los fríos mares noruegos, la formación de hielo en cubierta está más que garantizada. Es por ello, que se embarcan también varios sacos de sal. En temporadas más cálidas (Marzo-Abril) se usa directamente agua marina para descongelar, pero en lo crudo del invierno, hasta el agua salada se congela. Esto implica que los días en los que no hay mucha actividad hay que descongelar las partes más usadas con sal y escobas.
Una vez que todo está en el puerto, que “todo” se puede considerar empaquetado, que las tropecientas revisiones se han hecho, llega el día antes de partir. Idealmente hablando claro, normalmente se trabaja hasta el minuto antes de zarpar. Ya sea el día antes, o segundos antes mientras el capitán te grita que marcha sin esa lámpara que tanto necesitas (y sin ti claro), hay algo que nadie puede escapar. Se trata de algo que une a la tripulación y a los invitados (también llamados científicos de a bordo), que les hace conocerse y tener los primeros momentos de convivencia. Se trata por supuesto de embarcar el material, ese “todo” que uno ha preparado durante días. El emocionante proceso de meter varias toneladas de material en el espacio del barco. Un proceso donde todo hueco libre es aprovechado, cada esquina se utiliza y donde uno saca rentabilidad de las habilidades del Tetris. No obstante, la tripulación del R/V Helmer Hanssen de la The Arctic University of Norway-University of Tromsø es gente experta y el proceso fue rápido y como la seda.
El día, la noche o incluso horas antes de ese ansiado embarque, llega la hora de preparar el equipaje personal. Se han de tener en cuenta dos cosa: La primera, las mochilas (las de travesía extrañamente sí) y las maletas no son bienvenidas a bordo (otra superstición). Los calcetines con agujeros tampoco. La segunda, al igual que con el material, el espacio es reducido y por lo tanto, tu equipaje debe serlo también. Lo fácil es olvidarse de la moda y apostar al caballo ganador de la comodidad. Para trabajar ropas duras y resistentes (aunque vayan debajo de los monos de trabajo sufren mucho) y para estar dentro del barco, la ropa más cómoda posible para hacer todo más hogareño. Por lo demás, útiles de aseo básicos, portátil y demás tecnología y pasatiempos (libros, películas, cartas etc…).
Y finalmente, ya ha llegado, es el día de embarcar, el breve Sol de Febrero luce en el cielo, no hace mucho frío (unos míseros -9ºC) y, si, efectivamente, toca correr por el muelle para cargar más material a última hora porqué a tu jefe se le ha ocurrido un experimento más mientras dormía.
¿Qué pasará en la expedición? ¿Zarpará la expedición? Hasta la próxima entrega de Diario de expediciones pasadas: Cómo se experimenta en el Ártico
Referencias:
Larsen, R. B. (2015). BIO- 3556 Trawl fisheries. Tromso: Norwegian Fisheries College, The Arctic University of Norway-University of Tromso.