Jean Sibelius es un compositor apreciado y popular, cuyas sinfonías segunda y quinta y, sobretodo, su concierto para violín, son obras habituales en las temporadas sinfónicas. Sin embargo, ya he expresado en otras ocasiones mi frustración por la ausencia del resto de sus sinfonías (por no hablar de su cuarteto). Esto no sucede en Londres, donde esta temporada se podrán escuchar dos ciclos completos de sus sinfonías. El más apetitoso es el que está realizando ahora mismo la London Philharmonic Orchestra (LPO), bajo la batuta del celebrado Osmo Vänskä. Las credenciales sibelianas de Vänskä son extensas, entre ellas la grabación de la toda la obra orquestal del compositor para el sello BIS -que incluye rarezas como las primeras versiones de la Quinta y el Concierto de violín– o la exitosa integral realizada con la propia LPO en 2010.

En esta ocasión la LPO ofrece un recorrido por las sinfonías del finlandés condensado en cuatro conciertos, que incluyen también sendas obras para orquesta y solista de compositores ingleses (BrittenVaughan Williams, Elgar y  Walton). Esto es un gran acierto, puesto que Sibelius fue desde el principio muy bien recibido en Inglaterra, estableciendo buenas amistades y ejerciendo una importante influencia en los compositores del país. Para reforzar esta conexión con Inglaterra cada concierto lleva un ingenioso título de resonancias Austinianas: Pride an passion (Orgullo y Pasión) nos lleva del patriotismo de la Suite Karelia a los excesos juveniles de la Primera SinfoniaTriumph and tranquility (Triunfo y Tranquilidad) incluye la famosa Segunda, con su afirmativo final que solventa las dudas de la Primera, y la serena Tercera, que discretamente nos introduce en la etapa madura del compositor. Darkness and light (Oscuridad y Luz) aparea la turbadora y genial Cuarta con la más optimista Quinta. Por úlimo, Towards the horizon (Hacia el horizonte) termina el recorrido con la Sexta y la Septima, la culminación de su estilo y cuyas innovaciones sirvieron y sirven de inspiración para aquellos músicos que han sabido reconocer la modernidad de Sibelius

Orgullo y pasión

Empezar con la temprana Suite Karelia, Op. 11 es una muestra del buen criterio artístico de la programación del ciclo. La atractiva y breve pieza de tres movimientos permite mostrar la influencia del folclore finlandés en la obra de Sibelius e ilustrar el compromiso nacionalista de sus primeras creaciones, que jugó un papel nada menor en su éxito inmediato y que condicionó la lectura de sus otras obras. Debo reconocer que pocas veces he experimentado la emoción que sentí el pasado miércoles al escuchar las primeras notas de la Suite Karelia, gracias a la excepcional interpretación de la LPO. El nivel técnico de la formación es envidiable, pero lo verdaderamente remarcable es su enorme capacidad expresiva. Los metales mostraron una sorprendentemente rica variedad tímbrica, que junto al lujoso sonido de las cuerdas, sumergió al público en el universo sonoro de Sibelius desde el primer compás.
Precisamente la creación de sonoridades es un elemento importante también en la Primera Sinfonía, y Vänskä pudo trabajar a placer con una orquesta que respondía con precisión a sus demandas, consiguiendo, por ejemplo, pianissimos apenas audibles sin perder ni una pizca de calidad en el sonido. La versión explotó la riqueza melódica de la sinfonía, de resonancias Chaikovskianas, dotando cada tema de una gran personalidad, pero a la vez logrando esa sensación de continuidad tan característica de Sibelius y ya presente en estas obras de juventud.

Entre las dos obras, la violinista holandesa Simone Lamsma se unió a la orquesta para interpretar el Concierto para violín de Britten. Igual que sucede con las primeras obras de Sibelius, el concierto de Britten está claramente influenciado por el tenso clima político de su momento y representa en cierto modo un posicionamiento del autor. La angustia por la inminente guerra mundial está presente en la partitura, pero también la preocupación por la Guerra Civil Española.  Britten acudió al Festival de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea que tubo lugar en Barcelona en 1936, justo antes de que estallara la guerra. El conflicto no le era nada ajeno -su buen amigo W.H. Auden acudió en ayuda del bando republicano- y la impresión que le causo quedó directamente reflejado en el tercer movimiento de su Suite Mont Juic (subtitulado Barcelona, Julio de 1936) e indirectamente en el Concierto para violín. Lamsma interpretó la pieza con destreza y expresividad, salvando perfectamente todas las dificultades. Su vibrato, nervioso pero bien dosificado, contribuía en la justa medida a la atmósfera angustiosa de la pieza. La orquesta no se quedó al margen, con una intepretación que demostró la profunda comprensión de la pieza por parte de Vänskä.

Triunfo y tranquilidad

Dos días después del exitoso primer concierto, y con la sala del Royal Festival Hall llena del todo, tubo lugar el segundo concierto del ciclo. En esta ocasión se rompió la continuidad cronológica al empezar por la Tercera y acabar con la Segunda sinfonía, seguramente por criterios de duración y espectacularidad. Es una lástima, ya que igual que pasa con Mahler, las primeras dos sinfonías de Sibelius van estrechamente ligadas.
La Tercera Sinfonía es, a mi modesto parecer, uno de sus grandes logros y está generalmente considerada la obra que abre la etapa de madurez del compositor. En palabras de Hepokoski, es una obra «anti-monumental, una contra-respuesta a la Quinta Sinfonía de Mahler, que Sibelius había estudiado en 1995″. Su aparente simplicidad esconde una gran sofisticación y el resultado en directo produce un extraordinario efecto, como fue el caso el pasado viernes. Vänskä gestionó perfectamente los procesos acumulativos que hacen que la obra avance progresivamente, arrastrando al oyente. La expresividad de la música quedó realzada por el sutil control dinámico de Vänskä, especialmente en el sublime segundo movimiento. De hecho, esta es la principal virtud del director -y crucial para dirigir a Sibelius-: la habilidad para controlar el flujo musical de forma que resulte natural y parezca inevitable. Eso lo logró también con las transiciones entre los tempos y las pausas, como demostró en el difícil segundo movimiento de la Segunda sinfonía. Lejos de romper la continuidad, esos silencios musicales quedaban integrados en la estructura del movimiento como respiraciones naturales y necesarias.

Lo mismo sucedió en la interpretación de The Lark Ascending, the Vaughan Williams, que cerró la primera parte, con la participación del joven violinista Yu-Chien Tseng. El solista también mostró una gran flexibilidad en el fraseó, empezando la melodía que evoca el canto de la alondra con un rubato muy musical. Como suele ser costumbre en muchos intérpretes, el vibrato era muy rápido y mecánico, pero la transición del sonido natural al vibrado era muy suave, cosa no tan habitual. La interpretación de la popular obra fue muy bien recibida, pero la gran ovación estaba reservada para el final de la Segunda sinfonía, que cerraba estratégicamente el concierto.

Interpretar una integral sinfónica en cuatro conciertos durante apenas dos semanas y evidenciando un trabajo tan profundo en cada una de las obras no es nada fácil ni habitual. A falta de los dos conciertos finales (26 y 28 de octubre), este ciclo se perfila como el gran evento sinfónico de la temporada londinense. Si estáis por la City esta tarde o el próximo viernes no dejéis pasar esta oportunidad.

 


Ficha

Sibelius, ciclo sinfónico.
London Philharmonic Orchestra – Osmo Vänskä

Miércoles 19 de octubre de 2016. Royal Festival Hall, Southbank Centre, Londres.
Pride and passion
Sibelius – Karelia Suite, Op.11.
Britten – Concierto para violín y orquesta, Op.15.
Sibelius – Sinfonía nº 1 en mi menor, Op. 39.

Simone Lamsma – violin

Viernes 21 de octubre de 2016. Royal Festival Hall, Southbank Centre, Londres.
Triumph and Tranquility
Sibelius – Sinfonía nº 3 en Do mayor, Op. 52.
Vaughan Williams – The Lark Ascending, romanza para violín y orquesta.
Sibelius – sinfonía nº 2 en Re mayor, Op. 43

Yu-Chien Tseng – violin