El anuncio de la lotería de este año nos trae su habitual momento lacrimógeno con una novedad (que en realidad no es nueva): una reapropiación de la pelicula Good Bye Lenin!. Antes de ponerme al lío, mira (si no lo has hecho ya) el anuncio:
Aparte de errores del anuncio que destaca Loulogio, me gustaría contarles porqué veo la relación con Good Bye Lenin! y porqué creo que se olvidaron de lo importante de esta película, que es lo que distancia a ambos. Good Bye Lenin! es una película de 2003 de Wolfgang Becker que resituó el cine alemán (o directamente lo situó, porque salvo algunas excepciones, no tiene demasiada difusión fuera de los circuitos teutones). Como muchos sabrán, en esta película, Christiane, una militante del Partido Socialista Unificado de Alemania entra en coma en 1989. Durante el coma, el muro de Berlín cae, y poco a poco se comienza a distribuir productos, propaganda y lógicas vitales del oeste. Alexander Kerner (interpretado por un estupendo Daniel Brühl), le hace creer al despertar que aún no ha caído el muro. La película va, en líneas generales, de mostrar qué tejemanejes se construyen para evitar a su madre el shock emocional de ver aquello por lo que había creído fagocitado por los hábitos imperantes del oeste. La mayor parte de las lecturas se aproximan a la que, a primera vista, tendríamos del anuncio de lotería: qué maja su familia, que por no hacerle daño no le cuentan la verdad y le siguen el juego. En esto se esconde la creencia de que saber es doloroso y que es mejor maquillar la realidad para que se adapte a aquello en lo que confiamos. Lo interesante de Good Bye Lenin! es que también se muestra el dolor aún mayor de la mentira, que sólo es superado porque la madre se está muriendo y entiende que su hijo ha hecho todo eso por amor. Es decir, se expone a una situación límite (la muerte) y a un amor intenso (el de una madre por un hijo -y viceversa-) para justificar la mentira, que no se revela, sino que se perpetúa. Pero, ¿qué hubiese pasado si, poco a poco, se hubiese revelado la verdad? ¿Qué hubiese pasado si Christiane hubiese entendido y hubiese decidido afrontar sus últimos días en un mundo en que se había convertido su mundo? ¿Crear y mantener una farsa no era, en cierto modo, negar la posibilidad de modificar, desde dentro, ese nuevo mundo a través del mundo que había desaparecido? Es decir, Alexander, con su mentira, desposeyó a su madre de poder defender sus ideas en otro contexto, de situarse, de ser agente. La invitó a algo por lo que nunca había apostado: la pasividad. Pero, la diferencia de la película con el anuncio, es que en Good Bye Lenin! esta tensión se manifiesta, subyace a la historia. Es decir, se abre el dilema sobre la verdad (dolorosa) y la mentira (piadosa, supuestamente indolora). Lo piadoso, supuestamente aséptico, puede dañar al receptor, supuestamente protegido. En este caso, además, como ya han criticado varios colectivos de la tercera edad y, en concreto, la Unión Democrática de Pensionistas, se propone en una persona supuestamente frágil, a la que hay que proteger del dolor de la verdad. La polémica está servida: que si alzheimer, que si despistes de la edad. La cosa es que, por algún motivo, todo el mundo decide seguirle el rollo. La explicación de sus creadores: porque como ha sido la maestra de la escuela del pueblo, ha enseñado a muchas generaciones y por eso todos se implican para hacerle feliz, porque lo importante es compartir y no lo que se comparte en sí mismo. Muy tierno. Pero si realmente la protagonista del anuncio fue una buena maestra, si realmente tienen algo que agradecerle, será el amor al saber y a la duda. Flaco favor y precario homenaje a una maestra jubilada con una mentira cómplice que, tarde o temprano, se desvelará. Parece que no hay aristas, que esa felicidad perdurará. Se muestra que muchos están en desacuerdo, que incluso intentan decírselo. Pero «por la señora», siguen el hilo de la farsa. Aquí no sale ganando nadie. Me recuerda al cuento de Cortázar, el de «La salud de los enfermos», en el que los mentirosos obtienen más consuelo que el que recibe la mentira porque así se libran -creyendo que hacen lo mejor- del peso de la verdad. Al final, los que comen, beben y celebran como un día de fiesta son aquellos que después regresarán a su casa y comentarán la jugada. Carmina, la engañada, será la que luego sienta vergüenza, rabia, pena, qué sé yo. Se descarga el peso de la verdad sobre la engañada, que podría no haberlo sido si se hubiera cogido a tiempo: era una mentira innecesaria. No se justifica tampoco por esa lógica «de compartir, no importa el qué». En eso, entre otras cosas, se basan las tediosas comidas familiares en las que, salvo algunos casos, nos toca juntarnos con gente estupenda, sí, pero también con gente a la que vemos pocas veces al año, con la que tenemos poco en común o que directamente nos cae mal. Que el pueblo se reúna y celebre una mentira tamaña como la de haber ganado varios millones de euros habla de la fragilidad de su cohesión y de las heridas que deja a su paso. Este texto no es una moralina, sino una invitación a pensar hacia donde se descarga ese peso doloroso de lo verdadero.