Diálogos de viejos y nuevos sones es el nombre del proyecto ad hoc creado por Rocío Márquez y Fahmi Alqhai hace dos años para la Bienal de Flamenco y que el pasado 17 de agosto presentaron en el Festival Internacional de Santander, en uno de sus “Marcos históricos”, el Palacio del Albaicín de Noja. Ambos, acompañados de Rami Alqhai, a la viola de gamba y Agustín Diassera, a la percusión, hicieron algo más que música: contar una historia alternativa de la recepción del flamenco.
Hay un debate abierto en la “opinión pública” (lo pongo entre comillas porque si bien esto de la opinión pública se refería a la prensa, ahora hace más bien alusión a las redes sociales) sobre el apropiacionismo cultural con respecto al flamenco. Se ha hablado muchísimo del purismo, de respetar una tradición, de encontrar sus raíces. El proyecto de Márquez y Alqhai lo tiene todo de heterodoxo y no es apto para aquellos que busquen ese purismo. Y ahí está lo fabuloso. Desprenden amor por el flamenco por todos los poros, pero también por lo que el flamenco implica, como lo implica toda la música: intercambio de lenguajes, de vida y de expresión de experiencias. El cruce que proponen es el que poco a poco se ha ido camuflando pero que existe desde siempre, a saber, el que se da entre la música “popular” y la música “académica”. Sin las danzas populares no existiría ninguna suite de Bach, por ejemplo. Pero aquí no se trata de trazar un camino historiográfico sobre la posible influencia de la música española barroca en el flamenco, sino más bien dos cosas: cruzarla con la música “popular” de hoy, por eso tocan amplificados y resuena el jazz y el tango entre melodías barrocas y cantes flamencos; y encontrar cómo cada repertorio puede enriquecer al otro, y que surja algo fresco e irreverente.
Porque todo suena a conocido, pero nada lo es en realidad. Se desempolvan las esquinas de viejos clásicos, como “Si dolce è’l tormento” o “El cant dels ocells”, y se les da una nueva vida. Los tress momentos álgidos, que apuntan claramente a cómo debería seguir este intercambio, es la “Bambera de Santa Teresa”, “La mañana de San Juan” y la “Seguiriya”, por tres motivos diferentes y otro común. La “Bambera de Santa Teresa” es una versión de su “Destierros” de su disc(az)o Firmamento, pues fue, quizá, uno de los momentos de más intimidad del concierto y todos los detalles dieron con una mejora de la original (¡algo nada sencillo!). “La mañana de San Juan”, un dúo entre voz y percusión fue no solo uno de los mejores momentos de la noche, con una compenetración absoluta entre Diassera y Márquez, sino también un hermoso homenaje a la gente normal, a su cotidianidad, y a la necesidad de llenar tal cotidianidad de canciones, algo que en el mundo flamenco es bien sabido. Un gesto sencillo que reúne ese impulso por cantar que nos hace destrozar grandes trabajos musicales incluso bajo la ducha, pero que también reúne toda la expresión de los sentires de un pueblo. “Seguiriya”, por último, porque fue -como reconoció el propio Alqhai- uno de las piezas más difíciles. No defiendo el virtuosismo que demostraron, sino el riesgo, el juego de superar constantemente los supuestos límites de su formación, técnica e incluso capacidad de diálogo. Si está la puerta abierta para seguir, es por ahí. Probando más, jugándosela más, llevando este diálogo a otros idiomas, incluso a no entenderse del todo, a comunicarse de otra manera. Que los lugares comunes sean solo las tabernas donde reposar en un viaje hacia lo desconocido, como exigía Baudelaire a la verdadera vanguardia.
Fahmi Alqhai, con su hermano Rami Alqhai, mostraron -como lo hace ya la música contemporánea- que no hay más límites en un instrumento que el que pone el intrumentista o el compositor. Con un dominio técnico excelente, sacaron a la viola de gamba del cajón sagrado de la música historicista -que tan bien hacen con su Accademia del Piacere-. Al igual que Ligeti o Falla con el clave, quizá no es mal momento de comenzar a entender la viola de gamba no como abuelo de los actuales instrumentos de cuerda, con un repertorio estrecho, acotado a unos siglos, sino como un instrumento de pleno derecho que, además, potencia el sonido de cantantes como Rocío Márquez. Es, quizá, imposible añadir más elogios a su voz. Su control absoluto y buen gusto al cantar es evidente para profanos y especialistas. Lo que destaco, ya no tanto por variar sino porque se ha dicho menos, es por dos cosas (hoy estoy sembrá con las divisiones). Haré un pequeño giro para que se entiendan mis dos puntos. Hace un tiempo que Manuel Rey o De La Puríssima vienen mostrando cómo esa música española que mucha gente de las nuevas generaciones desprecia o desconoce, como la copla, porque la asocian a sus abuelos o bisabuelos, tiene un contenido político muy comprometido, bajo la premisa de decir sin decir mucho, para que solo el buen entendedor captara el mensaje. Algo parecido, aunque desde otro lugar, hace Márquez con el flamenco. Lo lleva adonde quiere -su voz se lo permite todo- para mostrar cómo lo aparentemente sencillo del flamenco está lleno de vida y de mezcla, siendo ortodoxa en su canto y hetedoroxa hasta el límite con el contexto. Hasta ahí el primer punto. El segundo, como vimos en el concierto, es lo que sucede cuando se junta con gente que quiere la música más allá de las frías casillas de la musicología, que a veces parece que operan ajenas a lo importante. De lo que se trata es de reescribir la historia de la música hacia atrás, y no que sea la tradición la que imponga cómo hacer música en el presente. Márquez, con Alqhai, tienen un compromiso con la música fundamental: la de no aceptar fronteras, algo que aún no hemos aprendido en las sociedades contemporáneas.