La fotografía destacada es Picture for Women (1979), un remake de la obra de Manet, Un bar aux Folies Bergère (1882), que es al mismo tiempo un autorretrato del propio Jeff Wall.
«Fotografío lo que no deseo pintar y pinto lo que no puedo fotografiar»
Man Ray.
La rivalidad entre pintura y fotografía nos viene acompañando desde hace ya más de dos siglos. Concretamente, desde la propia aparición de la fotografía en el siglo XIX gracias a la invención del daguerrotipo: Louis Daguerre desarrolló y perfeccionó el aparato en base a las primeras experiencias de Niépce. Desde entonces y hasta mediados del siglo pasado, fotografía y pintura han vivido en un eterno conflicto, más centradas en la diferenciación como disciplinas que en remarcar los puntos en común como artes visuales. Qué aspectos han marcado el desarrollo de la imagen y, en especial, de la fotografía; qué supuso este avance técnico para el desarrollo de la creatividad artística; y cómo la historia del arte se hizo eco de todo ello, son algunas de las ideas diseminadas en este artículo. «No el que ignore la escritura, sino el que ignore la fotografía será el analfabeto del futuro», afirmó Walter Benjamin. Sumidos en un mundo conquistado por la imagen y las pantallas, la falta de cultura visual constituye el reto de nuestro presente más inmediato.
La reflexión que están a punto de leer nace a partir de la lectura del artículo de Donald B. Kuspit titulado Fuego antiaéreo de los ‘radicales’: el proceso norteamericano contra la pintura alemana actual, recogido en Los manifiestos del arte posmoderno de Anna Maria Guasch (Akal, 2000). En un fragmento no demasiado extenso, Donald Kuspit alude a la concepción peyorativa que Charles Baudelaire tenía sobre la fotografía, de la que llegó a afirmar que era el medio por el cual «el arte reduce su dignidad postrándose ante la realidad exterior». Por aquel entonces, la pintura era considerada como el arte dominante, portadora del criticismo, mientras que la fotografía –al igual que le ocurrió a otros objetos puramente tecnológicos– se consideraba como algo que iba en detrimento del genio artístico. En la actualidad, el debate se ha invertido pues hoy en día la fotografía se considera potencialmente más crítica que la propia pintura. ¿Qué ha ocurrido para que se produzca esta inversión en los términos?
La primera parada es, sin duda, la conocida obra de Walter Benjamin, Pequeña historia de la fotografía (1931), centrada su época de esplendor, su primer decenio de vida. Los años que vendrían después marcarían los procesos imparables de industrialización y comercialización de la fotografía. Y aunque Benjamin incluyó el arte de fotografiar en su posterior crítica sobre la reproductibilidad técnica y la pérdida del aura, es cierto que siempre lo defendió por encima de la pintura. «¿Cuál es la idea de hablar de progreso a un mundo que se sume en la rigidez de la muerte? Toda época ha rechazado su propia modernidad; toda época, desde la primera en adelante, ha preferido la época anterior», son las últimas palabras de su ensayo, cuya lectura nos hace estacionar en la segunda parada: La cámara lúcida (1980), de Roland Barthes, que es al mismo tiempo un trabajo sobre la fotografía y la reflexión acerca de la propia muerte. A partir de una fotografía familiar –su madre retratada con apenas 5 años frente a un invernadero−, que el lector desconoce, Barthes reflexiona sobre el valor de la imagen, la memoria y nuestra capacidad de recordar. Cada alusión al pasado emana la nostalgia por el amor materno.
La tercera, los escritos de Susan Sontag, quien entiende la fotografía como un «rito familiar», sobre todo en Europa y América, donde la concepción en torno a la fotografía es tan múltiple que se presta a diversos entendimientos. La escritora estadounidense considera a la fotografía como la responsable de convertir la experiencia en una imagen y, por tanto, en un recuerdo. «Hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa», afirma en Sobre la fotografía (2009), una recopilación de artículos publicados en The New York Review of Books, y que nos ofrecen una visión general y no estereotipada de la fotografía. En ella, y a lo largo de toda su obra, Sontag reflexiona acerca del valor de cada uno de los negativos que extraemos de la cámara, entendidos como los testigos de la despiadada disolución del tiempo. Aquello que distingue a la pintura de caballete de la fotografía no es ni la técnica, ni el tema ni tampoco la relación de la obra con el propio artista o el potencial espectador, sino el objeto o modelo al que se refiere y al que la fotografía le rinde una especie de homenaje. Lo fotografiado forma parte y es una extensión del tema, a la vez que un «medio poderoso» sobre el que ejercer nuestro propio dominio.
Lo que está claro es que la pintura ha ido deslizándose de las paredes de los museos, de forma sigilosa o quizás no tanto, y si ahora se exponen fotografías de gran calidad en galerías y museos es gracias al trabajo de fotógrafos como Jeff Wall, Patrick Tosani, Sebastiao Salgado, Hiroshi Sugimoto y Suzanne Lafont. La vorágine de imágenes que colma cada uno de nuestros actos cotidianos se incrementa conforme avanza la tecnología. ¿Estamos convirtiéndonos en una sociedad de fotógrafos? Más allá de los apuntes aquí expuestos sobre la fotografía, la realidad es que estamos faltos de una alfabetización de la imagen, e urge que nos aprovisionemos de las herramientas necesarias para leer y decodificar las imágenes que nos rodean, ya sean fotografías o pinturas.
REFERENCIAS:
Barthes, Roland. La cámara lúcida. Barcelona: Paidós Comunicación, 1994. 3ªedición.
Benjamin, Walter. Pequeña historia de la fotografía. 1931.
Guasch, Anna Maria. Los manifiestos del arte posmoderno. textos de exposiciones, 1980-1995. Barcelona: Akal, 2000.
Sontag, Susan. Sobre la fotografía. Barcelona: Random House Mondadori, 2009.