por Marina Hervás Muñoz | Oct 26, 2015 | Críticas, Música |
No necesita presentación. Armando Antonio Corea, es decir, Chick Corea es, y se lo ha ganado a pulso, uno de los mejores músicos vivos de jazz. El pasado 22 de octubre tuvimos la ocasión de escucharle en L’Auditori de Barcelona dentro del marco de la 47 edición del Festival internacional de Jazz Voll-Damm.
Un simpatiquísimo Chick Corea apareció en el escenario con su móvil en mano para fotografiar a los asistentes. También a los fotógrafos que hacinados en las primeras filas intentaban captar la mejor instantánea del pianista. Cogió el micrófono y se dirigió a nosotros para presentarnos a la banda. Me pareció un gesto no sólo educadísimo, sino muy loable. A veces, a estas grandes figuras (y no tan grandes) se les sube a la cabeza de tal manera que entienden al resto de músicos como -más o menos- esclavos cuya función es hacerlos brillar a ellos. Me gustó ver sobre el escenario a gente tan joven. Entrar al mundo de la música (tan complicado, tan injusto) de la mano de Chick Corea es una gran oportunidad, y él se la está dando. Porque además demostraron ser unos músicos de altísimo nivel. Se trataba de la banda The Vigil, con la que lleva girando ya unos años y han grabado el disco homónimo The Vigil (2013). Sus miembros son: Carlitos Del Puerto (contrabajo), Marcus Gilmore (batería), Luisito Quintero (percusión), Tim Garland (saxo, flauta y clarinete) y Charles Altura (guitarra). Según explica Chick Corea en su web, se rodea de gente joven porque ellos mantienen la música viva y porque quiere aprender de ellos. Si no son frases hechas para un vídeo promocional -no lo parece pero siempre hay que sospechar-, es algo muy admirable de alguien como él a sus 74 años.
El concierto empezó con una potentísima recuerdo a su mentor Bud Powell y Roy Haynes con un tema de 1974. Toda una explosión. Una melodía sencillísima, con sabor a estándar clasicón que desarrollaron en casi media hora de exploración minuciosa de las múltiples posibilidades del tema. Brilló especialmente el diálogo percusión-batería, que fue fresco y algo travieso. La incorporación de Luisito Quintero termina de latinizar esa mezcla entre bebop y latin jazz que siempre ha caracterizado a la música de Corea. Incluso él mismo se apuntó con un cencerro agogó a los solos de percusión. Siguió ‘Royalty’, una de las «lentas» del disco The Vigil (2013). La atmósfera que creó parecía, al final, que se podía cortar con un mínimo aliento. Fue intensísima. A continuación, aprovechando esa atmósfera casi íntima, en la que estábamos todos hechizados, Corea interpretó ‘Anna’s tango’, su personalísima lectura del género del tango con dedicatoria para su madre. Aquí brillo especialmente la luz de Carlitos del Puerto y ya se presentía el crescendo de la intervención de Tim Garland. Cuando ya parecía que habíamos llegado al clímax tras casi una hora larga de concierto, Corea llamó al escenaro a Carles Benavent, compañero de fatigas musicales junto a Paco de Lucía allá por los años 90. Hicieron, como entonces, una versión de ‘Zyriab’. Un homenaje a su amigo con el que Corea reconoció «haberse iniciado en la música española». Se encendieron las luces y pensábamos que se iba a marchar así, y nos iba a dejar un poco huérfanos, después de habernos dado tanto. Pero regresaron y tocaron una versión revisadísima y muy mejorada (salvo por el very beginnig, que era un tanto hortera) de ‘Spain‘. Es de esas cosas que no quiere oír por típicas pero que, con el cambio de look y la nueva frescura hacen que ya no sea un mero hit sino un nuevo regalo para los oídos. Tim Garland terminó de brillar con un solo que se guardan en la memoria acústica por mucho tiempo. Corea nos hizo cantar y volvernos a emocionar. Quizá, si hubiera que criticar algo, creo que sería muy interesante revisar la rotación de solos, que se hacía muy predecible. Siempre era piano-vientos-guitarra-bajo-percusión y al revés hasta la vuelta al tema principal en el piano de Corea. Una fórmula convincente pero poco atrevida, que es quizá lo que más eché de menos la pasada noche en L’Auditori.
Mi comentario me parece escaso, quizá incluso injusto. Me parece difícil hablar con exactitud de lo que pasó en el concierto de Corea. Es un concierto que ya sabemos que sería muy bueno, y ¡cómo son las cosas! no sólo cumple las expectativas sino que las desborda. Y encima, humilde, sonriente, amable. Fue un concierto para recoinciliarse con muchas cosas y salir con la misma sonrisa con la que Corea lleva tocando más de cincuenta años.
por Marina Hervás Muñoz | Oct 19, 2015 | Críticas, Música |
Foto con copyright de Christian Vium
Un año más da comienzo el ciclo Sampler Series, un proyecto de L’Auditori de Barcelona dirigido a la programación mensual de música contemporánea.
El pasado 15 de octubre se abría la serie de conciertos con el estreno español de Inszenierte Nacht (2013), del compositor Simon Steen-Andersen, interpretada de manera ejemplar por el Ascolta Ensemble (¿Habrá una referencia en el nombre a J-L. Nancy?). Me resulta realmente difícil escribir cuando algo me ha gustado tanto como lo hizo esta obra: parece que casi todo lo que puede decirse sobra.
Inszenierte Nacht se divide en tres partes (movimientos?). La primera, toma como referencia ‘Schlummert ein, ihr matten Augen’ de Ich habe genug BWV 82, de J. S. Bach. Al principio, un chelista, un trombonista y un teclista tocan su melodía correspondiente de la orquesta, que suena por los altavoces, así como la voz solista.Se trata de una versión antigua, llena, muy dramática. Poco a poco, mediante un proceso de ralentización, la voz de va deformando y se dilata en una masa sonora gravísima. Los músicos en directo siguen la deformación hasta que la melodía se vuelve pastosa. También las luces de van apagando poco a poco, hasta que queda toda la sala en la penumbra. Steen-Andersen nos incita a transitar en la ‘noche escenificada’, viviendo todo aquello como si nos hubiesemos dormido colectivamente. Sigue literalmente el texto de la música de Bach, que dice: «Schlummert ein, ihr matten Augen/
fallet sanft und selig zu! […]» que se podría traducir como «Dormitad [o morid, ya que «Einschlummern» tiene ambas connotaciones], vuestros ojos débiles, cerraos dulce y pacíficamente».
Una cámara nocturna muestra cómo nuevos músicos intentan incorporarse a la sala. El sonido de tablas y crujidos acompaña sus pisadas, que retumban en el silencio casi sacro que ha dejado ese Bach derretido del inicio. La sensación, con aquella oscuridad, es la de la incomodidad que da el mínimo ruido cuando nos movernos por una casa cuando todos duermen. La siguiente parte está basada en Träumerei, de Schumann. Pero, en lugar de recurrir al piano, la pureza de la obra se (re) construye con diapasones, una marimba y dos minúsculos amplificadores colocados en micrófonos que emiten un sonido que la boca modifica, ya que hace de caja de resonancia cuando se aproxima a ellos. Esta parte es de una delicadeza extrema. Diría incluso, si no fuera porque en la academia este tipo de conceptos no se pueden usar sin que algunos salten a la yugular de la que escribe, que fue bellísimo.
Pero, de pronto, algo se interrumpe. Uno de los músicos sale del escenario y se mete por una puerta por la que suena música techno. Rápidamente, casi sin saber cómo, bajamos del mundo casi flotante que había surgido de la obra basada en Schumann para alcanzar lo más terrenal, una suerte de fiesta kitsch en la que la música de techno maquinero se ha inspirado en el aria -así llamada en el ámbito comercial- de la ‘reina de la noche’ (Der hölle Rache kocht in meinem Herzen) de La Flauta mágica de Mozart, ese hit de la música clásica (sea lo que sea música clásica). El trompetista del ensemble es el encargado de cantarla sobre un escenario con un telón rojo mientras sus compañeros le observan sentados, una actitud opuesta a la esperada en una fiesta de baile. Después de esa interrupción, vuelve la música de Schumann, como si nada hubiera pasado aunque todo ha cambiado.
La tercera y última parte de Inszenierte Nacht se basa en la versión para piano de Gaspard de la nuit (digo versión porque hay dos versiones para orquesta, aunque no fueron hechas por Ravel), de Ravel, en un piano que, en realidad, ha sido silenciado. Lo que se oye en el sonido de la pulsación de las teclas, que se añade como efecto a la grabación de la pieza que él ha hecho anteriormente y que suena por los altavoces. Un juego de luces del propio piano, que casi al final recorren el teclado mientras la música sigue sonando aunque el pianista ya se ha ido; proyecciones del propio (?) Ravel tocando y una voz fantasmagórica que suena por toda la sala y que lee fragmentos del texto en que se inspira la obra, hacen de esta parte algo estremecedor.
Steen-Andersen pretendía un doble juego. Por un lado, la revisión contemporánea de buena parte de la historia de la música. Por otro, revisa esta historia radicalizando lo que las obras tenían que contar. En la de Bach, se toma muy seriamente la gravedad (tanto musical como temática) y la explora hasta el final de sus consecuencias. En la parte basada en Schumann, intentó potenciar el carácter de ensueño: precisamente, esta palabra (ensueño) es la que une las dos acepciones de Träumerei (‘sueños’ y ‘fantasías’). Este ensueño, como en la noche contemporánea, la interrumpen las fiestas de los vecinos o el disturbio del ajetreo de coches y gente. Así aparece la reina de la noche, que hoy bien podría hacer referencia a un club nocturno venido a menos. Además, la deformación de los hits de la música clásica (sea lo que sea) que se da gracias a la industria de la cultura genera que sea muy posible encontrar en el futuro algo así en temas del verano de Lady Gagas y otros miembros del star system que gustan de mezclar piezas de los 100 imprescindibles de la música clásica y otros recopilatorios de calidad dudosa con sus canciones. Es decir, es muy probable que en el futuro tengamos algo parecido a lo que construyó Steen-Andersen. En esta pieza se da, además, un guiño al culto casi enfermizo que se da a la música clásica (sea lo que sea) sólo por ser considerada como tal. Lo representan el resto de músicos, que escuchan sentados al cantante que ‘destroza’ (¿o le da más sentido?) a Mozart. La última parte, la basada en Ravel, se hace cargo del demonio que inspira el texto y la música. El intérprete semi ausente, que mueve las manos frenéticamente por el teclado pero que toca a medias, la voz que se mueve por los altavoces de la sala como un escalofrío y los juegos de luces, que en la penumbra constante de la sala proyectan sombras que bien podrían identificarse con seres conjurados en el ensueño traen sobre el escenario el corazón de la obra de Ravel. Al mismo tiempo, como decía, Steen-Andersen revisa la historia de la música y también lo que hemos hecho de ella. Además, la reconoce tomándose muy en serio lo que la música cuenta por sí misma y utilizando los medios actuales para conseguirlo.
De pronto, el despertador suena y las luces se prenden, después de casi una hora en casi total oscuridad. Aplaudimos. No sabemos si hemos soñado todo aquello, tampoco si es posible que todo aquello pase si no se pone el marco de lo soñado. Inszenierte Nacht es una suerte de revisión musical del Cuento de Navidad de Dickens, ese al que a un viejo avaro le visitan fantasmas que le hacen revivir momentos de su infancia, madurez y vejez. Aquí, los fantasmas de la músicas aparecen desde sí mismas y arrastran al público a esa ‘noche escenificada’ a encontrarse con otros fantasmas: los de cada uno de los oyentes, que salimos modificados después de escuchar esta obra con tantos niveles, lecturas, sencilla y compleja al mismo tiempo y que nos hace tantas preguntas.
por Marina Hervás Muñoz | Oct 12, 2015 | Críticas, Música |
Portada del disco Justicia Poética, diseñada por © Xavier Jalón.
Cultural Resuena nació para contar la verdad (o algo muy parecido a ella, que somos ambiciosos pero realistas) sobre los actos, eventos y novedades del mundo actual del arte. Nos comprometimos a no elogiar ni dar la vuelta a la evidencia para camuflar un desagrado. Y este compromiso vuelve ante el paso de Pumuky por la sala [2] de La Apolo, en Barcelona, el pasado poco de octubre presentando su último disco, Justicia Poética (Jabalina Música, 2015).
Fallaron dos cosas, fundamentalmente: la ecualización del sonido y la falta de quorum. A mi me pasa con los técnicos de sonido lo mismo con la iluminación en los museos: pocas veces me parecen adecuados, pocas veces considero que potencien las obras. Y esta vez no me hicieron cambiar de opinión. O los graves o los agudos llegaban a ser molestos, se solapaban las sonoridades que tanto cuidan los miembros de Pumuky, la caja de ritmos no terminaba de funcionar. Quizá es sólo una visión desde fuera, pero no creo que se sintieran demasiado cómodos sobre el escenario. Desde luego, a mí me faltó calidad, nitidez y calidez sonora. El tema de la calidez nos lleva al segundo problema. El sociólogo E. Durkheim ya nos enseñó el concepto de «efervescencia colectiva». Es decir, que hay cosas que sólo pasan en un colectivo. Los individuos dejan de lado sus particularidades y se vuelven uno con el grupo. Esto es lo que pasa cuando bailamos como si no hubiera mañana en una discoteca si todo el mundo lo hace y no si está vacía y nosotros solos (también, claro, depende del nivel de alcohol y/o drogas, que son desde siempre inhibidores del principio individuationis). En fin, que la sala [2] de La Apolo estaba a medio llenar, siendo generosos, y eso probablemente nos bajó el ánimo a los asistentes y a los propios miembros de Pumuky, pese a que mostraros varias veces su agradecimiento a los asistentes. Ni siquiera en los hits, como ‘Si desaparezco’ o ‘El eléctrico romance entre Lev Termen y la diva Éter’, se atisbó un principio de esa efervescencia colectiva. Con esto, no defiendo que sólo volviéndonos locos sea la forma de disfrutar un concierto. Pero parece que un concierto necesita un mínimo de empatía, de ‘química’. De eso que todos sabemos de lo que hablamos aunque no sepamos muy bien cómo definirlo. Ese ‘eso’ no estuvo: reinó una frialdad comedida, un principio de distancia que no se esfumó en todo el concierto.
Una verdadera lástima: el nuevo disco de Pumuky, Justicia poética, tiene grandes canciones (me quedo, sobre todo, con ‘Escritura automática 9mm’ y ‘La Culpa y el Librepensador’) y demuestra el afianzamiento de la propuesta estética de Pumuky, basada en la superposición de planos sonoros (con una cuidada electrónica) y la lacónica línea vocal con letras de historias que cruzan lo más íntimo de las vivencias personales. Me gustaría que no hubiese habido tanta distancia entre el directo y el disco, ya que es un flaco favor para gente como ellos, que lleva tanto tiempo trabajando duro (Pumuky está en activo desde 2003 y con varios discos de calidad en el mercado, como Plus ultra y El bosque en llamas) y acumulando reconocimientos de la crítica.
por Marina Hervás Muñoz | Oct 1, 2015 | Críticas, Música |
Tengo que confesar una cosa, aunque esto no sea muy profesional: soy bastante fan de The New Raemon. Que quede claro. Dicho esto, intentaré decir porqué no me a terminado de gustar su nuevo EP, El Yeti.
El Yeti, publicado el pasado 10 de septiembre por su sello habitual, BCore, es un conjunto de temas que fueron descartados para Oh, rompehielos, con excepción de, precisamente, el tema que da nombre al EP, «El Yeti». Es un disco de tirada limitada y de coleccionista. Está dedicado a Rafa Angulo, compañero de Madee. De sus seis temas, tres son de The New Raemon y los otros son versiones de Julio de la Rosa («Maldiciones comunes») -sí, el de la música de La isla mínima-, Mishima («L’estrany») y Love of Lesbian («Los niños del mañana»). No es la primera vez que The New Raemon versiona un tema. De hecho, su versión de «Te debo un baile» de la Nueva Vulcano ha conseguido incluso más fama que la original. Algunos incrédulos no se podían creer que no era de The New Raemon, ya que el catalán y su banda encontraron nuevos recovecos que explotar de la canción (la modificación del tempo y el descargue instrumental parece haber sido clave) y hacerla muy suya. Sin embargo, con «L’estrany», salvo la potencia de las guitarras iniciales, el aumento rítmico y la subida de tono al final no termina de aportar demasiado a la original, que es más intimista y pequeña, en el mejor de los sentidos. Con la versión de «Maldiciones comunes» The New Raemon sigue una estrategia similar a la que llevó a cabo con la canción de la Nueva Vulcano: la relajación rítmica y la conversión del tema en algo más íntimo, como si fuese música hecha en casa, para uno mismo, para ayudar a entender ciertas cosas. La minimización de lo instrumental hace que se pierda la fuerza de la rotundidad del acompañamiento de la original. Pero esto podría ser salvable, es simplemente otra lectura. Lááástima que la de Raemon rompa tan tarde, hacia el minuto 2:29. Eso, que sería una de las mejores aportaciones al original, llega demasiado tarde. «Los niños del mañana», el tema que toma de Love of Lesbian, no me gusta en el original ni en la versión de The New Raemon. Me parece una canción completamente prescindible. Si es una canción que quiere ser graciosa, yo no le veo la gracia por ningún lado. Si quiere ser crítica, su inmediatez le hace un flaco favor. Al menos, The New Raemon le da un giro y mejora sustancialmente la música original. El arreglo está conseguido dentro de que el material original es bastante escueto.
Y ahora le llega al turno a los temas inéditos: «Residencia de ancianos» y «Efecto invernadero». Según palabras de The New Raemon, estos dos temas salieron de Oh Rompehielos por su crudeza y oscuridad, para no desestabilizar el presunto estado de ánimo más positivo -dentro de lo que cabe, en comparación a lo que nos tiene acostumbrados- del LP. Hay algo que creo que nos gusta a todxs los que seguimos a The New Raemon: su capacidad para mezclar cosas de la vida cotidiana, como el pedir comida del chino de abajo, con algunas de las vivencias más dolorosas que se pasan en la vida, y es que ese pollo frito te recuerde a que, de repente, te lo tienes que comer solo, que ya no va a ser nunca más parte del un ritual que empezaba con una cena y terminaba a altas horas de la noche en el dormitorio (Me refiero al hit «Tú, Garfunkel» y no a «Pollo frito», que es una versión de Manos de Topo). Eso está todavía en «El Yeti»: su «es mejor no volver a verse» es tan sencillo y demoledor como «hay que salir de aquí» de «EL refugio de Superman», incluido en su disco Libre asociación (2011). Pero cuidado. Si bien no hay ninguna canción ‘floja’ en Oh Rompehielos, ninguna tiene la fuerza de los discos anteriores. Hay muchas cosas que se repiten. Hay recursos que ya ¡uf! han perdido algo de su fuerza. Hay cosas que no son fáciles de justificar. Lo aparentemente sencillo ha de ser tratado como lo más delicado: si no, en seguida se mancha. Yo esperaba que eso me lo contase El Yeti, pero ese inicio de «Me pagas un bocadillo/el precio es mi corazon», o la historia sin chicha de «Residencia de ancianos», pese a la melodía interesantísima y ese final abrupto no termina de funcionar. Justo al revés pasa con «Efecto invernadero»: la letra podría tener su aquél, pero melódicamente se termina haciendo un tanto pesada y el arreglo es mejorable.
The New Raemon llama a sus discos Tinieblas, por fin (2012-2013) y Libre asociación (2011) los malditos. Y, sin embargo, a mí me parecen los más potentes, pese a su oscuridad. Hay verdaderos temazos en ambos, que superan los hits en los que se han convertido (merecidamente, con toda probabilidad) temas de sus discos anteriores. Yo sigo esperando otro discazo como esos dos. En resumen: ¡The New Raemon, danos un poco de The Old Raemon!
¡Por cierto! No te vayas sin pillar la entrada para la nueva cita con The New Raemon, entre otros artistas, en la Sala Apolo. Será el próximo 22 de octubre, y es importante llenar porque el dinero va destinado a ACNUR para labores de asistencia médica, alimentaria e higiénica de refugiados sirios. Gracias a al música #SomosRefugio
por Marina Hervás Muñoz | Sep 29, 2015 | Música, Recomendaciones |
Joventuts Musicals de Sabadell, en Barcelona, presentaba el pasado 25 de septiembre su programa cultural de otoño con un concierto del Quixote Quartet , uno de los grupos de cámara con más proyección en nuestro país, que ha recibido excelentes críticas. Sus actividades de otoño se completan con un concierto de Adolf Pla dedicado a compositores y pianistas, con obras de Listz, Granados, Chopin y Mompou, su especialidad. Por eso, lo ha titulado ‘Música desde el piano’ y tendrá lugar el 20 de noviembre en el Teatro principal de Sabadell. Los más pequeños también tiene su hueco. El 11 de diciembre cantará el coro infantil ‘Amics de la Unió’ con Josep Surinyach al piano el conjunto de obras del compositor y director Josep Vila i Casañas sobre poemas de Miquel Desclot titulada Cançons de la lluna al barret. Además, el día 1 de diciembre habrá una conferencia con los protagonistas del concierto en el que profundizarán en la obra y en la relación poema-música.
Y… ¿Quieres ponernos cara, saber cómo somos algunos de los que estamos detrás del Equipo de Cultural Resuena? Pues aquí tienes una oportunidad. Estaremos Elio Ronco, Albert Ferrer y la que firma este escrito, Marina Hervás, como colaboradores en el Ciclo de didáctica musical. El ciclo contará tres conferencias que versarán sobre la obra del compositor finés Sibelius (este año se celebra el 150 añiversario del nacimiento del autor finlandés, por eso se dedican a su figura). La de Elio Ronco, que abre el ciclo el próximo 6 de octubre, lleva por título «Sibelius, Finlandia y el Kalevala«. La de Marina Hervás será el 20 de octubre y se titula «Sibelius y sus contemporáneos: estética musical a principios del siglo XX«. Albert Ferrer cierra el ciclo el día 27 de octubre con una conferencia titulada «Las sinfonías de Sibelius«. Todas ellas serán en la fundación Bosch y Cardellach, de Sabadell, a las 19:30.
Toda la programación y eventos futuros se puede consultar aquí.