por Elisa Pont Tortajada | Nov 27, 2016 | Evento, Literatura |
Esta historia comienza frente al mar. Un día de agosto excesivamente caliente en el que la arena de la playa se te pega a la piel, sudada y enrojecida, algo resbaladiza a causa de la crema solar; un día de esos en los que la brisa marina apenas consigue aliviar tu desaliento y la gravedad del tiempo te aplasta. Fue ese día irreconocible de agosto en el que me topé por primera vez con los «versos nómadas» de Raúl Parra.
Recuerdo que los leí tumbada en la arena, retozándome, extrañamente aislada pese al barullo de turistas que parloteaban a mi alrededor, en esa playa tan concurrida que es La Barceloneta. Sostuve en mis manos un ejemplar de Fatou, el poemario autoeditado por Raúl Parra e ilustrado por Marc Aguilar sobre su experiencia en África. Un libro «parido de un largo viaje» en el que se muestra aquel continente vasto e inabarcable desde la experiencia poética de alguien que busca la belleza a cada paso.
Y desde aquel día hasta el pasado jueves en La Cara B, un local del barrio barcelonés de Gràcia, en el que de nuevo me volví a encontrar con Raúl, esta vez frente a frente, para escuchar, junto al cantautor madrileño Santy Pérez, unos versos de no tanto amor. También aquella noche había cierto barullo entre el público, algunos expectantes, la mayoría conocidos o amigos de los artistas, y otros tantos enfrascados en conversaciones aderezadas con cerveza de barril. Los primeros aplausos vinieron cuando Raúl y Santy cogieron el micrófono, tan nerviosos, para confesar su gratitud ante los allí presentes. Aquel recital, más parecido a una tertulia entre amigos, mostró la faceta desertora del propio Raúl, quien confesó no volver a leer sus propios poemas.
Fue una noche de versos cantados con voz vigorosa: «mi patria es tu olor sobre mi alfombra después de habernos amado»; y también de versos contagiosos: «nadie con tanta fuerza para amontonar aquí a mi vera tantos destrozos de la Felicidad». Era escuchar el canto de quienes ansían tanto escribir como vivir.
«Barcelona es un beso de los tuyos y un deseo de los míos», escribió un día estando en África. Saber a qué mujer se dirige será la primera de las preguntas de nuestro café pendiente. Mientras tanto:
«A veces me pongo en tu piel y, créeme, eres tan aire,
tan magia y tan sin truco,
tan fina arena y tan agosto,
tan tostada y tan su miel,
tan erizo y tan abrazo».
Raúl Parra y Santy Pérez durante el recital «Versos nómadas, canciones desnudas» en Barcelona. Fuente propia.
por Irene Cueto | Oct 31, 2016 | Evento, Literatura, Música |
Escribir sobre Bob Dylan se ha convertido en sí en una moda porque o bien se le critica duramente o se intenta hacer ver el valor de su trabajo, todo ello desde hace unas semanas cuando la Svenska Akademien (Academia Sueca) de los Premios Nobel anunciaba los galardonados de este año y desde el primer minuto cobró una especial relevancia uno de ellos: «El Premio Nobel en Literatura 2016. Bob Dylan. Por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana».
Con estas palabras se desató la denominada polémica: si se debería haber seleccionado otro ganador que fuese mejor, por qué se le ha concedido al músico, qué nuevas implicaciones puede conllevar,… Por otro lado, cabría plantearse toda una diatriba de consecuencias relacionadas con concederle este reconocimiento a otro literato, pero demasiado a menudo caemos en brazos de subjetividades personales y culturales. Hace pocos días Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura en 2010, explicó en un foro mucho más serio que las revistas del corazón que no debería concedérsele tal galardón a un cantante. Creo que una de las afirmaciones que más me han sorprendido fue que habría que plantearse la nueva conexión entre la poesía y la música porque pareció como si de pronto algunos hubieran olvidado el presente tan globalizador en el que vivimos y a la vez también un pasado muy lejano. Es más, considero que no habría que plantearse por qué le han concedido el Premio Nobel a Bob Dylan, sino ¿por qué no habrían de dárselo? ¿O acaso es que no es tanto el hecho de premiar a Dylan como el valorar el arte popular al mismo nivel que el designado culto? Más de cuarenta años después de su creación, tal vez más que en épocas anteriores, seguimos Knockin’ on Heaven’s Door.
Para ello vamos a realizar un breve viaje en el tiempo, ya que desde la antigüedad se han acompañado las canciones principalmente con instrumentos de cuerda como en la antigua Grecia de la que heredamos tanto y en donde se consideraba que poeta era aquel hombre que componía la letra y la música de una de estas obras. Era común que un cantor se acompañara de la lira dando lugar a la creación de la poesía lírica que predominó sobre todo en los siglos VII-VI a.C. Con el paso del tiempo, la influencia griega pasó a lo largo de los siglos por Europa con los trovadores y sus coetáneos de otras zonas, que eran los poetas modernos de aquel entonces, y los juglares quienes los interpretaban. En un artículo reciente se hizo referencia -citando supuestamente unas palabras del poeta Allen Ginsberg– a que Dylan es un juglar pero no es así, es un trovador porque es un poeta. Así, pues, tenemos que Dylan compone sus letras y su música acompañándose generalmente de la guitarra y también suele aparecer tocando la armónica. Durante estos días se le denominó como músico o cantante pero, sin embargo, es un poeta en el sentido clásico o tradicional del término.
Además se hizo mención a su faceta inicial en la canción protesta (en aquel texto el término aparecía entrecomillado) y la posible vinculación política entre la concesión de este premio y la supuesta propaganda que conllevaría para que Donald Trump no alcance la presidencia en Estados Unidos. Probablemente haya que recordar y destacar esa faceta de Dylan pero también la de otros artistas como por ejemplo Pete Seeger o Woody Guthrie, o con otras figuras que vivieron auténticas tensiones políticas y miliares como la del chileno Víctor Jara.
En tono sarcástico se ha escrito que tal vez haya que empezar a comprar libros con las letras de Dylan en lugar de escucharlas en sus discos. Pues bien, el estudio de su música y de sus letras es objeto de estudio en universidades de diferentes rincones del planeta desde hace años, incluidas universidades españolas donde se han defendido tesis sobre este artista, aunque donde más se le ha estudiado es en su país y probablemente se convierta en un objeto de estudio aún más atrayente con este importante premio. Además, la Academia Sueca ha destacado todos sus trabajos, no solo su discografía. También leí referencias mordaces sobre que esta institución no tuvo en cuenta la única obra en prosa de Dylan que fue un fracaso en ventas. No recuerdo el nombre del autor pero sí que pensé que es raro encontrar un personaje al que se le recuerda por su excepcional trabajo pero que en algún momento de su carrera no haya tenido fracasos porque incluso conocemos casos en los que el artista en cuestión murió sin conocer las mieles del éxito, como Vincent Van Gogh. Que Dylan tuviera un fracaso -es de suponer que ese libro será éxito de ventas en breve, si no lo es ya- parece casi anecdótico porque su carrera está llena de trabajos memorables y giras, de hecho sigue con ellas -si bien también hay detractores sobre la calidad de sus actuaciones en los últimos tiempos- porque es un artista que sigue en activo a sus 75 años Like a Rolling Stone.
por Elisa Pont Tortajada | Oct 27, 2016 | Literatura |
«Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas»
Isak Dinesen
La primera vez que oí el nombre de Emmanuel Carrère estaba a punto de subir al avión. Me marchaba a Francia durante unos meses y alguien, que ahora no recuerdo quien o que simplemente no viene al caso, pronunció su nombre diciendo algo así como que L’Adversaire «valía mucho la pena». Fue así como conocí la fascinante historia de Jean-Claude Romand, el falso doctor de la OMS que un día decidió matar a su familia, incluidos sus propios padres, para evitar que su impostura saliese a la luz. Recuerdo que devoré aquel libro, pensando en las similitudes que guardaba con la narración de Truman Capote, A sangre fría, y lo olvidé.
O pensé que lo había olvidado, hasta que un buen día de nuevo el azar −¿quién sino?− me hizo rememorar aquellas páginas, la atrocidad de esa historia de muerte pero también de amor, de la que sobresale la falsedad sin ficción. Y sobre ficción y realidad leía por aquel entonces todo lo que encontraba, como otra de las obras que mencionaré aquí, El impostor, de Javier Cercas. ¿Quién se iba a imaginar que el presidente de la Amical de Mauthausen que decía ser un deportado nazi nunca hubiese estado preso en un campo de concentración? Toda una vida basada en el engaño, buscando el reconocimiento social a una heroicidad envidiable. Y esa fue quizás la gran impostura de Marco, pero sin duda no la única, como bien narra Cercas en su obra, a la que se obceca en catalogar como ‘novela’ pese a la hibridación genérica que recorre cada una de sus páginas. Pero este sería tema para otro artículo.
Preguntémonos: ¿por qué mentir? ¿qué nos empuja a la impostura y a la falsificación, a crear y a creernos otras personalidades? La respuesta no se encuentra en este artículo, ni tampoco en las obras aquí citadas, pues la verdad es que el anhelo por otras vidas condiciona nuestra propio entendimiento de la realidad. Algo parecido escribió Mario Vargas Llosa en su cita quincenal en el periódico El País acerca del pragmatismo literario, del que la autora reniega, en parte: «La literatura no documenta la realidad, la transforma y adultera para completarla, añadiéndole aquello que, en la vida vivida, sólo se experimenta gracias al sueño, los deseos y a la fantasía».
Sueños y fantasía es lo que encontramos en la ficcionalización de la vida de Gregorio Olías, ese personaje caótico y algo deprimente de Juegos de la edad tardía, de Luis Landero. No hay maldad en su intento de evasión, ni siquiera considero que su desinterés por quienes le rodean (en especial su mujer, Angelina) sea cuestionable, pero es cierto que la frustración que le invade es la responsable de la creación de ese otro «yo», el gran Faroni, que vive incontables aventuras como escritor de éxito anclado a la silla de su despacho. Del estilo pulido y acompasado de Luis Landero, destaca esta cita ya en las últimas páginas de la novela, que aquí incluyo más por deleite que otra cosa: «Los hechos menudos no dejan huella, ni sirven luego para nada. Al contrario, caen al olvido, descarnan el pasado y finalmente convierten en ceniza la vida».
A Enric Marco y a Gregorío Olías les pasó un poco como, salvando todas las distancias existentes, a Alonso Quijano, que de pronto dejó de ser él mismo para pasar a ser Don Quijote, en ese arrebato de locura no tan loca que escribió Cervantes, nuestra máximo orgullo literario aunque algunos todavía no lo sepan.
De impostores y de imposturas podríamos escribir largamente, al igual que hace Ignatus J. Reilly en sus diarios cada noche, renegando de la sociedad en la que vive y deseando, también, ser otra persona. O al menos así entiendo yo el planteamiento de John Kennedy Toole en su obra La conjura de los necios, un descarnado y satírico relato de nuestra vida en sociedad.
Mientras leía a Cercas y a Carrère imaginaba un hipotético encuentro entre ellos, en cualquier café de Barcelona o de París, desterrado de turistas. Imaginaba que conversaban sobre las dudas que ambos atesoraron al principio y durante el proceso de escritura de sus libros, y coincidía con ellos al aceptar que la realidad les había superado. Juntos compararían las vidas de Jean-Claude Romand y de Enric Marco, y seguirían asombrándose de que una única persona pueda ser el reflejo irreconocible de todos nosotros. Cuánta vida le quedan a estos impostores.
Bibliografía
CERCAS, Javier. 2016. El impostor. Barcelona: Debolsillo Penguin Random House, 2014.
CARRÈRE, Emmanuel. 2014. L’adversaire. Barcelone: P.O.L. Éditeur, 2000.
KENNEDY TOOLE, John. 1992. La conjura de los necios. Barcelona: Anagrama, 1982.
LANDERO, Luis. 2001. Juegos de la edad tardía. Tusquets Editores, 1989.
por Álvaro González García | Oct 20, 2016 | Artículos, Libros, Literatura, ReCiencia |
“Dije al almendro: «Hermano, háblame de Dios».
Y el almendro floreció.”
-Nikos Kazantzakis*, en “Informe al greco”.
El controvertido autor heleno de la afamada novela Zorbas el griego (adaptada al cine por Michael Cacoyannis en 1964) transmite su experiencia existencial-espiritual en su testamento literario, Informe al Greco. Veterano de vivir, embarrado de emociones y sucio de realidades, este soldado nos deja en su autobiografía más de una lección que el hombre de ciencias, lamentablemente muchas veces alejado de la estética, debería apreciar. (más…)
por Javier Santana | Sep 26, 2016 | Artículos, Libros, Literatura, RESONANDO |
Mark Hansen, en su libro Embodying Technesis. Technology Beyond Writing (2000, Univ. of Michigan Press) hace nada menos que 16 años, nos apuntaba ya la carencia de la que aquejaba la filosofía y teoría crítica del siglo XX en lo que respecta a la consideración de la tecnología. El libro ha sido una obra de referencia en esa rama de las ciencias cognitivas que estudia la llamada «cognición corporalizada» (embodied cognition). Curiosamente, a partir de un planteamiento enfocado en la materialidad del cuerpo como base del conocimiento, Hansen aduce que es algo tan aparentemente poco corporal (en el sentido de orgánico o «vivo») como la tecnología lo que nos aporta la clave de bóveda para un análisis consecuente de la experiencia humana. (más…)
por Carles Samper Seró | Sep 12, 2016 | Críticas, Libros, Literatura |
Todos sabemos cuán injusto el mundo puede llegar a ser. Ya sea a través de experiencias personales, o mediante grandes sucesos que sitúan en jaque nuestro anhelo de justicia en la vida. Algo parecido sucede con La guerra de las salamandras, libro escrito por Karel Čapek en el periodo de entre guerras.
Este escritor coetáneo de Kafka está lleno de talento, pero su trascendencia a nivel internacional ha sido más bien escasa. Sólo algunas pequeñas editoriales de ciencia ficción han publicado sus libros.Hay que agradecer a la editorial Males Herbes su reedición. También existen varias ediciones en español para aquellos lectores que no entiendan el catalán.
Leer La guerra de las salamandras sirve para reconocer el talento de Čapek y escribir sobre el libro es una pequeña contribución para dar a conocer su obra. Y para ello, sobran los motivos. Muy pocas veces se vé uno impulsado a la reflexión política sobre el mundo actual a causa de un libro. La guerra de las salamandras es un libro cuyas reflexiones son atemporales, al menos mientras el capitalismo siga existiendo en nuestra sociedad (y un cambio de sistema no parece vislumbrarse en un futuro cercano).
Čapek hace gala de un gran dominio del lenguaje escrito y el humor con el objetivo de desvelar las miserias de una humanidad sumergida en una carrera suicida pilotada por unas instituciones con el único objetivo de acelerar, incluso cuando se encuentran frente al precipicio.
Decía Bacon que el tirano ambicioso hace como el mono, “cuanto más alto trepa, más muestra el culo”. El autor de la novela que nos ocupa usa la ciencia ficción para hacer trepar muy alto la sociedad contemporánea y sus debilidades. Nos enseña el trasero de ésta y, para evitar que lo perdamos de vista al subir muy alto, se encarga de hacerlo brillar con una suave y delicada pincelada de humor.
El libro empieza cómo una novela de aventuras al uso, con un capitán que navega por el Pacífico buscando perlas, hasta que descubre una raza de salamandras con la capacidad de aprender a usar herramientas e, incluso, hablar. Su idealismo le empuja a ayudar esta raza de salamandras a defenderse de los tiburones que las devoran; hasta que habla de ello con un gran empresario checo.
A partir de ese momento empiezan a moverse los engranajes demoledores de la novela. Empezando por la explotación laboral existente exponiendo el alto grado de deshumanización de las “nuevas” técnicas de organización laboral; Čapek nos lleva de la mano a través de una ciencia cada vez más obsesionada en descubrir los pequeños recovecos de su torre de marfil, olvidando las ventanas y el mundo que se ve a través de ellas, hasta una política internacional dónde lo importante es ser el mejor. Sin tener en cuenta el coste.
Periodismo, elites económicas, idiomas y educación son otros de los temas tratados por el libro. Y en ellos vemos reflejados muchos vicios de nuestra sociedad actual. Y reímos. Al final todo se trata de una gran broma cósmica. Nos estamos acercando al precipicio, sí. Pero siempre nos quedará reírnos de ello. Así, cuando el final llegue, podremos torcer el gesto y dedicar una última sonrisa junto con un comentario. Algo parecido a “lo vimos venir, pero preferimos dejarnos llevar por el frenesí. Y hasta aquí hemos llegado. Disfrutando.”