por Marian Patilla Racelis | Oct 7, 2016 | Críticas, Recomendaciones, Teatro |
El Pavón Teatro Kamikaze, dirigido por Miguel del Arco, Israel Elejalde, Aitor Tejada y Jordi Buxó presenta actualmente, entre otras propuestas interesantes, Idiota, de Jordi Casanovas, dirigido por Israel Elejalde.
La estética, sobria, simétrica y aséptica anticipa la atmósfera que los intérpretes, Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert, van a generar. En la sala hay un proyector que se enciende al inicio de la obra para presentarnos los créditos con unas ilustraciones de Lisa Cuomo en movimiento y la mítica frase de Einstein sobre la estupidez humana. Dicho proyector se apaga con la entrada de los actores y el inicio de la escena. He de reconocer que el recurso del proyector es bastante acertado ya que lo utilizan regularmente durante el transcurso de la obra de manera coherente con la historia. Las ilustraciones sin embargo, no vuelven a aparecer ni tienen mayor relevancia con el desarrollo de la obra.
Personalmente, no me gusta documentarme demasiado antes de ver un espectáculo, me atrae la idea de llegar virgen a la sala, ver y analizar por mi cuenta (aunque esto es subjetivo, ya que mi atención siempre estará ligada a lo que el director o directora haya decidido focalizar), y a la salida leer la información y comprobar si concuerda o no con lo que me han transmitido. En este caso, la obra me remite directamente al experimento de Milgram, a lo macabro de Funny Games de Haneke, y la violencia y estética de la serie Utopía de Dennis Kelly (bolsa amarilla incluída, ejem, ejem.).
La iluminación y el ambiente sonoro son espectaculares, concretamente nos transportan al mundo de los concursos televisivos tipo “The Weakest Link”, “Who Wants to Be A Millionaire?”, etc. La trama toca un poco la parte social con el tema de la crisis, los créditos, los desahucios y el conflicto de culpabilizar a los deudores en lugar de a las entidades que concedieron préstamos sabiendo que sus clientes no podrían asumir los costes establecidos.
Y dejando a un lado algunos clichés en los que recaen los personajes, la interpretación de Gonzalo de Castro me ha parecido admirable, aportando matices muy interesantes y transitando los cambios de registro e intensidad con mucha fluidez. Elisabet Gelabert tiene una presencia magnífica, pero la contención de su personaje en contraste con el de de Castro puede generar la impresión de una descompensación en la intensidad, lo que provoca que quede en un segundo plano. Además, hay una sexualización del personaje de la psicóloga que considero innecesario y aflora mi parte feminista más reivindicativa, pero tranquilos, no me voy a explayar en ello ahora.
En general, Idiota es una obra muy complaciente con el público, es entretenida, tiene un formato muy cinematográfico y juega con ofrecer a los espectadores la oportunidad de sentirse inteligentes. Hay violencia, sí, pero como ocurre en los cuentos infantiles, puedes incluir todas las desgracias que quieras, a condición de dejar un final agradable.
Marian Patilla
por Marina Hervás Muñoz | Oct 5, 2016 | Música, Recomendaciones |
El Festival de Música Polonesa a Catalunya, vuelve tres año después con una muestra de la música clásica polaca en relación a compositores internacionales. Se celebrará del 15 al 23 de octubre. Se trata de una ocasión única para escuchar música que se mantiene silenciada para los oídos de este lado de Europa, como la que compuso Karol Szymanowski. Su música, aún por explorar, junta lo mejor del lenguaje de Bartok, de Schönberg y de Stravinsky (Algo que reluce especialmente en su Concierto de violín N. 1) y, en lugar de sonar a pastiche, adquiere un color fantasmagórico delicisoso. Es una alternativa a la música alejada de lo ya escuchado hasta la saciedad en las salas de concierto, nos cuenta de otras lenguas, de otras formas de expresión musical, de porqué la musicología se ha centrado ideológicamente en el resultado sonoro de sólo algunos lugares del mundo.
El festival se abrirá con un concierto que estaremos cubriendo desde Cultural Resuena en el Palau de la música catalana El programa incluye las Canciones de una princesa de cuento de hadas op. 31 de Karol Szymanowski, con la participación de la gran soprano polaca Iwona Sobotka, las Tres piezas en estilo antiguo de Henryk Mikołaj Górecki (otro compositor aún no suficientemente escuchado en el ámbito público) y la Sinfonía núm. 4 de Gustav Mahler. El domingo 16 de octubre, la sala para conciertos de cámara del Palau acogerá al Apollon Musagète Quartett, ganador del primer premio en el Concurso Internacional ARD de Munich, que interpretará cuartetos de cuerda de Haydn, Grieg y Szymanowski.
Como en la anterior edición, la música polaca etará presente también en otras ciudades de Cataluña. El día 22 de octubre en el Teatre de Amer, Luis Grané mostrará su alabado virtuosismo con Frederic Chopin. El domingo 23 de octubre, y como cierre del festival tendrá lugar una velada de música de cámara en l’Atlàntida, Centro de Artes Escénicas de Vic. El concierto estará liderado por el violinista Bartek Nizioł e incluirá el Quinteto para piano de Juliusz Zarębski, considerada la obra más representativa de la música de cámara romántica polaca.
Organizado por la asociación IDEA Gestión Cultural con la participación de la fundación Ogrody Muzyczne de Varsovia, el Festival de Música Polonesa está patrocinado por el Ministerio de Cultura y Patrimonio Nacional de la República de Polonia y cuenta con el apoyo de la Embajada de la República de Polonia en Madrid y del Consulado General de la República de Polonia en Barcelona. Desde aquí le sugerimos, aunque entendemos el riesgo, a que en futuras ediciones todo sea música polaca: para ayudarnos a abrir los oídos y para mostrar cuan equivocados estamos al enfocar nuestro interés sólo a un conjunto muy reducido de compositores.
por Pablo Mato Cano | Sep 27, 2016 | Críticas, Recomendaciones, Teatro |
El teatro nos convoca a menudo a pensar, sentir, emocionarnos, temblar y madurar en común. Los que disfrutamos de este arte tenemos entonces una responsabilidad en tanto que participantes del hecho teatral, debemos reflexionar y hacernos cargo de nuestra disposición ante la creación colectiva de ese arte único, esencialmente efímero, provocador y superviviente. Varias preguntas me asolaron en los momentos previos a asistir al montaje de Incendios de Wajdi Mouawad en el teatro La Abadía. En primer lugar por un artículo anterior en el que la recomendaba a mi(s) desorientado(s) lector(es) sin haberla visto previamente, confiando por un lado en la potencia de un texto que ya había visto representado anteriormente con la emoción en el cuello, y por otro en las expectativas que creaba el cartel de dicho montaje, dirigido por Mario Gas e interpretado por actores de la talla de Nuria Espert y Ramón Barea. Razones suficientes, me dije, para recomendar la obra. Y así lo hice. Esto me lleva a la primera reflexión como espectador teatral, en torno a la importancia de la gestión de las expectativas, tan importante en el teatro como en la vida, pues una representación embelesa no solo por sí misma sino en relación a las esperanzas que el espectador ha puesto en ella. Además llevaba conmigo a tres acompañantes que no tienen tan arraigada la costumbre de asistir a este tipo de eventos. Me la estaba jugando. Mi credibilidad estaba en riesgo. De tal manera que debía gestionar mis expectativas y las expectativas que había creado, como un pregonero exaltado, a mi alrededor. Es conveniente, por lo general, asistir al teatro o a cualquier evento artístico, limpio, receptivo, con la disposición pura de permitirse la emoción, el arrebato, la sacudida provocada por la palabra o por el gesto, sin luchar, sin construir muros. Conviene por tanto dejar de lado las expectativas y dejarse llevar por el espectáculo. Pero esto es fácil de decir y muy difícil de hacer.
Por otro lado, como ya he dicho, tuve la ocasión de acudir a un montaje de Incendis en Barcelona, con Clara Segura (una actriz extraordinaria, emocionante como pocas, tristemente poco conocida fuera del circuito catalán) y otros tres actores que debían ponerse en la piel de los más de diez personajes de la obra, en un esfuerzo transformista que me deslumbró hasta el estremecimiento. Si, como digo, las expectativas eran altas con el montaje de la Abadía, el miedo a que el espectáculo me defraudara en comparación con la referencia anterior superaba los límites de mi escasa sensatez. Me preguntaba entonces, ¿es razonable entender esta ocasión como una relectura? es decir, ¿me puedo enfrentar a este nuevo montaje de la obra como me enfrento a la relectura de un libro?¿o por el contrario debo considerar cada evento como un hecho único, singular, irrepetible y huir de las odiosas comparaciones? Porque cuando uno lee un libro amado por segunda o tercera ocasión el texto no ha cambiado, el que ha cambiado he sido yo, por tanto, cualquier matiz nuevo, cualquier decepción o cualquier nuevo regocijo se circunscribe exclusivamente a la modificación de mi mirada y mi sensibilidad. Sin embargo en este caso debía tratar de distinguir aquello que se había modificado en el montaje y aquello que correspondía a mi adquirida madurez.
Lo cierto es que una vez me senté en la butaca poco importaron estas reflexiones que me tenían obsesionado a priori, porque desde la primera escena me encontré absolutamente imbuido y fascinado por lo que estaba viviendo en el escenario. La tragedia de un país (que podrían ser muchos) asolado por la miseria, los conflictos entre familias, etnias, el miedo al otro, la tristeza heredada de padres a hijos y el silencio también heredado, se desarrollaba ante mis ojos sin que pudiera controlar el erizamiento de mi piel. El texto nos enfrenta a nuestra humanidad, a la violencia visceral, el rencor, al instinto reptiliano de la venganza, para increparnos sobre el origen de la violencia y el círculo vicioso que genera, del que solo podemos escapar a través o a partir de lo mejor de nuestra humanidad: la palabra, la música, las matemáticas y la búsqueda incesante de la verdad reparadora. Los incendios de la obra son las catarsis de los personajes, el viaje a la infancia (“la infancia es un cuchillo clavado en la garganta”) es el incendio íntimo en busca de la verdad, es el renacer del fénix, la palabra veraz que deviene en silencio elocuente.
Como era de esperar, no defraudaron ni la dirección de Mario Gas ni el elenco. La obra se desarrolla con un ritmo intenso con un buen equilibrio entre los momentos trágicos y otros más distendidos, con dosis de comedia, vertebrados alrededor del personaje del notario, extraordinariamente interpretado por Ramón Barea. Inolvidable resulta también la interpretación de Nuria Espert, que deslumbra desmenuzando las palabras, paladeándolas, para que cuelguen sobre el anfiteatro desde el principio de la obra hasta su resolución: un auténtico lujo. El resto de actores, acaso menos experimentados, necesitan, a mi modo de ver, algo más de rodaje para limar impurezas (especialmente Edu Soto en los momentos de mayor dramatismo, aunque se luce con la interpretación del grotesco francotirador), pero su trabajo es digno de alabanza dada la complejidad del texto y del propio montaje. Merece también una mención especial la escenografía diseñada por Carl Fillion y Anna Tusell, protagonizada por un alto muro que nos remite a tragedias reales de hoy, resulta versátil, elocuente y adecuada para situar las distintas escenas de la obra.
Por desgracia para los que esperan hasta el último momento para conseguir entradas, ya se han agotado en el Teatro La Abadía; espero sin embargo que el despistado lector, si lo hubiere, esté atento a la gira y no dude en asistir a la primera oportunidad. Merece la pena. Pocas veces puedes asistir en el teatro a la exaltación unánime del público, a la certeza de que todos los que te rodean comparten un estremecimiento contagioso, una contención eléctrica y ensimismada, y una admiración sin fisuras hacia los cuerpos y las voces que se transforman en el escenario. Eso es lo que se vivió en aquella función. ¡Qué placer inmenso el de ver una sala repleta poniéndose en pie para aplaudir semejante experiencia! Porque una sala en pie no es solo un reconocimiento para los artífices de la obra concreta, sino que certifica, celebrándola, la capacidad transformadora del teatro, su potencia catártica, su verdad emocionada.
por Noè Pasies Baca | Ago 22, 2016 | Música, Recomendaciones |
Este verano en Cultural Resuena os invitamos a la primera edición de un evento imaginario que tendrá lugar en ninguna parte: un festival que no se rige por las leyes del tiempo ni del espacio y que reunirá a grandes glorias y a injustos olvidados del pop y el rock en sendos escenarios (el mastodóntico Escenario Anís del Tigre y el más modesto Escenario Aceitunas Liaño). Cada semana desvelamos dos grupos de este cartel imposible y os invitamos a escuchar la lista con las canciones de su improbable concierto.
SÉPTIMA Y ÚLTIMA SEMANA (porque todo lo bueno acaba…)
ESCENARIO ANÍS DEL TIGRE
Andrés Calamaro en 1999
Andrés Calamaro no necesita presentación en el mundo hispanohablante. Con cuatro acordes, la voz arenosa y una cuidada selección de lugares comunes, el argentino es capaz de escribir himnos generacionales a razón de cincuenta pistas por disco. Por aquí lo empezamos a conocer gracias a Los Rodríguez, el grupo que montó junto a Ariel Rot a principios de los noventa. Luego vendrían los dos discos en solitario más celebrados de su carrera: Alta suciedad (1994) y Honestidad brutal (1999). A finales de esa década, Calamaro se encontraba en una de sus etapas más prolíficas y excesivas, a punto de sacar su mastodóntico álbum El salmón (2000) y haciendo de telonero de Bob Dylan en su gira española. El público perdería la cabeza y la voz en el concierto de clausura del festival con temas tan míticos como Mucho mejor, Flaca o Cuando te conocí.
ESCENARIO ACEITUNAS LIAÑO
Neutral Milk Hotel en 1998
Hay grupos extraños, hay grupos muy extraños y luego está Neutral Milk Hotel. Este inclasificable proyecto musical del desconocido Jeff Mangum es algo así como la Velvet Underground de los noventa: nadie los escuchó en su momento, pero fueron terriblemente influyentes para muchos grupos posteriores. Las letras de Neutral Milk Hotel son puro surrealismo con toques de escatología e incesto y en el apartado sonoro el grupo es tan lo-fi que casi puedes escuchar el cromo de la cinta. Sólo publicaron dos álbumes: On Avery Island (1994) e In The Aeroplane Over The Sea (1998), pero ese puñado de canciones les bastó para encumbrarlos en la categoría de grupo de culto; sin duda, una de las joyas ocultas del rock alternativo de los noventa.
por Noè Pasies Baca | Ago 12, 2016 | Música, Recomendaciones |
Este verano en Cultural Resuena os invitamos a la primera edición de un evento imaginario que tendrá lugar en ninguna parte: un festival que no se rige por las leyes del tiempo ni del espacio y que reunirá a grandes glorias y a injustos olvidados del pop y el rock en sendos escenarios (el mastodóntico Escenario Anís del Tigre y el más modesto Escenario Aceitunas Liaño). Cada semana desvelamos dos grupos de este cartel imposible y os invitamos a escuchar la lista con las canciones de su improbable concierto.
SEXTA SEMANA:
ESCENARIO ANÍS DEL TIGRE
Pixies en 1989
Herederos del punk y antecesores del grunge, los Pixies fueron uno de los grupos más influyentes del panorama alternativo de finales de los ochenta. En 1989 sacaban Doolittle, su universalmente aclamado segundo LP (el tercero si contamos las ocho pistas de Come On Pilgrim) y alcanzaban la fama mundial. Los Pixies pasarán a la historia como un grupo visceral y directo, capaz de convertir los gritos y los guitarreos desafinados en un complejo arte que pocos han sabido imitar con éxito desde entonces, ni tan sólo ellos mismos tras su descafeinado retorno a los escenarios. A destacar las letras y las voces de Black Francis y Kim Deal, puras alucinaciones regadas en drogas y alcohol que harán vibrar el Escenario Anís del Tigre.
ESCENARIO ACEITUNAS LIAÑO
Metronomy en 2011
La voz de Joseph Mount, vocalista y cerebro intelectual de Metronomy, tiene un registro y unos matices casi idénticos a la de Black Francis, si bien el estilo musical de este grupo de Devon se encuentra mucho más cerca del electro que del postpunk con matices surferos de los Pixies. Poco conocidos por estos lares, Metronomy se forjaron un nombre en los festivales de verano europeos a principios de esta década, con tres grandes discos repletos de melodías difíciles pero muy interesantes. Por desgracia, el grupo (es decir, Mount) ha bajado bastante el listón en sus dos últimos álbumes y ni siquiera ha salido de gira para publicitar el más reciente. Esto no debería preocupar a nuestros asistentes, ya que la banda llegaría procedente de 2011, con una set list compuesta en exclusiva por muchos de sus mejores temas.
por Noè Pasies Baca | Ago 6, 2016 | Música, Recomendaciones |
Este verano en Cultural Resuena os invitamos a la primera edición de un evento imaginario que tendrá lugar en ninguna parte: un festival que no se rige por las leyes del tiempo ni del espacio y que reunirá a grandes glorias y a injustos olvidados del pop y el rock en sendos escenarios (el mastodóntico Escenario Anís del Tigre y el más modesto Escenario Aceitunas Liaño). Cada semana desvelamos dos grupos de este cartel imposible y os invitamos a escuchar la lista con las canciones de su improbable concierto.
QUINTA SEMANA:
ESCENARIO ANÍS DEL TIGRE
Jefferson Airplane en 1969
Jefferson Airplane es uno de los grupos más representativos del rock psicodélico de finales de los años sesenta y sus canciones aparecen en la banda sonora de infinidad de películas de Hollywood ambientadas en esa época de viajes lisérgicos y melenas. La organización del Festival Imposible tendría el cuidado de irlos a buscar recién saliditos de Woodstock, con la imponente voz de contralto de Grace Slick (que se unió al grupo a partir del segundo disco) y antes de un cambio de nombre y componentes que llevaría a la banda a las catacumbas de la música ligera y al lamentable especial de navidad de Star Wars. De su setlist destacarían las dos canciones más conocidas de Jefferson Airplane: White Rabbit y Somebody to Love (dos temas que Slick en realidad había compuesto para su grupo anterior, del que nadie se acuerda).
ESCENARIO ACEITUNAS LIAÑO
Timber Timbre en 2016
Precisamente si el mal viaje que transmite White Rabbit se convirtiera en el punto de referencia para toda una forma de hacer música, el resultado sería algo muy parecido a Timber Timbre. Tildar de ‘oscuro’ o ‘atmosférico’ a este grupo canadiense es quedarse corto: su música es un inquietante recorrido por paisajes crepusculares, con acordes de piano tocados de puntillas y duras resacas de guitarra. Preside las melodías la voz del cantante y líder de la banda, Taylor Kirk, cuya textura a ratos recuerda a Nick Cave de bajona (que ya es decir) y a otros al Jarvis Cocker de los mejores discos de Pulp. Es cierto que Kirk llega a sonar con demasiada reverberación y que el grupo no ha inventado la sopa de ajo con su rock oscuro, pero eso no impide que Timber Timbre sea una banda muy reivindicable y un gran complemento a la psicodelia de Jefferson Airplane.