Lo flamenco amanece en París (II): Andrés Marín y Pedro Barragán

Lo flamenco amanece en París (II): Andrés Marín y Pedro Barragán

… como decíamos, al amanecer también se da el despertar. Pero no me refiero únicamente a ese lento y a veces costoso y farragoso abrir de ojos, a ese abandono del sueño, necesario para entregarnos de manera más o menos deseablemente apasionada a un nuevo día. Hablo también de la agencia propia del despertar, es decir, de su capacidad para traer a la memoria algo ya olvidado y provocar ese fogonazo repentino que nos estremece y que convoca quizás un episodio arrinconado en aquel cajón cerrado de nuestro recuerdo. Lo fantasmagórico, lo sombrío y lo oscuro pueden darse entonces junto con una insólita familiaridad.

Andrés Marín y Pedro Barragán nos dan la oportunidad de amanecer con ellos y despertar a la figura de Vicente Escudero, presente de múltiples maneras en Recto y solo, estreno absoluto con el que concluyó la Bienal de Flamenco del Chaillot. Teatro Nacional de la Danza de París, el pasado domingo 11 de enero.

Pues sí, Vicente Escudero recogió como bailaor y pensaor el impulso de Antonia Mercé la Argentina e hizo crecer en París entre 1922 y 1939 una raíz irremplazable e imprescindible para entender la flor más radical y experimental de lo flamenco -tan significativa como mayoritariamente ignorada-; y sí, Vicente Escudero protagoniza Recto y solo desde su propia voz que nos da la bienvenida por tanguillos hasta su cuerpo y su vocabulario gestual y sonoro que Andrés descifra, traduce y re-crea en su propio y muy personal devenir coreográfico. El fantasma -¿o quizás el duende?- de Escudero se nos entrega también a través de su palabra y sus dibujos -proyectados al fondo en dos momentos distintos- y de objetos aparentemente inanimados como la silla blanca inmaculada que centra el foco del escenario al inicio, el sombrero que culmina el anguloso cuerpo de Marín o la máquina-roomba con la que bailará más tarde por cantiñas; pero también se encuentra en la poderosa luz que sirve a Benito Jiménez para convocar espacios ausentes y sugerir lugares, huecos y volúmenes donde efectivamente no los hay. Porque la luz es aquí un territorio enigmático y cautivador en el que Marín se sitúa -muchas veces en penumbra- para desplegar un ejercicio de fuerza, ingenio creativo, riesgo e improvisación, siguiendo a rajatabla la máxima de Escudero: “aquel que baila sabiendo de antemano lo que va a hacer está más muerto que vivo”. Y esto también lo contemplamos en la guitarra de Pedro Barragán: su libertad es incondicional, lo modal armónico queda trascendido hacia la composición de un paisaje sonoro -en el que también tendrán lugar las “pelotitas americanas” de Raúl Cantizano– que envuelve e ilumina a Andrés y a su cante por malagueña y abandolao, por tientos o por seguiriyas. El bailaor cada vez canta más -desde que comenzara a hacerlo ante el público en Yo le canto a mi baile– y en cada ocasión impacta de manera siempre sorpresiva.

Y ambos arrancan el ole. Pero este ole no viene únicamente del tenso contraste entre contención y expansión, entre fragilidad y brío que se puede contemplar en una acción flamenca convencional; el ole de Andrés y Pedro proviene además de lo incómodo, de la incertidumbre en la que nos ubican y de la liberación física que supone seguir Recto y solo por cada uno de sus múltiples y a veces insondables recovecos. Desde una posición radical contra la repetición fordista de un vocabulario gestual preconcebido y familiar, canónico y clásico, Andrés busca el conflicto a través del agotamiento y la extenuación para crear un espacio vacío que nosotros debemos consumar.

La experiencia deviene así significativa: Andrés materializa en cuerpo y volumen, luz apolínea y penumbra dionisíaca el enunciado sonoro de Pedro y así observamos una escultura angulosa, barroca y valdelomariana en constante movimiento. 

Andrés y Pedro conversan en definitiva con un fantasma; yo lo hice a mi manera en 2016 cuando un alma del diálogo musical en París como era Frédéric Deval falleció pocos días después de responder a mi penúltimo mensaje. Con “Una entrevista telefónica la semana que viene, quizás?” dejó por abrir una posible conversación imaginaria y que sin embargo mantengo con sus libros, quizás ubicados entre las luces y sombras que observo en mi estantería cada vez que vuelvo a París.   

Berlinale 2024: «La Cocina», de Alonso Ruizpalacios (Sección Oficial)

Berlinale 2024: «La Cocina», de Alonso Ruizpalacios (Sección Oficial)

Nada nos advertía del caos que azotaría al espectador. Por un lado, la arriba visible foto promocional de La Cocina nos evoca un amor complejo con una carga poética. Por el otro, los primeros minutos de la película nos conducen por los entresijos de la inmigración ilegal en Estados Unidos con en un espléndido trabajo de contención y una lograda atmósfera de thriller. A partir de aquí, Ruizpalacios se encargará de dinamitar la película y entregar al gran público lo que más le gusta: el exceso.

Estela -interpretada notablemente por la debutante Anna Díaz – es una joven mexicana de diecinueve años recién llegada a Manhattan, en busca de trabajo en un turístico restaurante. Su enchufe – o vía de acceso- es el también mexicano Pedro, el chef de cocina, a quien da vida Raúl Briones. La atención se alternará entre ellos y Julia (Rooney Mara), una camarera estadounidense. Partiendo con estos personajes, el director Alonso Ruizpalacios inicia un paulatino in crescendo de frenetismo y caos reinante en la cocina, donde carreras y gritos se suceden para dar salida a una ingente cantidad de comida. Entre medias sucede la pérdida del dinero de una de las cajas, lo que aprovecha el dueño del restaurante para iniciar una investigación orientada a atemorizar a los trabajadores.

La Cocina tiene un fuerte componente de crítica social, dado que la mayoría de los empleados se advierten atrapados: son inmigrantes que se dejan la piel durante años con horarios interminables, esperando como recompensa a su esfuerzo una prometida regularización en el país. Esto y nada impide que la película sea tambien percibida como comedia, pues abunda (todo en la película es abundante) el humor.

Decía Ruizpalacios en rueda de prensa que se inspiró en dos fuentes: en una obra de teatro de los años 50 que transporta a la actualidad y en su propia experiencia de joven trabajando en una cocina. Y uno advierte la clara influencia teatral en la película, en tanto a las coreografías (una de ellas es un soberbio, complejo y larguísimo plano secuencia) y entrada y salida de personajes se refiere. En un momento determinado, un compañero de la prensa mencionó la masculinidad tóxica, preguntando al director y al actor principal acerca del comportamiento abiertamente machista que mantienen los hombres (en especial el jefe de cocina), a través no solo del lenguaje sino también mediante la violencia física. Y otro dato que no es menor es el silencio que guardan muchas camareras cuando reciben comentarios fuera de sitio. Pero todo parece impregnado por un tono de humor. El realizador mexicano se remitió a la inexistencia del término “masculinidad tóxica” en los años 50 y a su propia experiencia laboral, aludiendo que en una cocina los códigos de conducta no existen como en el mundo exterior, sino que todo se rige por un estricto sistema de jerarquías y castas que nunca se cruza.

El otro aludido, Raúl Briones, nos ofreció una de las mejores respuestas del festival: “Mi personaje en esta película fue el gran tema para mí. Soy una persona no binaria y el rodaje llegó a mitad de mi transición. Pese a mi rostro hermoso, siempre he tenido papeles de hombres duros, fuertes, malvados, asesinos, etc. y entonces me dí cuenta de que era por la energía que proyectaba. Pedro es un hombre autodestructivo que siente que debe defenderse con violencia y se sacrifica para reconstruirse en base a unas premisas asociadas a la masculinidad: ser un líder, el que controla los fogones y tener una presencia física imponente. Cuando terminó el rodaje y llegué a casa destrozado (incluyendo un dedo roto y la espalda desecha) me preguntaba sobre el precio que pagó Pedro por “ser un hombre” y llegué a una conclusión: algo tiene que cambiar en la construcción de la masculinidad y sus premisas, de lo contrario nos convertiremos en nuestros propios enemigos.”

Entre un embarazo por aquí, otros insultos por allá y la investigación en curso sobre el dinero robado, la película se toma licencias poéticas y existencialistas, como cuando llega la hora de la pausa del trabajo. Toca hablar de los sueños y la película lo hace buscando el cielo de Nueva York, con panelados lentos sobre los inmigrantes que tratan de evocar lo trascendente y lo lírico, coronados por una perorata lacrimógena de uno de los cocineros y contra rematado con un chiste fácil. Hay un despliegue interminable de elementos del cine más comercial (incluyendo giros de guion, el abrazo del cliché y una relación de desamor) que alternan escenas supuestamente elevadas. A la pregunta de la decisión de usar el blanco y negro la respuesta del director era clara: la cocina es un mundo donde parece que el tiempo no existe. Traducido, buscaba la poética de lo atemporal y epatar al espectador.

Tras la escatología descontrolada y la supuesta Frankenstein feminista llega el caos culinario coreografiado: en su primera coproducción con Estados Unidos, Ruizpalacios da el salto hacia el camino del exceso. La Cocina aprieta teclas similares a Triangle of Sadness de Ostlund y Poor Things de Lanthimos, teclas que parecen ser sinónimo de éxito. Además del exceso, coinciden los tres en la exposición de personajes muy estereotipados hasta el límite que los acerque a una realidad cómica. La Cocina es una película destinada (y diseñada) a triunfar tanto en salas de cine como en la plataforma que apueste por ella (muy probablemente Netflix). Y de seguro a recoger premios en festivales incluyendo el de Berlín, pues Ruizpalacios salió de aquí con algún premio en sus tres obras anteriores. Con su cuarto largometraje, el director avanza a la casilla de salida de Hollywood, entregado a un cine espectáculo al igual que Ostlund y Lanthimos, quienes ganaron uno en Cannes y el otro en Venecia el premio a mejor película. De conseguir el mexicano correr la misma suerte en la Berlinale, significaría que el último bastión del llamado Big Three también cayó: el cine del exceso y el éxito programado venció finalmente a otro más audaz y desafiante, ese otro que históricamente se ha alzado con el Oso de Oro en la capital alemana.

Previa de la Berlinale 2024: el cierre de un gran ciclo

Previa de la Berlinale 2024: el cierre de un gran ciclo

INTRODUCCIÓN

Pepe, el hipopótamo de Pablo Escobar, narrando su existencia como fantasma tras ser asesinado en la selva de Colombia (Pepe), el viaje de autodescubrimiento por el Himalaya de una embarazada nepalí polígama (Shambhala), una novia que abandona Costa de Marfil el día de su boda y empieza una nueva vida en China (Black Tea), un psychothriller sobre un actor neoyorkino que se somete a una operación quirúrgica para lograr el papel de sus sueños (A different Man) y una comedia francesa de ciencia ficción con elementos de Juego de Tronos y Star Wars, donde el nacimiento de una bestia desencadena una batalla (L´Empire).

Se viene la Berlinale. Tan diversa como siempre. O más que nunca. Entre el 15 y el 25 de febrero tendrá lugar el Festival Internacional de Cine de Berlín, el evento de cine más grande del mundo. Las sinopsis de las películas mencionadas corresponden a los siguientes directores: Nelson Carlos De Los Santos Arias, Min Bahadur Bham, Abderrahmane Sissako, Aaron Schimberg y Bruno Dumont. Son cinco de las veinte películas que se estrenarán en una Sección Oficial que comprende múltiples países, formas y temáticas, un reflejo del variopinto cine de autor contemporáneo y una ventana al mundo que va más allá del amar y del sufrir.

Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no hay que amar. Pero entonces se sufre por no amar. Por lo tanto, amar es sufrir; no amar es sufrir; sufrir es sufrir. Ser feliz es amar. Ser feliz, pues, es sufrir, pero sufrir hace infeliz. Por lo tanto, para ser feliz hay que amar o amar para sufrir o sufrir por demasiada felicidad.

La cita es de Love and Death (La última noche de Boris Grushenko) dirigida por Woody Allen en 1975. Coup de Chance es la última película del enjuto genio de Nueva York y se estrenó el año pasado en el Festival de Venecia.

Cillian Murphy en Small Things like these © Shane O’Connor

El título inaugural de esta Berlinale lo protagoniza Cillian Murphy y la produce Ben Affleck y Matt Damon, cuya presencia se espera en el estreno. En Small Things Like These el actor de Oppenheimer y Peaky Blinders encarna a un padre de familia irlandés que se enfrenta a su pasado y al silencio de una ciudad controlada por la Iglesia católica. La cinta está realizada por Tim Mielants, el director de Chernobyl.

Pero el nombre de Cillian Murphy parece no ser tan grande como el de Woody Allen. Martin Scorsese recibirá en el Berlinale Palast el jueves día 20 el Oso de Oro Honorífico por toda su carrera, seguida de una proyección de The Departed (Infiltrados). Pero la última película de la octogenaria leyenda de Hollywood, Los Asesinos de La Luna, no se presentó en Berlín, sino en Cannes. Quien sí presenta en la Berlinale su última producción es el francés Olivier Assayas con Hors du Temps, una tragicomedia sobre dos hermanos que se refugian en casa de sus padres con sus respectivas parejas durante la pandemia del COVID-19.

Aunque Assayas no es David Fincher, quien presentó The Killer en Venecia. Uno de los estrenos más esperados del festival es La Cocina, dirigida por Alonso Ruizpalacios y protagonizada por Rooney Mara. El mexicano ha estrenado en Berlín todos sus largometrajes: Güeros (2014), Museo (2018) y Una Película de Policías (2021), resultando las tres premiadas, algo que ha generado expectación con La Cocina: rodada en blanco y negro en un restaurante de Manhattan, versa sobre la relación tormentosa entre un joven cocinero mexicano y una camarera americana, rodeados de turistas, inmigrantes ilegales y sueños truncados. No obstante, Ruizpalacios nunca fue nominado a un Oscar como Hirokazu Kore-eda, quién presento Monster en el pasado festival de Cannes.

1 A Different Man © Faces Off LLC / 2 Empire © Tessalit Productions / 3 Shambhala © Aditya Basnet / Shooney Films / 4 Black Tea © Olivier Marceny / Cinéfrance Studios / Archipel 35 / Dune Vision / 5 Pepe © Monte & Culebra

Esta edición marca el cierre de un ciclo que empezó en 2020 con la nueva dirección del festival: el dúo formado por el suizo Carlo Chatrian (director artístico) y la holandesa Mariette Rissenbeek (directora ejecutiva). Han elevado el nivel de una Berlinale venida a menos, remontado la variedad de la selección y mantenido el espíritu muy político del festival. Pero voces de peso del entretenimiento y otros ambitos en la ciudad critican año tras año un insuficiente número de estrellas y grandes nombres, comparado con los festivales de Cannes y Venecia. Es una larga, histórica y errónea comparación. A Berlín (como vemos) siempre acuden figuras célebres, pero prevalece el talento internacional por descubrir y una programación ecléctica. Por un lado las temáticas complejas: trastornos mentales, transexualidad infantil, crisis de la masculinidad o pena de muerte son algunos de los temas de películas recientes. Asimismo las comedias, romances o ciencia ficción han tenido igual presencia: el gran valor es la enorme diversidad. Lamentablemente 2024 será el último de Chatrian y Rissenbeek, pues el Ministerio de Cultura ya nombró una única persona para dirigir la Berlinale desde 2025: Tricia Tuttle, la estadounidense encargada del Festival de Cine de Londres. Welcome Hollywood.

NUDO

Ante de que eso suceda, ¡terror!.  En la Sección Oficial tambien encontramos Des Teufels Bad (El Baño del Diablo), que narra un capítulo real e inexplorado de las mujeres en Austria en el siglo XVIII. En este oscuro drama de terror psicológico, Agnes, una mujer muy religiosa e introvertida, presencia un terrible acto de violencia que le despertará de su letargo. La película está dirigida por el dúo austriaco Veronika Franz & Severin Fiala, culpables de la terrorífica Ich seh Ich seh (veo veo)

La otra sección competitiva del festival es Encounters, el gran acierto de Chatrian desde 2020, que alberga películas de cineastas independientes e innovadores, abriendo nuevas perspectivas con osadas narrativas.

1 Mãos no fogo © 2024 Ar de Filmes / 2 La Cocina © Juan Pablo Ramírez / Filmadora / 3 Des Teufels Bad © Ulrich Seidl Filmproduktion / Heimatfilm / 4 The Great Yawn of History © Amirhossein Shojaie / 5 Dostoevskij © Sky Studios Limited, Sky Italia S.r.l., Paco Cinematografica S.r.l. (2023) / 6 The Fable © Prspctvs Productions

Como ejemplo, estas tres películas. La iraní The Great Yawn of History (El gran bostezo de la historia) es el debut de Aliyar Rasti , anunciada como una parábola del paso de la búsqueda religiosa a un viaje filosófico. Durante un sueño, un hombre creyente encuentra un tesoro en una cueva; cuando despierta, la obsesión le hará recorrer Teherán, zonas desérticas y las más montañosas del país.

De la India viene The Fable (La Fábula): rodada en 16mm en el Himalaya, en la segunda película de Raam Reddy la tradición y la mitología envuelven unos misteriosos incendios y el uso de pesticidas en el campo. Un proyecto al que el director indio ha dedicado diez años. Y desde Portugal llega Mãos no fogo (Manos en el fuego) de Margarida Gil, veterana realizadora lusa e histórica colaboradora del fallecido João César Monteiro, el excéntrico y polémico cineasta. Maria do Mar estudia cine e investiga para un documental sobre las antiguas mansiones del río Duero, mientras disfruta de la belleza del paisaje. Al entrar en la última mansión de su lista, la aparente inocencia que ve tras su cámara esconde una casa de los horrores.

No contamos con cine español en la Sección Oficial, tras el éxito en los dos últimos años de Alcarrás y 20.000 Especies de Abejas, pero sí producciones españolas en otras secciones. A Forum, con un cine más independiente y de vanguardia, llega el debut de la canaria Macu Machín con La Hojarasca, un híbrido entre documental y ficción que narra con halos de misterio el reencuentro entre tres hermanas para resolver una herencia a la sombra del volcán de La Palma. Otro debut será The Human Hibernation de Anna Cornudella, un experimento meditativo en el que unas personas ponen fin a su hibernación y vuelven a sus vidas. Una película sobre el equilibrio entre la naturaleza vegetal, humana y animal de fuerte carácter existencialista.

En Panorama, sección de carácter inclusivo, político y queer, tenemos dos coproducciones españolas. Con Costa Rica en Memorias de un Cuerpo que arde, segundo largo de la costarricense Antonella Sudasassi y una oda audaz y original a la liberación sexual femenina en la tercera edad: Sol a sus 71 años encarna las vivencias de tres mujeres criadas en una época represiva. La segunda es con Alemania y será una de las revelaciones: Alle die du bist (Todo lo que eres) dirigida por Michael Fetter Nathansky, que creció entre Colonia y Madrid. La película es un drama romántico con realismo mágico donde Nadine, madre soltera de dos niñas, conoce a Paul en su nuevo trabajo y se enamora de él. Lo fascinante es que Paul se manifiesta cada día con una apariencia física distinta. Es una reflexión sobre nuestra percepción de la persona amada: ¿Qué formas tiene su calor, su resistencia, su ternura y que papel desempeña en nuestra vida?

1 Los tonos mayores © Gong Cine / 36 Caballos / 2 Alle die du bist © Contando Films, Studio Zentral, Network Movie / 3 The human hibernation © Clara Muck Dietrich / 4 La Hojarasca © El Viaje Films / 5 Memorias de un cuerpo que arde © Substance Films / 6 Reinas © Diego Romero

Y la sección Generación, con relatos protagonizados por niños y adolescentes, refleja sus anhelos y fantasías, realidades amargas e historias de crecimiento. La coproducción argentino-española Los Tonos Mayores, debut de la bonaerense Ingrid Pokropek, presenta a Ana de 14 años, quién lleva una placa metálica en el brazo debido a un accidente y empezará a recibir misteriosos mensajes en Morse. Y Reinas, una coproducción entre Suiza-España-Perú que nos transporta a Lima en 1992, una época turbulenta que obliga a una madre y sus dos hijas a mudarse a Estados Unidos. Será un reencuentro con su padre y exmarido.

Y para los amantes de las series y los asesinos en serie está Dostoevskij, la nueva creación de los hermanos gemelos Damiano & Fabio D’Innocenzo (Oso de Plata al mejor Guion en 2020 por la fantástica Favolacce). Producida por Sky Italia, la miniserie de seis capítulos nos sitúa en una ciudad sombría donde el inspector Enzo Vitello busca con obsesión al asesino en serie «Dostoevskij», quien deja cartas junto a sus víctimas. Seducido por las palabras del asesino e impulsado por sus propios demonios, Vitello inicia con él un intercambio de cartas. Estreno mundial en la sección Berlinale Special.

DESENLACE

1 Isabelle Huppert en A Traveller´s Needs © 2024 Jeonwonsa Film Co. / 2 Martin Scorsese © Brigitte Lacombe / 3 Lupita Nyong’o © Nick Barose 4/ Albert Serra © Oscar Orengo / 5 Hong- Sangsoo © Jeonwonsa Film Co. / 6 Christian Petzold © Schramm Film

Si el año pasado Kristen Stewart (32) hizo historia siendo la presidenta del jurado más joven en las siete décadas de la Berlinale, en esta edición lo hará la keniano-mexicana Lupita Nyong’o, al ser la primera persona negra en presidir el jurado del festival. La actriz oscarizada por 12 años de esclavitud estará acompañada por cineastas de la talla de Christian Petzold o, por supuesto, nuestro querido Albert Serra, autor de frases como «Mi película más convencional es más osada que todo el cine español» o «No es improbable que de aquí a 100 años se reconozca que yo soy más importante que Coppola, Spielberg y Scorsese para la historia del cine»

Y así, querido lector, no es improbable que sí ha llegado hasta el final sea para recibir la sorpresa de que Hong Sang-soo inevitablemente estrena otra película y competirá por el Oso de Oro en la Sección Oficial con A Traveler’s Needs (Las necesidades de un viajero), la miniatura número treinta del coreano. En palabras del critico de cine y director del festival de Nueva York Denis Lim “Hong Sang-soo va contra el sistema lanzando películas a discreción, contrariamente a lo aceptado para los directores de cine, que es calidad, y la calidad requiere de intervalos de mucho tiempo”. La sinopsis de la miniatura poco o nada importa, obviamente, y además sí la protagoniza Isabelle Huppert. El francófilo Rodrigo Moral ya advierte las poluciones nocturnas. Qué mejor manera de cerrar un gran ciclo.

Lo flamenco amanece en París (I): Rocío Molina y Yerai Cortés

Lo flamenco amanece en París (I): Rocío Molina y Yerai Cortés

El flamenco contemporáneo tiene en Rocío Molina y Yerai Cortés dos figuras indiscutibles.

[Ojú, esto no lo veo para empezar. Todo es discutible ¿no? Dale de nuevo]

El flamenco contemporáneo tiene en Rocío Molina y Yerai Cortés dos figuras indiscutibles.

En marzo de 2016 falleció Frédéric Deval. Nos dejó el alma del diálogo musical en París.

[A ver, Pedro, ijomío, esto aquí no funciona, ¿quién conoce a Frédéric Deval]

En marzo de 2016 falleció Frederic Deval. Nos dejó el alma del diálogo musical en París.

El pasado jueves 7 de febrero de 2024 amaneció en París a las 18 horas de la tarde.

[ahora sí, esto puede que tenga tirón, ole tú].

El pasado jueves 7 de febrero de 2024 amaneció en París a las 18 horas de la tarde. Cerca de la plaza Trocadéro, allí donde la Torre Eiffel alcanza una perspectiva casi irreal, justo en frente del restaurante Carette, donde sirven el mejor croque monsieur de la ciudad -Daniel Torres dixit- Rocío Molina y Yerai Cortés compartieron su amanecer -también conocido como Vuelta a uno– con el afortunado público que se dio cita en la sala Firmin Gémier del Teatro Nacional de la Danza Chaillot, en el marco de la Bienal de Arte Flamenco de París.

[Yo creo que funciona como salida, Pedro, tírale pa la primera letrilla].

Es difícil distinguir

que esto no es cosa cualquiera

la cuestión está difícil

pa’l que siempre lo exagera

Rocío Molina y Yerai Cortés describen el momento quizás más confuso, desordenado y apasionante del día: el amanecer, entendido no solo como ese momento en el que aparece la primera luz del sol y que abre la posibilidad de un tiempo renovado, sino también como esos segundos en los que convergen y se concentran el temor y la pasión, la nostalgia y la valentía, la pereza y el porvenir.

Rocío Molina y Yerai Cortés se desperezan, juegan, retozan, discuten, gritan a través de sus cuerpos y sus instrumentos y sobre todo bailan. Bailan mucho. Porque poco importa si oímos códigos del flamenco clásico como los que encarnan los tangos -seductores y juguetones al inicio-, las cantiñas -cómplices y sabrosas- el taranto -cavernoso y futurista- o la serrana -perenne y expansiva-. Eso es verdaderamente lo de menos, aunque parte del público los necesite para sentirse en un lugar reconocible. En este amanecer podemos recordar el ayer de una infancia que se perdió en algún lugar de la playa apenas esparcida por el suelo siguiendo un breve pero refulgente haz de sol o evocar la adolescencia divertida y socarrona con unos peta-zetas amplificados desde la boca de Rocío. La gestualidad de la bailaora es vigorosa y enérgica, exuberante y rebosante de recursos que se derraman por la escena, pero también resulta grotesca -goyesca- e insurgente, provocadora y siempre, absolutamente siempre, en diálogo íntimo y cómplice con Yerai, cuya guitarra despliega un espacio sonoro exquisito y elegante

[mae mía Pedro cómo te pasas con los sinónimos del wordreference]

, también tenso por momentos con la sola narrativa de una cuerda al aire, sobrao de compás -eso todos lo sabemos- y repleto de matices en los que también actúan el octavador, el loop y el reverse delay lanzados desde dos pedaleras.

En esos mínimos segundos del amanecer, también despertamos al deseo; Rocío y Yerai entrelazan sus cuerpos, se tienden en la escena y dos abanicos alados se convierten en pájaros del desvelo que buscan de algún modo cantar al amor. Vuelta a uno es todavía un canto al amor, pero no a un amor servicial o condescendiente sino exigente e inconformista. Lo cómodo o lo confortable no resulta atractivo ni da pie a ningún tipo de experiencia de vida.  

Y sin embargo, aún hay lugar en el amanecer para que aparezca la amargura por una ausencia irreversible. ¿Quién no ha despertado alguna vez sintiéndose absolutamente sola? De repente caemos de nuevo en una angustia abrumadora. Rocío se fragmenta y se rompe, distorsiona su figura y tensa su cuerpo y su rostro, su lengua azul anuncia el crujir de su garganta y lo que antes eran pájaros ahora son artefactos con los que percutir la estructura que ha sustentado la luz al fondo. Rocío gime y patalea. Zarandea la luz y se encabrita. Un grito final levanta al público. Como decía Rosa Chacel, al amanecer:

“un corazón se rompe más silenciosamente que un vaso de vidrio, no causa el estruendo con que se despide de la vida un objeto precioso: se va en silencio y deja silencio al desaparecer.”

EUFORIA: festival de cine trans y no binarie

EUFORIA: festival de cine trans y no binarie

La primera edición del festival de cine trans y no binarie: Euforia se inauguró el pasado 23 de noviembre, con motivo del día internacional de la memoria trans, teniendo otras dos sesiones los días 25 y 28 del mismo mes. Los beneficios de las entradas de la muestra se destinaron a la caja de resistencia Nit de Reinonis, una agrupación de peña trans que surgió del grupo de apoyo mutuo (GAM) de Valencia. El festival presentó cortometrajes de Ángel Morales, Carlos Torres, Rio Molinengo, Colectivo Tekiero, Cande Lázaro, Álbert García, Savel Alonso, Saya Solana, Víctor Díez y Aikkke Hernández. Asimismo, se proyectaron videoclips de Asier Elgars, Leña Dora, Gadyola y Vinaixa, y contó con la exposición de obras plásticas de Pablo Salse y Yun Ping.

Natalia y Angie sirviendo. Imagen de Celia Dosal.

Angie y Natalia se conocen en el contexto del cine. Comienza el movimiento. Con marcada emoción hacia un día de memoria, ambas deciden organizar un festival de cine trans y no binarie. A partir de esto, y a través de una intensa búsqueda en redes sociales y el apoyo de algunas organizaciones comprometidas con la causa, se desarrolla un proceso de selección interna de piezas audiovisuales creadas por personas que formasen parte de esta realidad y que abordasen el tema de la identidad, de la transición y del cuerpo. La composición de este festival -que en un principio pudo entenderse como evento o certamen, y que vio la necesidad de ampliar fechas en vista del interés general- ha pasado por un camino orgánico dada la respuesta de su comunidad más cercana. Angie afirma:

“Terminamos considerando Euforia como un festival después de visionar todas las propuestas y quedar destrozadas con el potencial que prestaba cada una de ellas”.

Esto no fue un encuentro casual, sino un lugar de resignificación. Entonces, Euforia -nombre que, de hecho, se inspira en el cuerpo textual del cortometraje de Aikkke Hernández- llevó a sus organizadoras a sentir la necesidad de mantenerlo en el tiempo. Existe una narrativa en la que la representación está determinada por vórtices y relatos trágicos que llevan a quienes tienen la voluntad de contarlo a que las demás seamos testigos de algo así como un sueño febril. Alrededor de esto, Natalia y Angie quisieron lanzar reflejos que no siguieran un discurso preceptivo, sino que estuvieran atravesados por la ternura, la diversión y la vulnerabilidad.

Llegamos a una ambiciosa programación, de hora y media de duración, compuesta por catorce obras audiovisuales y cinco plásticas. Se configuraron tres bloques: uno musical, a saber, Poniendo el corazón en las cosas que me importan (Asier Elgars); Cliente (Leña Dora); Travesti de Perú (Gadyola) y Vecinas (Vinaixa), que atienden a lo queer dentro de la cultura del videoclip. El segundo, con tono documental, presentó Ancla (Ángel Morales); Cuerpo a cuerpo (Carlos Torres); Habitándome (Rio Molinengo); Uranite (Colectivo Tekiero); Mar(i)cona (Cande Lázaro); Enby (Álbert García); Versión Definitiva (Savel Alonso); Piropo Maniacs (Saya Solana); Montería (Víctor Díez) y Moratoria (Aikkke Hernández). Y un tercer bloque expositivo, sobre las paredes de la misma sala, donde se dispusieron las fotografías Self-portrait with sock as a penis y Self-portrait with dildo de Yun Ping, que a pesar de tener dos años de distancia de creación entre una y otra, comparten espacio con su serie de fotografías Be water, my friend. En frente, la obra CELIA de Pablo Salse, una pieza de gran formato que establece un diálogo entre el avatar digital y el transformismo.

(De izquierda a derecha) Ángel, Aikkke, Savel, Vinaixa y Carlos pasándoselo bien. Imagen de Celia Dosal.

“Por encima de cualquier cosa, Euforia ha sido vital, transformador, inspirador, único y necesario”.

Este festival, organizado de manera autónoma, no sirvió exclusivamente como plataforma de representación. Fue, durante toda su jornada, un espacio íntimo que permitió tener un coloquio compuesto por quienes acudieron, tratando lo sustantivo dentro de las realidades de cada une, con naturalidad y confianza, como si formásemos parte de un grupo de apoyo. Natalia, emocionada y satisfecha, confiesa:

“Al final de cada día de presentación, pensaba en que ojalá la Natalia de hace un tiempo hubiese tenido la oportunidad de vivir algo así. Me llevó a sentirme plena con lo que hicimos”.

Esto va a durar. Esto no se acaba aquí. Y ahora, en momentos afilados, de cuestionamiento y derogación de los derechos más básicos de nuestra comunidad, seguirá arrojándose desde el activismo; la academia; desde lo público y lo privado; desde la educación; cualquier plataforma y, sobre todo; desde la cultura, toda una luz capaz de perforar la normatividad e iluminar ese cosmos en el que han de convivir todas las realidades con la mayor sensibilidad identitaria, conciencia de clase, perspectiva de género y mucha -de verdad, mucha- euforia.

Vista general de una de las sesiones del festival. Imagen de Celia Dosal.

Humo Internacional: entrevista a Sofía y su álbum «Canciones para saltarse por encima»

Humo Internacional: entrevista a Sofía y su álbum «Canciones para saltarse por encima»

Sonoridades abruptas, oscuridad armónica y deconstrucción del predominio sónico dentro de la escena punk y postpunk hegemónica. Humo Internacional es una discográfica que marca la diferencia en la escena. Su implicación en la exposición de lo underground ha consolidado todo un campo sonoro donde, por fin, tienen cabida cuestiones como el ruido, la disonancia, la simpleza melódica y la arritmicidad cadencial.

Noviembre vino cargado de un paradigma industrial, oscuro y electrónico. Humo organiza así un festival de dos días en la Moby Dick, Madrid. Grupos como Somos la Herencia, Dame Area, Fiera o artistas en solitarixs como Vigilant, Cachito Turulo o Sofía, nos desgarran la escucha a través de una jornada altamente agitada. Con el triunfo de una sala completamente llena, los conciertos organizados por Humo consolidan la escena contemporánea española de los suburbios sonoros típicos de los antiguos y clásicos espacios alternativos del post-punk e industrial.

Dentro de todas las curiosidades musicales y performativas que nos encontramos durante el festival, la artista Sofía marca la diferencia por varias razones. La experimentación sonora que nos ofrece a través de melodías neomedievales y minimalistas son capitales en la velada. Con una aparente estructura pop, la música de Sofía supone una propuesta totalmente novedosa y curiosa para la escena. Una maquinaria sintética controlada por ableton y un sampler, las diferentes armonías vocales que nos propone se fusionan a la perfección con el colchón electrónico que va ejecutando en escena mediante instrumentos analógicos como el microkorg, la manipulación de pedales… -entre otros-.

Su comienzo en Humo Internacional estuvo marcado por un éxito directo, donde sus canciones El Cielo Blanco y Decir Adiós afincaron la diferencia dentro de la discográfica. Sin embargo, a pesar de que la rítmica pueda parecer similar, su último álbum titulado Canciones para saltarse por encima, supone un viaje hacia otro tipo de sonoridades, donde la exploración sonora y experimentación musical se tornan capital a modo de disonancias, armonías no convencionales y letras irónicas que nos hablan de cotidianidades satíricas, cómicas y casi ficcionales con títulos como A la señora de la fila del cajero o Un gato largo.

Fotografía de «Felipín»: @ectasyandwine.

Con su concierto a modo de apertura del festival, Sofía nos ofrece una breve entrevista que no nos deja indiferentes:

¿Cómo describirías la música que haces?, ¿la afincas en un género concreto?

Intento hacer pop desde algo bastante íntimo. Tengo referencias, pero no me sale copiar ni calcar nada de lo que haya oído porque tampoco sé hacerlo. Creo que es un pop fácil, bastante de habitación y a la vez muy experimental. Intento mezclar cosas que me gustan, con referentes como el Tender Buttons de Broadcast, John Maus…  Además, me puse mi nombre precisamente para poder explorar todas las posibilidades musicales. Quería darme libertad en este sentido y no encasillarme desde el principio.

¿Cómo empezaste en la música y cómo te introdujiste en las sonoridades electrónicas?

De niña tocaba la guitarra clásica y aprendí un poco de lenguaje musical, aunque me enfocaba más en la práctica que en la teoría. También canté en un coro y eso me influenció en cuanto a la voz, pero nunca pensé que iba a ser cantante ni nada parecido…

Hace como 10 años empezó a ponerse de moda en Barcelona la escena new wave con grupos como Belgrado, Ciudad Lineal, etc., estaban genial y empecé a conocer el minimal y synth wave. Así empecé a explorar con el ordenador, comprándome el ableton pirateado desde wallapop.

¿Qué instrumentos utilizas en tu proceso creativo y en tus directos?

Normalmente llevo un teclado microkorg, el sampler, un micrófono con pedales y ahora he añadido un model D… Realmente hay mucha diferencia entre lo digital y lo analógico y, por ejemplo, el model D lo llevo desafinado, pero no me preocupa porque lo mío suena a muerto, como un xilófono de maderita que nunca ha respirado.

lo mío suena a muerto, como un xilófono de maderita que nunca ha respirado.

En cuanto a la composición de tus melodías, que no son muy comunes y que parten de lo no-convencional, ¿desde dónde y cómo las compones?, ¿cuál es tu proceso?

Primero encuentro una base sencilla, luego normalmente no me convence por la repetición y lo que hago es que voy añadiendo capas. Realmente no tengo un método concreto, pero mediante la combinación y la prueba todo va funcionando.

Tengo muchas facilidades porque con un teclado midi tienes todos los instrumentos que quieras y eso con un poco de intuición y oído lo es todo.

El primer EP que sacaste es más clásico en cuanto a sonoridad pospunk, pero el último trabajo que has lanzado ha supuesto una sólida deconstrucción sonora y un desvío hacia lo experimental… ¿Esta cuestión ha sido parte de una evolución personal en cuanto a tu relación con la música?

Realmente es un álbum de descarte. Iba buscando y buscando. Me gustaba el resultado, pero al final la música de una es algo más complejo. Cuando empecé a tocar en más directos, sentí inseguridad con mi música y como que iba quemando mis propias canciones. Hiciera lo que hiciera no valía. Gracias a Pablo, de Humo Internacional, me vi empujada a lanzar este último álbum, aunque no estuviera del todo segura.

También me gusta la idea de que no estuvieran grabadas para sacarlas y se nota que hay canciones que están hechas de prueba, como la de Chico raro, en la que salgo murmurando y que me encantó cómo quedó. Me gusta que la mezcla no quede exacta. Finalmente, el conjunto, por alguna razón, tiene sentido. No es un álbum con continuidad en cuanto a sonido y eso me encanta.

no es un álbum con continuidad en cuanto a sonido y eso me encanta.

¿Cómo fue tu proceso de composición con “Canciones para saltarse por encima”? Las letras son muy curiosas, nada predecibles ¿de dónde parten?

Es todo bastante improvisado. Me siento a tocar y se me van ocurriendo cosas. Las voces para mí es lo más complicado, es un poco desastre y me cuenta bastante encajar bien la letra. Intento que la canción se haga a ella mima.

En mis letras, cojo cualquier cosa de la vida cotidiana y le intento dar un tono extraño y un poco irónico. Es divertirte y dotarlo un poco de sufrimiento. Es cualquier temática y darle un toque surrealista y gracioso, pero dentro de lo serio que supone hacer música. Es un poco hablar con la canción misma, es un no callar.

¿Cómo te relacionas con la música?, ¿desde el ocio, desde el trabajo?

Supongo que cuando era más niña la utilizaba a modo de aislamiento. Me gustaban mucho las zarzuelas de niña y posteriormente me apunté al coro, que era la coral universitaria y se cantaba música eclesiástica o contemporánea para coro. Después, comencé a escuchar punk.

Lo que pasa es que en un momento dado empecé a dejar de escuchar bastante música, siento que no es algo que disfrute como antes. Cuanta más música hago menos disfruto la música desde la escucha. La relación que he tenido con la música ha ido cambiando, pero siempre ha sido una cuestión privada, intensa. La música siempre ha sido para crear mi mundo y aislarme.

Fotografía de portada por «Jelen»: @jelen.westfield.

La perceptibilidad de lo imperceptible en ‘Escuchar la materia oscura’ exposición de Rebecca Collins

La perceptibilidad de lo imperceptible en ‘Escuchar la materia oscura’ exposición de Rebecca Collins

Escuchar lo inaudible, representar lo irrepresentable, intentar entender lo que Susana Jiménez Carmona llama la ‘imperceptibilidad de lo perceptible (2020:1). La escucha siempre ha sido una práctica que se asienta en la cotidianidad de lo material, de lo localizable: lo inmirable[1], lo inexistente, de desusa forma. 

‘Escuchar la materia oscura’ (2023), la exposición de la artista-investigadora Rebecca Collins que tuvo lugar en la Sala de Exposiciones de la Universidad Autónoma de Madrid, supone emprender un camino donde no sabes qué pasa en tu suelo.[2] En ella, el paso [peso] está guiado por una simple sensación de querer saber [tocar], o de operar [sentir] desde la acción verbal y no desde lo sustancial. Rodeadas de partículas que no podemos agarrar, nos contraemos como simples moléculas aisladas ante la invisibilidad que supone acercarse a la oscuridad que se escapa de lo investigado, es aquí cuando tenemos que apelar a otras formas [o percepciones]. Otros imaginarios posibles que deformen lo establecido y que formulen nuevos enlazamientos que nos acerquen a ese tan ansiado necesitar entender. 

Ante el supuesto parecer de estar completamente ciegas al viaje que supone el primer acercamiento a la exposición de Collins; cerramos los ojos y lo sensitivo se forma capital. En la sala, no sabemos si debemos avanzar, quedarnos, escuchar o simplemente observar. Lo hacemos todo, desde todas nuestras vidas, desde todas nuestras formas y extensiones orgánicas. De repente parece que entendemos lo inexistente. Rebecca Collins, en la pieza sonora ‘Energies not Forms not Figures’ compuesta en colaboración con Adam Matschulat, dispara palabras que inundan el espacio expositivo hasta que dejamos de sentirnos tan vacías ante la falta de comprensión. Comenzamos a ser circundadas, rodeadas. En un email enviado por Rebecca Collins a Adam Matschulat ella propone que la pieza empiece como una ‘sesión de espiritismo que nunca lo es del todo.’[3] Aquí, percibimos algo nuevo desde nuestros sentidos primarios, supuestamente simples. Las partículas ocupan el espacio, el lugar. El sonido de algo que choca con nuestras pieles, un nuevo espacio a explorar desde el no-entendimiento, desde la no-visibilidad. Sintonizamos así con algo que no-parece pero que es-para-sí, es-para-nosotras. ¿Nos fusionamos?, ¿es un imaginario ficcional?, ¿una percepción errónea? El sonido de lo no entendible se hace eco en un saber-estar, en un olvidar-antropocéntrico para percibir lo no-atendido.

La compositora francesa Ode Aseguinolaza, propone una instalación sonora, ‘Composing with Dark Matter’ con Rebecca Collins y David Cerdeño, que adentra a las oyentes en una experiencia inmersiva intangible, acompañando al oído a habitar un jardín de sonoridades inaudibles, extrañas y desconocidas. Desde la intencionalidad de percibir y detectar lo indetectable, nuestro paso en la exposición será la cartografía alternativa a la que apelar para entrar en contacto con la extensión perceptiva que debemos ejecutar, engendrar. Tal vez a través de la escucha activa, del caminar sin finalidad o de simplemente estar [habitar]. 

Frente a la avalancha de palabras que Rebecca Collins nos proyecta, comenzamos a entender que los límites de nuestra percepción están sometidos a un desdibujamiento continuo. Las nuevas líneas que se nos presentan son construidas por una irruptora conciencia activa, un entender-desde-el-estar. A pesar de la luz, el espacio y las diferentes edificaciones que se observan desde las ventanas del lugar expositivo, hay algo incierto en el interior. Los datos científicos ofrecidos por el detector de materia oscura, ‘Dark Matter Crossing’ realizado por David Cerdeño, parece que no logran tangibilizar los límites de nuestro acercamiento a la visualización de la materia oscura, pero nos ofrece otra cosa: la vista de las no-cosas materiales que sentimos desde la resonancia cognitiva. Aquí, comenzamos a entender que no se trata de una clásica comprensión, sino de poblar las fronteras subjetivas de nuestro sistema sensorial, altamente occidentalista, excluyente y centralizado.  En este lugar, visualizamos que todas las fronteras son comunes. Lo que era desconocido se hace reconocible. Empezamos a percibir desde la otredad, desde un sentir dudoso que se posiciona fuera de la cotidianidad de las lógicas de nuestro común acercamiento a las formulaciones artísticas (nuevo-estar).

Recibimos el impacto de la comprensión a través de la escucha, donde un campo de imaginarios posibles se hace eco en el razonamiento vivencial que supone el paso por la exposición. Tal como indica Pauline Oliveros continuamente, ‘oír es la operación física que nos facilita la percepción’ (2019), escuchar es el paso interno que se ve atravesado por una experiencia física, corporal. El cuerpo toma lugar y parece que las moléculas, las partículas y la tierra ocupan espacio en nuestras pieles. Condicionan la percepción, la atención. Algo así como una conciencia densa, donde la física, la memoria y la sensibilidad orgánica intensifican lo microscópico para materializarlo visiblemente en lo macroscópico [lugar]. El espacio nos estimula. Desde las dimensiones de nuestra experiencia y de las gestualidades orgánicas que componen el recorrido que seleccionamos individualmente en la sala, topan contra nosotras partículas que no vemos, que no atendemos. La incertidumbre es capital, y esta es la mejor parte. Las no-respuestas, la incógnita continua, la espera constante al ansiado acierto material. Es así como llegamos al aprender a conocer los límites que supone nuestro acercamiento a la alianza entre la ciencia, la técnica y el arte. Entender que la creación, la experiencia y el placer no están vinculados a la comprensión científica, sino a la vivencia empírica. Experiencias extensas, conciencia del cuerpo. 

Frente a lo no audible pero perceptible, generar una nueva forma de escucha es esencial para acercarnos a las partículas incógnitas. El origen de la tierra, del espacio, de nosotras. Un campo de conocimiento se sincera a través de la práctica. ¿Qué nos circunda?, ¿qué es lo que percibimos?, ¿por qué parece que no podemos escucharlo? Como cualquier trabajo, práctica o teorización, entrenar nuestro oído y nuestra sensibilidad es esencial para comprender la previa intangibilidad de la materia oscura. Un trabajo constante al que poder apelar desde la intersección entre la ciencia y el arte como forma de hibridar la objetividad física con nuevos imaginarios.

Recordando las ideas desarrolladas por Karen Barad en cuanto a su reflexión sobre la nada, nos posicionamos en una intencionalidad de elección performativa en donde completamos el vacío de lo material en base a las vivencias íntimas [micro cósmicas] de cada una, de cada sujeto. La materia oscura se presenta como una determinación insustancial, casi indeterminada, aunque contradiga su esencia. Aparecen múltiples narrativas que buscan rellenar la nada, otorgarle un camino. Entendemos que en esa nada no hay vacío, sino preguntas y líneas que necesitan ser trazadas. La nada es el no-entendimiento. El vacío es la continua-posibilidad. Desprendernos de la necesidad humana de intentar buscar un reflejo propio en lo estudiado, experimentado y observado es crucial para la formulación de nuevos dibujos sensoriales que nos llevarán a evidencias científicas, siempre desde lo empírico. Una identificación no-narcisa. 

Desde un tránsito colectivo en la exposición ‘Escuchar la materia oscura’ de la artista-investigadora Rebecca Collins y tras entender lo planteado en cuanto a incógnita, escucha y posterior entendimiento, surge una nueva forma de contemplación: imaginario y alteridad.[4] Desprendiéndonos del aceleracionismo desenfrenado al que estamos ancladas fuera de las paredes de la sala expositiva, comprendemos que la visualización de lo planteado por las diferentes artistas que componen las piezas debe estar ligada a una visualización desde la tan nombrada otredad desarrollada anteriormente en dicho texto. Este posicionamiento ante la incertidumbre supone la ruptura de la personalización de la experiencia para una posterior construcción de algo nuevo: sensibilidades que florecen y que no conocemos, desconfigurando abruptamente nuestra normalidad y tranquilidad sensorial. 

‘Escuchar la materia oscura’ supone un acercamiento a la no-preexistencia objetual, una extensión sensorial y la ocupación de un lugar colectivo basado en la conciencia activa, atenta y casi pulverizada. Circundadas por la pura abstracción física y material, no solo tenemos La Incógnita como sujeto capital en nuestra experiencia perceptiva durante la exposición, sino que el descubrimiento continuo se hace camino para la formulación de una nueva observación, una nueva escucha, una nueva percepción y un nuevo-estar-en-el-espacio. La incompetencia perceptiva de nuestros cuerpos son un reflejo de que ‘la materia nunca es un asunto resuelto’ (2020).No estamos ante la ausenciao la pura nada, sino ante una plenitud de respuestas, aperturas que deben ser transitadas a través de la colectividad y la percepción expandida. 

Desde la relación inédita entre cuerpo, espacio, tiempo y cosmos, la exposición planteada por Rebecca Collins supone la manifestación ostentosa de la celebración de la incertidumbre como el devenir natural [necesario] del arte sonoro de lo ignoto. 

[1] Término desarrollado por la filósofa Adriana Cavarero en su trabajo “Horrorismo: nombrando la violencia contemporánea” (2009). Barcelona. Anthropos

[2] En una edición de ‘La Casa del Sonido’ que se llama ‘Parámetros para Conocer la Incertidumbre’ Collins con el físico teórico David Cerdeño habla de cómo surgió la idea de la exposición. https://www.rtve.es/play/audios/la-casa-del-sonido/parametros-para-conocer-incertidumbre-rebecca-collins-david-cedeno/6827984/  [Última consulta: 22-06-2023]

[3] Correspondencia de email compartido con la autora para preparar el texto con fecha 22 de septiembre 2022.

[4] En la página web del proyecto más amplio de Collins ‘Parámetros para Comprender la Incertidumbre’ hay un resumen de las piezas expuestas en la exposición y un reportaje corto que incluye entrevistas con los compositores https://projects.ift.uam-csic.es/p4uu/exhibition-listen-to-dark-matter/ [Última consulta: 28 de junio 2023].

Bibliografía

Barad, K. (2020). ¿Cuál es la medida de la nada? Infinidad, Virtualidad y Justicia. Infrasónica. Realismo Sonoro. 2020. Disponible en: https://infrasonica.org/es/wave1/whatisthemeasureofnothingness  [Última consulta: 14-06-2023]. 

Collins, Rebecca (2023). Escuchar la materia oscura. 09 marzo – 26 abril Sala de Exposiciones, UAM [exposición] https://projects.ift.uam-csic.es/p4uu/exhibition-listen-to-dark-matter/ [Última consulta: 22-06-2023]. 

Jiménez Carmona, S. (2020). Componerse con la ciudad: los paseos sonoros de Hildergard Westerkamp, Christina Kubisch y Janet Cardiff. Revista Ártemis, 30(1), 56–72.

Oliveros, P. (2019). Deep Listening. Una práctica para la composición sonora, Barcelona, EdictOràlia Música.


A ritmo de todo, menos de “cha cha cha”

A ritmo de todo, menos de “cha cha cha”

Käärijä, representante de Finlandia en Eurovisión 2023.

Es la primera vez en cuarenta y tres años que el Festival de Eurovisión se celebra en una sede distinta a la que, en principio, le correspondería. Según las bases del famoso concurso de canciones, la televisión que consiga ganar el primer premio, en este caso la ucraniana UA:PBC, ha de organizar Eurovisión al año siguiente en los límites de su territorio nacional. Normalmente, la capital.

Pero como es bien sabido, la guerra en Ucrania imposibilita este hecho, con lo que la UER (Unión Europea de Radiodifusión), el ente que da vida al certamen, propuso a la BBC, segunda clasificada en 2022, la gestión de la presente edición. Se trataba, sin duda, de una acción coherente ya que hasta en ocho ocasiones esta corporación televisiva se ha encargado de celebrarlo, siempre con excelsos resultados. No solo cuando el Reino Unido ha ganado Eurovisión, sino en los momentos en que el triunfador del año anterior no estaba dispuesto a organizarlo.

Por tanto, nos encontramos ante una suerte de casa común (sede comodín incluso) que permitirá el óptimo desempeño de una gala que tantos esfuerzos cuesta levantar y que no se puede permitir dejar nada a la improvisación, como en otras ocasiones lamentablemente ha ocurrido. Véanse, por ejemplo, los desmanes con la escenografía y la realización de la delegación italiana el año pasado. O, en otro orden de cosas, el despilfarro de ediciones como las de Moscú 2009 o Copenhague 2014.

Ucrania, sin embargo, estará muy presente en este concurso. Pese a que se eligió Liverpool como sede, parte de la comitiva organizadora la integran profesionales de la UA:PBC. Así que, aunque tras bastidores, el país del este de Europa formará parte de la presente edición. Anualmente, además, el corazón que simula la V del rótulo de Eurovisión es rellenado con los colores de la bandera del país que ese año lo gestiona. Esta vez se ha decidido no emplear los del Reino Unido para dejar claro que es en Ucrania donde deberíamos habernos citado si no fuera por la invasión de Putin. Ya en los grafismos que componen la identidad visual sí que se advierte una interesante mezcla de rasgos de ambas culturas, según cuentan sus diseñadores.

Resulta paradójico que, en tiempos de Brexit, sea precisamente el Reino Unido el lugar al que toda Europa, Australia y algunos países de Oriente Próximo se reúnan para defender los valores que Eurovisión promueve: los mismos de la Unión Europea… Y, como la historia es caprichosa, todo ello solo una semana después de la coronación de Carlos III a escasos kilómetros de Liverpool. De hecho, este año encontramos dos candidaturas que hacen un breve guiño a la monarquía en sus canciones, “My sister’s Crown” de la televisión checa y “Queen of Kings”, de la noruega. Curiosamente, para hablar de empoderamiento femenino.

Alusiones a los Beatles las hallamos en la tipografía “Penny Lane” de los diseñadores del festival, así como de manera más sutil en las actuaciones de las bandas irlandesa, eslovena o azerí, con unos atuendos muy setenteros. Sin embargo, no presenciamos tantos temas en inglés, como era costumbre, y en efecto –con permiso de la sueca Loreen– la canción que está movilizando a la mayoría de fans está escrita en probablemente el idioma más vilipendiado del concurso… el finés.

Sí, porque la televisión finlandesa lleva participando en Eurovisión 55 años, con pésimos resultados. Estos son más acusados en las primeras décadas (y hasta 1998), en las cuales cada una de las cadenas televisivas debía enviar a concurso temas en sus lenguas oficiales o cooficiales (desde 1999 ya no será así). Los idiomas germánicos nunca resultaron demasiado atractivos para los jurados internacionales. Es más, desde los sesenta a los ochenta las canciones en francés coparon a menudo los mejores puestos. Hasta el Merci, chérie del austriaco Udo Jürgens tuvo que hacer esa pequeña concesión al francés, al menos en el título.

Desde los noventa el inglés predominaría hasta nuestros días, en consonancia, claro está, con su hegemonía en el pop mainstream. Imagínense entonces las posibilidades en una competición como esta de un idioma hablado solo por unos cinco millones de personas. En este caso, procedente de la familia de lenguas urálicas, muy minoritario en Europa y con apenas semejanza al resto de idiomas hablados en el continente. Realmente pocas, muy pocas pasiones podría en principio remover.

No obstante, tras su selección en el UMK, “Cha cha cha” se ha convertido en los últimos meses en todo un fenómeno social. Podríamos decir que la YLE lo ha vuelto a hacer, al igual que con Lordi, aunque de una manera algo más radical. Ha jugado con el estereotipo de que el hard rock es santo y seña de su marca-país en el extranjero. Pero no tanto el género musical en sí, sino más bien el imaginario que desprende. De hecho, Käärijä no es un cantante de rock sino un rapero. Sin embargo, ataviado con pulseras y collares de pinchos, así como plataformas, realizando una interpretación siniestra y entonando estrofas que sondean las más reconocidas notas guturales del género, consigue dar el pego.

La canción es mucho más que eso, al tener una base electrónica que predomina en todo el tema, con lo cual incita al baile. Y aunque los “cha cha cha” que culminan las primeras estrofas son pegadizos y no nos hacen extrañar un posible estribillo, de repente en el minuto 1:48 este irrumpe con fuerza. Se trata de una melodía mucho más pop –suena incluso a k-pop– y consigue contrastar con la dureza más power metal, electrónica y rap de la primera mitad de la composición. Resulta hasta hilarante, ya que es una melodía muy catchy e incluso cheesy –como dirían los ingleses–, pero en ciertos momentos vuelve a contrastar con las voces graves y el rapeo y eso le otorga un plus de originalidad que no habíamos visto tantas veces en Eurovisión.

El hecho de la mayoría de la población del planeta no entienda una sola palabra de lo que la canción dice, más allá de la “pina colada” [sic] a la que se refiere, contribuye al enigma de la propia canción. Lo áspero que puede resultar el finés, con sus vocales abiertas y la abundancia de consonantes como la r o la k, en contraposición a otros idiomas más suaves, como el francés o el portugués, se suma al refuerzo de esa imagen tan desaforada y portentosa, a la par que marginal, de un tipo de música con tantos adeptos en aquellas tierras.

Lordi sí que defendió su tema en inglés, a diferencia de Käärijä. Aunque este no se vista de monstruo, su monstruosidad reside en todo lo apuntado en referencia a la composición del tema. Pero también está en el juego de elementos visuales que son puestos en relación. Tanto su maquillaje, como sus pantalones y bolero realizados en material sintético, este último además de color verde fluorescente, no nos ayudan a clasificar muy bien su estilo. Los diabólicos bailarines no hacen sino reforzar esta imagen, vestidos de rosa chillón y con unas desconcertantes dentaduras postizas.

La YLE ha sabido jugar sus cartas dando a Europa lo que Europa espera de Finlandia, pero añadiéndole una dosis de autoparodia. De hecho, sus mejores posiciones han sido frecuentemente las de candidaturas que han caminado en este sentido. Algo similar ha ocurrido en la reciente historia de RTVE: desde las Azúcar Moreno hasta nuestros días (exceptuando las propuestas más internacionales de Pastora Soler y Ruth Lorenzo). Se trata entonces de jugar con la marca país, pero tanteando bien las reglas de ese juego (algo que Blanca Paloma está sabiendo hacer magistralmente).

Estamos ante un “Cha cha cha” que, como ya se ha mencionado, no es un chachachá (algo que también contribuye a esta subversión), y probablemente se postula como la candidatura más rompedora de las presentadas a Eurovisión este año. La seriedad de la televisión sueca (la SVT) con la propuesta de Loreen, donde dos enormes plataformas de pantallas LED está siendo motivo de controversias (por su coste y gestión), son contrastadas por el prop de la YLE: un montón de palés apilados, y poco más.

Resulta muy llamativo visualizar en redes sociales un video ya viral en el que el propio Käärijä imita la actuación de Loreen con sus palés simulando el baile de su compañera en esa escenografía high-tech. Palés que podrían ser los mismos que han servido para el transporte del famoso aparato sueco. Sin embargo, si indagamos en cómo será la actuación final, su disposición, la manera de jugar con estas tablas, es tan ingeniosa y efectista, que el artista consigue demostrarnos que Eurovisión tal vez no necesite tantos despliegues escénicos (por otro lado, altamente contaminantes). Incluso parodia todo ello creando un número de enorme singularidad.

La broma del rapero va en sintonía con toda la narrativa que le envuelve. No sabemos hasta qué punto juega a no saber inglés, quizás forzando un acento que potencia a este personaje que tantas pasiones está despertando. Más en un concurso donde casi siempre se habla en inglés. Haciendo precisamente lo que no hay que hacer, sin presumir de un idioma que no controla, Käärijä (que por cierto, tampoco ha cambiado su nombre artístico para sonar más comercial) entona esta oda que habla sobre el ocio de fin de semana (y a la ansiada “pina colada” que caerá). Y lo hace precisamente en uno de los fines de semana más mediáticos del año. Pero eso así, a ritmo de todo, menos de “cha cha cha”.

Berlinale 2023: “20.000 especies de abejas”, de Estíbaliz Urresola (Competición)

Berlinale 2023: “20.000 especies de abejas”, de Estíbaliz Urresola (Competición)

¿No es este rostro de una pureza evocadora? La película más emotiva de la Berlinale llega de manos de una debutante en el largometraje, la bilbaína Estíbaliz Urresola. La más clara candidata al Oso de Oro, si no la gran favorita, es muchas cosas, entre ellas la película más redonda, más completa del festival, pero es que además es una película adelantada a su tiempo.

20.000 especies de abejas afronta una temática hasta ahora casi inexplorada en el cine, la transexualidad en la infancia. El único precedente conocido con cierta repercusión internacional es el de Petite Fille, el sentido y sincero documental del francés Sébastien Lifshitz, estrenado hace tres años en la sección Panorama de la Berlinale.

En el caso de la película de Urresola la comprensión y la sensibilidad son apabullantes, una incursión en la sociología alrededor de la infancia trans con el punto de vista más inteligente de todos: el de los otros. ¿Cómo nos perciben los demás? La pequeña Lucía (que aún no es Lucía) nos representa, nos metemos bajo su piel y atónitos observamos la parálisis y estupefacción de los adultos ante un ser humano en evolución. Porque, ¿qué es Lucía? El nacido y conocido como Aitor transita una etapa de pupa, una intermedia y necesaria para su desarrollo, conocida como Coco. Con este nombre unisex se presenta ante los otros niños, pero, sin embargo, no gusta que su familia le llame por ese nombre. Efectivamente, esto resulta muy confuso. En uno de los videos, podríamos decir, de autoayuda de Alejandro Jodorowsky se nos indican unos pasos necesarios para la liberación: libérate de tu nacionalidad, de tu sexo, de tu profesión (que tampoco te define) y de tu nombre. Una vez liberados de todas las etiquetas, podremos ser nosotros mismos. La labor de deconstrucción de las identidades es un tema capital en el discurso político actual, es casi un rugido en las calles.

Una excepcional Patricia López Arnaiz interpreta a Anne, la madre de la inminente Lucía, quien proyecta en su hija sus inseguridades, fruto de unos padres conservadores, hijos de una época y contexto heteropatriarcal y machista. Anne es una excelente escultora, igual o más que lo fue su padre, pero la condescendencia de ambos con su talento devino en una cierta cárcel de frustración en la que Anne vive. Una falta de confianza que es un velo que le impide ver lo que tiene delante: el desconcierto que está atravesando su crianza con su identidad.

La película es una representación de la sociedad a través del panal que forman los miembros de la familia de Aitor/Coco/Lucía y su entorno. Y la reina de 20.000 especies de abejas es la niña, quien ayuda a su madre tras atravesar un proceso trascendental ante el asombro del espectador. Explicaba la directora en rueda de prensa que su relación con el cine era el de construir puentes, tratando con esta película de unir diferentes mundos para ayudar a la comprensión. Estos dos mundos están hábilmente representados por las dos abuelas de Lucía: por un lado, la conservadora Lita, que culpa a Anne de la confusión de su hijo, asegurando que es solo una fase que ya pasará. Y por otro la apicultora Lourdes, un alma libre, el verso suelto de la familia, una mujer atípica acostumbrada a ser señalada por miradas ajenas y a luchar contra adversidades; esto hará que tenga una empatía especial con esa niña a la que todo el mundo llama Aitor. Junto a Lourdes, el gesto de la niña (portentosa actuación de Sofía Otero) es de una sororidad liberadora y sonriente.

En el guion sagaz de 20.000 especies de abejas encontramos sirenas, esculturas abstractas y un ramillete de referencias a lo corpóreo, a identidades no normativas, que maridan una trama soportada por fantásticas actuaciones durante las dos horas de película. Todo ello conforma un tejido social y psicológico que, en última instancia, deviene en una pangea emocional. Y es que, gracias a un fluido montaje, el parpadeo es más inconsciente que nunca ante la historia que acontece ante nuestros ojos. Unos ojos exhaustos los de Estíbaliz Urresola cuando nos cruzábamos durante estos días en los correcalles habituales del festival. Iba de compromiso en compromiso, de entrevista a entrevista, nacionales e internacionales, me decía. Y yo la animaba y sentía una tremenda admiración por esta mujer y por todo el mundo que intervino en hacer esta película posible. Además, si un rayo de hielo nos traspasara el corazón tornándonos insensibles, podríamos apreciar más siquiera la excelente película que es en sí misma, por su talento cinematográfico y su lección de planteamiento, desarrollo y conclusión de una historia.

Quien me suela leer, conocerá de mi cierta tendencia a la grandilocuencia, la cual no responde a la exacerbación gratuita sino a una sensibilidad consecuente, sustentada por un considerable conocimiento y estima por el buen cine. Dicho lo cual, sin el menor atisbo de duda, llegará un día, dentro de mucho tiempo (esperaríamos que no tanto) en el que se hayan producido enormes avances en la integración de la visibilización y comprensión de la transexualidad en la infancia. En ese día, la desmemoria del paso del tiempo hará que muchos no sean conscientes de que 20.000 especies de abejas fue una piedra de toque para haber llegado hasta ahí.

Berlinale 2023: «TÓTEM», de Lila Avilés (Competición)

Berlinale 2023: «TÓTEM», de Lila Avilés (Competición)

Lila Avilés aborda en TÓTEM en apenas hora y media una cantidad ingente de temas: el hogar, la familia, la muerte, la niñez, la enfermedad, la fauna, las tradiciones o las creencias. Y el resultado es, permítase el término, cercano a lo milagroso. La película funciona como un todo, como si hubiera un solo tema que todos estos aunase. Y quizás así sea: el Tótem, como indicó la directora mexicana en rueda de prensa, entendido como la casa, allí donde habitamos todos los días. Y por ello ahí es donde todo tiene lugar, todos los temas posibles. Dentro de la casa de Sol.

Sol tiene siete años y le pregunta a una tía cuándo terminará el mundo y a otra si su papa se va a morir. Un padre enfermo en su habitación al que veremos a cuentagotas. Su cuidadora es Cruz, una mujer amorosa y una más de la familia (interpretada por la maravillosa Teresita Sánchez, quien también aparecía en La Camarista, la ópera prima de Avilés) Y una madre que juega con Sol al principio de la película y apenas volveremos a ver.

El dinamismo en la casa es incesante allí donde intervienen hijas, tías, sobrinos, abuelos, amigos…las niñas que juegan, mujeres que conversan y preparan la cena o se acicalan, el abuelo terapeuta en plena sesión con un paciente. Y así.

Este dinamismo tan solo se detiene por hermosos momentos de observación de insectos y animales, que forman parte de la vida, y cuya abundante presencia también está relacionada con los seres humanos, que también somos animales aunque a veces lo olvidemos. Todo forma parte de un uno. No tenemos música en TÓTEM, pues el ritmo emana de los propios personajes. Y emana asimismo de su sentido del humor, esporádico e ingenioso, que impregna muchos diálogos. Al final del día, se han reunido para celebrar.

Porque el motivo de la reunión de tanta gente es el cumpleaños del papá de Sol, quien, dado su delicado estado de salud, adivinaríamos que podría ser el último. Es bien conocida la festiva manera de los mexicanos de celebrar la muerte, tan unida a una cultura rica y atávica. En este caso, interpretamos que es una doble celebración, de la vida y de la muerte.

Quizás estas largas ausencias en pantalla del padre y madre de Sol, así como de la propia Sol a lo largo de muchos minutos, viniera a simbolizar los avisos de lo que pronto sucederá, la desaparición del núcleo familiar. Y es que los tres nunca aparezcan juntos en una escena, sino de a dos o por separado. Uno tiene la sensación de que en TÓTEM todo está preconcebido y es intencionado, dada la enorme lógica interna de la película, donde incluso para los interrogantes podemos encontrar interpretaciones que cobran sentido. Esta armonía nació de la libertad, como confirmó el equipo en rueda de prensa, una que todos los actores gozaron durante el rodaje.

“Sí, esto es una película, ¡pero juguemos!” decía la directora. “Juguemos como si fuéramos niños, preguntemos, riamos, bailemos y lloremos, cantemos y celebremos. Porque todo forma parte de la vida” apuntaba ahora Naíma Sentíes, la pequeña actriz que interpreta a Sol. Una de las estrellas del festival.

Todos recordamos algunas películas recientes con familias numerosas y la naturalidad con el transcurrir de sus vidas. TÓTEM alcanza un nivel tan realista casi mayor que la propia realidad.

Un tótem es un elemento de la naturaleza, generalmente un animal o una talla pintada, que en la mitología de algunas sociedades representa un emblema protector de la tribu y del individuo. Cuando cerramos los ojos y pensamos en nuestro centro protector, generalmente veremos la casa de nuestra infancia. Lila Avilés opinaba que hoy en día vivimos la vida hacia afuera, por lo que para ella era importante construir desde adentro, desde la casa. Y la vorágine armónica de la vida en TÓTEM no terminó con la película. En la rueda de prensa, Naíma Sentíes (Sol) se levantaba frecuentemente para abrazar e incluso llorar junto a la directora y a otras actrices, todas emocionadas, todas celebrando la vida delante de las cámaras y las preguntas de los periodistas, algunos de los cuales también lloramos, fruto de la preciosa película y de la celebración de la vida de Naíma, una pequeña gran niña tan grande como el Oso de la Berlinale.

Está siendo esta edición del festival una especialmente familiar, con muchas películas que giran en torno a estos dos conceptos, la casa y la familia; bien por su presencia, bien por su ausencia, anhelo o transformación. Abordadas desde distintos puntos de vista, si nos alejáramos y observásemos cual enorme cuadro en un museo, se uniformarían todas ellas en un TÓTEM, un lugar donde celebrar la vida y la muerte, un espacio donde reír, llorar, trabajar y bailar. Un lugar llamado Berlinale.