Berlinale 2023: «The Survival of Kindness», de Rolf de Heer (Competición)
The Survival of Kindness (en español, La supervivencia de la amabilidad) comienza con la imagen de una mujer negra dentro de una jaula en mitad del desierto. Abandonada allí a su suerte, a una muerte segura, por unos personajes siniestros ataviados con máscaras de gas, quienes se comunican con unos balbuceos ininteligibles. La película es una distopía de un mundo en el que la comunicación entre los seres humanos ha fallado, así pues, el idioma es una herramienta inservible.
Pese al evidente pesimismo y desesperanza de la película, sobresale asimismo el valor de la amabilidad. A este respecto Rolf de Heer, director de la película, indicó en la rueda de prensa que el mundo está lleno de bondad, pero que estamos en peligro de perderla.
Paradójicamente, los enmascarados logran hacerse entender con su idioma absurdo, mientras que los perseguidos, la gente de raza negra, se comunican solo por gestos. Hasta la palabra les han quitado. O quizás la película vendría a referirse a esa bondad inherente al ser humano de lenguaje universal, que no es la palabra, sino la mirada, un movimiento de cabeza, una gesticulación. Esto me recuerda a una escena de la excelente Las Mil y Una, una película argentina plagada de hermosas escenas de silencios. En ella, Renata le dice a Iris que la gente habla demasiado y que el ochenta por ciento de lo que dicen son pelotudeces (leer entrevista a su directora aquí).
La actriz natural Mwajemi Hussein (quien nunca había puesto un pie en un set de rodaje) provee una actuación memorable, con un gesto perenne de fortaleza y fragilidad, de valentía y miedo. Nacida y criada en el Congo, Mwajemi escapó de la guerra hacia Tanzania, donde vivió casi una década en un campo de refugiados con su marido y sus hijos. Entonces la familia consiguió asilo en Adelaida, Australia, donde actualmente reside a sus 51 años.
Con esta historia en mente resulta más poderoso aún su personaje en The Survival of Kindness, una mujer con una convicción inquebrantable que escapa de una jaula y avanza incansable por el desierto, donde le esperan los horrores de un mundo que se vino abajo. La amabilidad de Blackwoman (su personaje no tiene nombre, símbolo de la deshumanización derivada del racismo) con las personas perdidas que se va encontrando es enternecedora. Personas de diversas razas que se tratan con amabilidad y amor mediante el lenguaje de los gestos.
Las parábolas y representaciones se nos hacen visibles gracias a la casi absoluta ausencia de comunicación verbal, otorgando al espectador la posibilidad de concentrarse en los imponentes y desolados parajes, en la travesía de su protagonista y sus interacciones, en búsqueda de un país que ya no existe, representado por una bandera que terminará por arder.
Rolf de Heer ha trabajado durante su larga y dilatada carrera con las comunidades indígenas, conviviendo con ellas y ofreciendo retratos de su pasado y su presente. En The Survival of Kindness da un salto hacia el futuro recreando una distopía no dialogada, una donde pese a la desesperanza y los infiernos la fuerza de voluntad se presenta como el último bastión por el que luchar.
Berlinale 2023: “MANODROME”, de John Trengove (Competición)
Manodrome es una película muy incómoda de ver. El segundo largometraje de John Trengove expone al espectador a una enorme tensión mediante el personaje de Frankie, interpretado por Jesse Eisenberg. Si bien los Osos de Plata a las mejores actuaciones son raras de ver en estrellas hollywoodienses (los últimos precedentes fueron Denzel Washington en el año 2000 y Charlize Theron en 2004) Jesse es de seguro un serio candidato en esta edición.
Los conceptos de masculinidad y vulnerabilidad, tanto por separado como, más bien, asociados, son dos temas muy presentes en el discurso social actual y temas en los que Trengove ya profundizó en 2017 con The Wound (La Herida), que también participó en la Berlinale. Manodrome nos presenta a Frankie como un joven obsesionado con progresar muscularmente en el gimnasio e incómodo con otros hombres en determinadas situaciones. Frustrado tras perder el trabajo, sus inseguridades se acentúan por cuadrar su rol en el embarazo avanzado de su pareja y su inminente figura de padre.
Más allá de lo que nos mostrará la película y de las acciones y decisiones que Frankie vaya tomando, Manodrome no nos invita a reflexionar, nos propina una soberana paliza en forma de visceralidad y escalada hacia un sueño febril. En ocasiones hasta el absurdo. La habilidad del director sudafricano para retratar la negación y desconexión de nuestro fuero interno es lo suficientemente realista e inteligente, conocedora de la mente del hombre, que serviría como terapia de shock, como catarsis para algunos espectadores. Es decir, podría decirse que la película incluso aportaría un valor social.
Adrien Brody interpreta al “Dad Dan”, es decir padre Dan, como lo llaman los miembros de una inquietante comunidad formada por hombres de diversas procedencias y edades. El común denominador es que todos ellos encontraron aquí la paz interior, también un sentimiento de pertenecer a algo, de reconocimiento de grupo, de comprensión y empatía por otros con problemas, traumas, enfermedades o adicciones. Y un pasado de relaciones infructuosas con las mujeres. Un compañero de gimnasio de Frankie le presentará a Dan y al grupo, quienes lo acogerán con los brazos abiertos.
Si en la película Blackberry, también presente en Competición, la música convierte una comedia en un thriller, en Manodrome transforma un thriller en una película de terror. Pero no el terror de parámetros clásicos que solemos asociar al género, no, no hay baños de sangre. Ni monstruos. Ni sustos. Lo que Trengove nos presenta es una triste realidad que desencadena en destrucción, propia y ajena.
Son satisfactorias las películas de capas profundas que remueven, que incomodan, como también lo hicieron en los últimos años mother! de Aronofsky o Utøya: July 22 de Erick Poppe. Muy distintas entre sí, pero las tres se cargan de una tensión nada común de encontrar en el cine.
La imagen recurrente de Frankie mirándose a los espejos revela la mente de un hombre buscando desesperadamente su identidad, su lugar en el mundo, su propio yo. Como apuntó Jesse Eisenberg en rueda de prensa, los problemas no resueltos crean vidas perturbadas. En los tiempos en los que vivimos, los avances en derechos sociales y en conceptos de igualdad se suceden a la par que el aumento de discursos de odio, racismo y misoginia. Es la nuestra por tanto una época convulsa donde la enorme polarización desata tensiones y donde se tiende muchas veces a leerlo todo en base a un prisma, a una lente determinada. Por todo ello sería un error interpretar Manodrome como un simple retrato de masculinidades tóxicas, poniendo la lente de clave social, porque entonces no encontraremos las respuestas que, por el planteamiento inicial de la película, esperábamos encontrar. De hacerlo, seguramente nos conduciría a la frustración y a minimizar su valor. Al final del día, esta es una obra de ficción que, si alguna intención pudiera tener, sería la de incomodar. Y vaya si incomoda.
Berlinale 2023: «She Came to Me», de Rebecca Miller (Berlinale Special)
La gran facilidad de Rebecca Miller para encontrar un balance entre comedia y drama vuelve a suceder en She Came to Me, la película inaugural de esta Berlinale. Si bien con un tono más ligero que sus primeras obras (Angela, La balada de Jack y Rose), en esta ocasión la directora estadounidense añade una enorme inventiva a través de sus personajes excéntricos y un guion sabrosamente disparatado.
Un reparto de altura encabeza She Came to Me, donde el compositor de ópera Steven (interpretado por Peter Dinklage, el Tyrion Lannister de Juego de Tronos) trata de superar un bloqueo creativo con la ayuda de su mujer y terapeuta Patricia (una fenomenal Anne Hathaway). Por otro lado, una familia formada por un taquígrafo judicial ultraconservador, una inmigrante polaca que se dedica a limpiar hogares (Johanna Kulig, la inolvidable Zula de Cold War) y una hija adolescente que les oculta una relación con un chico más mayor, el hijo de Steven y Patricia. Y finalmente, por si fuera poco, añadimos al adorable personaje de Katrina (la encantadora Marisa Tomei), una mujer que vive en un bote y sufre una incontrolable adicción al romance y al sexo.
Con estos elementos, es patente el riesgo de caer en un telefilm de sobremesa de sofá y siesta. Nada más lejos de la realidad, She Came to Me se perfila como una de las grandes comedias del año gracias a sus magníficas actuaciones y al talento de Rebecca Miller para controlar los tempos y la narración.
Esta es una película que habla de temas como las obsesiones, los miedos, la depresión y, como no, del amor. Patricia padece un TOC de limpieza y orden, algo nada infrecuente en nuestra realidad de hecho, que nos podría recordar al Jack Nicholson de Mejor Imposible, mientras que Steven está terriblemente deprimido por su bloqueo ya que, según él, no sirve para otra cosa. El detonante de los acontecimientos llegará de la mano de Katrina, quien cree estar recuperándose un año después de una condena judicial por acoso, pero entonces tiene un encuentro fortuito con Steven.
Leerán y escucharán ustedes, de seguro, bastantes opiniones respecto a la inverosimilitud de la historia y a una excesiva “suavidad”, cuando, en mi opinión, la nueva dirección de la Berlinale acierta eligiendo un año más la película inaugural del festival. Empezando por 2020 con The Kindness of Strangers (leer crítica aquí), My Salinger Year en 2021, Peter von Kant en 2022 (lea aquí) y ahora She Came to Me. Muy buenas comedias dramáticas todas ellas, ligeras, pero no demasiado, que tratan temas importantes, entretienen sin tender en exceso a lo superfluo y nos recuerdan que en la vida se puede salir adelante, olvidándonos del pesimismo reinante de la realidad y regalándonos esa vitalidad y dulzura tan necesarias para conseguirlo.
Resumen de la Berlinale 2022
De izquierda a derecha: Carla Simón (Oso de Oro a mejor película), Claire Denis (Oso de plata a mejor dirección), Hong Sang-soo (Oso de plata a Gran Premio del Jurado), Natalia López (Oso de plata a Premio del Jurado) y Ryusuke Hamaguchi (miembro del jurado).
La foto de los grandes premiados de la 72 edición de la Berlinale representa la buena salud del panorama internacional: veteranos como Denis y Hong junto a nuevos talentos como Carla y Natalia. De los ocho Osos (uno de oro y siete de plata) seis fueron a parar a mujeres y dos a hombres. Llegará un día en que ya no se comenten estadísticas de género, pero aún no hemos llegado ahí y sigue siendo noticia. De entre todas las películas del festival un 41% estuvieron dirigidas por mujeres, mientras que un 52% por hombres. El porcentaje restante pertenece a personas no binarias, que son tenidas en cuenta por primera vez por un gran festival. La Berlinale es como siempre la primera en tomar el pulso a la realidad, mientras que en las antípodas – ejemplo de lo polarizado que está el mundo- tenemos a Cannes y sus arcaísmos. El estricto código de vestimenta del festival francés exige que las mujeres porten tacones y vestido de noche en la alfombra roja, mientras que los hombres deben llevar esmoquin y pajarita.
Carla Simón hizo historia con Alcarrás al convertirse en la primera directora española en alzarse con el Oso de Oro. Los escasos precedentes fueron todos hombres, siendo el ultimo el cántabro Mario Camus con La Colmena en 1983. Alcarrás habla de la, por desgracia, imposible coexistencia entre lo viejo y lo nuevo. Y es que los cultivos de melocotones de una familia numerosa de agricultores están en peligro ante la inminente suplantación por paneles solares. Como ya demostró con su ópera prima Verano 1993, la directora barcelonesa tiene un don para hacer de la presencia de niños jugando un aliciente magnético. La clave del éxito de la película radica en la armonía de todos sus elementos, donde guion, montaje y trabajo con los actores (no profesionales) fluyen en sintonía y convierten una historia local en universal, lo que convenció al jurado para otorgarle el Oso de Oro.
Que el segundo mayor galardón, el Gran Premio del Jurado, fuera para Hong Sang-soo deja de ser noticia y sigue siendo noticia. The Novelist´s Film es otra de esas pequeñas películas del inagotable director coreano donde los personajes hablan, se pasean, beben y hacen reír al espectador. Con su habitual y elegante blanco y negro, atendemos aquí a la particularidad de que casi todos los personajes (una novelista, un poeta, una actriz de cine y otra de teatro) se toman una pausa o se replantean abandonar su profesión, ante la falta de motivación y búsqueda de nuevos estímulos. Es el tercer Oso de Plata para Hong en las tres últimas ediciones de la Berlinale, un hito en la historia del festival. El tercer premio fue para la excelente Manto de Gemas (leer critica aquí) de la mexicana Natalia López. Su debut en el largometraje se trata de una revolución a las manidas historias del narcotráfico, pues la directora lo afronta desde lo abstracto y desde una potencia descomunal en el uso del sonido y de la imagen. Ello, unido a una narración desfragmentada y poco convencional, dota a la película de un toque de cine de autor muy personal. Terminando con la foto de portada, el premio a la mejor dirección fue para Claire Denis por su fantástica labor en Both Sides of the Blade (leer reseña aquí) La dirección actoral del trío de protagonistas, en especial de Juliette Binoche y Vincent Lindon, es muestra de una gran intuición y veteranía en una historia que se va oscureciendo a medida que el triángulo amoroso cae en la obsesión y en las pulsiones inherentes al ser humano.
El papel de Laura Basuki en Before, now & then es de una alta sensibilidad y le valió El Oso de Plata a la mejor actuación de reparto. La joven indonesia interpreta a Ino, una mujer de una aura enigmática y llena de amor que ayuda a Nana, la protagonista, a emanciparse y a ser feliz. Si indudable es el mérito de la actriz por una interpretación donde todo emana desde el mundo interior, con muy breves diálogos, también lo es el de la directora de la película. Kamila Andini, en su tercera participación en el festival, cuenta en Before, now & then la historia real de Nana a través de la poesía, el onirismo y la delicadeza.
El Oso de Plata a la mejor actuación principal fue para Meltem Kaptan, una fuerza de la naturaleza. Nacida en Alemania y de raíces turcas, esta profesional del stand up comedy, moderadora y one woman show debuta en la actuación como un torbellino. La película Rabiye Kurnaz vs. George Bush cuenta la historia real de Rabiye, una madre (interpretada por Meltem) que trata de sacar a su hijo de Guantánamo, encarcelado sin pruebas tras los atentados del 11-S. Su magnetismo, humor y vitalidad suponen un descubrimiento para el cine en una película que también se alzó con el premio a mejor guion. La Berlinale es clara y abiertamente un festival de un gran carácter político.
Algunas grandes películas como Un été comme ça o Un año, una noche se fueron de vacío tras la ceremonia de entrega de premios, algo que lógicamente no resta calidad ninguna a dos títulos tan distintos como excepcionales. Por sus marcadas características, a la primera el tiempo la convertirá en película de culto, mientras que la segunda será muy bien acogida por un público amplio.
En la sección Panorama destaco dos películas que retratan realidades universales y actuales. La española Cinco Lobitos está protagonizada por Laia Costa (Victoria) y Susi Sánchez (La Enfermedad del Domingo) y es un veraz retrato familiar en torno a las adversidades de una madre primeriza. Amaia – Laia Costa- vuelve a la casa del pueblo de sus padres buscando ayuda para cuidar de su bebe, ya que su pareja debe ausentarse una temporada por trabajo. La directora debutante Alauda Ruiz consigue una de las películas mejor dialogadas de los últimos años, con conversaciones sinceras en torno a la maternidad, la pareja, la educación y el entorno familiar. Y como apunte, ayuda a normalizar en el cine algo tan natural como dar de pecho (como ya lo hizo Alanis en 2017) sin que la cámara se desvíe o evite mostrar el proceso de manera explícita. Curiosamente, lo mismo ocurre y por partida doble en La Ligne, otra película de esta Berlinale, donde una madre amamanta a la vez a sus gemelos recién nacidos. También se viene normalizando en el cine algo tan común como la menstruación, como vimos hace dos ediciones en varias películas de la sección Generación, centrada en los adolescentes.
Por su parte, la alemana Talking about the weather (Todos hablan sobre el tiempo) cuenta la historia de Clara, profesora y doctoranda en filosofía cercana a los cuarenta, separada, con una hija adolescente y un día a día con el que no da abasto. Desde la misma escena inicial vemos a una mujer decidida y segura, para inmediatamente advertir gestos que indican que no le queda otra que forzar esa seguridad para no colapsar ante la multitud de frentes que tiene abiertos, tanto personales como profesionales. No comulga con la élite intelectual de Berlín con la que se junta ni con la vida del pueblo que dejó tras marcharse a la ciudad, porque allí “todos hablan solo sobre el tiempo o la comida”. El trabajo de contención de la actriz Anne Schäfer es espléndido, donde todo emana desde su mundo interior a través de su semblante y vemos que ha heredado los problemas de comunicación de su madre, como iremos descubriendo. Talking about the weather es un gran debut de Annika Pinske (ayudante de dirección en Toni Erdmann) y es otro más junto a las mencionadas Cinco Lobitos o Manto de Gemas. Estamos atendiendo a una espectacular nueva generación de directoras con potentes primeras o segundas obras. El año pasado lo cerramos con Julia Docurnau ganando con Titane La Palma de Oro en Cannes, Audrey Diwan el León de Oro en Venecia por L´Evenement y Chloe Zhao el Oscar a mejor película con Nomadland. El 2022 empieza con Carla Simón ganando el Oso de Oro con Alcarrás. Han tenido que pasar 120 años desde la invención del cine para poder atender a este momento histórico.
Y por último Generación, la sección cuyo protagonistas son adolescentes y niños. Resalto la argentina Sublime, debut en el largometraje de Mariano Biasin, donde atendemos a una sincera coming of age donde la cuestión de género está absolutamente normalizada. Porque Manu, que tiene novia, se enamora de su amigo y compañero de banda Felipe y empieza a soñar cada noche con él y a sufrir, porque no sabe como decírselo. Tener sentimientos es normal hijo, habla con él, que estás hecho un saco de angustia, le dice su padre en la cocina. Y así atendemos a la evolución de una historia en la que en ningún momento ni se menciona la homosexualidad. Es una persona joven enamorada de otra. Un ejemplo, otro más, de como el cine refleja con normalidad algo absolutamente común en la sociedad y que forma parte del día a día. Sublime tiene el atractivo añadido de su banda sonora, compuesta por enérgicos pasajes musicales cuando el grupo ensaya o toca en eventos del pueblo. The Quiet Girl cuenta la historia de Cáit, una niña de 9 años de una familia numerosa, deprimida y sin apenas recursos. Sus padres la envían a pasar un verano junto a unos familiares y allí la pequeña experimenta por primera vez una cama seca, mudas de ropa, muestras de cariño y toda una experiencia transformadora. Una película triste y bonita y la primera en la historia del festival en lengua irlandesa, idioma en peligro de extinción y desbancado por el inglés en su propio país. Una lengua llamativa y curiosa – no hay más que atender al título original (An Cailín Ciúin) – que el director Colm Bairéad pone en valor y proclama la importancia de la diversidad lingüística.
La Berlinale tuvo lugar de manera presencial pese a todo tipo de voces contrarias y agoreras. Tuvimos que hacernos tests diarios (incluso teniendo la vacuna de refuerzo), los cines estaban el 50% de su capacidad y se redujo considerablemente la presencia de medios internacionales. Y pese a todo, valió mucho la pena. Y suscribo las palabras del director Denis Côté: Creo que la Berlinale está mandando un mensaje potente a todos los festivales del mundo, y ese mensaje es “dejad ya de cancelar”, ahora los cines están abiertos y la Berlinale está marcando un camino. Con todo lo que hemos vivido, experimentado, aprendido e implementado en estos dos últimos años ya va siendo hora de dirigirnos por ese camino, el de la vuelta – cuidadosa pero firme – a la normalidad. El cine se lo merece.
Berlinale 2022: “Un été comme ça“, de Denis Côté (Sección Oficial)
Soy un hombre y estoy haciendo una película sobre la sexualidad femenina, algo de lo que no se nada, así que me atrevo a decir que no se de lo que estoy hablando. Pero el cine a veces es caminar y explorar en la oscuridad, no sobre tener las respuestas a todo.
A mitad de escritura del guion de Un été comme ça (Ese tipo de verano), el alma libre que es Denis Côté paró de escribir y lo podemos imaginar reclinándose en la silla y alejarse de la pantalla del ordenador. Mujeres hipersexuales conviviendo durante veintiséis días en una mansión. Se dijo que siendo un hombre blanco heterosexual en tiempos del metoo y tratando un tema como este, tenía que ser responsable, delicado y no tener una mirada masculina. Contrató como mano derecha a una terapeuta sexual de la que ya no se separó y empezó a reescribir el guion.
Tres mujeres hipersexuales de veinte, treinta y cuarenta años junto a dos “profesionales”, un trabajador social llamado Sami y una terapeuta de nombre Octavia, quien se dedica a tomar notas (una alemana pelirroja a quien el director conoció de casualidad en una cena). Las únicas reglas son los horarios de las comidas, la prohibición de drogas y un uso del teléfono no mayor a noventa minutos al día. Seguramente sea este el proyecto más arriesgado al que el director canadiense se haya embarcado. La cámara no juzga el comportamiento y los pensamientos que comparten estas tres mujeres sino, mas bien al contrario, se convierte en una especie de documento ficcionalizado en el que se dedica a observar, como lo hacen Sami y Octavia, quienes rara vez intervienen. Como es habitual en el cine de Côté, la historia sucede en un lugar aislado y con un elenco pequeño, esto le ayuda a centrarnos en los personajes de la historia sin distracciones de por medio. La más joven, Geisha, se diría que se autorrealiza al tener sexo con la mayor cantidad de personas posible, no tanto así que tuviera un problema real. Respecto a Léonie, alrededor de los treinta, trata más sobre el trauma, con problemas de incesto y fantasías extremas. Y en cuanto a la mayor, Eugénie, gira en torno a problemas mentales, maníacos y con recurrentes pensamientos intrusivos.
A este “viaje” o “proyecto” se invita cada verano a tres mujeres con diversas condiciones sexuales, es decir, están allí por su propia voluntad. Y así es como todo sucede, cuando quieren compartir algo lo hacen y cuando intentan extralimitarse en algún comportamiento, Sami esta allí para, con delicadeza pero firmeza, derivarlo hacia otro sitio. Porque la primerísima noche de su estancia Geisha pone a prueba a Sami, intentando seducirlo y proponiéndole una felación. El trabajador social rebaja el ambiente con su gesto y su lenguaje corporal y desvía la atención hacia otro tema. No parece claro que Un été comme ça tenga un mensaje o que intente transmitirnos algo en concreto, hablamos de un director cuyo cine radica más en las vibraciones, en las sensaciones, presentando escenarios que devengan en preguntas, las que se haga el espectador. Una película sobre seres humanos donde, en palabras del canadiense, quizás la manera de vivir la intimidad y sexualidad de estas mujeres pueda ser bella. Pese algunos testimonios oscuros que comparten, se diría que se trata de normalizar y aceptar las imperfecciones del ser humano. Queremos que tengáis una estancia agradable, alejada de tentaciones, de la gente que os marginaliza y de situaciones que os provoquen ansiedad. Tratamos de inducir un cambio en vuestras obsesiones, necesitáis encontrar una manera de ser más allá que a través del sexo y brillar distinto, despertar otros tipos de estimulación. Se les comunica a su bienvenida a la mansión.
Côté actúa como lo suele hacer, de una manera distinta pero equiparable, Asghar Farhadi en su cine: pone a sus personajes en determinadas situaciones y luego se dedica a observar cómo se comportan al respecto. Sin presentar buenos o malos, victimas o verdugos, débiles o fuertes. Todos sabemos que la vida rara vez se reduce al blanco y negro. Y a estas mujeres se les otorga un día libre, donde pueden salir, pernoctar fuera y hacer lo que les venga en gana sin tener que dar luego explicaciones. Un día que indudablemente aprovechan. En el caso de Geisha y su “participación“ en un partido de futbol masculino, atendimos a uno de los grandes momentos de la Berlinale.
Un été comme ça es una película que ciertamente desconcierta porque, seguramente, veamos la sexualidad y sus diversas variantes en base a ciertos códigos predefinidos muchos de los cuales ni siquiera tengamos consciencia, yacen a un nivel vegetativo. Decía en rueda de prensa Larissa Corriveau, que interpreta a Léonie, que esta era una película sobre una intimidad que muestra una cierta realidad. La intimidad encierra algo misterioso dentro de nosotros, hermoso, así que creo que es más una película poética que anti-porno. Y de hecho las bellas imágenes del lago junto a la mansión así como diversas escenas de naturaleza vendrían, quizás, a simbolizar esa belleza. Como es obvio, el incesto, los trastornos mentales o los pensamientos extremos intrusivos no son elementos que nadie se atreviera a calificar de bellos. Pero la perspectiva observacional de Un été comme ça trata de evitar caer en la lástima, la victimización o la estigmatización. Sea como fuere, es un cine que explora en la oscuridad con una naturalidad sorprendente que no dejará a nadie indiferente.
Berlinale 2022: El año de las historias de amor
En pocas ediciones de la Berlinale hemos tenido tantas historias de amor como en esta. Si bien muy distintas entre sí, las siguientes tres películas de la Sección Oficial giran en torno al amor en algunas de sus infinitas variables, pero todas ellas contadas desde una perspectiva muy humana. Esto es de agradecer como contrapunto a algunos años plagados de dramas intensos y profundos donde, con el paso de los días, uno terminaba con un gran cansancio emocional tras tanta tragedia. Decía Andrei Tarkovsky en su película Solaris que el amor es un sentimiento que podemos experimentar, pero nunca explicar. Ejemplo de ello son estas tres variopintas historias de amor.
Peter von Kant, de François Ozon
El prolífico director francés volvió una vez más a Berlín presentando en esta ocasión una adaptación de Rainer Werner Fassbinder. La curiosidad aquí es que mientras la película original (Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de 1972) estaba protagonizada por una mujer, en el film de Ozon el papel se lo otorga a un hombre. Y no un hombre menudo. El corpulento Denis Menochet (En la casa, Custodia compartida, Gloriosos Bastardos) interpreta a un célebre director de cine endiosado, impulsivo y para quien el mundo gira en torno a él. Un volcán de personalidad que se derrama por la pantalla esparciendo sentimientos y obsesiones cuando conoce al joven y atractivo Amir, cuya relación traerá más lágrimas que sonrisas. Las películas inaugurales rara vez suelen ser grandes obras y esto es algo que muchas veces descoloca al espectador, por las expectativas que crea la película de apertura de un festival. El gran aliciente de Peter von Kant es ver por fin a Menochet en un rol principal, EL rol principal en este caso, pues no hay una sola escena que desvíe la atención de él, un claro simbolismo de una personalidad narcisista que no esconde otra cosa que un hombre altamente inseguro y sensible. Las personas más cercanas a Peter son su ayudante Karl, a quien gusta maltratar y humillar, y su amiga Sidonie (interpretada por Isabelle Adjani) una gran actriz y antigua musa del director. Ella le presenta al joven de clase baja Amir de quien inmediatamente se enamora y apadrina hasta convertirlo en una estrella. A través de diálogos plagados de un humor muy satírico, Peter von Kant es la historia del descenso hasta la locura, las lágrimas y la tortura del desamor narrada con ese elegante y cómico melodramatismo tan marca de la casa del cine de François Ozon. Una historia que es, sin embargo, bastante previsible pero aun así disfrutable.
Both sides of the Blade (Los dos lados de la cuchilla), de Claire Denis
Nunca tantos Je t’´aime sonaron tan forzados, tan vacíos. Both sides of the blade gira en torno al amor, a la obsesión y a la manipulación. Del amor inocente, del que deviene en obsesión, de la obsesión disfrazada de amor y de los juegos tóxicos cuando la sinceridad se deja de lado. Claire Denis realiza una película que atrapa y que profundiza en estos temas a través del triángulo amoroso que forman Jean, Sara y François. Los dos primeros, interpretados por Vincent Lindon y Juliette Binoche, llevan nueve años juntos y protagonizan la escena inicial más bella de esta Berlinale: es verano y el sol se proyecta sobre las leves olas de un mar donde ambos se entregan como enamorados adolescentes. Finalmente, una cámara acuática muestra sus manos entrelazadas caminando bajo el agua cristalina.
Desde aquí la atmosfera en su casa se siente extrañamente cargada así como la química en la cama, pese a las continuas muestras de amor mutuas. Es un sutil presagio de lo que ha de venir, la reaparición en sus vidas de François, antiguo mejor amigo de Jean y exmarido de Sara. Una vez que amas a alguien nunca dejas de amarle del todo, le dice Sara a Jean, sigo sintiendo algo especial por él pero tranquilo, lo que hubo entre él y yo terminó. Porque el destino es caprichoso y, tras tantos años, Sara ve a François por la calle y una potente sensación la subyuga, él no la ve, pero casualmente, pocos días después contacta a Jean para ofrecerle un trabajo. Both sides of the Blade es pura y dura dirección de personajes y gestión del arco narrativo, donde Claire Denis saca de ellos unas magníficas actuaciones. La realizadora francesa se alzó con el Oso de Plata a la mejor dirección. Es sencillo sentir el papel de Juliette Binoche como el de manipuladora, a Jean el de víctima y a François el de elemento detonador. Sin embargo, Claire Denis apuntó en rueda de prensa que quizás esa relación no tenía un buen balance y que Sara también era una víctima, al aceptarse, ser de alguna manera consecuente con sentir aún deseo por otra persona. Y lo que ello le conlleva. Y a todos.
A E I O U, el rápido alfabeto del amor, de Nicolette Krebitz
La directora berlinesa Nicolette Krebitz se presentaba en la Sección Oficial con la historia de amor entre una veterana actriz de sesenta años y un inadaptado joven de diecisiete. De amplio y curioso título, A E I O U -sirva como apócope- relata una particular relación que nace, como nace el infortunio en la película de Claire Denis, de una improbable y enorme casualidad. O el destino abriendo una vía por algún motivo caprichoso. La excelente actriz de cine, teatro y televisión Sophie Rois da vida a Anna, una otrora célebre actriz de excelente dicción, pero caída a menos y que acepta un pequeño trabajo de logopeda. Su alumno, un joven muy introvertido llamado Adrian, resulta ser el mismo que hace un par de noches le robó el bolso en plena calle. Siendo una película ligera y entretenida, no trata de disfrazarse de una profundidad pretenciosa y Krebitz consigue sacar de esta historia más de lo esperado: sortea el cajón de feel-good happy ending movie gracias a una estética estilizada y a un tipo de humor sagaz. A todo ello ayuda la imponente presencia en pantalla de Udo Kier, quien interpreta en A E I O U al vecino de Anna y que otorga una elegancia muy armónica a la película. Viendo la gran selección de casting, sería difícil imaginar que la directora encontrara al personaje de Adrian en un spa. “Tras meses en busca del actor perfecto para el papel de Adrian, fui con mi pareja a un spa y nos cruzamos con un chico. Fue un flechazo, aunque un poco incómodo por la situación entre vapores y albornoces (…) finalmente le invité a un casting y resultó que tenía bastante experiencia en teatro pese a su corta edad” descubría la directora. Su nombre es Milan Herms, lo anotamos para el futuro.
Si no podemos explicar el amor, al menos podemos experimentarlo a través del cine y de algunas historias donde nos vemos reconocidos, volviendo a esos lugares comunes, esos de ilusión, pasión, ira, decepción, renacimiento y todos los rastrillos de palabras inanes posibles que solo el lenguaje mudo del corazón puede expresar.
Berlinale 2022: “Un año, una noche”, de Isaki Lacuesta (Sección Oficial)
Realizar una película basada en un hecho real como un atentado terrorista es, que duda cabe, una labor delicada. Y el acercamiento del director español Isaki Lacuesta a un suceso así no pudo ser más respetuoso y sincero: “Un año, una noche” pone el foco en las diferentes maneras de sobrellevar un trauma, el de una pareja que se encontraba en la sala Bataclan de París el 13 de noviembre de 2015. Basado en el libro de Ramón González “Paz, amor y Death Metal”, quien contaba su historia de supervivencia tras los atentados donde noventa personas fueron asesinadas, la mejor película -siempre en mi opinión, por supuesto- de esta Berlinale es una historia compleja contada con destreza.
El guion, escrito a seis manos entre Isaki Lacuesta, Isa Campo y Fran Araujo, oscila entre escenas de aquella noche y otras de un año después. Y ese entrelazado va añadiendo capas y más capas, goteos de matices al cuadro final que uno se hace de Ramon y de Céline, la pareja de protagonistas interpretada por Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant. “Un año, una noche” abre con cortes, los cortes de la desorientación, de ambos siendo rescatados por la policía a la salida del club. Porque, lejos de caer en el sensacionalismo de dar una excesiva tribuna a los terroristas, Lacuesta elige no sacarlos un solo segundo en pantalla. “Decidimos que en lugar de mostrarlos, que se vieran en los ojos y en las expresiones de los personajes, quienes luego odiaban que los llamasen supervivientes, porque ellos ahora quieren vivir, no sobrevivir” remarcaba el director en la rueda de prensa.
Céline se encuentra todavía, un año después, en un estado de negación, sigue empleada y viviendo para echar una mano a los que tiene alrededor, centrándose en los demás más que en sí misma. Ramón, sin embargo, esta muy hipersensible, deja el trabajo y sufre regulares ataques de pánico. Los vemos despertarse por la mañana y preparar tranquilamente el café o en otros pasajes cenando y bebiendo con amigos y uno tiene una extraña sensación, porque pareciera que nada ha pasado o que es su vida antes del atentado. Hasta que un comentario, un gesto es el disparador de una discusión y de unas lagrimas que nos hacen tocar tierra. “Tú eres el traumatizado, tu eres el herido, te levantas y tocas la guitarra, estoy exhausta de hacerlo todo yo”. Probablemente sea “Un año, una noche” la película con el papel mas consistente en la carrera de Noémie Merlant, más aun que en la célebre Retrato de una mujer en llamas. Porque el nivel de exigencia es aquí mayor y lo es tanto en su personaje como en el de Nahuel, donde a través de los gestos y expresiones van dotando de contenido a sus personajes durante más de dos horas. “Tu no vistes sus caras, yo sí, ¡las tengo clavadas en mi cabeza!” Más arriba aun rayan tanto el guion como la dirección, cerrando una película redonda. Pero dado que la Berlinale suele repartir sus premios, se hace utópico imaginar lo que sería natural: premios a mejor película, a mejor guion y al mejor director de esta Berlinale 2022.
A través de espejos, marcos dobles y otros elementos observamos también el durante y el después en los protagonistas, ambos mundos interiores superpuestos, usados por Isaki Lacuesta con ingenio y siendo respetuoso con la banda sonora: alternancia de estilos donde el Rock & Roll o la música electrónica son otro protagonista (todo sucedió en una sala de conciertos) y cuando llegan los violines de Monteverdi suenan relajados y en un tono suave, nada protagónicos. Porque en “Un año, una noche” no hay espacio para el sentimentalismo forzado, el dramatismo impostado ni otro elemento que no sea la honestidad para con ellos, con la gestión de sus traumas sin juzgarlos. Ramón y Marianne en persona (Céline en la película) ayudaron durante el rodaje al director y volaron a Berlín para atender a la Premiere mundial de la película. No es cerrar un círculo porque, como dijo Ramón González, la memoria pertenece al pasado y cada vez que volvemos a él lo sentimos, lo recordamos y lo volvemos a vivir distinto.
Berlinale 2022: «Manto de gemas», de Natalia López (Sección Oficial)
La primera gran película de la Sección Oficial de la Berlinale llegó de manos de una debutante. Decía la directora en la rueda de prensa que describir México es extremadamente difícil y lo comparaba con la diosa Ganesha, como un país de múltiples brazos y tan complejo que el único acercamiento posible para tratar de describirlo fue desde lo abstracto. Manto de Gemas es el debut en la dirección de la mexicana Natalia López y un retrato del miedo y de las heridas provocadas por el narcotráfico como, me atrevería a decir sin pudor, nunca antes visto. La desfragmentación en la narración y la ausencia de un hilo argumental convencional devienen en esa abstracción que muy lógicamente recordaría a Carlos Reygadas; no en vano, Natalia fue la montadora de sus dos mejores películas, Post Tenebrax Lux y Luz Silenciosa. El término manto del título alude a un estrato subterráneo, a esa violencia que no emana esencialmente en la película desde lo explícito -que también en diversos momentos- sino desde capas más profundas, más abstractas.
Por todo esto hacer una crítica cinematográfica al uso de Manto de Gemas se antoja un ejercicio complicado. Sí es cierto que tenemos en Isabel a un personaje al que podríamos llamar protagonista, quien vive en un continuo estado de miedo contenido, con una expresión congelada sin que lleguemos a saber los motivos exactos. Ya en una de las escenas iniciales de la película, la observamos contra un gran ventanal mientras su pareja, no con poca brusquedad, trata de tener sexo con ella, quien mira al vacío con expresión ausente. Mientras, la tranquila sirvienta María empieza lentamente a mostrar una creciente incomodidad y la vemos más tarde preguntando por su hermana desaparecida en la comisaria. Otros personajes con relevancia intervienen con historias paralelas, pero el actor principal de la película es el sonido.
El sonido como paulatino detonador de la violencia, con unas iracundas ráfagas de viento que azotan la tierra y empolvan el aire, con el volumen ensordecedor del televisor y los gritos de fondo de la nieta, porque el abuelo no escucha bien, o con el jardinero cortando la leña, con primeros planos de los leños y el hacha cayendo una y otra vez, casi cinco minutos de un ruido seco y vehemente constante. Así, a medida que aumenta la aparición de este tipo de escenas, aumenta también la aparición de la violencia explicita a través de algunas imágenes. “El sonido es el creador de la realidad, es un demiurgo – dice la directora- porque yo te muestro algo en la pantalla y mientras tu estas escuchando otra cosa y viceversa. En México ver y oír no van juntos, es un país de una enorme ambigüedad.”
Pese a extraño que pudiera sonar, hay también belleza e incluso poesía en la película. La directora hace gala de un cultivado talento y un gran gusto estético, alternando bellos primeros planos, amplias panorámicas que todo lo abarcan, la cámara lenta e incluso un tipo particular de lente de esquinas desenfocadas, algo que indudablemente recuerda a Post Tenebras Lux de Reygadas.
La idea de la película surgió cuando Natalia López empezó a entrevistar a madres que habían perdido a sus hijos alrededor del área de Morelos, donde se crio la directora. “Mi interés era encontrar una cercanía con esa herida espiritual y su dimensión psicológica, no hacer en realidad una película sobre el narcotráfico en sí mismo, sino sobre el miedo y la consecuente falta de un proyecto común en una comunidad sin futuro”.
El resultado es un excelente debut y también una película que no se lo pone fácil al espectador: Manto de Gemas es exigente y no es sencillo entrar en ella, pero quienes lo consigan quedarán ampliamente gratificados. Una temática que creíamos agotada y sobreexplotada es reinventada aquí aportando un punto de vista fresco y cargado de talento.
Previa de la Berlinale 2022
Entre el 10 y el 20 de febrero vuelve un año más el Festival Internacional de Cine de Berlín, popularmente conocido como la Berlinale. Y lo hará, pese a muchos pronósticos agoreros, de manera presencial. Una de las actividades que más me interesa y entretiene es la de investigar precedentes o la ausencia de los mismos. Por primera vez en más de veinte años tenemos a dos películas españolas en la Sección Oficial: la esperadísima Alcarrás de Carla Simón (su debut Verano 1993 también se estrenó en Berlín) y Un año, Una noche de Isaki Lacuesta. Hay que irse hasta 1983 para encontrar la última producción española que gano el Oso de Oro, La Colmena de Mario Camus.
También competirán la francesa Claire Denis con Avec amour et acharnement – protagonizada por Juliette Binoche y Vincent Lindon- Ursula Meier con La Ligne o el incombustible Paolo Taviani (91 años) con Leonora addio, primera ocasión que dirige sin su recientemente fallecido hermano Vittorio. Los Taviani ya presentaban películas en el festival hace más de cinco décadas y ganaron el Oso de Oro en 2012 con Cesar debe morir. Mención especial requieren tres abonados a la historia reciente de la Berlinale: François Ozon vuelve con Peter von Kant – interpretada por Denis Menochet e Isabelle Adjani- el canadiense Denis Côté reaparece con Un été comme ça y como no, quien si no, estará Hong Sang-soo. Ya es impensable concebir una Berlinale sin el director coreano, cuya sencillez, delicadeza y sentido del humor enamora tanto en sus películas como en sus ruedas de prensa (pinche aquí para ver un ejemplo). El nuevo título de Hong lo protagoniza obviamente su inseparable Kim Min-hee y se llama The Novelist’s Film: una joven escritora quiere visitar la librería de su exnovio, sube a una torre y conoce allí una gente. A veces una película no necesita más y con el coreano menos es siempre más.
La directora indonesia Kamila Andini presenta Nana, la historia de una mujer que vivió en la isla de Java durante los años 60, basada en una historia real de la vida de Raden Nana Sunani. Y el dato: Andini es la primera directora del sudeste asiático en Sección Oficial en la historia de la Berlinale. Mi apuesta para el Oso de Oro: A E I O U – A Quick Alphabet of Love, de Nicolette Krebitz. Las tres películas dirigidas hasta la fecha por la alemana eran historias poderosas y originales, con un talento natural por el cine y por narrar historias desde un lugar astuto y sensible. Es el ejemplo de la sorprendente Wild de 2016, muy celebrada por público y critica en festivales de primer nivel como Sundance o Rotterdam.
Ya hace muchas ediciones que se recuerda: Contra la pared (Gegen die Wand) de Fatih Akin fue la última película alemana en ganar el Oso de Oro. Era el año 2004. Krebitz además de alemana es berlinesa y estrena una película de amor entre una veterana profesora de idiomas y su alumno. Ah, el amor, hacen falta más historias de amor.
A E I O U – A Quick Alphabet of Love
Buceando a través de las sinopsis de las diferentes secciones, uno se percata de que este año una mayoría de las películas ambientan sus historias fuera del centro de la ciudad, en la periferia o en el campo. Todos tenemos allegados que en los últimos tiempos han decidido salir de la ciudad, buscando una calma y estilo de vida que las dinámicas de una urbe no permiten. El ruido y el estrés que se genera en el aire mueve cada vez a más personas a buscar un nuevo punto de partida desde el que mirar al día a día, sin sirenas de ambulancia ni discusiones en la terraza del café de abajo.
Y es que respecto al cine, las películas ambientadas en el campo, el pueblo o entornos naturales ofrecen visibilidad a un estilo de vida que suele ser visto con condescendencia, como si los que siguen y seguirán allí viviendo estuvieran contagiados por una suerte de ignorancia conformista, por un aburrido desconocimiento. Es la ceguera altiva del humano de asfalto. Vivimos en una época de enorme crisis de valores donde para muchos el cine es Netflix y los festivales un reducto de películas lentas para snobs gafapastas. La mesura y el pensamiento crítico se está perdiendo vertiginosa y enfangadamente entre el clickbait, la normalización de discursos de odio, el ensalzamiento de la idiotez, los videos de 15 segundos y ver series y películas con el fast forward x2. Ah, el hombre de ciudad.
Por otro lado, la joven sección Encounters cumple su tercer aniversario. Una trepidante sección que busca dar cabida a un tipo de cine innovador, arriesgado, a nuevas narrativas alejadas del convencionalismo. Aquí se han dado a conocer cineastas como los hermanos Ramon & Silvan Zürcher con La Chica y la Araña (Das Mädchen und die Spinne), una originalísima sitcom suiza de un humor y puesta en escena sorprendentes, o la austriaca Sandra Wollner con Del inconveniente de haber nacido (The trouble with being born), la singular historia de ciencia ficción entre un hombre traumatizado por su pasado y una niña androide a quien llama padre. Para dotar de prestigio a la nueva sección, afamados directores como el propio Denis Côté o Cristi Puiu han presentado en Encounters sus últimas películas, ambas igualmente singulares. Así, también en esta edición encontramos cineastas de renombre como Peter Strickland y su Flux Gourmet, una película culinaria que fusiona el arte contemporáneo con la comida y sus consecuencias en nuestro cuerpo, o a Betrand Bonello con Coma, mezcla de ensayo, fantasía y humor negro donde el propio director observa a su hija adolescente lidiar con cuestiones típicas de su edad en plena pandemia coronaria.
Como festival internacional que es, la Berlinale acoge películas de todos los rincones del planeta. Encontramos por ejemplo este año tres películas de Kazajistán, país de creciente industria cinematográfica, el documental Myanmar Diaries sobre las secuelas del golpe de estado en Myanmar en 2021 o Nous, étudiant, la primera película de la República Centroafricana en la historia del festival. Sin embargo, se vuelve a echar de menos una mayor diversidad en cuanto a cine latinoamericano se refiere, donde la presencia se reduce de nuevo al póker que conforman Argentina, México, Brasil y Chile. Con cuentagotas aparecen otros países representados, como la colombiana Los Conductos en 2020, la paraguaya Las Herederas y la guatemalteca Temblores en 2019 o la costarricense El Despertar de las Hormigas en 2018. Todas excelentes películas que cosecharon gran éxito tanto en Berlín (varios Osos de Plata) como en el resto de festivales donde participaron. Esta será la segunda edición seguida sin presencia de películas latinoamericanas más allá del póker mencionado. Sin lugar a duda, uno de los aspectos a mejorar por la nueva dirección del festival desde que se hizo cargo en 2020.
Isabelle Huppert, la Grande Dame del cine europeo, recibirá el Oso de Oro Honorífico por su trayectoria. Tras la correspondiente ceremonia en el Berlinale Palast, tendrá lugar el estreno de su última película À propos de Joan, coprotagonizada junto a Lars Eidinger. Asimismo, podrán verse durante el festival algunas de sus mejores actuaciones, incluyendo el clásico indiscutible La Pianista, dirigido por Michael Haneke en 2001.
Y como despedida de este artículo, la despedida de la histórica Maryanne Redpath tras treinta años ligada al festival. Comenzó en 1993 como asistente de dirección en Generation y desde 2008 está al cargo de la sección. Mujer visionaria e innovadora, ha hecho de Generation la joya del festival, una sección donde la atención se centra en películas que están temática y formalmente vinculadas al mundo de los niños y jóvenes, a la altura de sus ojos. Este año se presentan títulos como la irlandesa The Quiet Girl, primera película en idioma gaélico -irlandés antiguo- en participar en una Berlinale, sobre el verano y experiencias de una niña de nueve años alejada de su familia disfuncional. O la argentina Sublime, una historia de amistad entre los adolescentes Manuel y Felipe con despertares y caminos hacia el descubrimiento de sus identidades. Y así como en este loco mundo necesitamos más historias de amor, otras que sucedan fuera de las ciudades y también obras innovadoras y rompedoras, necesitamos películas que nos recuerden que todos alguna vez fuimos jóvenes y fuimos niños, volviendo a esas emociones donde todo era nuevo y la vida era un carrusel infinito. E ir al cine un acontecimiento trepidante.
«Bad Luck Banging or Looney Porn», de Radu Jude en la #Berlinale2021
El Oso de Oro de esta Berlinale 2021 estaba cantadísimo: Emi, una respetada y modélica profesora de un importante colegio de Bucarest, ve puesto en peligro su carrera profesional por un video de sexo casero filtrado en internet. Pese a llevar máscara, es identificada. El director Radu Jude aprovecha este punto de partida y centro de la trama para hacer un satírico repaso de la historia moderna de Rumanía. Sin dejar títere con cabeza, cultura, política, religión, sexualidad, educación y un interminable etcétera a lo largo de unos fantásticos cuarenta minutos explican cómo hemos llegado hasta aquí, esto es, a un absurdo tribunal escolar para decidir el futuro de Emi. Pero estas son la segunda y tercera parte de la película, dividida en tres actos.
Bad Luck Banging or Looney Porn, que vendría a traducirse como “sexo de mala suerte o porno de locos”, empieza disparando a matar y se avecina más de un abandono en las salas cuando la película se estrene en cines, porque claro, más de uno/una no aguantará el shock. Pero tranquilos que solo son cuatro minutos. Luego seguiremos a la protagonista Emi correteando por las calles de Bucarest, nerviosa, haciendo recados en plena pandemia. Porque sí, la película se rodó a mediados del pasado año y somos testigos de situaciones cómicas e irritantes, ya habituales en nuestro día a día con cajeras de supermercado con la mascarilla en la papada o esa persona en la cola que no guarda la distancia. De esta manera Bad Luck Banging or Looney Porn tiene una valor añadido, al ser un documento gráfico que nos hará recordar dentro de quince o veinte años cómo vivíamos durante ese loco y surrealista tiempo.
Emi y su marido tratan de eliminar sin éxito el video de internet, demasiado extendido y viralizado como para poder frenarlo. Entre medias, atendemos al nerviosismo imperante de un día en la capital rumana, que podría ser en cualquier otro sitio, con gente que aparca su coche en mitad de la acera o peatones insultando a conductores por frenar en el semáforo demasiado tarde. Tras el impacto de la escena inicial, esta aparente normalidad de un día cualquiera en el mundo Covid nos hace bajar la guardia. Y Radu Jude vuelve a atacar y lo hace con un amplísimo diccionario satírico, del cual traigo aquí tan solo tres ejemplos:
- Término: Navidad. Imagen: un pesebre. Suena un villancico.
Subtítulos: un comando situado en Semferopol, Rusia, recibe la orden de matar a 3.000 judíos y Sindi Roma antes de Navidad. La orden se ejecuta con gran diligencia y permite a las tropas celebrar el nacimiento de Jesús.
- Término: Respeto. Imagen: una mujer con vestido de novia.
Subtítulos: el jefe de policía ha declarado que las mujeres maltratadas por sus maridos no deberían llamar a la policía durante la noche, sino esperar a la mañana siguiente.
- Término: Cultura. Imagen: dos chicos actuando en un concierto con ropa femenina.
Subtítulos: “Un espectador: ¡Vergüenza os tendría que dar! ¿A esto llamáis cultura? ¡No sorprende que el sistema educativo sea un desastre!”
Como escribió el crítico de cine Ştefan Dobroiu, “Bad Luck Banging or Looney Porn no es precisamente una película que gustará al público, pero definitivamente es una obra que deben ver”. Porque tras este particular repaso histórico de Radu Jude, llega el desenlace de la película en su tercer acto, con el obsceno tribunal escolar donde el catetismo de los padres pone de relieve lo peor de la sociedad. Así, el director nos enfrenta a estos dos tipos de obscenidad y vemos que la obscenidad del vídeo porno no es nada comparada con lo que nos rodea, pero no le prestamos atención.
Un antiguo comandante que anhela los tiempos del dictador Ceaușescu, una pija estúpida y remilgada, un arrogante piloto de avión anticovid e incluso un cura son algunos de los padres de este comité escolar que tratan de ridiculizar a Emi, ya conocida como “la profesora porno”. Todo este tribunal transcurre entre un tono absurdo y estereotipado, donde el racismo, la hipocresía y un sinfín de los males de nuestro mundo se ponen de relieve. Radu Jude se dió a conocer en 2009 con “The happiest girl in the world”, apareciendo en la sección Forum de la Berlinale, atrayendo definitivamente la atención Internacional con el Oso de Plata a mejor director en 2015 por “Aferim”. Su idilio con el festival llega a su clímax con la conquista ahora del Oso de Oro (el tercero para Rumanía en los últimos nueve años, ojo al dato), y lo hace con una película abiertamente controvertida, ácida, inteligente y política como pocas. Y no existe festival más político que la Berlinale, solo hay que recordar aquel eslogan de su anterior director Dieter Kosslick en la edición del 2005: Sexo, política y Rock & Roll. De aquellos barros, estos lodos. Y que siga así, por favor.
Trailer de Bad Luck Banging or Looney Porn: