The Bacchus Lady: ser viejo en Corea del Sur

The Bacchus Lady: ser viejo en Corea del Sur

Fotografía tomada de la web de la Berlinale. Todos los derechos reservados © Internationale Filmfestspiele Berlin

No es secreto alguno que Corea del Sur ha expresado un crecimiento muy considerable a casi todos los niveles en los últimos tiempos. Tanto que ello le ha permitido situarse a día de hoy como la onceava potencia económica del mundo y con una tendencia imparablemente ascendente.

Sin embargo, las cifras al alza y la imponente evolución del país esconden miserias bajo la alfombra que el director Lee Jae-yong no duda en plasmar en esta nueva película.

The Bacchus Lady versa sobre la soledad, la muerte y la prostitución a la vejez en la Corea actual, donde el desamparo y los recursos económicos con los que viven los mayores les hace verse abocados a medidas desesperadas.

Una mujer de avanzada edad que se hace llamar So-Young (entiéndase el juego de palabras) se gana la vida desde hace décadas con la prostitución. Hace muchos años, fruto de una relación con un marine americano estacionado en el país tras la segunda guerra mundial, dio luz a un niño que dejó al poco tiempo en adopción. Ahora, frecuenta calles y parques acercándose a los hombres y ofreciéndoles un poco de „Bacchus “, una popular bebida coreana energizante, para proponerles a continuación un tiempo de intimidad. Justifica su profesión a los curiosos con la necesidad de pagar los estudios de su hijo que vive en Estados Unidos.

Un día, presencia la detención de una mujer y observa a su pequeño hijo escapar entre llantos de la policía, decide seguirlo por las calles y llevarlo a su casa para hacerse cargo temporalmente de él.

Su ternura hacia el niño va creciendo, pero no puede permitirse dejar su oficio, momento en el cual van entrando en la historia otros personajes cada cual más variopinto.

 

El cine coreano va camino de convertirse, si no lo ha logrado ya, en un referente en el panorama internacional por su fuerte pero intimista personalidad y una manera fresca e innovadora de abordar temáticas cada vez más diversas. El drama es el género en el que parece sentirse más cómodo y son varios los títulos de gran calidad que nos ofrecen cada año.

The Bacchus Lady es un muy buen ejemplo de porqué las películas de este país atraen cada vez más adeptos y representa a día de hoy un espejo desde el cual llevar el cine a cuotas y planos mayores.

 

Seguimos con nuestra protagonista, quien se va viendo envuelta en situaciones más delicadas y comprometidas con sus sucesivos clientes; su personaje evoluciona hasta duros límites que no imaginábamos, arrojando torrentes de sensaciones y provocándonos desazón y tristeza.

La vejez y lo que ello implica en Corea son tratados con crudeza; discurren sin embargo ingeniosos diálogos a lo largo del filme con la participación de otros actores de la historia, rebajando por momentos el ambiente de pesadumbre y haciéndonos olvidar, aunque sea por unos instantes, la dureza del film.

 

Los clientes van dejando de ser tales para convertirse en compañeros de un viaje en el que difícilmente vislumbramos un final feliz. La veterana actriz principal Youn Yuh-jung (The Insect Woman, 1972) está magnífica en su interpretación, siendo un medio muy exitoso mediante el cual el director nos hace llegar su mensaje.

La conciencia de que lo que hemos visto a lo largo de dos horas esté ocurriendo en Corea en tiempo real plantea muchas inquietudes y preguntas acerca de lo que la sociedad está haciendo mal para que todo esto pueda tener lugar.

 

4 Años de espera de Nicchols: Midnight special

4 Años de espera de Nicchols: Midnight special

El nombre de Jeff Nicchols está ya instalado en el inconsciente colectivo del cine actual, con un corte independiente de alta calidad y cuatro años después de ese absorbente entramado dramático que es Mud, volvía a la carga con una nueva cinta y en que mejor escenario que la Berlinale.

Retomando a Michael Shannon como actor fetiche y junto a Kirsten Dunst, no muchos dirían que el protagonismo lo pudiera acaparar un niño de 12 años, Jaeden Lieberher.

 

Midnight special comienza con una agradecible tenebrosidad, con escenas desde el interior del coche de una magia especial, una esencia de Collateral y Locke mezclada con el oscurantismo de Zodiac. Tanto, que cada vez que el auto toma la carretera, la película gana enteros mientras devora kilómetros.

Se hace notar el toque particular y un tanto indie en el uso de la cámara y el tratamiento de los tempos de Nicchols, donde presenciamos lo que a toda luces diríamos que es un rapto, pero con extraños elementos que nos despistan y nos entrecierran los ojos acaparando máxima atención.

A su vez, un gran rancho tejano americano gobernado por el veterano Sam Shepard aparece como un escenario importante relacionado con ese niño tan especial. Un niño con unas habilidades y poderes fuera de lo común y que explican porque el gobierno despliega tamaña cantidad de medios sin precedentes para encontrarlo.

 

Sin embargo, el film comienza a virar poco a poco hacia una suerte de homenaje a los filmes de ciencia ficción de los 80 con marcada influencia spielbergiana, dejando de lado esa tensión y autenticidad de su primer tercio para retomar la senda tan solo durante momentos puntuales. El propio Nicchols reconoce haber intentando emular y retomar el espíritu de clásicos como E.T y Encuentros en la Tercera Fase, lo cual no deja de ser una lástima pues se le presupone talento suficiente para realizar una cinta sobrenatural o fantástica con personalidad y sello propio, como ya demostró en la fascinante e inquietante Take Shelter (2011).

 

Destacar el papel del pequeño Jaeden Lieberher, tan resuelto dentro de la película como en la alfombra roja el día del estreno del filme. Es sin duda quien parece tener más claro su cometido y el que lo lleva a cabo con mayor determinación y naturalidad (lo que habido el buen reparto no habla muy a favor del resto). Michael Shannon parece despistado con un semblante demasiado impuesto y su personaje no termina de evolucionar; Kirsten Dunst, por su parte, no pasa de tener un rol secundario y ,aunque conocemos de su calidad interpretativa (en la reciente temporada de Fargo esta simplemente espectacular), su personaje no tiene recorrido suficiente como para permitirle brillar.

 

Eso sí, destacar a un David Wingo (hermano cinematográfico inseparable del director) que vuelve a estar magnifico con la banda sonora y demuestra un gran dominio de cada situación, sacándole más jugo a las secuencias de las que visualmente podrían ofrecer por sí mismas.

 

Una de esas historias, en definitiva, que se quedan a medio camino de lograr algo mayor, pero con dosis suficientes de gran cine como para no olvidar que detrás está Nicchols, quien esperemos nos depare mayores alegrías en los años que están por venir.

 

Intermezzo literario de Andrés Barba. Sobre su libro ‘La risa caníbal’

Intermezzo literario de Andrés Barba. Sobre su libro ‘La risa caníbal’

 

Detalles de la obra:

Autor: Andrés Barba

Título completo: La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder.

Editorial: Alpha Decay (Colección: Héroes modernos).

Publicación: 1 de febrero de 2016.

Extensión: 152 páginas.

 

“Cada vez que un hombre abre la boca para reír está devorando a otro hombre”. Con esta sentencia inicial ya tenemos la declaración de intenciones completa del autor: reírse es siempre “reírse de…”.

Las fuentes de las que bebe Barba para cimentar esta obra son claras desde el principio: siguiendo a Bergson, el autor sostiene una suerte de teoría de superioridad de la risa (entendiendo la risa en todo momento como correctivo social) y una proximidad muy estrecha entre la razón (o, quizá, más bien se deba formular de otra forma: la racionalidad) y el humor. Por contra, allá donde el sentimentalismo radica con fuerza la risa está en peligro.

Formalmente muy bien escrita (como, por otra parte, era de esperar viniendo de un novelista de la talla de Andrés Barba), la risa caníbal es una obra fresca, aguda y que utiliza ejemplos muy sugerentes cuando no para sustentar sus tesis, sí para reflejar anécdotas a tener en cuenta.

Sin embargo, adolece de una visión un tanto parcial y un enfoque teórico estrecho a la hora de interpretar las diferentes expresiones humorísticas que analiza en cada momento. Pese a su vasta cultura, el prisma bajo el que se quiere interpretar todo es demasiado angosto.

Quizá el primer traspiés a tener en cuenta se produce en su introducción, cuando describe el contexto de tensión bélica del siglo XX (sobre todo, durante la Segunda Guerra Mundial) como un mundo excesivamente sentimental y en el que, por tanto, se reía poco. No obstante, para estos casos tal vez sea apropiado recordar el ensayo de la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer para comprender que, a decir verdad, la masacre nazi (como máximo exponente del belicismo y la tragedia del siglo XX) consuma, en última instancia, el ideal de máxima racionalización contemplado por el Siglo de las Luces. Solo hace falta recordar el juramento al Führer que, tras la apariencia del Derecho más riguroso, amparó las actuaciones de todos y cada uno de los oficiales y suboficiales (y, por ende, de los subordinados de estos) a la hora de eximir su responsabilidad particular: solo se cumplían órdenes. Fuera esto una excusa o no, formalmente la apelación era al rigor lógico y formal más absoluto: a la razón, encarnada en este caso en el Führer. Una razón pervertida, sí. Pero no se apelaba a un sentimiento (otra cosa bien diferente es el sentimentalismo dirigido hacia el Volk para apelar al orgullo nacional, racional… Pero, incluso en este caso, detrás hay una lógica dicotómica muy clara: el rechazo al otro  es una necesidad).

En cualesquiera de los casos, no se puede decir con tanta rotundidad que el siglo XX haya sido un siglo sentimental y que, precisamente por ello, la risa haya estado marginada (al relacionarla Barba con la razón y no mencionar su relación, por ejemplo, con la empatía para con el otro).

Pasando al detalle, el autor nos deja interesantes análisis sobre diferentes aspectos a tener en cuenta del mundo del humor y sus condiciones afines.

Barba hace gala de un gran tino a la hora de elegir, por ejemplo, a Chaplin y El gran dictador para versar sobre la parodia. No tan sólo como género, sino como actitud vital.

Su mención a Garganta profunda plantea otra de esas grandes conexiones habituales: el sexo y lo cómico. El éxito de este hito pornográfico de los 70 no hace sino ratificar esta conexión que se puede testimoniar, como bien indica Barba, al menos desde los tiempos de Aristófanes (y probablemente este último tan solo recogió los frutos de un terreno ya abundantemente fértil).

A estos dos capítulos les siguen otros en los que en la risa caníbal se analizan el papel del engaño, el disimulo y el anonimato en el chiste (“sobre el chiste como una de las bellas artes”), la inconsistencia o las contradicciones de las vidas de aquellas personas que son profesionales del humor (“la vida privada de los cómicos”), la importancia ancestral del ventriloquismo (“de muñecos y hombres”), la relevancia crucial del pensamiento cínico en el desarrollo del sentido del humor y las diferentes expresiones humorísticas, así como en la sustentación de una actitud radicalmente diferente a cualquier otra a la hora de afrontar la vida y sus circunstancias (“el pensamiento cínico o el arte de la <<performance>>”) o las particularidades cómicas de una figura tan patosa como relevante en la esfera política de principios del siglo XXI como fue el presidente norteamericano Bush (“George Bush, o el payaso involuntario”).

Mención aparte tienen los dos últimos capítulos (“Prohibir la risa. El 11-S y la comunidad herida” y “Hombres que se ríen de los dioses”) en la medida en que son vectores principales (como, probablemente, ningunos otros) de la discusión más actual acerca del humor y sus límites (además de que, a título personal, es un tema central de investigación del reseñador de estas páginas).

Al 11-S le siguió una deriva hacia el humor naif y patriótico, consecuencia de una autocensura sin precedentes en los EEUU, que, sin duda, suscitó la quieta atención de buena parte del mundo que, por una parte, sabía que algo no funcionaba como antes pero que, por otra parte, no iba a decir nada dado que, más allá del miedo a bromear sobre un atentado tan trágico, se tenía miedo a la propia risa. “Miedo a reír”, nos comenta el autor.

En el último capítulo, “Hombres que se ríen de los dioses”, Andrés Barba escribe, fundamentalmente, sobre la risa religiosa para, también, acabar sacando a la palestra uno de esos temas que están tan en boga a día de hoy: los límites del humor.

Sin duda alguna, cuando la risa se enfrenta a lo sagrado de la religión (especialmente, en las tres grandes religiones monoteístas) se producen fricciones que ponen a prueba estos supuestos límites.

Las causas de este conflicto, no obstante, no son tan sencillas de dilucidar y la propuesta del autor de que, tal vez, es la propia falta de convencimiento en la consistencia de una creencia, la que hace que el creyente se ofenda ante la risa dirigida hacia su fe, no es ni obvia ni evidente.

Fe y risa, a decir verdad, tienen un nexo común: nacen como absurdos en el seno de la razón (espero que se perdone al reseñador esta intromisión de parte de su investigación doctoral) . Pero uno representa la convicción inquebrantable y el otro la duda más escéptica.

Luciano de Samosata, citado en este capítulo, ya intuyó probablemente esta conexión: frente a la religión no se debe oponer la filosofía (razón) sino la risa (“ácida anarquía”). La risa y la fe son como el agua y el aceite, se repelen. Pero no se puede decir a la ligera que una es el de adalid de la razón y la otra del sentimiento, como se pretende sostener en algunas partes de la risa caníbal, dado que ambos discursos quedan excluidos de la razón pero, también, del mero sentimiento: el debate se halla en los márgenes.

Los motivos por los que la Shoah y la representación gráfica de Mahoma suponen límites en el corazón del humor son muy diferentes pero, en ambos casos se pueden hallar explicaciones. Aunque, desgraciadamente, en muchos casos esas explicaciones no aumentarán la permisividad para con la risa.

En cualesquiera de los casos, el análisis de Barba se hace muy interesante al tratar de conciliar la visión de diferentes autores con la suya y, desde esta perspectiva, tratar de analizar acontecimientos recientes que han impactado en la opinión pública por la conflictividad latente que allí había.

En definitiva, la risa caníbal es una obra amena, bien escrita, con ejemplos sugerentes y que, sin duda, puede aportar una visión fresca y diferente de nuestra relación como humanos con la risa. No todo es rigor teórico ni todo entretenimiento: léase como un intermezzo.

Cultural Resuena informa: el jueves 3 de marzo, a las 20,  estará Andrés Barba enla biblioteca del Hotel de las Letras (Gran Vía, 11, Madrid), presentando La risa caníbal. Le acompañará Joaquín Reyes.

‘Chi-raq’: risas para la paz

‘Chi-raq’: risas para la paz

Chicago es una bañera que desborda sangre. El downtown, con sus rascacielos, stock options, hombres de traje y cartera y promesas de empleo retractan la ceguera voluntaria de una sociedad que ha elegido ignorar lo más importante: el derecho a vivir en paz.

Las estadísticas de las muertes de soldados americanos en Irak y Afganistán durante los últimos años son el pistoletazo de salida de la película a modo de declaración de intenciones.

Con un extravagante Samuel L.Jackson en su salsa relatando los acontecimientos cual episodios, Spike Lee demuestra una vez más su compromiso inquebrantable para con sus propios ideales no ya solo de defensa de la raza negra sino del abandono de las armas como línea roja imprescindible para asegurar la vida de los hijos y familias americanas.

Envuelto bajo desvergonzadas coreografías y unos ocurrentes lemas protesta, el mensaje del filme es narrado mediante un musical fresco y muchas veces desternillante. Para transmitirlo, se basa en la comedia del comediógrafo griego Aristófanes (Atenas, 444 a.C. – 385 a.C.) “Lisistrata “, en la que un grupo de mujeres toman una medida inesperada en pro de la paz.

En Chi-raq, el genio nacido en Georgia da un giro de tuerca abandonando el tono serio de sus reivindicaciones, retomando la comedia irreverente y agresiva de Haz lo que debas (Do the Right Thing,1989) en su inexorable cruzada por los derechos civiles y la oposición a todo tipo de violencia.

La historia comienza a ritmo de temazo de hip-hop de los de ir agradeciendo con la punta del pie contra el suelo, metiéndonos de pleno en una actuación en un club nocturno de Chi-raq (Nick Cannon), un popular rapero de Chicago con las pistolas y el machismo como leitmotivs en sus temas.

Dos bandas gangs en continua guerra se disputan el dominio de la ciudad: los espartanos, liderados por el propio Chi-raq, y los troyanos, por Cíclope (Wesley Snipes)

La aparición en plena calle de un niño muerto por un disparo de bala y la consecuente desesperación de su madre desborda la situación en la ciudad desatando una revolución de las mujeres de los miembros de las bandas, liderada por Lisistrata (Teyonah Parris)

El filme enloquece y nos brinda grandes secuencias cómicas entrelazadas con otras realmente emotivas, muy bien interpretadas por un John Cusack haciendo de Padre de la iglesia; Cusack demuestra que puede hacer buenos papeles cuando se lo propone (o le viene en gana) y dejar de hacer de él mismo.

Las mujeres toman el protagonismo y adoptan una suerte de ley seca que provocará inmediatas consecuencias, brindándonos momentos hilarantes sin descanso hasta terminar la cinta.

 

El mensaje nos llega alto y claro, implantando su semilla mediante la anestesia de la comedia y algunas lágrimas inevitables. Chi-raq es el contraataque reivindicativo de Spike Lee cuyo desenfado no debería impedir ver el bosque a cualquiera que valore el cine de calidad en cualesquiera de sus variantes, como el de esta gamberrada y sus risas para la paz.

Boris sans Béatrice: terapia contra el egoísmo

Boris sans Béatrice: terapia contra el egoísmo

Llenar el imponente Friedrichstadt Palace de Berlín no es sencillo y menos con un film sin un reparto de renombre y encontrandose ya en su tercer pase del festival. Había, sin embargo, una cierta polvareda levantada de expectativas, en parte por el oso de plata que su director Denis Côté obtuvo en la Berlinale 2013 con Vic+Flo Saw a Bear.

Boris (James Hyndman), un espigado y atractivo adinerado, convive en una mansión idílica junto a su mujer mentalmente ausente a causa de una extraña telaraña de depresión y otras patologías que nadie parece poder certificar, permaneciendo siempre en su propia habitación.

Cuenta con una atención 24 horas de una bella joven muy implicada en su labor, así como de una doctora de altísimo prestigio. No es cualquier paciente, sino una ministra del gobierno canadiense y no son pocos los intereses depositados en su recuperación.

La personalidad egoísta, altiva y arrogante de Boris se pone pronto de manifiesto y se nos va mostrando con cuidada realización los obstáculos que el protagonista cree ver y que no son más que intentos de los demás por ayudarlo a él mismo y como consecuencia a su mujer. Su talante mujeriego contrasta con sus sueños, flashbacks donde su esposa estaba sana y eran plenamente felices. Sin demasiada expresividad, su lenguaje gestual y las cosas que no dice más que las que sí, nos cogen poco a poco de la mano y nos acompañan a lo largo de una película hecha con mimo y mucha dedicación.

Algunas secuencias de gran mérito y belleza visual van dando paso a otras más rudas a medida que crece una tensión equilibrada con toques de humor humildes pero muy imaginativos, que el público de la sala agradecía sinceramente con sus risas. Un aire enigmático y envolvente nos llega a hacer dudar de si todo lo que vemos es real, mientras la música se convierte en un amante ideal en el transcurrir de la cinta; si bien no es protagonista, marca a ráfagas y desde su segundo plano el tempo y ritmo de los acontecimientos.

El castillo de Boris parece desmoronarse con la mitad de la historia ya sobrepasada y la tensión e interés por saber que nos depara el siguiente plano están meticulosamente conseguidos. Muy de destacar es el indescifrable papel de un gran y poco reconocido actor como Denis Lavant (Holy Motors, Mister Lonely), vital para hacer pensar al espectador y convertir un drama en un film especial y con gran trasfondo sentimental.

Un camino en definitiva acerca de la personalidad y aprendizaje del ser humano donde cada pieza se junta metódica y armoniosamente para no solo ser disfrutado sino recapacitado. Boris sans Béatrice consiguió con su honestidad para con ella misma y con la historia que se narra que sus misteriosas expectativas fueran más que justificadas y su visionado más que recomendable.