Música de dimensiones cósmicas

Música de dimensiones cósmicas

“Tristeza insondable”, “La desdicha de gatos con sueños perturbados”, “La horrible longitud”, “La música interminable, desorganizada y violenta” y “No es imposible que el futuro pertenezca a este pesadillezco… estilo, un futuro que, por lo tanto, no envidiamos”, estos son los términos que el poderoso y vengativo Eduard Hanslick dedicó a la Sinfonía núm. 8 en Do menor de A. Bruckner en la crónica que realizó para su estreno en Viena el 18 de diciembre 1892.

La historia que precede a este estreno, que pese a lo que Hanslick escribió, fue un absoluto éxito, describe perfectamente el modo en que Bruckner pasó casi la totalidad de su vida creativa. Primero, la composición de una ambiciosa sinfonía en la que su autor pone todo su ingenio y trabajo; posteriormente, vendrán las dudas sobre la misma obra; el envío a varios directores esperando que alguno acceda a estrenar la nueva partitura, es el siguiente paso de este proceso; la insoportable incertidumbre sobre el destino de su nueva criatura será constante y no abandonará nunca a Bruckner en todo este proceso. Cuando por fin llegan noticias de alguna orquesta, suelen venir acompañadas con la solicitud para que la obra sea revisada y ello sumirá al compositor en periodos depresivos cada vez más prolongados y dolorosos; para concluir este complejo proceso, con el estreno de la obra, que habitualmente suele ir acompañado de críticas como la que hemos leído al inicio de este texto. En el caso de la octava sinfonía, lo anterior se cronifica drásticamente.

Cuando inicia la composición de la octava, Bruckner viene del clamoroso éxito obtenido con el estreno de la séptima sinfonía. Hermann Levi en Munich, ha sido su gran valedor y a él envía la nueva partitura en la que había trabajado durante tres años y medio, seguro de su apoyo. Él, tras revisarla, contesta mediante un amigo común que no programará la obra. La depresión que ello causó en Bruckner fue inmensa y lo llevó a un proceso de revisiones y reelaboraciones sin fin, intentando obtener la aprobación de algún director que accediera a estrenarla. Finalmente, tal estreno se llevó a cabo en la ciudad en la que vivía Bruckner, Viena, y de la que tanto recelaba por ser el bastión de personajes como Eduard Hanslick, crítico poderosísimo que podía hacer naufragar dicho estreno. Al final, hemos leído lo que Hanslick publicó sobre aquel evento, pero lo cierto es que, como ya lo he mencionado antes, la obra triunfó clamorosamente, constituyéndose para muchos, en la cumbre no solo del catálogo de su autor, sino, del sinfonismo del siglo XIX.

La sinfonía cuenta con varias versiones, fruto de las revisiones llevadas a cabo por Bruckner y que han complicado mucho llegar a una versión, dijéramos, definitiva de la partitura. La más utilizada suele ser la que la OBC utilizó en su concierto del 17 de marzo. Me refiero a la publicada por Leopold Nowak en 1955 y que es, sin duda, la más espectacular al utilizar una orquestación con maderas a tres, dos arpas y tubas wagnerianas. Ahora bien, en cualquiera de sus diferentes versiones, la octava sinfonía es una obra muy exigente que pone a prueba a la orquesta que la ejecuta, por varias razones. La primera de ellas, es que es muy extensa, su ejecución dura casi una hora y veinte minutos de pasajes de una complejidad técnica tremenda; mantenerse concentrado y en constante tensión es todo un reto para cualquier agrupación sinfónica. Un segundo problema se deriva del anterior, y es que para lograr una ejecución brillante de la pieza, hay que poder realizar un discurso bien articulado de frases muy extensas y prolongadas, lo que exige una concentración muy profunda por parte de todos; dijéramos que, en la octava sinfonía, al igual que en toda la obra de Bruckner, se está ante una pieza de dilatada elaboración, que requiere de procesos lentos pero muy concentrados, para que al público llegue un discurso coherente y atractivo.

Para tal fin, se necesita primero de una orquesta con un nivel técnico muy elevado, y después es indispensable un director que logre ver y crear esas dimensiones tan extensas. Dennis Russell Davies, director huésped en esta ocasión de nuestra orquesta, es sin duda un director que entiende perfectamente a Bruckner y que logró una buena lectura de esta sinfonía frente a una OBC atenta y siempre dispuesta a dar lo mejor. La sonoridad lograda fue brillante y bien trabajada, con unos tempos rápidos y potentes que favorecían el decurso de la obra, y que la hicieron por momentos muy espectacular. Sinceramente, creo que ha sido un acierto la programación de una obra de esta envergadura. Su efecto suele ser siempre beneficioso para la orquesta que trabaja en ella, en todos los sentidos. Ello se hace posible, sobre todo, si se tiene la oportunidad de colaborar con un director tan inteligente y con tanto oficio como Dennis Russel Davies.

El público congregado en el Auditori de nuestra ciudad, se mostró muy entusiasmado con la buena lectura de la sinfonía bruckneriana, misma que costó tantos sinsabores a su autor. Mientras la sala se desbordaba en aplausos, pensaba en el profundo contraste existente entre la personalidad pública de Bruckner, siempre muy austera y sencilla, propia de un hombre de campo, sin apenas inquietudes intelectuales ni apenas viajes, y lo impactante que es su obra sinfónica. Parece imposible que un hombre tan francamente anodino y lleno de tantas manías como las que tenía el maestro, creara semejantes obras, y en ese punto es donde uno descubre, que el alma humana es realmente asombrosa y que basta solo un pequeño análisis de nosotros mismos para descubrirlo. En Bruckner esto es más que patente.

 

Un torbellino llamado John Eliot Gardiner

Un torbellino llamado John Eliot Gardiner

La London Symphony Orchestra (LSO) es una formación singular. La calidad de sus músicos es extraordinaria y tienen fama de optimizar el tiempo de ensayo como nadie, gracias a su gran facilidad para la lectura a vista de las obras, lo que permite al director empezar a trabajar directamente en lo importante, que es el planteamiento musical. Consecuencia de ello es su extensa colaboración con la indústria cinematográfica, poniendo música desde 1935 a más de 200 films (entre ellos la mítica saga Star Wars o la recientemente oscarizada La Forma del Agua), compaginada con una extensa temporada londinense y giras internacionales anuales. Pero quizás el rasgo más característico de la LSO sea su capacidad de adaptarse al director que tenga enfrente, dejando en evidencia de forma implacable sus virtudes o sus defectos. Ante un director cuyo planteamiento musical sea superficial o vacio, otras orquestas, por simple inercia, suavizarán el resultado imponiendo su personalidad y su experiencia previa con la obra o con repertorios similares. La LSO, en cambio, responderá con precisa disciplina a las ordenes de un tal maestro, produciendo una interpretación tan sublime como aburrida. Pero si tiene delante a un músico con ideas, con un planteamiento original y profundo de la partitura, entonces esas ideas encuentran en la perfección sonora de la LSO el vehículo ideal para cobrar vida durante una experiencia musical inolvidable. E inolvidable fue el concierto que ofrecieron en el Palau de la Música de Barcelona, bajo la batuta de Sir John Elliot Gardiner, con un programa centrado en la música de Robert Schumann.

La música dirigida por Gardiner siempre suena diferente: más fresca, más auténtica, como si estuviera en relieve. En esta ocasión decidió ayudarse de un truco que tiene su origen en las prácticas orquestales de la época de Schumann: tocar de pie. Con ello los músicos, especialmente los de cuerda, tienen más libertad de movimiento y se consigue una sonoridad distinta. De esta forma interpretó la LSO la segunda parte del programa, que incluyó la Obertura de Genoveva op.81 i la Sinfonía nº4, op.120 (versión original de 1841), con una energía inusitada y contagiosa, propia de las orquestas jóvenes, unida a la perfección marca de la casa.

No hay duda que tocar de pie contribuyó a una mayor frescura en la interpretación, pero la clarividencia de la concepción musical de Gardiner era evidente aun tocando sentados, como ocurrió en la primera parte. Después de la Obertura, scherzo y finale, op.52 de Schumann -que la consideraba su segunda sinfonía-, abordaron el delicioso ciclo de canciones Les nuits d’été, op.7, de Hector Berlioz. El compositor francés es una de las especialidades de Gardiner, y su versión, sensual y llena de detalles, no decepcionó. La soprano sueca Ann Hallenberg se integró a la perfección en la cuidada sonoridad desplegada por el inglés, con un fraseo elegante y sugerente y un vibrato que modulaba con maestría para adecuarlo a las necesidades expresivas de cada canción y cada verso.

Para la próxima temporada de Palau 100 ya está confirmada una nueva visita de Gardiner, al frente del Monteverdi Choir y los English Barroque Soloists. Será el día 24 de abril com Semele, drama musical de G.F. Händel. Están avisados.

 

 

 

 

 

«Thank you for the rain», un documental sobre el cambio climático

«Thank you for the rain», un documental sobre el cambio climático

«Si supiera que el mundo se acaba mañana, hoy todavía plantaría un árbol» – Martin Luther King.

Que el cambio climático es el gran reto de la humanidad en el siglo XXI es una obviedad. Ahora bien, saber qué implica esta afirmación parecer provocar pavor entre mandatarios y gobernantes. Tanto organizaciones, como activistas y medios de comunicación hablan del cambio climático como de una “amenaza existencial”, pero de poco -o nada- sirven estas voces de alerta, que se acallan fácilmente, bien ignorándolas, bien enmascarándolas o simplemente dejando que estén ahí, en suspensión, junto a otras tantas desgracias que llenan informativos y planas de periódicos.

La atención sobre los vínculos entre calentamiento global y movimientos migratorios ha venido centrándose en los llamados “desplazamientos transfronterizos”, es decir, aquellos que implican un desplazamiento de un país a otro, a veces incluso entre continentes. Ahora, el Banco Mundial alerta que estos desplazamientos de personas como consecuencia de fenómenos meteorológicos extremos se están produciendo en el interior de los propios países. Y esta es una nefasta noticia para el grueso de la población mundial: la empobrecida, la que no tiene representación, la que cuenta tan sólo en estadísticas sobre el papel.

Las familias de las regiones del África subsahariana, Asia del Sur y América Latina, que en su conjunto suman más de la mitad de la población mundial en vías de desarrollo, protagonizarán estos desplazamientos dentro de sus países como única vía de escape ante los efectos del cambio climático para el 2050. Cada vez más pobres, más vulnerables y más desprotegidos. Me inclino a pensar que si ya no supondrán una “amenaza” para nuestras sociedades, optaremos por abandonarles a su suerte, que es tanto como decir que nos desresponsabilizaremos de nuestros actos y de las consecuencias que éstos tienen sobre las regiones del sur.

Ahora mientras escribo, llueve. Miro el cielo gris y encapotado de Barcelona y en mi mente resuenan las palabras de Kisilu: “When the rain fails every farmer feels like running away”. ¿Cómo se construye una vida a merced del agua, de la venida o no de la lluvia, más aún cuando tu propia supervivencia y la de los tuyos depende de ello?

Thank you for the rain narra la historia de Kisilu Musya, un granjero que vive junto a su familia en una remota aldea de Kenia, sumida en una sequia que dura ya varios meses y que obliga a muchos a abandonar sus hogares y emigrar a la ciudad. El encuentro, casi casual, con la directora y activista noruega Julia Dahr, que viajó al país con la idea de rodar un documental sobre el modo de vida de algunas comunidades africanas, es el punto de partida de este documental colaborativo grabado a cuatro manos.

“Nuestra problema aquí es el cambio climático” afirma Kisilu ante la mirada poco atenta de los miembros de su comunidad, quienes desconfían de la idea de replantar árboles para luchar contra los efectos de la deforestación y favorecer así un ciclo de lluvia más estable. Finalmente, y aun con ciertas reticencias, acaban confiando en su propuesta pero una tormenta imprevista azota la región, destrozando casas y campos. Es entonces cuando Kisilu decide aceptar la invitación de Dahr para viajar a Europa, primero a Oslo y después a París, como invitado a la COP21, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

El fragmento del discurso del entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se intercala con otras tantas imágenes: periodistas, primeros ministros, presidentes, cámaras, grupos ecologistas… Y entre todos ellos, el rostro de Kisilu, que parece no entender el circo que hay montado, o más bien todo lo contrario. Acaba la cumbre y no se consigue el gran pacto, esta vez pierde de nuevo la justicia social.

“Todo es una contradicción”, dice Kisilu mirando sus tierras, bajo un insolente sol. Es una buena frase para cerrar.

 

Siempre al frente

Siempre al frente

«¡Ahora solo… va a obedecer a su ambición, elevarse más alto que los demás, convertirse en un tirano!”  Esta frase, tradicionalmente se ha atribuido a Beethoven, como reacción al llegar la noticia de que, Napoleón Bonaparte, se acababa de coronar Emperador de los franceses hacía unos días en la catedral de Notre Dame en París. Toda una generación de hombres y mujeres que habían creído en el, hasta ese momento, primer cónsul de Francia, como símbolo viviente de los ideales de la revolución francesa, se sintieron traicionados. La mítica escena de un Beethoven encolerizado arrancando la portada de su recién terminada sinfonía, dedicada al mítico general, al margen de su dudosa veracidad, lo que nos trasmite es una imagen muy clara de lo que, en el fuero interno de miles de personas en la Europa de principios de siglo XIX, sucedió: el general Bonaparte, encarnación de los ideales de libertad de la primera revolución de la era moderna, que había sido retratado por David, sobre un  caballo blanco cruzando los Alpes cual Aníbal, portador de la antorcha de la libertad, había traicionado a los suyos.

Cuando he estado en París, procuro visitar la tumba del corso, y siempre termino pensando lo mismo, ¡qué tremenda oportunidad histórica se perdió con su traición! La esperanza de ver realizados la libertad, la igualdad y la fraternidad, es lo que impulsó a Beethoven cuando escribió esa maravillosa sinfonía escrita en “memoria de un gran hombre” dijo después el maestro. Y es maravilloso que justamente esta obra fuera la corona con la que la Philarmonia Orchestra concluyera su concierto el pasado lunes 12 de marzo en el Auditori de nuestra ciudad, de Barcelona.

 

La sintonía entre la sinfonía de Beethoven y la heroica historia de esta orquesta inglesa, hace que cobre aún más sentido escuchar la obra justamente con esta agrupación, que tanto ha luchado por continuar existiendo después que su fundador Walter Legge decidiera en 1964, disolverla por motivos económicos. Aún recuerdo siendo un niño, los discos de la “New Philharmonia Orchestra” que es como tuvieron que llamarse por el litigio que se entabló entre su antiguo director general, el señor Legge y los músicos. La defensa de su orquesta fue heroica. Tuvieron el apoyo de su entonces director musical, el mítico director alemán Otto Kleperer, que se convirtió en el presidente honorario, cargo que mantuvo hasta su muerte en 1973. La Philharmonia Orchestra representa un cambio de paradigma en el mundo de las orquestas sinfónicas de todo el mundo, no solo es que se auto gestionen, siendo sus integrantes los que deciden sobre el destino de la orquesta, sino que, desde hace mucho tiempo, tiene directores principales, no titulares. Parecerá una veleidad léxica, pero marca una diferencia tremenda, porque la relación que se establece entre los músicos y el director, es total y absolutamente de igual a igual, ambas partes salen beneficiadas de colaborar la una con la otra.

El concierto que disfrutamos el pasado 12 de marzo mostró a una orquesta en plena forma, con un sonido compacto, y perfectamente bien trabajado, donde los balances sonoros eran muy precisos y permitían el decurso orgánico de las tres obras programadas. Iniciando con la obertura Las Hébridas, op.26 de F. Mendelssohn que nos permitió entrar en contacto con ese sonido tan característico de las orquestas británicas, lleno de elegancia y discreción, todo ello sin menosprecio de la fuerza y el dramatismo que las obras requerían. Al frente de la orquesta, estaba el maestro Karl-Heinz Steffens, maravilloso músico, con una dilatada carrera como clarinetista de primera fila y que desde hace ya años, ha abordado la dirección de orquesta con mucha fortuna. Su manera de trabajar no es la de un director tal y como tradicionalmente aun concebimos esta figura: especie de profeta, por cuyas manos fluye la inspiración insuflada por la divinidad. Steffens, es un músico más, un compañero de los músicos que cada concierto se reúnen para conformar un grupo orquestal. Su prestigio como interprete a nivel internacional, le aporta esa autoridad moral, para que esos mismos compañeros, hagan música bajo sus discretas indicaciones. El no impone, el solamente impulsa, conduce, direcciona, y los músicos libres de presiones externas, tocan y resuenan en total libertad.

Continuamos el programa con una estupenda lectura del concierto para piano y orquesta núm.1, en mi menor, op 11 de F. Chopin a cargo del maestro Sergei Redkin, que pese a su juventud, mostró no solo una deslumbrante técnica pianística, sino además, una madurez musical asombrosa. Ante un Auditori casi lleno, Redkin interpretó con profundidad y hondura uno de los conciertos más emblemáticos del repertorio pianístico del siglo XIX. La escuela rusa sigue aportando frutos maduros, que encuentran en repertorio como este su medio de expresión natural.

Tras la media parte, pudimos disfrutar de una estupenda interpretación de la Sinfonía núm.3, en mi bemol mayor op.55, “Heroica” de L.V. Beethoven. Steffens mostró, sobre todo en esta sinfonía, el oficio adquirido tras muchos años como músico de alto nivel. Moldeando y conduciendo la energía que la orquesta generaba, a través del decurso de la obra, hasta llegar al glorioso final que concluye la partitura. El público congregado premió con numerosos aplausos el trabajo realizado y logró una hermosa propina: El vals triste de J. Sibelius. Hermosa manera de concluir un concierto que inició navegado rumbo a las islas británicas, y que tuvo su momento de clímax con una sinfonía Heroica que había hecho resonar en nosotros, ese espíritu revolucionario tan necesario en estas épocas inciertas. Al salir del concierto, flotaba en el ambiente la sensación de que, dentro de nosotros, vive ese mismo espíritu que el corso traicionó y que impulsó a Beethoven a escribir esta obra, por eso, hay que seguir siempre al frente, siempre.

 

 

El árbol de los sueños de Dutilleux

El árbol de los sueños de Dutilleux

Todo en la pieza hace recordar el crecimiento de un árbol, la constante multiplicación y renovación de sus ramas es la esencia lírica del árbol. Esta imagen simbólica, igual que la noción del ciclo estacional, inspiró la elección del título de esta pieza como El árbol de los sueños.

Con estas palabras, Henri Dutilleux describe su concierto de violín L’arbre des songes, una obra muy original –dedicada en su día al violinista Isaac Stern-, que lejos de estar encasillada en la forma clásica de concierto de tres movimientos muy diferenciados (rápido-lento-rápido), desarrolla una idea temática única cuyos contornos no están muy definidos y que va evolucionando conforme avanza la obra. El concierto está separado por interludios o «paréntesis» ejecutados por la orquesta, que sirven de transición entre los movimientos y donde se recuerdan los elementos temáticos que ya han salido y se meditan nuevas transformaciones. También puede ser un buen momento en que el solista puede descansar, e incluso comprobar la afinación del instrumento, como hizo Gringolts en el concierto que se celebró los pasados 2, 3 y 4 de febrero. Fue interesante escuchar cómo Dutilleux distribuye esta «idea temática» por los distintos instrumentos de la orquesta; el color y tipo de sonido de cada instrumento influye en la forma en que se desarrolla. Al mismo tiempo llama la atención el uso de los bongos y la gran variedad de intrumentos de percusión que intervienen, así como el piano. Sin embargo, en algunos momentos del concierto, el volumen de la masa sonora de la orquesta ahogó las intervenciones del violín solista.

Ilya Gringolts supo defender con creces la obra con una interpretación pulcra, de buen gusto y que no caía en absoluto en las exageraciones y maneras afectadas que tanto hemos visto en otros intérpretes. Sencillamente, controlando el sonido y sin abusar del vibrato, supo ser expresivo y resolver con elegancia los momentos delicados y virtuosos sin la necesidad de incurrir en la exhibición gratuita. La humildad que demostró Gringolts versus la obra y dominio de la técnica del instrumento -con que los que captó perfectamente su esencia- son atributos propios de un instrumentista versátil, ya que permiten al intérprete una gran flexibilidad a la hora de adaptarse a distintos estilos fuera del estilo romántico (antigua y contemporánea), como bien ha demostrado en sus grabaciones de las sonatas de Hindemith / Schnittke , los cuartetos de Taneyev & Glazunov o las Bach: Partitas Nos.1 & 3; Sonata No.2 por poner algunos ejemplos.

A demás del árbol de los sueños, la primera parte del concierto se interpretó la Funeral song op. 5una obra temprana orquestal de Igor Stravinski al estilo del romanticismo tardío, escrita antes de su evolución durante la colaboración con Diaghilev y que fue redescubierta hace tres años en el conservatorio de San Petesburgo. La OBC la dedicó a la memoria del recientemente fallecido Jesús López Cobos, emblemático director que había trabajado en múltiples ocasiones con la orquesta.

En la segunda parte, tuvimos el placer de escuchar Petrushka de Stravinski, ya de lleno en el estilo ruso que lo haría célebre. La precisión y claridad de escritura de la obra unida a la enérgica dirección de Hannu Lintu, permitió al público disfrutar de su interpretación sin reservas.