Isserlis interpreta varias suites de Bach en el Palau

Isserlis interpreta varias suites de Bach en el Palau

El pasado 28 de septiembre, Steven Isserlis interpretó un repertorio muy estándar para violonchelo solo en el Palau de la Música Catalana, las Suites 1, 5 y 6 de J.S.Bach. La suites de Bach, al igual que la mayoría de obras de este compositor, se caracterizan no tanto por ser virtuosas, sino por las columnas sonoras que va creando la armonía y los momentos de tensión de las voces, que poco a poco construyen una estructura con un sentido y finalidad muy clara, al ritmo y estilo de la danza estilizada o preludio. No es una música que se pueda tocar a la ligera, sino que al contrario, está muy pensada y llena de detalles, y una mala interpretación o de manera superficial puede hacer creer al espectador que se trata simplemente de música «agradable y tonal», con lo que la obra pierde todo su significado. Isserlis le atribuye a las suites un significado espiritual, llamándolas «The Mystery Suites».

Al ser unas obras tan conocidas, nos encontramos con miles de versiones de las mismas, en las que los chelistas que deciden programarlas se debaten entre ofrecer una versión con aportaciones propias o (en su mayoría) seguir a una de las  escuelas predominantes. Entres estas, destacan la romántica, que se ajusta a la tradición de Pau Casals (primer chelista que las tocó completas), y la historicista, sin vibrato y con arco barroco, con la opción de utilizar instrumento antiguo y cuerdas de tripa. La elección de cuerdas de tripa, sin embargo, conlleva un riesgo muy grande, ya que se desafinan mucho más rápido que las normales, porque tienden a perder la tensión muy rápido y dependen mucho de la temperatura ambiente. Además, el tipo de sonido difiere mucho del producido por las cuerdas metálicas, siendo menos brillante y con menos potencia y proyección. Por ese motivo, muchos solistas, aún optando por una interpretación historicista, conservan el instrumento y cuerdas modernas y como mucho tocan con arco barroco, que le da una «pincelada» antigua.

En cualquier caso, el intérprete que las quiera tocar, ha de ser consciente de que será comparado con otras interpretaciones y analizado de forma más rigurosa, que si de lo contrario, por ejemplo, hubiera tocado una obra del siglo XX-XXI, es el riesgo que conlleva tocar un estándar, y más un estándar a solo.

Steven Isserlis al parecer tocó con un la de tripa (según la información del programa) y le pasó factura. Su interpretación contrarió al público por la diferencia de calidad entre la primera parte (primera y quinta suite), que fue bastante pobre, con la segunda (sexta suite), mucho más inspirada. El motivo se podría atribuir al pánico escénico o a que tenía el violonchelo desafinado en la primera parte pero ¿es suficiente motivo para que un reputado chelista de fama internacional muestre tal irregularidad? A parte de la afinación, que fue el problema principal, fue aumentando la velocidad en una especie de stringendo contínuo -seguramente de forma inintencionada- sin permitirse respirar entre movimientos, ni que las frases terminaran por su propio peso o las notas resonaran. Incluso en los movimientos rápidos, como las gigas, no se distinguía el tipo de danza que era debido a la precipitación con la que se tocaron.

A pesar de esto, se pudo notar su sensibilidad musical por su legato y control de arco en las partes lentas, por ejemplo, en los movimientos I y II de la suite 1 o una idea general muy palpable y consolidada del carácter de las danzas, con sus ataques y articulaciones correspondientes, especialmente en las Gavotas y Courrantes, algunas veces llegando a sonar de forma casi rústica por su tipología de sonido. La afinación y la actitud respecto a la obra y al instrumento mejoraron drásticamente en la segunda parte. Parecía, sin exagerar, que otro chelista había llegado al escenario. La interpretación de la Sexta Suite fue mucho más pausada, musical y agradecida, y el público la recompensó con un gran aplauso.

Elena Copons y Sholto Kynoch inauguran el LIFE Victoria 2017

Elena Copons y Sholto Kynoch inauguran el LIFE Victoria 2017

Con la llegada del otoño también llega a Barcelona el lied. Ya es el quinto año que el Lied Festival Victoria -organizado por la Fundación Victoria de los Ángeles– llena este importante vacío de la temporada de música clásica en la ciudad condal (una temporada, por cierto, en la que abundan conciertos pero escasea el criterio de los programadores). Como ya comentamos en el pasado, el LIFE Victoria no solo se ha convertido en la principal temporada de lied de la ciudad, también se ha consolidado como un referente para la promoción del talento y la renovación de los formatos de concierto.

La soprano Elena Copons y el pianista Sholto Kynoch han sido los encargados de abrir el pasado día 20 de septiembre esta edición con un programa titulado la esencia del lied, que incluía canciones de Brahms, Schumann, Strauss y Grieg. La inclusión de Grieg en un programa centrado en la tradición germánica no desentonó, ya que se escogieron canciones sobre textos alemanes que apenas dejaban intuir la sonoridad que caracteriza al compositor nórdico cuando ponía en música poemas en su lengua. Pero lo que verdaderamente representaba la esencia del lied no era la hegemonía germánica de textos y estilo, sino la impecable interpretación ofrecida por el duo Copons/Kynoch. La soprano catalana lució una bella voz, con un fraseo lleno de detalles que realzaba la expresividad de las partituras, mientras que el pianista inglés -con una larga vinculación al lied– mostró virtudes equivalentes detrás del teclado. Schubert y Toldrà cerraron en la tanda de propinas el brillante y exitoso concierto.

No menos brillante fue la actuación de las participantes en el programa LIFE New Artists que actuaron de teloneras: la soprano Irene Mas Salom (de quien ya hablamos brevemente el pasado mayo), la mezzosoprano Helena Ressurreiçao y la pianista Neus García Puigdollers. Siguiendo con la temática del programa, nos ofrecieron seis duos de Mendelssohn y tres de Brahms, en los cuales demostraron dominio técnico de sus respectivos instrumentos así como una expresividad espontánea y fluida.

 

Participantes del primer concierto del LIFE Victoria 2017 en la sala Domènech i Montaner del recinto Modernista Sant Pau. De izquierda a derecha: Irene Mas Salom (soprano), Elena Copons (soprano), Helena Ressurreiçao (mezzosoprano) y Neus García Puigdollers (pianista). Al piano Sholto Kynoch.

 

Esta quinta edición mantiene la estructura en tres ejes que lo han venido caracterizando en las anteriores. El primero es la excelencia interpretativa, y consiste en un ciclo de recitales con renombrados artistas. El segundo eje es la promoción del nuevo talento, y engloba la participación de jóvenes cantantes y pianistas como teloneros en cinco de los once recitales programados (LIFE New Artists), más un ciclo paralelo de tres conciertos breves (los Tasts de Lied) con jóvenes promesas en solitario. Estos últimos tienen lugar por la tarde y terminan con una ligera degustacíon gastronómica. Por último, el tercer eje son las actividades formativas, que incluyen clases magistrales y coloquios. En esta última categoría podríamos añadir también conferencias previas a tres de los recitales principales, ya que no debemos olvidar que la formación para el público es una parte importante de una buena programación.

El LIFE Victoria acaba de empezar y hasta el 30 de noviembre, cuando el festival finalice con el recital de Iréne Theorin, tendréis numerosas oportunidades para disfrutar con sus propuestas. Por ejemplo, con el primer Tast de Lied el próximo miércoles 27 a las 19h, en el que Elena Plaza y Adrià Bravo nos deleitaran durante 45 minutos con canción alemana y francesa.

 

Decepcionante cierre del ciclo Sampler Sèries y del Sonar en L’Auditori

Decepcionante cierre del ciclo Sampler Sèries y del Sonar en L’Auditori

El pasado 18 de junio se cerraba conjuntamente esta edición del ciclo Sampler Sèries y del Sonar. Ya el año pasado hubo esta unión entre el público fijo del Sampler y los abonados al Sónar (aunque no todas las modalidades del pase incluían el concierto en L’Auditori). Y, al igual que el año pasado con Become Ocean de Luther Adams, claramente la selección del programa tenía una intención de atraer a un público poco acostumbrado, en general, a pisar L’Auditori y, en particular, conciertos de música contemporánea, por más que el Sónar se subtitule como “festival de música avanzada”. Lo que sucede aquí es una cuestión de marketing que habría que considerar con calma. En cualquier caso, el resultado fue un concierto anodino y con muchas carencias. La primera, las dos piezas de Nico Muhly, Quiet Music y Four studies for keyboard and two violins, dos obras que toman el lado más cursi del minimalismo (aunque Muhly denuncie una y otra vez que en él no caben etiquetas). Quiet music es una obra esquelética que solo a duras penas intenta crear rupturas en un discurso plano de acordes con escaso interés, interpretada por el propio Muhly con muy poca direccionalidad. Four studies for keyboard and two violins es, salvo el segundo movimiento, una obra que se queda con lo peor del romanticismo: frases sencillas que conectan fácilmente con el mundo emocional del oyente con alguna disonancia para crear la ficción de que la música, como dice Jacques Attali, debe tranquilizar el caos previamente creado por ella misma. Fue interpretado con una afinación poco precisa para las exigencias de la partitura y un vibrato excesivo innecesario. El teclado, con un volumen por debajo de los dos violines, disminuyó aún más su presencia hasta lo anecdótico. En la misma línea, escuchamos New Piece for Ayumi de Richard Reed Parry, sobre la que la violinista explicó que es una obra sin tempo fijo. El tempo viene dado por la respiración de algún asistente voluntario. Fue seleccionado un hombre de la primera fila que marcaba con su mano la cadencia de sus pulmones. Aparte de que Ayumi Paul no fue,muy exigente con la precisión siguiendo la mano del oyente, la pieza carecía de interés alguno a nivel musical, pudiendo pasar perfectamente por el esbozo de una obra futura. Paul mostró dificultades para afinar las partes más agudas y prácticamente el trabajo dinámico no estuvo presente en la pieza. Electric Counterpoint for electric guitar and tape, de Steve Reich, es una pieza que, pese a sacarle entre 25 y 30 años a las que componían en programa, demostró a mitad del concierto que lo moderno no es una cuestión cronológica. Aart Strootman no terminó de sentirse cómodo, aunque tuvo buenos momentos. La exigencia rítmica le hizo dejar de lado otros elementos, como la dinámica -algo fundamental en la versión de Mats Bergström y que permite el juego de lo mecánico y lo orgánico. Por último, cerró Death Speaks de David Lang. Esta obra intenta unir el mundo indie con el uso de la voz no impostada con el de la clásica. Se supone, además, que se inspira en los Lieder de Schubert que, en su mayoría de una forma u otra, tratan de la muerte. El resultado de la pieza es, en general, una demostración del horror vacui, pues la voz se mantiene y llena todo el espacio sonoro, algo cuestionable a nivel constructivo, pues no permite que la obra respire. Además, la interpretación resultó muy plana a nivel dinámico y hubo muy poca conexión entre los músicos, pese a formar parte de una banda estable, stargaze.

Hay dos cosas que creo que se encuentran detrás de esta programación. Por un lado, la necesaria reflexión de los compositores que deciden componer con los recursos de la tonalidad  como si nada hubiera pasado. No se trata aquí de caer en el tópico del fankfurtiano Adorno -y trágicamente mal traducido- de que ya no se puede hacer poesía después de Auschwitz. La mayoría de los compositores que trabajan con los recursos de Muhly, donde también -aunque en otra liga- puede estar Glass o Nyman, tienen como herramienta teórica cosas como que, en un mundo donde lo que prima es la fealdad, la música tiene que conseguir la ardua tarea de recomponer la belleza sonora. El problema es que la fina línea entre lo bello y lo cursi o lo manido en los asuntos musicales suele ser muy fina. La tonalidad ha quedado dañada desde que en la vanguardia se pusieron en jaque mate sus cimientos, y esta música solo remarca sus fisuras. Por otro lado, estas obras que intentan unir lazos con la música popular urbana, como dicen los musicólogos, tienen el peligro de no estar ni en un lado ni en otro. Pero no por decisión propia, sino porque no hay fuerza en el trabajo compositivo. Algunas obras que no tienen tantas pretensiones del mundo del rock han sabido hacerlo hace décadas, sin intención de parecerse a nada, sino mostrando  en sí mismas cómo muchas de las propuestas del mundo académico y del popular (la verdad es que no encuentro categorías mejores) ya se tocan. Solo hay que pensar en la electrónica o en el noise. Creo que esta colaboración entre el Sonar y el Sampler Sèries, que hace que se llenen las salas de L’Auditori destinadas habitualmente al Sampler, tiene que replantearse ser menos amable con el público del Sónar y arriesgarse con el programa que suele caracterizar el interés de los que somos fieles a las citas del Sampler. En esta propuesta se perdió algo de lo mejor de lo que suele ofrecer Sampler Sèries: no dejar a nadie indiferente, hacer que el oyente salga de los conciertos con muchas preguntas y su compromiso con las nuevas propuestas más rompedoras.

Espiritualidad coral en el siglo XX: De Mompou a Britten

Espiritualidad coral en el siglo XX: De Mompou a Britten

Por su carácter colectivo, el canto coral es el vehículo ideal para la música con inclinación espiritual, como demostró el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana en el concierto titulado Espiritualidad coral en el siglo XX: De Mompou a Britten. La cuidada elección de las obras recorría diversas nociones de espiritualidad: en Mompou y Britten encontramos textos de origen religioso (aunque como veremos luego, se trata de una visión muy particular de la religión, por lo menos en el caso de Benjamin Britten), mientras que Ralph Vaughan Williams y Veljo Tormis dan voz a la espiritualidad secular del pueblo, con textos populares el primero y una selección de textos con gran carga simbólica de Fernando Pessoa el segundo. La propuesta era original y arriesgada, y, precisamente por ello, junto con la excelente calidad de la interpretación, el breve concierto de domingo por la mañana en la sala pequeña del Palau se convirtió en una de las experiencias más estimulantes de toda la temporada. Es una lástima que la sala estuviera tan vacía y que (seguramente a consecuencia de ello) la respuesta del público fuera más bien tímida. Tanto la propuesta como el resultado merecían una sala llena y una recepción entusiasta. A continuación intentaremos explicar el porqué. (más…)

Sampler Sèries en la Fundación Joan Miró: Castellarnau, Parra, Rappoport y Santcovsky con CrossingLines

Sampler Sèries en la Fundación Joan Miró: Castellarnau, Parra, Rappoport y Santcovsky con CrossingLines

Junio se abría con una sesión de Sampler Sèries en la Fundación Miró, que acogía tres estrenos y la recuperación de una obra dedicada a los intérpretes de la noche, Crossing Lines. El concierto se abrió con Trio i Aurora del jovencísimo (lo enfatizo porque es de mi edad, ¡qué remedio!) Fabià Santcovsky. El peso de la obra recayó completamente sobre el clarinete, enmarcado por la percusión y el piano. En general, el trabajo melódico estaba basado en dos planos: por un lado, una construcción sinuosa y serpenteantetécnicamente marcada por unos exigentes multifónicos (es decir, hacer sonar dos notas simultáneamente)  del clarinete bastante bien resueltos; y, por otro, en melodías tartamudas, como una suerte de balbuceos, que quedaban en manos del piano y la percusión. Eso generaba un punto de introversión en la melodía del clarinete, frente a la exterioridad del piano y la percusión. Esta tensión entre caracteres estuvo bien lograda en el primer movimiento (Aurora), fue más forzada en el segundo (Trio). La delicadeza inicial con la que se construyó los dos planos melódicos se desvaneció en el segundo movimiento, con planos excesivamente bruscos en el clarinete.

Fixacions II, de Carles de Castellarnau, fue una de las grandes sorpresas de la noche, aunque se trata de una obra compuesta para CrossingLines hace cinco años, cuando el ensemble comenzaba a despuntar. Es una pieza con un trabajo micrológico de la percusión, construida de forma fragmentaria. La fijación que da título a la pieza habla de un doble gesto de su concepción: por un lado, porque parece el material, al ser tan pequeño, está fijo y, por otro, porque la precisión rítmica parece que hay un pulso permanente, que es fijo. Lo interesante y potente de la obra es que ambos gestos hacen que se cierre sobre sí misma, con un carácter irónico, como el que sabe que en realidad no hay nada fijo, y que todo lo que se presenta como tal o es una mentira o una burla. Fue especialmente brillante el papel de Feliu Ribera, en la percusión, que llevaba al mismo tiempo el peso de la pieza pero también su dirección.

Oliver Rappopport presentó su obra de estreno Blue II, una pieza que crecía poco a poco, cuyos elementos constructivos era, a là Kandinsky, el paso del punto a lo lineal y las vueltas esporádicas a lo puntillista. Había dos planos que a veces no llegaban a dialogar del todo, el del piano y la percusión, con un carácter violento, y el de los vientos, con un talante más delicado. También por bloques aparecía la forma de la pieza, que exigía la renuncia a lo orgánico. Para conseguir este efecto de contrastes, los miembros del ensemble demostraron su absoluta atención y sensibilidad por el trabajo del control de la tensión y del nervio interior de la obra.

El concierto finalizó con el estreno de una obra para no olvidar: Cells 2, de Hèctor Parra. La melodía del piano, magistralmente interpretada por Neus Estarellas, estaba siempre presente, como una suerte de fantasía, recordaba a un lenguaje pasado, pero al mismo tiempo reconvertido, pues nada puede volver como si no hubiera pasado nada desde su desaparición. El piano era portador de lo olvidado, como si viniera de muy lejos. Pensaba a menudo en aquello que Walter Benjamin (quizá la conexión entre Parra y Benjamin sea un terreno por explorar para valientes) nos contaba, que “las obras de arte pueden compartir con determinados hechos naturales [que] esta presencia, que sería lo cercano en ella, lo familiar, revela ser sólo la apariencia consoladora que ha adquirido lo lejano, lo extraordinario” . En contraste, la percusión tenía un carácter primitivo, muy corporal e irracional, como eso que intentó hacer incansablemente el primer Stravinsky pero sin la mística cultural. El resto del trabajo melódico se caracterizó por la radicalidad en las tesituras (algo especialmente brillante en la flauta, interpretada por Laia Bobi), que creaban un marco de tensión creciente con esa lejanía cercana del piano, es decir, entre lo salvaje y lo intimista (quizá como se ha tenido que volver el ser humano desde que el siglo XX le contara que el progreso prometido no iba a llegar nunca).