por Marina Hervás Muñoz | Jun 11, 2015 | Artículos, Críticas, ENTREVISTAS, Música |
Fotografías de Marina Hervás
Antes de lo importante: en este artículo (corto por el formato de la web) sólo apunto algunas de las líneas que, desde mi punto de vista, resultan problemáticas. Hay que tener en consideración –¿tengan piedad de la que escribe!- que resumir dos días de discusión en este texto es titánico, y que siempre resumir es traicionar. Lo que busco es seguir pensando juntos y alcanzar nuevas conclusiones y, sobre todo, que me tiemblen los cimientos. Mi postura teórica se encuentra bien distante de la de Àlex Arteaga, y mi vocabulario y jerga está en otra constelación. Por eso, pido por adelantado disculpas si los conceptos y líneas de problemas no han sido debidamente marcados. Por supuesto, son bienvenidas las críticas de la crítica y las sugerencias.
Alex Arteaga estudió composición, filosofía y arquitectura. Es profesor del máster de Sound Studies en la Universität der Künste de Berlin. Y, ahora que ya hemos hecho un repaso ortodoxo al curriculum, vamos a lo que ahora nos ocupa: su obra.
En este artículo trataremos de poner en diálogo lo que se discutió en el seminario en torno a Transient senses, organizado por la Fundación Tàpies, la Fundación Mies van der Rohe y en Goethe Institut, celebrado los días 28 y 29 de mayo de 2015 con Alex Arteaga, Lluís Nacenta, Gerard Vilar, Susanne Hauser y Dieter Mersch; y una entrevista-conversación que tuvimos el placer de hacer a Arteaga. Transient senses consiste en una serie de micrófonos que, colocados en las paredes del pabellón Mies van der Rohe, captaban el sonido exterior. Éste era procesado en torno a una programa creado ad hoc que genera unas gráficas entre dos umbrales, marcados por Arteaga y su equipo como “de -1 a -6”. El resultado de este proceso se escuchaba por unos altavoces especiales, a los cuales había que aproximarse significativamente para poder escuchar algo. Al agotarse determinadas franjas temporales concretas, los altavoces callaban. Y volvía a empezar el proceso de nuevo. Así en un bucle infinito. Esta instalación se complementaba –o se terminaba de hacer- con una grabación realizada por Arteaga del material sonoro de horas intempestivas mañaneras y nocturnas, un texto y un foto-vídeo del pabellón expuestos en la Fundación Tàpies.
Las influencias fundamentales de Arteaga son, en esencia, de la fenomenología. Desde la tradición de Husserl-Merleau Ponty hasta Francisco Varela, Evan Thompson y Eleanor Rosch en los 90, pasando por otros teóricos que trabajan actualmente en estos temas, como Shaun Gallagher, Ezequiel Di Paolo, Thomas Fuchs, o Dan Zahavi. Su propuesta se apoya, especialmente, en que el sonido no es un objeto, sino medio. ¿Qué significa esto? Pues que a lo que se aspira es a crear condiciones de cognición. Y ustedes se preguntarán, con razón, qué significa cognición y cómo se generan esas condiciones. Vamos a ver si conseguimos desanudar este problema. Cognición, en ese contexto, se amplía a la vida. Siguiendo a Varela, “la vida es cognición”. Arteaga no habla de Wissen o Erkenntnis o algo así, como en la tradición alemana, sino cognición. Arteaga considera la actividad estética como una forma de actuar, incluso de comportarse. Es una forma de engagement, tal y como defendía Evan Thompson. Y esta experiencia se relaciona íntimamente con el concepto de cognición, en la medida en que ésta pretende o busca dar respuestas no predeterminadas por el entorno. Esta no predeterminación se llama “autonomía”, que Arteaga vino a definir más o menos como “un ente que, debido a su organización interna está simultáneamente separado y, al mismo tiempo, en contacto con su entorno; y es capaz de generar sus propias respuestas a las variaciones de su entorno”. Por tanto, y a modo de resumen, la relación entorno-ente como sistema da lugar a la cognición, a la vida. Para distanciarse de otros conceptos de conocimiento, Arteaga defiende la distinción entre “sentido” y “significado”. Parecería que el “significado” ha venido siendo lo que se buscaba en al arte. Esto representa lo cerrado, el momento de explicación de la obra o, usando terminología anterior, el momento de lo predeterminado. A Arteaga le interesa la creación de condiciones para que surja un sentido de la experiencia. Gerard Vilar fue crítico con esto: para él, hay obras que tienen que ver con el significado y no tanto con el sentido. La defensa del sentido de Arteaga tiene que ver con que, para él la estética es, como hemos apuntado, una acción, y no una mera recepción, en el sentido tradicional, o un deleite o algo por el estilo. Esta acción es la de un ente, la de un ser, un cuerpo, un animal, un sistema organizado en un edificio o espacio concreto que se crean y recrean mutua y simultáneamente. Por todo esto, en la discusión sobre el sentido de la “artistic research”, Arteaga se posicionó contra la creencia de que el arte también tiene que producir, en el sentido científico. Para él, no producir es una trinchera contra el capitalismo.
Arteaga piensa, en su instalación, ahistóricamente. Él trata de ignorar la historia y enfrentarse directamente con el objeto, esta vez con el pabellón Mies van der Rohe. La objeción inmediata, y que quedó sin resolver, fue si es realmente posible ignorar la historia. El objeto es historia sedimentada, y no es baladí que se haya hecho todo el seminario en torno a una obra situada precisamente ahí y no en un lugar cualquiera. Pero esto se puede explicar con el trasfondo teórico que defiende Arteaga: que somos autónomos y que, pese a lo heterónomo, nunca dejamos de ser autónomos. Así que es posible, para él, arrancarse la historia y poner ahí la voz de la autonomía. Esto lo dijo, más o menos, así “somos autónomos, no heteronomos, pero eso no quiere decir que estemos libres del entorno. Pero tenemos nombre propio. […] yo soy autónomo, y actuó dentro de un sistema de condiciones donde mi autonomía es una más”. Digamos que, lo importante, es la heteronomía del objeto y no tanto esos términos que usamos los considerados dinosaurios de la filosofía, como la historia y la relación sujeto-objeto. Aún me queda claro, y así se lo expuse a Arteaga, cómo se resuelve en esta maraña conceptual el problema de la libertad, ya que parece que esa autonomía, por mucho que cuente con lo heterónomo, siempre puede alzar su voz. Arteaga defendía el concepto de Kopplung, de acoplamiento, donde lo autónomo entra en relación con lo heterónomo. Así lo expresaba en el texto que estaba en la Tàpies: “»Letting the place emerge through my transit» o “I become with the place». Si no he entendido mal (que es lo más improbable), Arteaga defiende una suerte de comunión con el espacio, en el que éste emerge con mi experiencia, al mismo tiempo que mi experiencia se modifica por estar-en ese espacio concreto. Así es como se comunican autonomía-heteronomía. Todo esto podría ser relativamente aceptable si la teoría y la praxis no se distanciasen. Lo cierto es que la obra de Arteaga, al igual que cualquier obra de arte al uso, incide en el espacio, es decir, no permite que haya experiencia en el espacio, sino una experiencia, que es la que fuerza Arteaga al poner esos micrófonos y esos altavoces que, además, detienen el sonido, paralizan el sentido del adentro y el afuera, porque lo impone un programa de ordenador hecho a priori por Arteaga. Así que ese “I” de “I become with the place” es la clave: para mí, y así se lo expuse –y perdonen mi terminología dinosáurica totalmente fuera de moda, supongo- hay mucho sujeto, y la cosa, el objeto, está violentado. Los visitantes no podemos ser autónomos, si esa es su propuesta, sino parte de la heteronomía, mera expectación de la experiencia de Arteaga. Una de las preguntas se refirió a esto: ¿cómo es posible pensar en la relación espacio/tiempo si ya la propia colocación de los altavoces condiciona los lugares adónde el oyente tiene que dirigirse? Esto se cuestionó también desde una perspectiva más general, bajo la pregunta de si había una recepción ideal de la obra. Arteaga dijo que no, pero al mismo tiempo defendió que su obra quedaba fragmentada sin un Gegenbau –que se puede traducir como un contraedificio- en el que se situasen los textos, la grabación, y el vídeo, es decir, los materiales de la Tàpies. Lo llamó la idea de la posibilidad ideal de la generación de un todo, al mismo tiempo, al inicio de la sesión, hablaba del pabellón como un mero marco, un frame. Esto abre el problema de que parece que hay una idea previa que no se puede alcanzar de ninguna manera por el espectador, que se tiene que conformar con ir a la cosa (hablando con Husserl) a través del fragmento, sin siquiera poder acercarse al todo. En términos dinosáuricos de nuevo, cabría pensar hasta qué punto lo particular, el fragmento, no es un todo en sí mismo. Los materiales de la Tàpies hablaban de eso, no se necesitaba al pabellón, ni al revés. Sobre la cuestión de la recepción ideal hubo, además, algo que me suscitó serios problemas. Según Arteaga y Lluís Nacenta, un acorde en Beethoven sólo se puede captar correctamente de una manera, como acorde x de x tonalidad. Tengo que decir que, desde mi punto de vista, esto se encuentra en las antípodas de mi pensamiento. La crítica romántica pone esto en juego. ¿Por qué es más correcto decir que un acorde se capta correctamente cuando se sabe su “nombre” y no cuando, por ejemplo, se le entiende como armonía del tema, como función o como, por ejemplo, golpes en la puerta del destino? Esto no es un alegato por el todo vale, pero sí una defensa de que ese más allá de la técnica a veces tiene más contenido de verdad. Suponer que sólo el arte contemporáneo abre este tipo de “open-ended experiencie”, como se indicó en la jerga que asumimos todos los allí presentes, me parece bastante problemático, sobre todo a nivel político.
Si asumimos que Arteaga crea la experiencia, vemos también difícil la posibilidad de entender la obra como condición de conocimiento (en ese sentido de cognición-vida), ya que se puede conocer la obra de Arteaga, y no el espacio transformado por lo sonoro. Esto lo marca, sobre todo, la necesidad de detener el sonido, la interrupción, el silencio. El silencio, el momento en el que se detiene el ruido, que es lo afuera que se ha colado al adentro del espacio, es enfáticamente Arteaga, que me impone una detención del sonido antes de que yo pueda experimentarlo de otra manera. Arteaga, al inicio de la sesión, insistió en que, sobre todo, buscaba apuntar la inestabilidad sonora del pabellón. ¿No hace el silencio inducido que el oyente se tranquilice, que asuma que hay un marco, un paréntesis que le recuerde que lo que oye es algo diferente al mero ruido de la vida? ¿No hace el silencio advertir de que el pabellón es inestable, pero forzándolo a serlo? Este asunto del “paréntesis” que, según Arthur C. Danto, es lo que hacía, en la tradición, que el espectador/oyente supiese que, lo que estaba viendo, es una obra de arte, y no algo real, porque si no no podría soportarlo, dio lugar también al debate. Éste se tradujo en la pregunta por el diálogo entre la presentación y la re-presentación. Los silencios hablaban, según se expuso, de que aquello es ficción. Y yo me pregunto: ¿Y no bastaba con lo extraño al pabellón, que son los micrófonos que penetran sus paredes y los ruidos que surgen de los altavoces? ¿No se introduce ya ahí la ficción? El silencio, desde mi punto de vista, es la ficción de Arteaga, es decir, su realidad. Él mismo lo expresó diciendo que, desde su perspectiva, él le decía al visitante del pabellón «shut up and listen!» [¡calla y escucha!], en un alegato (que yo suscribo en parte) por relativizar la simple democratización del arte. Este alegato se dirigía contra la idea, relativamente reciente, de que hay que repensar la institución haciendo partícipe activo al visitante. Un chico joven que asistió al semaninario, que estaba presumiblemente dentro de esta línea, se cuestionó hasta qué punto no sería legítimo que el visitante pudiese mover los micrófonos y los altavoces a su antojo, y hasta qué punto eso que estaba pasando en el pabellón le servía realmente para algo. Este tema está ahora, precisamente, muy de moda en Alemania, con la recepción de Rancière y con textos como los de J. Rebentisch Theorien der Gegenwartskunst. Por hoy no puedo (y me temo que no debo) extenderme mucho más. Pero lo que quería señalar es que en una reconceptualización de lo democrático en el arte, donde parece que la práctica estética, para ser tal, debe ser diferente a la mera experiencia cotidiana, hay un momento de imposición y de apropiación del espacio, así como de la experiencia del visitante que no debería pasarse por alto si, precisamente, esto es lo que se pone en juego desde la teoría.
Por cierto, todo esto sigue. Aquí os dejo la información… “En la segunda fase (18 – 19 de junio, Sónar+D), en la que se tratará suplementariamente el tema de la constitución de objectos sonoros en un contexto auditivo ambiental, participarán Jean Paul Thibaud (Ecole Nationale Supérieure d’Architecture de Grenoble), Rudolf Bernet (University of Leuven) y Xavier Bassas (Universitat de Barcelona). Además, el artista sonoro Lucio Capece realizará intervenciones sonoras en la instalación del Pabellón como extensión del proceso de investigación”. Más, aquí: http://sonarplusd.com/es/activity/transient-senses/
por Albert Ferrer Flamarich | May 15, 2015 | Críticas, Música |
Obras de Schubert, Fernández Arbós , Cassadó.
Por la técnica, el talento musical y el trabajo riguroso que demuestra en cada concierto, el Trio Arriaga es una formación que hipnotiza y seduce al auditorio. Me interesa porque siempre va directo y ofrece unas interpretaciones vibrantes y luminosas. Su aliento romántico no deja lugar al aburrimiento gracias a una mezcla de implicación, perfección y musicalidad. Lo volvieron a demostrar en el Teatre Principal de Sabadell el pasado viernes con el Trio núm. 2 D. 929 de Schubert desde una construcción, dialéctica y lirismo que se bañaba de la huella beethoviana con el carácter precursor de Schumann y Brahms. ¿Elementos significativos? Las transiciones nada ásperas, la fluidez del discurso y la potenciación tímbrico-rítmica de los motivos principales (especialmente del tercer y cuarto movimientos) en unas texturas muy diáfanas. No obstante la preeminencia del teclado y el violín -ocasionalmente calante- cubrían la cantinela del violoncelo. A destacar, por cierto, los trinos de Ligorio: bien articulados y cerrados nítidamente.
En la exploración del repertorio nacional con la que el conjunto también se ha proyectado en los últimos años, la segunda parte incluía dos composiciones que se detienen en los ritmos de la tierra y se enardecen cuando la emoción trata de convertirse en pasión. Tanto en el Trio español Op. 1 de Fernández Arbós como en el Trio de Cassadó se fundamentan en diferentes danzas (la habanera, seguidillas, gitanas, polo, malagueña ,… ) que los Arriaga sirvieron con expresividad en la macroforma y precisión en el detalle. Aquí cabe resaltar los acompañamientos rítmico-harmónicos, los rasgueados y el uso flexible a la vez que vigoroso del ritmo, expresándose con una profundidad y arrebatamiento a la altura de las expectativas de las obras y de un público sabadellense agradecido pero frio.
Este ciclo de cámara de Sabadell presenta propuestas de gran calidad que la asistencia y el entusiasmo no siempre le corresponden. El Teatre Principal debería de haber ovacionado al Trio Arriaga ante de la extensión y la complejidad, la calidad y la generosidad así como la integridad y el placer de hacer música mostrados al bisar el segundo movimiento del Trio de Schubert.
por Cultural Resuena | May 10, 2015 | Críticas, Música |
© Photo: Susesch Bayat / DG
La Orquestra da Camera es la demostración de la calidad musical de nuestro país y la formación solida de las nuevas generaciones musicales, como tuvimos ocasión de presenciar el pasado 6 de mayo en el Palau de la Música de Barcelona. La conjunción en la biografía artística de estos músicos de la música de cámara y el repertorio sinfónico, hacen de esta orquesta un instrumento compacto y de sonido uniforme.
Estar acompañados de los solistas Alexander Janiczek, Marta Argerich y un talento tan estelar de nuestro país como Mireia Farrés hicieron la velada inolvidable.
Uno de los elementos que más llamó la atención fue la disposición de la orquesta.
Para la primera pieza tocaron de izquierda a derecha violines I/ violines II/ cellos
/ violas. Cuando la práctica habitual en este tipo de repertorio, que se viene observando en los últimos años, es poner a los violines enfrentados de manera que la disposición de la orquesta sea: violines I/ violas/ cellos/ violines II.
Para la segunda pieza conservan esta misma disposición, pero por la idiosincrasia de la orquesta de rotar solistas, las violas deciden intercambiar los atriles interiores por los exteriores. Siguiendo el patrón moderno de colocación de orquesta (aunque los cellos pueden intercambiar su posición con las violas).
Para sorpresa de todos, en la última pieza utilizan la disposición violines I/ violas/ cellos/ violines II (la que hubiera sido más lógica para interpretar la pieza de Bach) con la madera en su disposición normal y los metales repartidos a los lados (trompas a la izquierda y trompetas a la derecha), lo que desde mi punto de vista funcionaba a nivel de balance a la perfección. No tan acertada fue la posición de los timbales en el lado derecho del escenario, interpretados quizá con una baqueta demasiado dura en la mayoría de las intervenciones que no favorecía al empaque general del grupo instrumental (seguramente por las condiciones de visibilidad y espacio del escenario.
A pesar de todos los cambios de disposición en la cuerda de la orquesta, no se notaron diferencias a nivel sonoro. En todas las disposiciones se escuchó una cuerda de arcos sólida, empastada y con unidad de criterio.
El concierto para violín de Bach BWV 104 demostró la soltura de Alexander Janiczek que interpretó el primer movimiento sin forzar la articulación, de una manera sencilla y orgánica y un gran empaste con la orquesta.
El segundo movimiento sorprendió por el vibrato en las notas largas, utilizado con gusto y de una forma nada pretenciosa.
Y por último el tercer movimiento, fue interpretado con un tempo natural, una articulación definida, una ornamentación perfectamente ejecutada.
El concierto para piano, trompeta y cuerdas num.1 op. 35 interpretado por Martha Argerich y Mireia Farrés, destacó por la naturalidad escénica de ambas solistas.
Los que somos músicos estamos acostumbrados a que nos enseñen a permanecer inertes y en algunas ocasiones hasta inexpresivos corporalmente en el momento del concierto, alegando que esto distrae al público. Se agradecían las sonrisas y gestos de ambas que no sólo no molestaban al espectador, sino que ayudaban a la escucha. Así mismo ambas solistas dirigían a la orquesta de una manera segura en los ataques y los cambios de tempo y velocidad.
Martha demostró un dominio absoluto de la articulación, el fraseo y el contraste dinámico. Y Mireia se presentó con su sonido dulce y rico en colores.
Quizá por las condiciones de la sala el primer movimiento quedó poco balanceado a nivel de unidad dinámica y se echaban de menos las respuestas de la orquesta, que quedaban veladas por las intervenciones enérgicas de Martha.
El segundo movimiento se desarrolló con un bonito fraseo de la orquesta que parecía multiplicarse en volumen de instrumentistas en los pasajes más intensos dinámica mente, siempre sin forzar el sonido. La pianista se mostró emocionante y temperamental.
El cuarto movimiento brilló por su unidad rítmica y precisión en cambios de tempo. Un buen juego entre la orquesta y las solistas, siempre con humor. Brillante y nunca estridente, donde Martha demostró un gusto genuino en cuanto a la tímbrica.
El broche ideal para la velada fue la Sinfonía num. 4 en Si b Mayor, op. 60 de Beethoven, sin duda la obra maestra de este programa.
Asombra la forma en que sin director, la orquesta atacó la primera nota, absolutamente compacta. Los ataques siguieron la misma dinámica el resto de la pieza.
La sección de maderas estableció un diálogo fantástico caracterizado por una flauta solista brillante y con gran rango dinámico, un oboe dulce, un clarinete que asombraba con su expresividad y un fagotista perfecto en la ejecución y el fraseo, a pesar de lo difícil de este papel en concreto que eleva al fagot en importancia melódica al resto de la sección de maderas.
Del mismo modo, la sección de metales no brillaba por encima de las maderas y se integraban y empastaban de una forma asombrosa.
Pocas veces se puede escuchar una cuerda tan compacta como la de esta orquesta, en especial la sección de cellos, con un timbre absolutamente genuino, que establecía unos diálogos asombrosos en timbre en la alternancia cuerda/viento. Los pizzicatos de igual manera fueron ejecutados con una limpieza y precisión extraordinarios.
Cabe destacar la belleza de los pasajes fugados en el tercer movimiento y las tensiones armónicas y crescendos bien creados.
Finalmente, a pesar de la vertiginosa velocidad del cuarto movimiento, la orquesta nunca dejó de sonar compacta y los contrastes dinámicos, siempre en su justa medida, no sonaban en ningún momento agresivos.
Programa
- Concierto para violín en La m BWV 1041 J. S. Bach
– Sin indicación de tempo
– Andante
– Allego Assai
- Concierto para piano, trompeta y orquesta de cuerdas nº1 en Do m- D. Shostakovich
– Allegro moderato
– Lento
– Moderato
– Allegro con brio
3. Sinfonía nº 4 en Si b M op. 60- L. van Beethoven
– Adagio- Allegro Vivace
– Adagio
– Allegro Vivace
– Allegro ma non troppo
Por Helena Garreta Suárez
por Marina Hervas Munoz | Abr 23, 2015 | Críticas, Música |
En un abril con muchas propuestas musicales en Sabadell –tanto dentro como fuera de las salas de concierto- la convocatoria de este mes de Joventuts Musicals se ha saldado con otro éxito. Dos jóvenes lumbreras como Fernando Arias y Luis del Valle demostraron una progresión y una calidad artística en un programa variado, de raíces románticas y propicio a las efusiones líricas de amplio vuelo.
El atento Luis del Valle secundaba con la seguridad de quien domina el teclado con gesto acaparador y sutil a voluntad, y que se sabe garantía de respaldo. De esta manera Fernando Arias extraía un sonido rico y homogéneo, con mucho vibrato, idóneo para un repertorio que explota la preeminencia del violoncelo con grandes meandros melódicos como el Adagio y el Allegro para violoncelo y piano de Schumann, la Introducción y polaca brillante de Chopin y los pasajes más tensos y exhalantes de la Sonata en re menor de Shostakóvich. Es fácil presuponer que uno de sus referentes es Rostropóvich, a la vez que, escuchados algunos de los preludios de Scriabin por el pianista, Luis del Valle se revela como un intérprete de ascendencia beethoviana, lisztiana y de Prokófiev.
Ahora bien, la intensidad y la pureza buscados por Arias a veces presentaban cierta falta idiomática en obras exigentes como la de Shostakóvich. En parte por una homogeneidad expresiva que contrastaba poco el “melos” de raíz tchaikovskiana con la acidez y la opresión propias del compositor, por mucho que técnica y rítmicamente los resultados fuesen meritorios. La ironía en música, tan abstracta como imprecisa, ha de rebasar los márgenes de la ambigüedad.
La adaptación del lied “Que descansen en paz todas las almas” de Schubert cerró una sesión aplaudida por un público satisfecho por el carácter, la vehemencia y la intensidad de los intérpretes. Unos trazos presentes en la Suite de Cassadó, bien enfocada por Arias como soliloquio y con precisos sonidos aflautados en la cuerda aguda en el Preludio-Fantasía iniciales y “rasqueados” en el último movimiento.
Por cierto, ¿hay que recordar que el toser, los caramelos y los móviles que se caen al suelo provocan molestias a los otros asistentes y a los músicos que, por encima de todo, están trabajando y merecen el máximo respeto?
Programa:
Obras de Cassadó, Scriabin, Schumann, Shostakóvich, Chopin.
Fernando Arias, violoncelo. Luis del Valle, piano.
Por Albert Ferrer Flamarich
por Albert Ferrer Flamarich | Abr 15, 2015 | Críticas, Música |
Los conciertos de bandas sonoras musicales no son un rara avis. La última década se han incrementado en Europa. Lo que hoy nos fascina y llena salas como el Palau de la Música Catalana con todo tipo de público, hace años que goza de prestigio internacional. Este año repitiendo la experiencia positiva de la temporada pasada, la Sinfónica del Vallés ha programado otra sesión basada en las “músicas de película” en su concierto del pasado 11 de abril.
El espectáculo planteado con dinamismo, continuidad y cierta brevedad (una hora escasa) participaba de la moderna multimodalidad. Es decir, con la coordinación de diversos canales simultáneamente (imagen, luces, sonido, música, gesto, palabra, etc). A la orquesta y a su director titular, se sumó Jordi Cos en la mesa de proyección y los actores y dobladores Mercè Montalà y Salvador Vidal. Ambas unas voces que forman parte de la identidad hollywoodiense en el imaginario colectivo español y catalán.
Dos maestros del doblaje
Vidal y Montalà demostraron entrega, la altísima profesionalidad y la excelente dramatización que les caracteriza: cambios de registro, de ritmo, variedad de énfasis y de emisión de voz. Su participación vehiculaba una propuesta equitativa en la relación entre música, diálogos y parlamentos. Éstos últimos, diálogos y parlamentos, asumían una función triple según si eran conductores (Pulp Fiction, Star Wars), una transición o formaban parte de la estructura del recordatorio musical (Chicago e Instinto Básico) recreando con emoción pequeñas escenas de los films en un juego que compensaba bien los esquemas de tensión y calma.
La orquesta dirigida por Rubén Gimeno participó con unos resultados musicales muy convincentes, tanto en las individualidades (el oboe de Òscar Diago en La misión, el violín concertino en la Lista de Schindler) como en el conjunto enfocando bien el idiomatismo y la variedad en la suite de Chicago, en Pulp Fiction, en la selección de Star Wars y en el bis de En busca del arca perdida. Un bis que, por cierto, cerraba un programa vinculado a una entidad sin ánimo de lucro como la AEA (Asociación Española de Anirida).
El próximo año más, por favor, con Bernard Hermann, James Horner, Hans Zimmer y alguna incursión en el cine de animación. Y que, además, se ofrezca en emplazamientos que puedan acoger la afluencia que generan programas como éstos.
Programa
Obras de Dale, Morricone,
Williams, Berry, Beethoven, Kander, Myers y Goldsmith.
Salvador Vidal y Mercè Montalà,
actores y dobladores. OSV. Rubén Gimeno, director.
Por Albert Ferrer Flamarich