por Gonzalo Domínguez | Dic 17, 2017 | Cine, Críticas, Sin categoría |
Cuando muchos salimos hace un año de las salas de cine tras ver El Despertar de la Fuerza nos quedamos con la sensación de haber visto una especie de remake moderno de Una Nueva Esperanza. No cabe duda que hay un gran número de fanáticos de la saga que alaban esta cinta, pero es más un acto de fe ciega carente de visión objetiva que otra cosa. Para otros apasionados de este universo, como un servidor, el Episodio VII fue una tomadura de pelo organizada por un JJ Abrams con un ego como la Estrella de la Muerte, por lo que las esperanzas puestas en esta nueva entrega no eran demasiadas. ¡No podía estar más equivocado! Nos encontramos sin duda ante una de las mejores cintas de Star Wars, incluso con la capacidad de competir con la trilogía original y, por supuesto, dejando las precuelas por los suelos.
Finn (John Boyega), Rey (Daisy Ridley) y Rose Tico (Kelly Marie Tran)
Rian Johnson ha escrito y dirigido esta película demostrando que no es necesario ser George Lucas para saber contar historias de otra galaxia. El ritmo narrativo que nos ofrece nos hace navegar por un entramado de historias en paralelo perfectamente hiladas y que concluyen en la unión casi perfecta de las mismas. Los tiros de cámara empleados combinados con cambios de plano armoniosamente ejecutados, guiado todo ello por una banda sonora de John Williams de auténtico diez, crea una simbiosis rítmica que hace de las dos horas y media un viaje cinematográfico capaz de cortar la respiración. Johnson ha conseguido sacar minutos de tensión que logran que público grite de forma frenética, y no solo en una o dos ocasiones, sino que podemos vivir situaciones de verdadero clímax a lo largo de todo el metraje.
Como buena película de Star Wars que se precie, las batallas espaciales son un punto fundamental y de obligatorio cumplimiento. Ya pudimos ver un trabajo excelente de este apartado en Rouge One, en la que, por lo general, se disfrutó mucho de la Batalla de Scarif. Con esta referencia como base han hecho de este punto uno de los más impresionantes y destacables del Episodio VIII. Los planos secuencia de las naves, lo picados y contrapicados de los destructores, combinado todo ello con unos efectos visuales excelentes y la humanización de los pilotos (muy a lo Biggs Darklighter), consigue un paralelismo precioso de las batallas cinematográficas de la II Guerra Mundial que todos podemos recordar de películas clásicas.
Bombarderos de la Resistencia en el Episodio VIII
La dirección de fotografía se ha ejecutado de forma excelente, logrando en diversas ocasiones ser el personaje principal de las escenas. Junto a unos paisajes increíbles se puede disfrutar en gran medida de un uso del color exquisito, minucioso y muy simbólico, como podemos observar en la batalla final sobre el salar de Crait con el uso del blanco y del rojo como símil del lado oscuro y el luminoso.
La trama de la cinta da respuesta a gran número de incógnitas que surgieron en el capítulo anterior, siendo por tanto éste el eje central de la trilogía ya que tanto los personajes como la historia maduran y se consolidan, conformando un elenco más compacto y mejor posicionado en el universo de Star Wars. Aún así es destacable un punto no muy favorecedor en este apartado ya que se decidió, seguramente por parte de Johnson y Abrams (Productor Ejecutivo), dar a ciertos personajes principales (no diré cuales para evitar spoilers) un papel más insulso que el que tuvieron en el episodio anterior, lo cual, ya que gozaban de dos horas y media de película podían haber tratado de profundizar un poco más.
Deslizadores de la Resistencia en la Batalla de Crait
Como no todo puede ser positivo es necesario señalar que en Los Últimos Jedi se encuentra un uso del humor que no agrada a todo el mundo. Sí, es una película con una gran carga dramática y que tiene momentos de verdadera tensión, pero precisamente para cortar dicha tensión se ha recurrido en muchas ocasiones al humor. A veces está bien empleado y en otras ocasiones te saca totalmente de la historia, por lo que para futuras ocasiones deberían poner un filtro más duro a los chascarrillos infantiles. También se pueden ver algunos problemas de la trama en cuanto a la religión Jedi se refiere. No es que no lo trabaje bien en la película, es más, nos ofrece una visión de los maestros totalmente nueva y que no gustó mucho a algunos fans, pero el problema realmente importante es que no deja muy buen futurible para éstos; el nombre Los Últimos Jedi le viene al pelo.
Por desgracia el punto menos favorable se lo lleva la General Organa, mejor conocida como la Princesa Leia. Su actuación como no podría ser de otra forma es realmente extraordinaria. Carrie Fisher tenía la increíble capacidad de mostrar el tremendo dolor de su personaje mientras tiene la responsabilidad de comandar un ejercito, por lo que su trabajo es impecable. El problema no viene de su parte, más bien es responsabilidad del Johnson que no ha logrado hacer honor a Carrie, a pesar de que esta película va dedicada a ella. Una de las escenas más criticadas tiene como protagonista única a la princesa y por lo tanto la mayoría se quedarán con eso en vez de con la magnifica actuación que nos ha ofrecido antes de su muerte. Una lástima.
Estamos sin duda ante una de esas cintas que merece la pena ver más de una vez ya que cada pequeño detalle, personaje secundario y escenario nos ofrece tantos detalles que es imposible disfrutarlo todo en una única vez. También tenemos la suerte de que a la hora de crear a las diversas criaturas no han tirado tanto de CGI y han buscado más los animatronics, lo que dota de mucho más realismo a la película. Esperemos que este sea el camino que quiere seguir la franquicia y que los próximos episodios que vayan a ver la luz tengan el mismo aura que el Episodio VIII.
por Carlos Ibarra Grau | Sep 25, 2017 | Cine, Críticas |
En la primera vez me siento en la butaca sin más referencias de lo que va a acontecer que la del nombre del director y los dos actores principales. Me siento sin previo aviso envuelto en llamas, pero alguien me sonríe y la luz se abre camino, invadiendo la oscuridad. No hay más sonidos que los pasos de una madre y el latir de su corazón, que es el corazón de la casa, el corazón de un mundo enfermo.
La madre es Jennifer Lawrence, la protagonista del nuevo bebe de Aronofsky, un delirio artístico regurgitado en forma de película: mother!, madre! en la cartelera española. Javier Bardem interpreta a su esposo, un poeta de renombre que atraviesa una fase de bloqueo del escritor. Darren Aronofsky (Nueva York, 1969) dio a luz al monstruo tras un parto de cinco días, imbuido por un ataque de fiebre narrativa, cinco días solo en su casa sin apenas dormir, tecleando como un poseso que atraviesa una epifanía, castigando, lacerando las yemas de sus dedos, emanando el humo que precede a un fuego.
Es el fuego de la casa del poeta, que se incendió, pero luego apareció ella, su inspiración, con tanto amor por él que la empieza a reconstruir de arriba abajo, día tras día, pared a pared, un brochetazo tras otro, una labor de dimensiones faraónicas.
“Quiero convertir esta casa en un paraíso”
La madre tiene una conexión especial con la casa, puede oir su propio corazón, como si de un ser vivo se tratara. Una casa aislada, en medio de una nada posible en cualquier sitio, tu casa, la mía, la casa de todos. No es una película de terror ni de “casas encantadas”, como el tráiler hace creer; hay terror, sin duda alguna, pero a otros niveles, a niveles tan profundos como profunda esté tu alma, ahí llegará si permites que la película te despedace. Hay que estar dispuesto a pagar este peaje. El frio, los males del planeta, del ser humano, se avecinan, conformando una experiencia sensorial de dos horas única. ¿Como lo consigue? Principalmente, con el impresionante uso de la cámara. Este poema febril ofrece tan solo tres tipos de ángulos y son todos de la madre: primeros planos de su cara, por encima de su hombro y lo que sus ojos ven. Ella eres tú. Tú eres ella. Estás dentro de la casa desde el inicio de la película.
Cuando llega el primer invitado a la casa, que no ha sido invitado por nadie, un doctor interpretado por el gran Ed Harris, y el segundo, una majestuosa Michelle Pfeiffer, que da vida a su mujer, la sensación de tensión contenida, de intranquilidad, como la de una pesadilla que acaba de empezar y todavía no es tal, ese picor por el cuello de que algo no encaja, de que algo anda mal, se cierne poco a poco sobre tu consciencia y va apoderándose de ella.
El recién llegado matrimonio es atípicamente inquietante y son el desencadenante de más personajes extraños que van llegando a la casa, aumentando tu incomodidad. Ambos están espléndidos en sus papeles, el surrealismo en su comportamiento, una rareza no humana, genera en el espectador la risa incómoda, es la respuesta inconsciente al malestar, a huéspedes indiscretos y terribles, que te tratan como si la rara y fuera de lugar fueras tu, en tu propia casa. Mientras, tu marido parece encantado de tener a esta gente alrededor, al poeta se le ilumina la cara para tu estupefacción.
mother! es una pieza de arte ultratransgresora, vulgar pero elegante, explosiva e ingeniosa, con múltiples y copiosas capas, con metáforas y alegorías continuas, la casa es un enorme cubo de Rubik: las piezas y las combinaciones entre sí son las interpretaciones posibles y las diversas lecturas que de ellas sacas, respectivamente. Dependiendo de por qué lado mires el cubo éste tendrá una apariencia u otra, ahora homogéneo como una cara con las piezas del mismo color, ahora desordenado, cuando las teorías giran por tu cabeza a la velocidad que el cubo en manos de un experto.
En la rueda de prensa del festival de Venecia, un periodista preguntó a Darren si la casa es el paraíso y Ed Harris y Michelle Pfeiffer son expulsados de él. El director sonrió y dijo que había emprendido un buen camino y le animaba a continuarlo, pero que era muy largo. Las interpretaciones son tantas y tan válidas entre si que es un milagro que esta película haya ocurrido. Una de las lecturas centrales y más claras gira en torno a la religión y a como el director la relaciona indivisiblemente al fanatismo y a la destrucción de la persona. Aronofsky, ateo declarado, ensarta a sangre fría en un palo afilado a Dios, a la religión, a la contaminación del medio ambiente y la Madre naturaleza, la avaricia, la codicia, el machismo, la violencia, a las guerras: cuantos más elementos se van sumando al palo, más se inclina éste acercándose al fuego, siendo el palo la película, que es la madre, que eres tú, que es el mundo y sus males……que es en primera y última instancia una sesión de terapia del propio Darren Aronofsky, quien juega a ser Dios y se comporta como tal, haciendo gala de un narcisismo de dimensiones bíblicas, pues lo que subyace es que la película es Él, por encima de actores, lecturas y simbolismos.
“Toda esta gente ha venido solo para verme”
Disfrutamos del mejor papel en la carrera de Jennifer Lawrence y también el más exigente, reconocido por la actriz misma; espectacular en su gesto contenido, de lucha interior contra la angustia creciente, por guardar las formas en un mundo donde parece que nadie las respeta. Su comportamiento, sin embargo, también es enigmático y misterioso, fuera de sitio en ocasiones. Es la cara del agobio, de la opresión y del sufrimiento. Bardem la acompaña a un nivel altísimo, con una expresión de lejanía constante, de mirada al infinito, a veces quema de tan fría y en otras sale el Bardem que más conocemos, ese carácter fuerte, de amalgama de sentimientos. La mezcla de ambos en la película es explosiva.
Atendiendo a la banda sonora no vamos a encontrarla, no tiene. En las obras más célebres de Aronofsky, Requiem por un sueño (2000) y Cisne negro (2010) la música es absolutamente fundamental, tanto o más importante que el resto de componentes, para tele transportarnos e hipnotizarnos, antes de darnos el subidón definitivo de adrenalina. “Me di cuenta de que cada vez que pones música en una película estás diciendo a la gente como se tiene que sentir. Sin música no sabes lo que va a pasar y eso es lo que queríamos, hacer a la gente sentirse insegura, tan insegura como Jennifer Lawrence”
En su lugar, mother! amplifica los sonidos por encima de lo permitido, donde el girar del pomo de una puerta, un golpe en la cara o el crujir de los peldaños de una escalera se reproducen a escasos centímetros de tu tímpano. Este hiperrealismo sonoro, unido al continuo seguimiento de la angustia de la madre, es un chute en vena de opresión y profundo malestar, lo que no deja de ser habitual marca de la casa del director, pero aquí un meritorio triunfo personal: se ha deshecho de la música, una de sus grandes armas, pero el reto, el hándicap, deviene en lograr su mejor película, a sus casi 50 años.
El desasosiego va avanzando de lento a constante. La madre se siente cada vez más incomprendida, el clima empieza a estar profusamente cargado cuando se sobrepasa la hora de película y esas risas que descargaban la tensión van dejando de oírse en la sala; lo que era un thriller dramático con ambientación de película de terror se transforma de repente en el apocalipsis, capas y lecturas saltan por los aires, al surrealismo reinante se le suma una bárbara y disparatada esquizofrenia que lo engulle todo. Se empieza a ir todo a la mierda y contigo incluido.
“Esta película es Jodorowsky puesto de esteroides”
Es el cénit de la carrera del director, unos minutos del fin del mundo que deben ser escritos en mayúsculas como de los mejores de los últimos tiempos en el cine, apabullantes, gloriosos, pero eso es lo que seguramente menos te importe a ti en ese momento, porque la tensión te ha mantenido los párpados abiertos, secándote el lagrimal, para ahora darte unas punzadas con una aguja. La película no tiene piedad, pero la poesía de la cámara de Matthew Libatique sí; el fotógrafo de los filmes de Aronofsky siempre transmite belleza, una magia poética añadida a lo que muestra la imagen, ayudando a rebajar el clima pero solo lo suficiente, lo justo como para seguir permitiéndonos respirar, como los fade to white (fundido en blanco, una ruptura en la historia, que da lugar a otro acto) Nada más. mother! no va a ofrecerte ninguna otra licencia ni nada de lo que le pidas, sino todo lo contrario, te lo quitará todo y mucho más.
“A los hijos les das, les das y les das….pero nunca es suficiente”
A mi mother! me ha destrozado, me arrancó las entrañas tras hacerme sufrir, sin el menor reparo o miramiento, pero para renacer; para volver siendo más fuerte hace falta antes morir. Si vas a verla, si aceptas el reto, que no sea un viernes o sábado noche a un centro comercial, cuando adolescentes y gente joven no preparada para películas profundas van a poder fastidiarte o arruinarte la experiencia. Hazte un favor, ves a un cine de barrio, si tienes la suerte. Si no, ves a verla donde puedas, pero que sea entre semana. Vengo muy recientemente de empezar un camino nuevo en mi vida, cuando justo se atravesó esta película en él. Tras meses sin escribir, sumido en una depresión escondida a plena luz, una charla con un amigo y mother! me hicieron recuperar la pasión, por mi hobby, por las críticas, y poder renacer. He ido a ver la película un total de tres veces, una auténtica autoflagelación, la última tras la cual lloré, me paraba por la calle y tenía que sentarme, no podía más, exploté, por fin, exhausto, como hacia nunca. Joder, puto Aronofsky, esto ha dolido en el alma, pero gracias. Éste soy yo insertando mi sesión de terapia psicológica, de mi vida más personal, en una crítica de una película. En realidad, es a lo que conduce el filme, es lo que Aronofsky quería.
Si cuando acabe este parto de dos horas, sentís que no habéis entendido casi nada, ignorad el shock un minuto y prestad atención a la canción que suena con los créditos y a su título. Se nos ofrece un regalo musical para terminar de convertir nuestro corazón en cenizas y para que entendamos el mensaje principal, la moraleja primigenia de esta historia. Tendréis que verla hasta el final para averiguarla.
“Hay muchas maneras de entretener a la gente (……) siempre va a haber un nivel en el gusto acerca de cuán lejos se puede llegar y estoy seguro de que habrá gente que no va a querer tener este tipo de experiencia…y me siento totalmente bien con eso, porque fui y he sido muy claro al respecto, acerca de esta película: es una montaña rusa, ven solo si estás preparado para dar vueltas unas cuantas veces” Amén.
por Elisa Pont Tortajada | Ago 9, 2017 | Artículos, Cine, Críticas |
Los veranos de la infancia eran felices, escuché decir desde la cocina mientas abría otra botella de vino. Faltaba poco para la cena. Ahora que aquí también es verano, aunque el sol se deje ver más bien poco, todos solemos recurrir a aquellos meses eternos y calurosos en los que el tiempo se difuminaba hasta perder consistencia y tus mayores preocupaciones distaban mucho de serlo. Ahora que trabajamos en un país que no es el nuestro, echando de menos lugares, cosas, gente, como escribió Leila Guerriero, recordamos aquellos veranos sumidos en la nostalgia de lo que sabemos no volverá.
Los veranos de la infancia suelen ser felices. Pensé cuando se apagaron las luces de la sala, casi vacía, del Cinéma Les Galeries. Al menos, el verano de 1993 no fue especialmente feliz para Frida, la protagonista de Estiu 1993, el primer largometraje de la cineasta Carla Simón. Con apenas seis años, la pequeña Frida –alter-ego de la directora catalana–, se queda huérfana: su madre muere víctima del SIDA, enfermedad que posiblemente también se llevó a un padre conflictivo y ausente. Desconcertada, con el dolor de la pérdida adentro, Frida se ve obligada a abandonar Barcelona y a mudarse al campo con sus tíos (interpretados por Bruna Cusí y David Verdaguer) y su prima pequeña, Anna (la bonita Paula Robles). Las primeras imágenes de la película muestran a una niña reservada, enfadada con el mundo, que no derrama ni una lágrima al subirse al coche y despedirse de sus amigos, su barrio, su casa. El silencio se interpone entre Frida y todo lo demás. Ahora que su mamá ya no está, poco importa lo que suceda a su alrededor.
Algunas escenas son clave para entender el sentido último del relato: Frida maquillándose y fumando recostada en una tumbona, Frida imitando a su madre, siempre indispuesta para jugar con ella. O la manera indirecta en la que se nos hace ver la posibilidad de que Frida también esté enferma. El rojo vivo de la sangre en las rodillas de la niña cuando se cae en el parque sugiere desconocimiento, temor, también prejuicios hacia una situación dolorosa para toda la familia. Los abuelos que la consienten, quizás porque se sienten culpables de los sucedido; los tíos que ahora son responsables de ella, que la integran como si fuese su propia hija, en un proceso de adaptación receloso y complejo para ambos. La relación entre las primas, ahora hermanas, centra la trama del film, pasando de la desconfianza e incluso de la violencia a cierta armonía fraternal. Los días calurosos en esa casa de campo, entre juegos y riñas, entre lechugas que son coles, y un lago y gallinas y música noventera. Durante la proyección se escucharon algunas risas: el público se veía reflejado en la moda y la música de otra época.
Los ojos de Frida. Los primeros planos de Frida. La película es ella, por suerte. La atmosfera que se crea a su alrededor es lo suficientemente potente para que el espectador comprenda su historia, su dolor canalizado en rabietas y discusiones. Hasta que al fin consigue explotar. Llora, llora Frida.
por Camilo Del Valle Lattanzio | Ago 2, 2017 | Cine, Críticas |
(Foto sacada de: http://www.allocine.fr/film/fichefilm-241070/photos/detail/?cmediafile=21332724)
Hace más de un año escribí un comentario sobre Amy (2015), el filme biográfico sobre Amy Whinehouse, en el que partía de la curiosa idea del deseo al fracaso. En aquel entonces traté de entender la vida de la cantante inglesa por medio de la literatura de Enrique Vila-Matas; un proyecto un tanto acrobático. La película muestra cómo Amy nunca quiso triunfar realmente, más bien fue obligada a su triunfo y con él a su perdición. ¿Quién la obligó? Un amor tortuoso, un romance enfermizo. La fama de Amy era entonces una obligación impuesta por los otros, una fatalidad que consumió toda su vida, un codiciado destino que se le dio justo cuando no lo deseaba: un golpe, un ‘golpe de fama’, un knock-out en la cabeza. Souvenir (2016) trata esta misma temática y, al igual que en el caso de Amy, trata de una obligación impuesta por el amor: siempre hay alguien que vive de la fama del otro, una maquinaria que instaura una obligación, un código moral a susurros. Y he allí mi fascinación (y la de Vila-Matas) por aquellos personajes que llegan hasta el escenario y quedan encandelillados por las luces, o bien, prefieren no acercarse mucho a ellas, retroceden y salen por la puerta de atrás, al aire fresco.
Liliane es una trabajadora más en una fábrica francesa de tortas. Todos los días Liliane cumple con terminar los idénticos empaques de una torta, poniendo las mismas dos hojas de laurel y un par de nueces con arándanos. Todos los días el mismo día. Liliane es una persona promedio inmersa en una soledad absoluta en medio de la cual le llega, de repente, el recuerdo (souvenir) a visitarla y a desempolvar lo que fue entonces una carrera exitosa pero, al mismo tiempo, mediocre. Liliane solía llamarse Laura, una cantante recordada por haber sido vencida por ABBA en Eurovisión; su fama era mediana pero era fama, una fama de cierta manera fracasada. Huyendo de su pasado tibio, Liliane se había retirado a la vida ordinaria de una trabajadora común y corriente, sin embargo la fama la persigue hasta allí y con ella un amor tardío que la llevará a intentarlo de nuevo.
El resultado del nuevo intento es vergonzoso aunque medianamente glorioso, y esto hace de la película una gran tragicomedia protagonizada por la no menos espectacular Isabelle Huppert. Liliane se tropieza con otro perdedor, uno que fracasa pero esta vez al menos al comienzo del éxito. Jean es un joven apuesto que dedica su vida al boxeo y se ve de pronto en la tarea de renunciar a su carrera por rescatar aquella perdida de Liliane, y Liliane tratará de rescatar la suya por amor a Jean. Dos esperanzas frustradas y en la frustración el amor perfecto; la película muestra ese patio trasero de la fama, justo allí donde hay más calor, el refugio de lo humano. Y es que parece ser justo allí, en medio del desierto de la cotidianidad absoluta, donde el amor puede germinar de veras.
La increíble Isabelle Huppert hace de esta película una verdadera joya y una memorable tragicomedia. De manera similar a L’avenir (2016) o a Elle (2016), la actriz francesa ha demostrado en este último año que su maestría a la hora de hacer comedias (sí, en el caso de Elle también se trata de una comedia) y sus expresiones parcas (heladas, diría yo) hacen que el humor de estos filmes explote sin esfuerzo con una naturalidad hasta espeluznante. Por otro lado, el no menos afortunado performance de Kévin Azaïs como Jean complementa perfectamente el agridulce gesto sobrio de Huppert. Los dos perdedores o mediocres presentan entonces el cuadro de dos figuras simpáticas y al mismo tiempo complejas. El fracaso no aparece tan oscuro por el contrario se muestra desde su mejor ángulo: la felicidad que este promete.