Como no sucumbir al sueño en el teatro

Como no sucumbir al sueño en el teatro

Portada de la obra «Gerard Richter, une pièce pour le théâtre», del artista Mårten Spångberg

Aquel jueves de mayo amenazaba lluvia, como muchas otras tardes en esta ciudad. Era, por tanto, el día idóneo para acudir al teatro de la rue de Laeken, cuya sala principal acoge desde la edición 2006-2007 el Kunstenfestivaldesarts, el festival internacional dedicado a la creación contemporánea que llena salas y espacios de Bruselas. Con las entradas ya en la mano, releí el título de la obra elegida, un tanto al azar: Gerhard Richter, une pièce pour le théâtre, del artista sueco Mårten Spångberg. Mi acompañante se encogió de hombros también ante el desconocimiento del “chico malo” de la danza contemporánea, como lo definieron en un artículo de The Guardian en julio de 2003. Con algo de retraso, se apagaron las luces y el espectáculo comenzó.

Y siguió comenzando trascurrida más de una hora, pues la sensación de permanecer siempre en el punto inicial de la obra hizo que el público no tardase en toser repentinamente, retorcerse en la butaca hasta acabar por escabullirse de aquel tormento, dejando la sala medio vacía. Me incluyo en el grupo de espectadores aturdidos y aburridos que salieron de allí sin comprender qué estaba sucediendo, sin apenas escuchar el discurso monótono de los bailarines, que movían sus cuerpos en secuencias repetitivas de pasos, de un ir y venir de ninguna lado a cualquier otra parte. Ignoro si quienes aguantaron heroicamente la segunda mitad de la obra lo hicieron por respeto o por ignorancia. O por ambas.

De regreso a casa, algo contrariada y desilusionada, pensé en el libro que esperaba en mi escritorio desde hacía algunas semanas. Aquella noche comencé La civilización del espectáculo, el ensayo del escritor peruano Mario Vargas Llosa, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2010. Quizás esperaba encontrar una respuesta a la pregunta que da título a este artículo o más bien una explicación a por qué, de unos años a esta parte, hemos dejado de reconocer el arte. “La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestro días a punto de desaparecer”, sentencia Vargas Llosa a lo largo de un escrito que destila melancolía y también derrota. La banalización de las artes -y en concreto de la literatura-, el desprestigio del periodismo y la frivolidad de la vida política han desfigurado la noción de cultura que hasta nuestros días nos servía de faro, auspiciando así la mediocridad y convirtiendo cada expresión artística en mero entretenimiento.

Según el autor, quien parte de la obra Notes Towards the Definition of Culture, publicada en 1948 por T.S. Eliot y de la posterior reinterpretación que elaboró George Steiner en 1971, son muchos los aspectos que han conducido a nuestra sociedad a esta deploración de la cultura: desde la laicicidad del Estado de Derecho que ha separado la religión de la vida cotidiana de los ciudadanos hasta la casi desaparición de la figura del intelectual propia del siglo XX, pasando por la distorsiones políticas y los juegos de poder, así como la sexualidad y la pérdida del erotismo. La relatividad se impone como eje vertebrador de las experiencias humanas y, por tanto, artísticas.

En una sociedad hiperconectada y acelerada como lo es la nuestra, la perdurabilidad de las obras de arte acaba por difuminarse, aspirando a la obtención de un producto cultural, capaz de aplacar momentáneamente las ansías del saber. Un libro que se olvidará y que se leyó sin demasiado esfuerzo, un retrato que ya no se sabe a quién perteneció, una interpretación despojada de sentido y virtuosismo. Quizás hasta un artículo repleto de dudas y sin solución.

 

Nacer en tiempos convulsos. Reseña de Tuyo es el mañana

Nacer en tiempos convulsos. Reseña de Tuyo es el mañana

Datos:  Pablo Martín Sánchez, Tuyo es el mañana, Barcelona, Acantilado, 2016.

Tuyo es el mañana es la nueva novela de Pablo Martín Sánchez autor de El anarquista que se llamaba como yo. Ambas obras componen la primera y segunda parte de una trilogía que toma como punto de partida un elemento de la biografía del autor -su nombre y fecha de nacimiento-. El Anarquista trata de un personaje real, Pablo Martín Sánchez, un revolucionario condenado a muerte en 1924 por haber conspirado contra la dictadura de Primo de Rivera. La trama de Tuyo es el mañana da voz a seis personajes y relata sus peripecias del día 18 de marzo de 1977, fecha de nacimiento del autor. La trilogía se cerrará presumiblemente con una novela sobre el lugar de nacimiento del autor (cerca de Reus), completando de este modo una tríada unida por algún elemento autobiográfico.

El título “Tuyo es el mañana” resume la potencialidad que encierra la novela sobre un feto a punto de salir al mundo y “tomarlo”. La imagen de portada acompaña al título al mostrar un galgo corredor, uno de los seis personajes de la novela, corriendo en estampida hacia su objetivo.

La estructura de Tuyo es el mañana difiere sustancialmente de la de El Anarquista. Si bien en esta hay un prólogo y una adenda donde se ponen en marcha mecanismos de autoficción, un cuerpo dividido en tres bloques, un narrador omnisciente; el registro narrativo de Tuyo es el mañana tiene lugar en primera persona, se trata de seis voces que se van sucediendo para contar su historia. La trama, que se desarrolla a lo largo de un solo día, el 18 de marzo de 1977, va entrelazando la historia de los personajes a medida que avanza. Lo que al principio parecían fragmentos aislados y desconexos termina encajando como las piezas de un puzzle. A esto se añaden los intermedios, donde una voz exhorta a un feto (el autor hace uso aquí de la segunda persona del singular) sobre su inminente nacimiento y la incoveniencia de hacerlo en un mundo que anda patas arribas. Estamos en España, año 1977, época convulsa en lo social y político.

Con frecuencia aparecen a lo largo de la novela referencias a hechos históricos, descripciones de contextos y escenarios sociales (manifestaciones, reuniones de empresarios, células terroristas, trapicheos médicos) y mención de elementos cotidianos: canciones en boga, cuestiones candentes de la época como la ley D´Hondt o la inminente legalización del PCE. Todo esto denota un gran trabajo de campo previo por parte del autor. También cabe destacar en este punto lo bien construida que está la ficción en la novela a base de numerosos elementos sacados de la realidad.

Los personajes de esta novela son seres perdidos (algunos de ellos se encuentran para aliviar su soledad como Clara Molina Santos, la niña que no quiere ir a la escuela porque sufre acoso por parte de otro niño, y Solitario VI, un galgo de carreras apaleado que se escapa de las cuadras para irse con Clara), atravesados por el dolor de su propio pasado como María Dolores Ros de Olano (que tiene la singularidad de no ser de carne y hueso, sino que es un retrato) “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”, el miedo y las pesadillas como las de Gerardo Fernández Zoilo, profesor universitario que sufrió torturas en el pasado y cuyas convicciones políticas lo llevan a la clandestinidad y la actividad terrorista, o las del propio Solitario VI (rebautizado Flaqui por Clara) cuando sueña que lo ahorcan o se lo llevan a Casablanca. Cada uno de los personajes tiene su propio estilo narrativo y cuenta con su propia batería de imágenes por medio de las cuales efectúan sus asociaciones mentales. Por boca de los personajes se ofrece un contraste ideológico de la época. Así, María Dolores Ros de Olano, con ideas fascistas, retrógradas, sexistas y clasistas, afirma que “los jóvenes confunden la democracia con la acracia, el derecho con el despecho y la libertad con el libertinaje”. Mientras que en el otro extremo se encuentra a Gerardo Fernández Zoilo, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, cuyas convicciones políticas lo llevan a la clandestinidad y la lucha terrorista y que se halla flirteando con una alumna, la intrépida y justiciera Carlota Felip Bigorra.

Al igual que en El Anarquista la prosa de Tuyo es el mañana se desliza muy bien hasta el final y engancha al lector desde la primera página. Tanto es así que recuerdo haber interrumpido la lectura muy pocas veces (la última a falta de siete páginas para el final porque llegaba tarde a la presentación del libro). Y en otra ocasión me sorprendí haciendo lo mismo que uno de los personajes: contarme las medias lunas de los dedos de las manos.

Suele ser habitual en el autor autoimponerse una serie de reglas o constricciones a la hora de escribir. Nos ha desvelado alguna en El Anarquista como por ejemplo hacer coincidir el número de palabras de la primera frase de los capítulos en letra romana con la numeración de la página correspondiente. Son estas reglas muy del gusto del grupo literario Oulipo, del que el propio Martín Sánchez forma parte. Son parte del juego, que no resulta para nada sencillo, por medio del cual buscan alentar el ingenio y la creatividad artísticas.

En la presentación que tuvo lugar en la librería la Rayuela de Berlín, a la que por cierto pude llegar finalmente a tiempo, Pablo leyó partes de su nueva novela para deleite de los allí asistentes, contó curiosas anécdotas de los últimos años inmerso en este trabajo y respondió a algunas preguntas del público desvelando alguna información interesante y que me ha servido a mí para escribir esta reseña. La presentación tuvo sabor a despedida porque escaso tiempo después se confirmó lo anunciado, el cierre definitivo de la Rayuela, una flor en tiempos convulsos, la hermosa librería hispana de Margarita Ruby, que tantas interesantes y variadas veladas literarias nos brindó.

Monteverdi 450: Gardiner trae Il ritorno di Ulisse in patria al Palau

Monteverdi 450: Gardiner trae Il ritorno di Ulisse in patria al Palau

Como es sabido, a los programadores y promotores musicales les encantan las efemérides, y esta temporada no podia faltar el homenaje a Claudio Monteverdi, nacido hace 450 años. John Eliot Gardiner, artista excepcional y especialista en este compositor, se ha apuntado a la celebración interpretando sus tres óperasL’Orfeo, L’incoronazione di Poppea e Il ritorno d’Ulisse in Patria– en diversos lugares, como Venecia (lugar de estreno de las obras) o los festivales de Salzburgo, Lucerna y Edimburgo. De nuevo, y aunque no fuera con el pack completo, Barcelona ha sido una de las ciudades afortunadas (Gardiner ya la escogió hace tres años, junto a Londres y París, para la gira de celebración del 50 aniversario del Coro Monteverdi) con una única representación en el Palau de la Música de Il ritorno di Ulisse in patria, la última y menos interpretada de sus óperas. El escenario resultó ideal, ya que las dimensiones del Palau son más adecuadas para esta partitura que las de un gran teatro de ópera como el Liceu, y la versión semiescenificada resultó muy efectiva, como comentaremos más adelante. (más…)

Hits y universos: Sampler Sèries en el Arts Santa Mònica

Hits y universos: Sampler Sèries en el Arts Santa Mònica

El ciclo Sampler Sèries afinazó los lazos entre L’Auditori  y Arts Santa Mònica con un concierto doble de Nou Ensemble y  Frames Percussion, que cerraba el dúo de Axel Dörner y Ramon Prats. La primera parte, de la que se encargaban los integrantes de Nou Ensemble Myriam García Fidalgo, al violoncello, José Pablo Polo, a la guitarra al David Romero-Pascual clarinete bajo y Carlota Cáceres percusión, consistía en una revisión de hits  y grabaciones de música pop más o menos explícita.

La primera de la obras era Ritual I :: Commitment :: BiiM de Jessie Marino (1984). Era una obra de extrema sencillez constructiva, apenas el diálogo entre el tambor y la luz que sale del propio cuerpo del tambor. Al principio, la luz y el sonido convergían, pero poco a poco iban separándose sus caminos, hasta que en la que sería su tercera parte la luz llega a adelantar la emisión sonora. La segunda, aún no nombrada, consistía en la reproducción de un éxito -para mí irreconocible- pero que bien podrían ser los Backstreet Boys o los  N’sync. Aunque la interpretación fue tan aséptica como parece que exige la obra, su delgadez y esquelética construcción no prometía mucho más que lo que allí se expuso.

La siguiente obra del programa, de Camilo Méndez San Juan (1982) fue Volpi/Formentera, donde se exploró en micropiezas las sonoridades de guitarra eléctrica y el clarinete bajo. La fricción de las cuerdas de la guitarra era imitado por el clarinete bajo, que terminó atrayendo gran parte de la atención precisamente por el abandono de su habitual sonoridad. La construcción estaba basada, fundamentalmente en el juego entre la continuidad del plano sonora y pequeñas incursiones en él. Excelente trabajo el del dúo entre Polo y Romero-Pascual, con gran atención a las micromodificaciones del color.

La tercera pieza fue el estreno absoluto de Alberto Bernal (1978), con Ritratto senza voce – Billie Holiday. La obra consistía en el trabajo tímbrico de diferentes instrumentos de percusión en un acelerando creciente. Mientras se proyectaba la imagen de Billy Holiday y en grandes letras el texto de “Strange fruit”, el himno contra la violencia hacia los negros. Musicalmente, fue la obra más interesante de esta parte del concierto, con un excelente trabajo de la conservación de la tensión con el mantenimiento del pulso y el trabajo de aprovechamiento de las resonancias de los cencerros. Sin embargo, no se logró un verdadero diálogo con la imagen de Holiday y los discursos del visual y de lo sonoro no llegaron a converger.

También de estreno se vistió Germán Alonso (1984) con Ever get the feeling you’ve been cheated?, que es una obra que trabaja el popurrí desde su inicio con la marcha imperial de Star Wars y electrónica que imitaban sonoridades típicas del heavy metal. El trabajo con los instrumentos tradicionales fue tipo efectista y no terminaban de conseguir establecer relaciones fructíferas entre ellos. La electrónica (a medio camino entre Masonna y el trabajo vocal de “it’s gonna rain” de Steve Reich, por ejemplo) que irrumpía en la obra solo dialogó en sentido enfático con el clarinete bajo, acaso la voz más lograda.

El refrito entre pop y “música académica” llegó con Born to be wild de David Lang (1957) (y Steppenwolf) que más que una obra en sentido estricto se trató de un arreglo del famoso temazo que llenó de sonrisas a nostálgicos y a mí me hizo sospechar -como me pasa a menudo- de que no debo ser tan nostálgica como se esperaba, pues me pareció predecible y sin especial gracia, pese al esfuerzo de Cáceres en su interpretación de hacer de aquello algo interesante. Carolyn Chen (1983) presentó su Adagio, una obra que abre grandes preguntas teóricas. Se trata de una negación de la escucha al público, Los tres intérpretes-performers escuchan a Bruckner en unos cascos y gesticulan lo que se supone que exige lo sonoro. La tutela de la escucha que les impone y la reducción de lo que pasa en los auriculares a sus rostros que gesticulan siguiendo estereotipos son los dos rasgos que definen esta propuesta, aunque precisamente la estereotipia limita sus posibilidades: no termina de ser radical y cae en la posible identificación entre lo que suena y un cierto afecto que se transmite. Nadie sonríe de forma tan exagerada escuchando música.

Gagliarda, de Francescoo Filidei (1973), el cello se convertía en un instrumento de percusión. Lástima que no lo radicalizase: los momentos de frotación del arco parecían sacados de otro mundo. Esta primera parte se cerró con 1,2. 1,2,3,4 de Gavin Bryars, en la que cada intérprete, con sus cascos, iba tocando fragmentos de hits de Mozart, Juan Luis Guerra, The Beatles o el clásico de “Las mañanitas”. Se trataba de una visita a Europeras 3&4 de Cage en versión cuarteto, donde lo interesante es la ausencia de relación entre intérpretes y construcción musical.

La segunda parte estuvo dominada por completo por Le noir de l’etoile, de Gerard Grisey, (1946-1998) que se tocaba por primera vez en Barcelona. Los integrantes de Frames percussion, que se colocaron creando un semicírculo en el que el público quedaba en el centro, dieron cuenta de una delicada interpretación, haciendo gala de un gran trabajo de contención de las fuerzas dinámicas y de plasticidad del tempo. Esta obra cuestiona algo que está en el corazón mismo de la filosofía y de la música (que se separaron de forma violenta en el Renacimiento), a saber, cómo suena el universo. Aristóteles nos contaba que el universo eran unas esferas que estaban en contacto entre sí y que, al rozarse, emitían un sonido. Era la armonía de las esferas. El de Grisey es un universo lleno de luces e intrigas, que vuelve a esa pregunta que se hacían los griegos al mirar al cielo y nos la devuelve a los oyentes, que abandonamos la sala deseando que algo del universo que nos acompaña sonase, de alguna forma, como Grisey propone.

Maerzmusik (IV): Smetak y su Ak-Isum

Maerzmusik (IV): Smetak y su Ak-Isum

Imágenes con copyright de MaerzMusik

Si la arbitrariedad en el reconocimiento internacional de un compositor pudiera tener un nombre en aquellos casos en los que provoca el desprecio a lo genuino, ese nombre sería probablemente el del suizo Walter Smetak (1913-1984). O por lo menos, eso pensaba yo. Tras dar un repaso a su biografía y proyectar una mirada y oído críticos sobre muchas de sus obras, mi conclusión -como la del musicólogo Max Nyffeler– es desoladora: No es solo una cuestión de arbitrariedad, a Smetak le faltó patrocinio. Aunque sin duda es una tontería sorprenderse a estas alturas del guión, en el mundo de hoy tener amigos o mecenas que difundan tus creaciones y te presten su apoyo incondicional es un requisito escrito a medias aunque indispensable. Hace más de medio siglo, todavía sin el apoyo de las redes y la aceleración del proceso de globalización que le siguió, la promoción no se podía dejar para luego. Nada de esto pareció interesarle mucho a Smetak. Después de finalizar sus estudios de violonchelo en el Mozarteum en 1934 -entre otros, con Pau Casals– viajó a Porto Alegre, en el sur de Brasil, tras la promesa de un puesto en una orquesta ya quebrada. Tras veinte años de idas y venidas por el continente se trasladó en 1957 a su amado Salvador de Bahía, que ya nunca abandonaría. Este marcado aislacionismo con respecto al viejo continente -a su realidad no solo artística sino también socio-política- puede explicar parte de su condena final. El pasado 23 de marzo el Maerzmusik, con ayuda del Ensemble Modern, hizo una declaración de intenciones: Todavía no hemos terminado con Smetak. De hecho, muchos ni siquiera habíamos empezado.

Describir el legado artístico de Smetak es sumamente complejo. Aparte de sus partituras -de una notación poco convencional, centrada en el aspecto gráfico de la ejecución musical- de sus más de treinta libros, esculturas y obras de teatro, la faceta artística sobre la que se apoyó su universo musical fue principalmente la de creador de instrumentos. Las más de ciento cincuenta Plásticas Sonoras (sonido de plástico) como él las llamaba, constituyen una herencia afortunadamente aún viva. Fabricadas con láminas metálicas, madera, goma o cáscaras de calabaza, muchas de ellas constituyen un enigma en cuanto a su concepción originaria o incluso sus posibilidades en la ejecución. Algunas de esquema más tradicional como la Vina -una especie de prima lejana de la viola da gamba– contrastan con otras como la Ronda o la Constellation, que atraviesan esa difusa frontera entre los instrumentos musicales y la escultura sonora. Cada una de estas obras de arte, lejos de ser la materialización de los bocetos sin sentido de un “niño espontáneo” -como le describe Caetano Veloso – son producto de sus minuciosos estudios físico-acústicos y de su interés por la microtonalidad; si bien no en el aspecto más relacionado con su sistematización. En palabras del ya mencionado Nyffeler: «Todas estas esculturas sonoras invitan a una espontánea improvisación, pero sin el conocimiento acerca de las propiedades estructurales de cada una de las esculturas, el resultado sonoro no es más que un tintineo vacío y sin sentido. Smetak conocía la fórmula alquímica necesaria para descubrir su misterio, pero es dudoso si este conocimiento es transmisible.»

De improvisación y de términos como alquimia o esoterismo está llena la parte más intangible de su obra. Su filosofía artística, fuertemente influenciada por la teosofía de Petrovna Blavetsky, pasaba por la destrucción del concepto de obra y los experimentos con procesos abiertos de carácter improvisatorio. Parte de la duda de Nyffeler en cuanto a la transmisibilidad o no del misterio de sus Plasticas Sonoras se justifica por la profunda unión de esta parte teórica con la  puramente artesanal. Los enigmas que envuelven al Vau, el Amém o el Colloquium superan el mero hecho acústico o interpretativo. Solo el tarot, el horóscopo chino, la cábala o la filosofía presocrática -todos ellos, y muchos otros, necesariamente enmarcados en una personal visión sincrética del universo- pueden terminar de explicar la obra de Smetak en todas sus vertientes. En la definición que hizo él mismo de su concepto de Ak-Isum, reproducida por Nyffeler en uno de sus artículos, se encuentra quizás la clave de su búsqueda como creador:

La verdadera música, aquella que encarnaba para él el «concretismo absoluto» que es el espíritu que se manifiesta en la materia, se llamaba Ak-Isum -la inversión de [la palabra] «música»: «AK, la abreviatura de Akasha, el éter, el viejo padre Zeus de los griegos. IS o ISIS: la diosa de la luna egipcia. UM [uno, en portugués] o Aleph: la primera letra del alfabeto hebreo, de la que provienen las diversidades contenidas en los 22 arcanos mayores, que se continúa en los 56 arcanos menores.»

A punto de cumplirse treinta y tres años de su muerte en Salvador de Bahía, pareciera quizás algo tarde para abrir la lista de homenajes póstumos. Sin embargo, después de disfrutar del espectáculo que ofreció el Ensemble Modern bajo la dirección de Vimbayi Kaziboni, parece mejor acogerse al dicho de que “lo bueno se hace esperar”. Y tanto que sí. La imponente escenografía de Petra Strass, compartiendo espacio con un sinfín de Plásticas Sonoras auténticas dispuestas de todas las maneras posibles, conseguía trasladarnos al taller del maestro. Las cuatro obras contenidas en el programa se intercalaron con tres pequeños cortos –Smetak (1967) de Hermano Pema, un fragmento de Smetak Film (1976) de Luis Carlos la Saigne y O Alquimista Do Som (1978) de José Walter Lima– testimonios de los últimos años del compositor y de las sesiones de improvisación que compartía con su grupo de alumnos. Aunque todo esto cobró verdadero sentido cuando sus esculturas sonoras, al servicio de otras ideas y compositores, echaron a andar mostrando la riqueza de su potencial -y haciendo honor al título que enmarcaba el programa: “Re-inventing Smetak”- .

El …tak-tak…tak… (2017) del compositor y virtuoso guitarrista Arthur Kampela abrió el concierto desde el palco. Este brasileño afincado en Nueva York cuya música navega, según sus propias palabras «entre lo híbrido y lo complejo» juega en el inicio de su obra con el espacio, aunque por poco tiempo. Las máquinas de escribir, los afiladores y las maracas conducen el discurso después de unos minutos al escenario principal. La gran estructura central -repleta de idiófonos colgantes que son sacudidos y golpeados repetidamente por los músicos del ensemble- es solo el núcleo de un festival de riqueza organológica difícilmente superable. Kampela, amante incansable de la búsqueda de nuevas formas de interpretación en los instrumentos tradicionales, desborda en su obra su creatividad al poder unir al fagot, la trompa, el cello o el arpa; a la Vina, la Ronda o el Três Sóis de Smetak. El Ronda- The Spinning World (2016) para nueve músicos de Liza Lim cerró la primera parte. La compositora y directora del CeReNeM (Centre for Research in New Music de la Universidad de Huddersfield) explota en su obra de cámara las posibilidades de la Ronda de Smetak situando dos de ellas enfrentadas a cada lado del escenario y resaltado con algunos momentos en solitario su sonoridad -que no pasa en las otras obras de un áspero rasgueo de acompañamiento debido a lo débil de su volumen- .

Después de la pausa el jovencísimo compositor y director Daniel Moreira sorprendió con el tono de su Instrumentarium (2017) para ensemble y vídeo. La aclaración de Soundtrack al final de la descripción del título no lleva a equívocos. A los sinuosos primeros planos que recorren cada pieza de Smetak en el vídeo se superponen de forma milimétrica los embistes instrumentales, siendo el efecto de todos ellos inseparable del aspecto visual. Con el explosivo volvere (2017) del brasileño -y también perteneciente a una nueva generación de compositores- Paulo Rios Filho terminó el viaje al corazón de Salvador de Bahía. A las Plásticas Sonoras antes mencionadas se unieron también los Grandes Bores y el Piston Cretino -con un diálogo improvisado que provocó carcajadas entre el público- así como múltiples elementos escénicos y mensajes en carteles con un fuerte afán reivindicativo. El Silence, escrito en uno de las últimas tarjetas en mostrarse, parece ser lo que esa noche comenzó a romperse con respecto a Walter Smetak y a su Ak-Isum. Un silencio doloroso que quizás su obra necesitaba para poder hacerse oír. Pero ya no más. Va por ti, Tak-Tak. ¡Grandes Bores en alto!