por Laia Urbano Gubert | Dic 6, 2016 | Críticas, Música |
El festival Django L’H de l’Hospitalet de Llobregat, en su sexta edición, consolida la ciudad como la capital estatal del Jazz Manouche, llevando al escenario a Stochelo Rosenberg, Hono Winterstein, Adrien Moignard y otras personalidades destacadas del también llamado Jazz Gitano. De la mano de su mayor dinamizador en todo el país, Albert Bello, junto a sus dedicados colaboradores de la EMMCA (Escola de Música-Centre de les Arts), se consigue acercar con gran éxito este estilo a un vasto público que durante toda la semana ha llenado la ciudad de grandes conciertos y jams en espacios tan populares de l’Hospitalet como el Auditori Barradas, el Salamandra o el Teatre Joventut. En palabras de Bello, emocionado, en su discurso de cierre de esta edición, “el manouche es una música para compartir, para hacer disfrutar a todo el mundo”.
El festival transmite frescura, gran fascinación por este género musical y atrae a mucha gente de toda el área metropolitana, incluso a algunos de los seguidores más apasionados de todo el mundo. Esta genial idea no solo ofrece un espectáculo de gran calidad a un precio muy asequible, sino que también apuesta por la divulgación de este estilo, ante el que cualquier amante de la música en directo, al poco rato de empezar a oír la música, nota que la pierna sigue el ritmo. Como pudimos comprobar, lo que empezó siendo un festival modesto de relevancia local dedicado a Django Reinhardt, está creciendo año tras año y parece que ha venido para quedarse.
El evento al que asistimos el pasado 27 de noviembre cerraba la edición de este año, bajo el título de Hono Winterstein Project. En él, Brady Winterstein y Samson Schmitt a las guitarras solistas, William Brunard al contrabajo y Marcel Loeffler al acordeón, junto a la guitarra rítmica de Hono Winterstein, hicieron vibrar al público por última vez este año con un repertorio variado y lleno de matices, harmonías, improvisaciones y ritmos de todo tipo. En las piezas de tempo rápido, las dinámicas del ensemble provocaban que lo que empezaba siendo pequeño y tímido, acabara sonando como una invitación a bailar en una gran fiesta. Y en las piezas lentas, la sonoridad del acordeón, a dueto con la guitarra de Schmitt, inundaba melancólicamente al público, especialmente con la interpretación manouche de Oblivion de Piazzolla.
Por si fuera poco, el quinteto nos deleitó con una pieza compuesta por el mismo Schmitt, llamada “Il faut rire avec Charlie Chaplin” (Hay que reír con Charlie Chaplin). Se estableció tal complicidad entre los músicos y el público, que nos invitaron a cantar en una pieza en la que reinterpretaban algunos temas de los años 70 y 80. Y es que en el manouche, se sabe cómo comienza una pieza pero no cómo va a acabar, y que puede pasar de todo a lo largo de ella. Lo mismo ocurrió en este concierto, que después tantas sorpresas, cerró con un Minor Swing para despedir este festival hasta el año que viene.
por Elisa Pont Tortajada | Dic 3, 2016 | Cine, Críticas, Evento, Libros |
«Queriéndolo, es cierto, uno puede también empeñarse en encontrar un orden en las estrellas, en las galaxias, un orden en las ventanas iluminadas de los rascacielos vacíos donde el personal de limpieza entre las nueve y la medianoche encera las oficinas».
Tiempo cero, de Italo Calvino.
Suena el despertador. Son las siete y cuarto de la mañana. Enciendo la luz. Gasto energía. Todavía somnolienta me dejo llevar por mis pasos torpes hasta el baño. Me ducho con agua caliente, hace frío. Gasto energía. Me tomo un café con leche. Gasto más energía: en calentar, en producir, en consumir. Bajo en ascensor. Más energía. Cojo el coche porque hoy llueve, y gasto más energía. En el trabajo la tecnología, la calefacción, la producción masiva, los ordenadores, el móvil, los desplazamientos… Y así un día tras otro, una persona tras otra, hasta sumar más de 7 mil millones en este planeta. ¿Qué hacer ante el desafío que supone nuestra propia supervivencia?
La interrelación directa entre la calidad de vida, el uso de la energía y la inversión económica es una verdad aplastante. No sólo lo dice el Catedrático del Departamento de Ecología de la Universitat de Barcelona (UB), Narcís Prat, sino que cualquier ciudadano mínimamente interesado por el hoy, que es ya mañana, se percata de esta correspondencia. Así lo expuso el pasado martes el profesor Prat en el Palau Macaya de Barcelona, en una conferencia un tanto desesperanzadora sobre el futuro posible de nuestro mundo. La contaminación que producen las 24 megaciudades que actualmente concentran a más de 100.000 habitantes es el mayor de nuestros retos, así como el gasto descontrolado de energía y recursos naturales, como ahora el agua.
Ante una situación alarmante como es la de nuestro presente, en el que alrededor de 900 millones de personas viven sin agua potable, por aportar un dato más, el debate en torno a un «futuro habitable» parece perderse en consideraciones únicamente consumistas. Por ejemplo, poco o nada se ha hablado de la reducción de los niveles de contaminación por emisiones de CO2 que experimentará Madrid ahora que su alcaldesa, Manuela Carmena, ha decidido restringir el tráfico en el centro de la ciudad en las fechas navideñas. La mayoría de medios de comunicación, tanto en televisión como en prensa, han presentado la noticia desde el punto de vista comercial, con opiniones más bien contrarias o directamente despreocupadas ante esta medida impulsada por el gobierno de la capital.
Y es que la manera en la que se presenta la información −matizo, el uso que se hace de ella−, tiene un papel decisivo en la configuración de un debate público apenas existente en la sociedad española. Estamos viviendo, como sociedad global, un momento crucial en la especie humana, pues los expertos hablan ya de un punto «de no retorno» a las condiciones medioambientales en las que surgió la vida humana, como argumentan Anthony D. Barnosky y Elizabeth A. Hadly en su obra Tipping point for the planet Earth: how close are we to the Edge? (MacMillan, 2015). Y ante esta evidencia aplastante, gobiernos, empresas, instituciones y organismos internacionales parecen querer mirar hacia otro lado. Se celebran cumbres, como la de París, se firman tratados, se hacen fotos, pero poco más.
Precisamente de una entrevista a los dos autores citados anteriormente, nace el documental Demain (2015), dirigido por Mélanie Laurent y Cyril Dion. Una película que pretende ir más allá de la mera exposición de datos y cifras, y muestra un verdadero abanico de posibilidades para cambiar el modelo de vida actual. Un viaje alrededor del mundo, desde Estados Unidos, Copenhague, Francia o la India, para mostrar proyectos pioneros en la reformulación de la agricultura, la economía, la educación y la democracia.También la ciudad en la que vivo –Barcelona es un lugar de ida y vuelta− se están realizando proyectos interesantes, como las Superilles, que tienen como eje vertebrador la sostenibilidad, esto es, la conjunción entre el medio ambiente y el desarrollo social y económico de una ciudad. Y como Barcelona, muchos otros lugares podrían añadirse a esta lista.
No hay soluciones inminente. No esperemos tampoco un milagro.
por Elio Ronco Bonvehí | Nov 22, 2016 | Críticas, Música |
En Barcelona las principales temporadas de música «clásica» ya no son lo que eran. Liceu y OBC presentan una programación cobarde, convencional y repetitiva, con un nivel interpretativo a menudo preocupante. Por otra parte, los ciclos privados como Ibercamera o Palau 100 ya no ofrecen la garantía que solían, cuando traían las mejores orquestas y solistas del momento. Eso no quita que sigan dando alegrías, y que el nivel general sea más que bueno, y en ocasiones excepcional, pero no hay que dejarse engañar por el marketing y la publicidad disfrazada de noticia en ciertos periódicos. Basta echar un vistazo a las temporadas de Ibercamera y Palau 100 para ver que al lado de conciertos de enorme nivel hay varios más bien discretos. (más…)
por Asier Salvo Borda | Nov 4, 2016 | Artes plásticas, Críticas |
Foto: Matisse por Derain
Cada generación artística ve de un modo distinto la producción de la generación anterior. Los cuadros de los impresionistas, hechos con colores puros, han puesto de manifiesto ante la generación posterior que estos colores, aunque pueden servir para describir las cosas y los colores de la naturaleza, ejercen por sí mismos, con independencia de los objetos que les sirven para expresarse, un efecto considerable sobre el sentimiento de quien los contempla. De esta forma, los colores simples puros pueden actuar sobre el sentimiento íntimo con una gran fuerza, ya que son colores simples. Un azul, por ejemplo, acompañado por sus complementarios, actúa sobre el sentimiento como un enérgico golpe de gong. [Henri Matisse, Livcolores]
Henri Matisse, precursor del movimiento denominado fovismo, o también conocido como fauvismo (en francés fauvisme), describía de esta manera lo que para él era el fauvismo, una explosión de color que sobrepasaba las formas y la forma y que expresaba como un enérgico golpe de gong todo aquello que ellos mismos veían y sentían. Porque, al igual que Van Gogh, a quién admiraban y copiaban, el color era cuerpo, era sustancia.
Originado en Francia, entre 1904 y 1908, y caracterizado por un empleo provocativo del color, el fauvismo es considerado determinante para entender las vanguardias del siglo XX. Utilizaban el color brillante de los tonos puros para reflejar una realidad que muchas veces, o la mayoría de las veces, se distanciaba de la misma pero que conseguía remover nuestros sentimientos y las normas preestablecidas. No reflejaban lo que veían sino lo que sentían.
Es la Fundación Mapfre quien, desde el 22 de octubre de este año hasta el 29 de enero del 2017, recoge una muestra de 150 obras procedentes de 80 colecciones privadas y públicas titulada Los Fauves, la pasión por el color. En ella recoge una detallada exposición de todos los representantes del fauvismo, Henri Matisse, André Derain, Maurice de Vlaminck, Albert Marquet, Henri Manguin, Charles Camoin, Jean Puy, Raoul Dufy, Othon Friesz, Georges Braque, Georges Rouault y Kees van Dongen.
La exposición, organizada en cinco bloques cronológicos, esta dividida entre las dos primeras plantas del edificio del Paseo de Recoletos madrileño, en la Sala Fundación MAPFRE Recoletos. Contiene centenares de pinturas, dibujos, acuarelas y una selección de piezas de cerámica.
En una primera sección, el primer piso, se muestra la audacia que reinaba en el taller de Moreau, en donde los fauves comenzaron a constituirse como grupo a finales de la década de 1890. Entre ellos destacaría Matisse, entregado a la experimentación de los colores puros y las expresivas pinceladas de Van Gogh, Cézanne y Gauguin.
La segunda sección, en el segundo piso, esta ocupada, en su mayoría, por los retratos que se hicieron entre ellos los componentes de los fauves, surgidos de la amistad. Cabe destacar a Matisse retratado por Derain y éste, a su vez, retratado por Matisse, ambos realizados en 1905.
“Les fauves”, calificativo del que procede su nombre, fue dado por el crítico de la revista ‘Gil Blas’ Louis Vauxcelles al conjunto de obras presentadas en la 3ª exposición del Salón de Otoño del Gran Palacio de París en el año 1905, en el apogeo del movimiento. Ni fueron un grupo formal ni tenían manifiesto, el fauvismo se formó como una acumulación de individuos que, pasados unos años, siguen caminos diferentes, destacando la importantísima herencia que dejaron a otros movimientos pictóricos como el cubismo o el expresionismo.
Y es inevitable resaltar la valiosa lección que nos transmiten los fauvistas al aplicarle al color una nueva dimensión, la de los sentimientos. Para nosotros, si vemos el color verde lo más seguro es que lo asociemos con la hierba, el amarillo con el sol, el rojo con la sangre o la pasión, el azul con el mar, el agua o el cielo y así un largo etcétera de relaciones que, durante años, hemos creado y se nos han inculcado desde muy pequeños.
Por este motivo, entre otros, es valiosísimo admirar el trabajo que los fauvistas nos dejaron para la posteridad, que nos permite ver un rostro verde o una pared roja o incluso un cielo morado, en donde se imprime el sentimiento del autor en vez de la pura realidad.
Además, no deberíamos entender el fauvismo solamente como un movimiento rompedor que modificó muchas de las reglas establecidas en la pintura, que utilizaba los colores de otra manera y que se expresaban diferente. Debemos entenderlos como un símil educacional y espejo social en el que mirarnos. Elevado al ámbito social, el fauvismo rompe una estructura de educación basada en la copia, en el espejo de la sociedad en vez de ver la educación como un valor de desarrollo emocional, en donde aquello que se ve no es siempre lo que debemos y/o tenemos que reflejar. No todo aquello que reflejamos es todo aquello que sentimos.
BIBLIOGRAFÍA:
[Henri Matisse, Livcolores]
https://livcolores.wordpress.com/tag/henri-matisse/
por Carlos Ibarra Grau | Nov 3, 2016 | Cine, Críticas |
“Un náufrago palía su soledad entablando amistad con un cadáver” Como gancho la frase sin duda funcionaría, a modo de sinopsis súper reducida. Pero entonces:
- Uno se echa para atrás al ver que el protagonista es Harry Potter. Y en una comedia. Ingredientes peligrosos.
- Otro le da sin embargo una oportunidad al asombrarse con las buenas, aunque también controvertidas, críticas que encuentra por la red.
- El receloso se reafirma tras leer que en su estreno en Sundance la mitad del público abandonó la sala.
- Al intrépido eso mismo le apuntala su curiosidad.
- El desconfiado puede que reniegue, al descubrir que en Sitges triunfó como mejor película y actor principal.
- Finalmente, el convencido le envía un Whatsapp a un amigo: “Oye, ésta cuando llegue a España hay que ir a verla, mira este tweet tras su estreno”:
Ben Jammin (@BenFrankIV) January 23, 2016:
«He escuchado algunas cosas sobre ‘Swiss Army Man’. Básicamente, pedos del cadáver de Harry Potter y mucha gente marchándose. Esto debe ser divertido».
Nos llega ahora a los cines europeos. La ventosidad como alegoría de la libertad. Y si, es divertida. Tenemos a un cadáver muy especial, que invita a reflexiones existenciales y del comportamiento humano; en ocasiones, arroja una visión de la vida mucho más interesante que la de muchos vivos. Y lo intrepreta pero que muy bien. Algunos dirán que hacer de muerto es fácil y añadirán, con crueldad, que es el único papel en el que Daniel Potter podría destacar. Yo pensaría lo mismo de no haber visto este mismo año Imperium (2016), una película del montón, pero en la que Harry Radcliffe se destapa con una magnífica actuación, interpretando a un infiltrado en un grupo neo-nazi. Por supuesto no es Edward Norton en American History X (1998), pero salir del encasillamiento es una larga travesía del desierto; por lo tanto, dejemos que se gané a partir de ahora, como mínimo, que lo llamemos por su nombre, Daniel Radcliffe. Incluso deberíamos empezar a tomarnos al actor en serio.
Swiss Army Man es, sin lugar a dudas, una comedia absurda, pero no sin miga que desgranar. Todo lo contrario, de hecho. Empezando por su título, hábilmente elegido, o siguiendo con el extravagante cadáver y su impacto en el náufrago, su finalidad es la de transmitir lo trascendental mediante lo irrisorio y el disparate. Por esta extraña y tramposa vía nos inocula razonamientos para sacar partido a nuestra vida, alejándonos de nuestros miedos y vergüenzas, para tornarla por fin enriquecedora. Para ello se apoya fuertemente en lo audiovisual. En una muy cuidada fotografía y un valiente uso de la cámara, hilando la historia con un delicado manejo de los tempos narrativos.Y en una rara y hermosa banda sonora, repleta de ecos y voces superpuestas de un modo extrañamente coral, conformando un mantra cómico-chamánico contemporáneo. Luego, por encima de todo, su gran triunfo es hacernos olvidar quien es Daniel Radcliffe y a su alter ego en nuestro inconsciente colectivo. Parece un papel hecho a su medida o será él que lo borda. Puede que ambas cosas. La historia y el cadáver evolucionan originalmente entre carcajadas por lo hilarante y admiración por la belleza de las imágenes. Todo ello contrasta con la baja calidad de unos ordinarios efectos especiales, pero se entiende que el presupuesto de una cinta de cine independiente no llegue para comprar fuegos artificiales de primera marca.
Junto a Radcliffe, aparece el actor “vivo” de la película: Paul Dano. Quizá por nombre sea un desconocido para muchos, pero su cara se reconoce inmediatamente cuando aparece en pantalla. Dano sorprendió en su irrupción en Pequeña Miss Sunshine (2006), brilló en la oscarizada Pozos de ambición (2007) y se consolidó en el biopic Love&Mercy (2014) fascinando con un papel esquizofrénico. Quienes aún no le hayan puesto cara, ¿recuerdan a ese pobre chico de gafas con retraso mental de Prisioneros (2013)? Exacto, su rol es secundario- aparece en el último tercio- pero es imposible olvidar su actuación. Su impacto en Swiss Army Man es menor que en las anteriores mencionadas, pese a contar aquí con un papel principal; porque delega el protagonismo en el cadáver de Radcliffe, sabedor de que es la gran atracción de la película, aunque de igual manera cumple con su función decentemente.

El film destila un fuerte olor a fresco y se comprende al ver quienes hay detrás de las cámaras. Dos directores nóveles, expertos en cortos y videoclips, uno campos donde por el reducido metraje prima la potencia de la imagen y el sonido, transmitir un impacto visual y auditivo en un escaso periodo de tiempo. Una ópera prima rezuma por lo general esa frescura, pero es a su vez aquí su talón de Aquiles, pues su inexperiencia lleva a diluir por desgracia la calidad de la cinta. La trama no consigue ensamblarse convincentemente cuando parecía que ya lo tenía hecho y la guillotina del cliché cae y decapita la singularidad del film. Uno no entiende porqué cambiar de ruta cuando la que seguías era tan acertada; claro, se ve todo tan fácil con la perspectiva que da mirar desde fuera, ¿verdad? Dan Kwan y Daniel Scheinert, los directores debutantes, posiblemente alegarían esto mismo en su defensa; siempre se ha dicho que lo más difícil no es llegar arriba sino mantenerse, igual en la vida en general o circunscrito a una película.
Ya que, llegado un momento, deja de ser una comedia con visos de algo gordo para quedarse en tan solo comedia, una verdadera lástima. Las metáforas y simbologías que se esconden tras los pedos no logran cerrar el círculo de nuestra convicción, pese a que en algunos momentos puntuales se acerque. Si las flatulencias tuvieran sabor diríamos que Swiss Army Man deja un regusto agridulce, aunque un cadáver que especula acerca de lo existencial no es algo que se vea todos los días. Un puzle efectista pero efectivo compuesto de artificios y bellas rarezas, que contrasta con una ineludible sensación de duda final de si hemos visto una buena película, un engaño magnético bien diseñado o un film absurdo y fortuito cuyo único fin es llamar la atención. Incluso sería posible todo ello a la vez.