por Carlos Ibarra Grau | Mar 10, 2016 | Cine, Críticas |
Debutar con una multipremiada y multinominada opera prima es el sueño de cualquier cineasta. Este es el caso de la directora turco-francesa Deniz Gamze Ergüven y el inteligente drama en la adolescencia que nos ofrece con Mustang.
Ganadora entre otros galardones del Goya a mejor película europea, 4 Premios César por la Academia francesa o nominada tanto en los Oscar como en los Globos de Oro como mejor film de habla no inglesa, la cinta franco-turco-alemana es el enésimo ejemplo de la importancia capital que tienen ya desde hace unos años las coproducciones internacionales para sacar adelante obras valientes, algunas de las cuales terminan recogiendo gran prestigio y reconocimiento. Caminando un poco atrás en el tiempo, concretamente al año 2008 y debido a la crisis mundial financiera, el número de coproducciones disminuyó considerablemente al verse recortados los presupuestos nacionales culturales; por suerte, a finales de 2013, la Comisión Europea implementó una serie de regulaciones que aseguraban mayores subvenciones tanto para coproducciones europeas como para su distribución a lo largo de todo el continente.
Así, a mediados del año 2014, se calculaba que más del 40% de los largometrajes producidos en los cinco principales países de Europa Occidental habían sido realizados en régimen de coproducción.
Pese a contar con un reparto enteramente turco y filmada en Turquía, la mayor parte de la financiación de Mustang es de producción francesa. A este respecto, Francia demuestra su compromiso con el cine como el segundo país tras Canadá con mayor número de acuerdos de coproducción a lo largo de todo el mundo, contando con más de 30 tratados oficiales
La película, con una evidente carga crítica que no es más que el reflejo de la situación actual en el país otomano, cuenta la historia de 5 hermanas adolescentes forzadas a crecer en una estricta cultura machista y patriarcal, siendo narrada con una delicadeza y gusto inusuales a la dura temática sobre la que versa. Huérfanas, su abuela y su tío se hacen cargo de ellas, encerradas en una casa junto al Mar Negro con sus ansias de libertad supurando al igual que el despertar de su sexualidad y el interés por los chicos.
La obra remite a una suerte de estudio sobre la subordinación de la mujer y su posición de insumisión en la sociedad turca actual, convirtiéndose en toda una heroica agresión política y reivindicativa que la hizo valedora del premio a la libertad de expresión por la Asociación de Críticos Norteamericanos (National Board of Review).
Poco tardó después de su estreno en Estados Unidos en ser considerada una clara bebedora del agua de la ópera prima de Sofia Coppola bajo título Las Vírgenes Suicidas (The Virgin Suicides, 1999), pero pese a que ambas comparten el mismo número de hermanas -5- y temas similares propios de la edad, los enfoques de los mismo son verdaderamente diferentes, así como las influencias culturales que rodean a cada una.
La cinta pone también de manifiesto la contraposición de dos culturas, de costumbres contradictorias que conviven en un mismo país. Durante diversos momentos del filme, Estambul es evocada por las niñas como la vía de escape del conservadurismo y patriarcalismo al que se ven sometidas, donde el estilo de vida es marcadamente occidentalizado, abierto y alejado de las imposiciones de esa otra parte más tradicionalista. Como ejemplo, el propio vecindario responde escandalizado al inocente comportamiento de las niñas para con los chicos al inicio de la cinta, donde simplemente juegan en el agua -incluso van vestidas con el uniforme escolar- en una tarde de verano. Ello derivará en una inmediata reacción dentro de la casa, en una transformación paulatina de su modo de vida orientado al servilismo: cursos de cocina, vestimentas oscuras, tareas del hogar y consejos para mantener contentos a los hombres. Por si fuera poco, son conducidas con periodicidad a test de virginidad que aseguren que estén correctamente dispuestas para los inminentes matrimonios concertados que los propios familiares organizan impositivamente.
La debutante directora elige con acierto alejarse del camino de lo melodramático que otras cintas con temática similar han elegido seguir, consiguiendo un equilibrio que se digiere gratamente pese a las escenas espinosas que nunca- pese a lo duras- devienen en desagradables. Parte importante del logro lo consigue la música que mece y acompaña a la película, a cargo de la exitosa colaboración habitual del multiinstrumentista australiano Warren Ellis con el polifacético artista Nick Cave, autores y galardonados por bandas sonoras de películas como La Propuesta (The Proposition, 2005) o la inquietante La Carretera (The Road, 2009). De hecho, repitieron victoria con Mustang en los Premios César.
Como hilo conductor y base narrativa, Lale (Günes Sensoy), la más pequeña de las hermanas, es erigida como protagonista y su mirada rebelde e inquieta es el periscopio por el que atendemos a todo lo que acontece dentro y fuera de la casa. Su aire jovial y sonrisa franca unidos al amor y cuidados que se procesan las hermanas, se extienden durante el metraje impregnando la retina con las risas de las niñas y bellas fotografías que palían los momentos más oscuros que están por venir.
Este acierto se sustenta con un ritmo y montaje firme pero ligero, que no cae en la aceleración, permitiendo saborear cada fotograma y la puesta en escena de los personajes sin producir en ningún momento sensación de desconexión de lo que se nos está tratando de contar. A este respecto, las interpretaciones en especial de las hermanas son muy talentosas, en particular el de la mencionada Lale, cuya joven madurez es entrañable a la par que un tanto triste.
Por norma general, quizás por instinto u automatismo, aquello que nos desagrada o nos inquieta sobremanera causando un efecto inmediato, no deja muchas veces un poso considerable que revierta más allá de la reflexión del momento; tal vez se diría que estamos vacunados ante lo sensible dada la cantidad de dramas que observamos a diario o que no permitimos que lo que se nos muestre con crudeza nos acabe afectando en demasía. Por esto mismo, la habilidad y temple de Deniz Gamze Ergüven en lograr transmitir más allá de lo superficial, generando conciencia, abordando una historia dura incluso con gusto, pero asimismo con franqueza y respeto, ensalzan el valor de la película y la convierten en toda una victoria.
Fuentes: Industry Report: Market Trends, 2014 (Thomas Schwartz)
por Carlos Ibarra Grau | Mar 2, 2016 | Cine, Críticas |
Fotografía bajo Copyright de Daniel Bogdán Szöke. Todos los derechos reservados.
El húngaro Benedek Fliegauf (Oso de Plata-Gran Premio del Jurado de la Berlinale 2012 por „Just the Wind “) volvía 4 años después al festival alemán presentando su particular manera de contar historias con Lily Lane (Liliom Ösvény, 2016)
Entre las zonas urbanas y verdes de Budapest, alejadas del masificado centro turístico, nos narra Fliegauf – autor asimismo del guion – la historia de Rebeka (Angéla Stefanovics) y su hijo de 7 años Dani. La madre, una joven recientemente separada de semblante distante y un tanto turbado, relata cada noche al pequeño un cuento que no podría definirse como infantil ni propicio para su edad. Dos de sus protagonistas, Fairy (hada) y Hunter (cazador) parecen atormentar la vida de la pequeña Honey (cielo/cariño) con una cierta crueldad injustificada.
Fuera de sus vidas no mucho más parece existir, pues el filme nos mantiene ajenos al resto del mundo que les rodea, a excepción de las conversaciones y discusiones por internet de Rebeka con su expareja. En su universo íntimo y diminuto, madre e hijo disfrutan juntos de excursiones y actividades, pero no transmiten la naturalidad que podría esperarse, pues un clima cargado y la expresión algo perdida de Rebeka nos hacen conjeturar muy bien no sabemos qué. La hipnotizante labor interpretativa a lo largo de todo el filme de la actriz Angéla Stefanovics no debería pasar desapercibida en el panorama europeo, con una mirada en mayúsculas que recuerda a una de las chicas de moda de Hollywood como es Alicia Vikander (fabulosa en la reciente La chica danesa, 2015)
El director húngaro experimenta lo común y lo ordinario con la cámara: filmando a ambos nadando bajo el agua – de una realización muy meritoria -, recorriendo lentamente las ramas de un árbol o metiéndose dentro de los ojos del pequeño al estilo home video footage (filmación casera con videocámara en mano sin encuadres firmes) No es algo nuevo en Fliegauf, quien parece curioso y buscar un sello propio. Por ejemplo, en su cinta de cine experimental Vía Láctea (Tejút, 2007), describe con enorme sutileza en el uso de la fotografía el universo desde diferentes planos de la cotidianidad: niños haciendo piruetas en bicicleta, madres caminando y llevando un coche de bebe, etc. y todo ello con un gusto que suele encontrar la belleza en lo simple.
A medida que avanza el filme, ahora flashbacks de momentos felices, para luego unas ciertas tenebrosas escenas similares a sueños demasiado reales: ¿fragmentos de la mente, heridas abiertas?
La cinta supone un lento exorcismo de los propios demonios internos de alguien que ejerce a su vez la difícil labor de madre. Tan solo cuando ésta comunica al pequeño la muerte de su abuela – a la que nunca llegó a conocer – algo parece rasgarse levemente en su semblante y las piezas del puzle siguen apareciendo para que intentemos juntarlas con sentido.
Por su parte, el cuento poco infantil sigue cada noche y se va tornando más oscuro y desasosegante, convirtiéndose en actor protagonista y fundamental para que entendamos la historia.
La atmósfera algo triste y sombría incluso rodando a plena luz del día, retrotrae un tanto a la pequeña joya sueca Déjame Entrar (Let the Right One In, 2008) y al igual que ésta, parece ser avenida a carne de film de culto con un más que probable remake norteamericano.
Un final a la altura de la película incita a la reflexión y demuestra que, con un evidente modesto presupuesto, el talento y el saber desgranar con originalidad una historia son mimbres suficientes para hacer un buen cine. Desde hace un tiempo venimos adivinándolo: en Hungría hay vida más allá de Béla Tarr.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 28, 2016 | Cine, Críticas |
Copyright de la fotografía: Le Films du Worso – LGM Films (Todos los derechos reservados). Tomada de aquí.
«Estoy cansado de las historias tradicionales con un inicio, desarrollo y final (…) llevo tiempo viajando alrededor de todo el mundo y creo que hoy en día el 90% de los filmes que se hacen se parecen todos entre sí (…) en este momento de mi carrera quiero hacer películas diferentes (…) algunos festivales como los de Sundance o Berlín aportan ese 10% y eso me encanta» decía Gérard Depardieu al finalizar la Premiere Mundial de “The End “en la capital germana.
Una cinta sin duda diferente. Según palabras de su director Guillaume Nicloux, está basada o más bien “plasmada “de un sueño que él mismo tuvo hace unos meses. Despertó y pensó que debía llevar aquello a la gran pantalla y con Depardieu como protagonista, con quien acababa de terminar el rodaje de Valey of love junto a Isabelle Huppert. Y así, se puso en contacto con él (la rodaron en apenas 9 días)
El actor francés (67 años), con kilos de más (sí, más aún) para la película por petición del propio Nicloux, representa a un oriundo sesentón solitario que vive en una humilde vivienda junto al bosque con la única compañía de su perro Yoshi. Una mañana, se levanta, coge su escopeta y decide salir a cazar; pasado un tiempo se acaba perdiendo entre la inmensidad y densidad del paraje iniciando una extraña y angustiosa aventura.
Comienza así una suerte de introspección personal donde, solo y perdido, empieza a hablar consigo mismo y parece tratar de encontrarse a él y al lugar que podría ocupar en esta etapa tardía de su vida. La trama cobra más interés cuando un par de personajes aparecen en la historia, pese a que casi la totalidad de su peso recae sobre sus enormes espaldas. La cámara es muy directa pero también sugiere temores y mantiene en un estado de alerta que el personaje parece ignorar; la música acompaña y detiene la charlatanería del viejo, poniendo mientras voz a los árboles y naturaleza del lugar. Un tono oscuro y tenebroso empieza a apoderarse entonces de la película. Hasta esos instantes muy poco se nos ha mostrado, pero consigue mantener la expectación y una cierta tensión.
A medida que avanza nos hacemos más preguntas y así sigue in crescendo hasta la última escena del filme, con un giro in extremis muy desconcertante.
“Disculpe que no me apetezca tratar de explicar muchos aspectos de la película “- respondió Nicloux tras la proyección a las dudas de una espectadora- “no siempre lo más importante es buscar la respuesta a todo, de hecho, en ocasiones es mejor no hacerlo».
Su obra, es una película personal y cortada por un molde de autenticidad, permite encontrar diversas metáforas cada vez que uno recapacita su visionado, donde todo es especial, aunque ello no la convierta en una cinta con perspectiva de ganar premios.
No es una cinta mayor ni lo pretende, incluso se diría que menor, pero esa indiferencia de pretensiones nos dice que disfrutemos de lo que vemos sin esa imperiosa necesidad de valorar o etiquetarlo todo, que tanto desvirtualiza y banaliza. Una muestra de ese “otro cine es posible “, quizás de ese 10% que hablaba Depardieu, de diferentes maneras de adentrarnos en el séptimo arte en un momento de evolución, de un despertar a la vejez del francés donde sus ganas de experimentar le rejuvenecen y pese a su aspecto físico se muestra en plena forma interpretativa.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 27, 2016 | Cine, Críticas |
Fotografía tomada de la web de la Berlinale. Todos los derechos reservados © Internationale Filmfestspiele Berlin
No es secreto alguno que Corea del Sur ha expresado un crecimiento muy considerable a casi todos los niveles en los últimos tiempos. Tanto que ello le ha permitido situarse a día de hoy como la onceava potencia económica del mundo y con una tendencia imparablemente ascendente.
Sin embargo, las cifras al alza y la imponente evolución del país esconden miserias bajo la alfombra que el director Lee Jae-yong no duda en plasmar en esta nueva película.
The Bacchus Lady versa sobre la soledad, la muerte y la prostitución a la vejez en la Corea actual, donde el desamparo y los recursos económicos con los que viven los mayores les hace verse abocados a medidas desesperadas.
Una mujer de avanzada edad que se hace llamar So-Young (entiéndase el juego de palabras) se gana la vida desde hace décadas con la prostitución. Hace muchos años, fruto de una relación con un marine americano estacionado en el país tras la segunda guerra mundial, dio luz a un niño que dejó al poco tiempo en adopción. Ahora, frecuenta calles y parques acercándose a los hombres y ofreciéndoles un poco de „Bacchus “, una popular bebida coreana energizante, para proponerles a continuación un tiempo de intimidad. Justifica su profesión a los curiosos con la necesidad de pagar los estudios de su hijo que vive en Estados Unidos.
Un día, presencia la detención de una mujer y observa a su pequeño hijo escapar entre llantos de la policía, decide seguirlo por las calles y llevarlo a su casa para hacerse cargo temporalmente de él.
Su ternura hacia el niño va creciendo, pero no puede permitirse dejar su oficio, momento en el cual van entrando en la historia otros personajes cada cual más variopinto.
El cine coreano va camino de convertirse, si no lo ha logrado ya, en un referente en el panorama internacional por su fuerte pero intimista personalidad y una manera fresca e innovadora de abordar temáticas cada vez más diversas. El drama es el género en el que parece sentirse más cómodo y son varios los títulos de gran calidad que nos ofrecen cada año.
The Bacchus Lady es un muy buen ejemplo de porqué las películas de este país atraen cada vez más adeptos y representa a día de hoy un espejo desde el cual llevar el cine a cuotas y planos mayores.
Seguimos con nuestra protagonista, quien se va viendo envuelta en situaciones más delicadas y comprometidas con sus sucesivos clientes; su personaje evoluciona hasta duros límites que no imaginábamos, arrojando torrentes de sensaciones y provocándonos desazón y tristeza.
La vejez y lo que ello implica en Corea son tratados con crudeza; discurren sin embargo ingeniosos diálogos a lo largo del filme con la participación de otros actores de la historia, rebajando por momentos el ambiente de pesadumbre y haciéndonos olvidar, aunque sea por unos instantes, la dureza del film.
Los clientes van dejando de ser tales para convertirse en compañeros de un viaje en el que difícilmente vislumbramos un final feliz. La veterana actriz principal Youn Yuh-jung (The Insect Woman, 1972) está magnífica en su interpretación, siendo un medio muy exitoso mediante el cual el director nos hace llegar su mensaje.
La conciencia de que lo que hemos visto a lo largo de dos horas esté ocurriendo en Corea en tiempo real plantea muchas inquietudes y preguntas acerca de lo que la sociedad está haciendo mal para que todo esto pueda tener lugar.
por Alex Mesa | Feb 25, 2016 | Críticas, Libros, Literatura, Recomendaciones |
Detalles de la obra:
Autor: Andrés Barba
Título completo: La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder.
Editorial: Alpha Decay (Colección: Héroes modernos).
Publicación: 1 de febrero de 2016.
Extensión: 152 páginas.
“Cada vez que un hombre abre la boca para reír está devorando a otro hombre”. Con esta sentencia inicial ya tenemos la declaración de intenciones completa del autor: reírse es siempre “reírse de…”.
Las fuentes de las que bebe Barba para cimentar esta obra son claras desde el principio: siguiendo a Bergson, el autor sostiene una suerte de teoría de superioridad de la risa (entendiendo la risa en todo momento como correctivo social) y una proximidad muy estrecha entre la razón (o, quizá, más bien se deba formular de otra forma: la racionalidad) y el humor. Por contra, allá donde el sentimentalismo radica con fuerza la risa está en peligro.
Formalmente muy bien escrita (como, por otra parte, era de esperar viniendo de un novelista de la talla de Andrés Barba), la risa caníbal es una obra fresca, aguda y que utiliza ejemplos muy sugerentes cuando no para sustentar sus tesis, sí para reflejar anécdotas a tener en cuenta.
Sin embargo, adolece de una visión un tanto parcial y un enfoque teórico estrecho a la hora de interpretar las diferentes expresiones humorísticas que analiza en cada momento. Pese a su vasta cultura, el prisma bajo el que se quiere interpretar todo es demasiado angosto.
Quizá el primer traspiés a tener en cuenta se produce en su introducción, cuando describe el contexto de tensión bélica del siglo XX (sobre todo, durante la Segunda Guerra Mundial) como un mundo excesivamente sentimental y en el que, por tanto, se reía poco. No obstante, para estos casos tal vez sea apropiado recordar el ensayo de la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer para comprender que, a decir verdad, la masacre nazi (como máximo exponente del belicismo y la tragedia del siglo XX) consuma, en última instancia, el ideal de máxima racionalización contemplado por el Siglo de las Luces. Solo hace falta recordar el juramento al Führer que, tras la apariencia del Derecho más riguroso, amparó las actuaciones de todos y cada uno de los oficiales y suboficiales (y, por ende, de los subordinados de estos) a la hora de eximir su responsabilidad particular: solo se cumplían órdenes. Fuera esto una excusa o no, formalmente la apelación era al rigor lógico y formal más absoluto: a la razón, encarnada en este caso en el Führer. Una razón pervertida, sí. Pero no se apelaba a un sentimiento (otra cosa bien diferente es el sentimentalismo dirigido hacia el Volk para apelar al orgullo nacional, racional… Pero, incluso en este caso, detrás hay una lógica dicotómica muy clara: el rechazo al otro es una necesidad).
En cualesquiera de los casos, no se puede decir con tanta rotundidad que el siglo XX haya sido un siglo sentimental y que, precisamente por ello, la risa haya estado marginada (al relacionarla Barba con la razón y no mencionar su relación, por ejemplo, con la empatía para con el otro).
Pasando al detalle, el autor nos deja interesantes análisis sobre diferentes aspectos a tener en cuenta del mundo del humor y sus condiciones afines.
Barba hace gala de un gran tino a la hora de elegir, por ejemplo, a Chaplin y El gran dictador para versar sobre la parodia. No tan sólo como género, sino como actitud vital.
Su mención a Garganta profunda plantea otra de esas grandes conexiones habituales: el sexo y lo cómico. El éxito de este hito pornográfico de los 70 no hace sino ratificar esta conexión que se puede testimoniar, como bien indica Barba, al menos desde los tiempos de Aristófanes (y probablemente este último tan solo recogió los frutos de un terreno ya abundantemente fértil).
A estos dos capítulos les siguen otros en los que en la risa caníbal se analizan el papel del engaño, el disimulo y el anonimato en el chiste (“sobre el chiste como una de las bellas artes”), la inconsistencia o las contradicciones de las vidas de aquellas personas que son profesionales del humor (“la vida privada de los cómicos”), la importancia ancestral del ventriloquismo (“de muñecos y hombres”), la relevancia crucial del pensamiento cínico en el desarrollo del sentido del humor y las diferentes expresiones humorísticas, así como en la sustentación de una actitud radicalmente diferente a cualquier otra a la hora de afrontar la vida y sus circunstancias (“el pensamiento cínico o el arte de la <<performance>>”) o las particularidades cómicas de una figura tan patosa como relevante en la esfera política de principios del siglo XXI como fue el presidente norteamericano Bush (“George Bush, o el payaso involuntario”).
Mención aparte tienen los dos últimos capítulos (“Prohibir la risa. El 11-S y la comunidad herida” y “Hombres que se ríen de los dioses”) en la medida en que son vectores principales (como, probablemente, ningunos otros) de la discusión más actual acerca del humor y sus límites (además de que, a título personal, es un tema central de investigación del reseñador de estas páginas).
Al 11-S le siguió una deriva hacia el humor naif y patriótico, consecuencia de una autocensura sin precedentes en los EEUU, que, sin duda, suscitó la quieta atención de buena parte del mundo que, por una parte, sabía que algo no funcionaba como antes pero que, por otra parte, no iba a decir nada dado que, más allá del miedo a bromear sobre un atentado tan trágico, se tenía miedo a la propia risa. “Miedo a reír”, nos comenta el autor.
En el último capítulo, “Hombres que se ríen de los dioses”, Andrés Barba escribe, fundamentalmente, sobre la risa religiosa para, también, acabar sacando a la palestra uno de esos temas que están tan en boga a día de hoy: los límites del humor.
Sin duda alguna, cuando la risa se enfrenta a lo sagrado de la religión (especialmente, en las tres grandes religiones monoteístas) se producen fricciones que ponen a prueba estos supuestos límites.
Las causas de este conflicto, no obstante, no son tan sencillas de dilucidar y la propuesta del autor de que, tal vez, es la propia falta de convencimiento en la consistencia de una creencia, la que hace que el creyente se ofenda ante la risa dirigida hacia su fe, no es ni obvia ni evidente.
Fe y risa, a decir verdad, tienen un nexo común: nacen como absurdos en el seno de la razón (espero que se perdone al reseñador esta intromisión de parte de su investigación doctoral) . Pero uno representa la convicción inquebrantable y el otro la duda más escéptica.
Luciano de Samosata, citado en este capítulo, ya intuyó probablemente esta conexión: frente a la religión no se debe oponer la filosofía (razón) sino la risa (“ácida anarquía”). La risa y la fe son como el agua y el aceite, se repelen. Pero no se puede decir a la ligera que una es el de adalid de la razón y la otra del sentimiento, como se pretende sostener en algunas partes de la risa caníbal, dado que ambos discursos quedan excluidos de la razón pero, también, del mero sentimiento: el debate se halla en los márgenes.
Los motivos por los que la Shoah y la representación gráfica de Mahoma suponen límites en el corazón del humor son muy diferentes pero, en ambos casos se pueden hallar explicaciones. Aunque, desgraciadamente, en muchos casos esas explicaciones no aumentarán la permisividad para con la risa.
En cualesquiera de los casos, el análisis de Barba se hace muy interesante al tratar de conciliar la visión de diferentes autores con la suya y, desde esta perspectiva, tratar de analizar acontecimientos recientes que han impactado en la opinión pública por la conflictividad latente que allí había.
En definitiva, la risa caníbal es una obra amena, bien escrita, con ejemplos sugerentes y que, sin duda, puede aportar una visión fresca y diferente de nuestra relación como humanos con la risa. No todo es rigor teórico ni todo entretenimiento: léase como un intermezzo.
Cultural Resuena informa: el jueves 3 de marzo, a las 20, estará Andrés Barba enla biblioteca del Hotel de las Letras (Gran Vía, 11, Madrid), presentando La risa caníbal. Le acompañará Joaquín Reyes.