“Todo o nada”: Sobre “Cartas de amor” en Teatros del Canal de Madrid

“Todo o nada”: Sobre “Cartas de amor” en Teatros del Canal de Madrid

 

Las cartas son, han sido y serán un método imprescindible y precioso de comunicación. Con ellas tanto se han negociado paces y declarado guerras como se han creado vínculos y roto extensas relaciones. Nos hemos escrito con familiares, con amigos, enviado christmas e incluso intentos de terrorismo. En ellas hemos mentido y dicho la verdad infinidad de veces, nos han permitido expresarnos sin límite, las hemos amado y las hemos odiado, probablemente en diferente medida. Casi todos hemos disfrutado del momento de abrir una carta y descubrir un contenido escrito a mano, delicado y lleno de imaginación, que muchas veces nos ha sorprendido y otras nos ha dejado devastados. En ellas hemos dejado nuestra vida y nuestros sentimientos descargando pasiones, alegrías y tristezas. Son un medio de comunicación muy intenso y sencillo, una comunión entre el papel y tu, en donde imprimimos, muchas veces sin darnos cuenta, infinidad de sentimientos y emociones.

“Cartas de amor”, obra teatral estrenada en el Teatro Palacio Valdés de Ávila y que ahora cuelga cartel de entradas agotadas en los madrileños Teatros del Canal, fue originalmente escrita, ahora ya hace más de treinta años, por A. R. Gurney. Narra la historia de una pareja que durante más de medio siglo se intercambia cartas, que poco a poco va leyendo ante el público y en donde se van desvelando sus amores, triunfos, fracasos y desamores.

Es sobre este texto sobre el que trabaja el director de la obra David Serrano, junto los veteranísimos actores Miguel Rellán y Julia Gutiérrez Caba, para construir un singular camino sobre la vida de dos amigos que crecen juntos y que, mediante cartas, nos transmiten las dificultades de vivir. En palabras del propio Miguel Rellán, “(…) la dificultad de estos dos personajes para llevar la vida que quieren, por convenciones sociales, por miedo o por el azar, el caso es que ellos pretenden una cosa y la vida les lleva por otro sitio (…).” (Miguel Rellán, 2016)

Mediante estas cartas, donde la mayoría de las veces dejamos escritas muchas más emociones de las que nos parece, la obra nos conduce por la vida de Melissa Gardner y Andrew Makepeace Ladd III. Los personajes nos cuentan, desde su niñez, como algo mezclado entre la amistad, el cariño y el amor deja paso a algo más. El autor adereza esta mezcla con la distancia y el tiempo, condiciones indispensables entre aquellos que usan las cartas. Y es esta distancia, como inevitablemente siempre ocurre, la que acarrea unos pros y unos contras.

La puesta en escena, cargada de una sencillez deslumbrante que se funde perfectamente con la historia y las magnificas interpretaciones de Miguel y Julia. Con diseño de iluminación y espacio de Ion Aníbal y Mónica Boromello respectivamente, la obra es conducida mediante un bosque de bombillas incandescentes que, muy sutilmente, se van apagando poco a poco hasta finalmente quedar solamente dos, ellos dos, percibiéndose nada más que la vida de dos personas, brillantemente narrada, que desgarrada por un amor totalmente no consumado, llega inevitablemente a su fin. La alegoría de las bombillas, cargadas de una inmensa sencillez, es brillante y , resalta todavía más la actuación de los dos consagrados actores. David Serrano presenta a su reparto como dos mitos de la escena española, con los que ha sido un placer trabajar, porque, “ha sido el proceso de trabajo más tranquilo y relajado que he tenido en mi vida, porque te lo ponen muy fácil y hay que dirigirles tan poco que para un director es casi como tener vacaciones.» (David Serrano, 2016)

Cabe destacar la excelente elección de casting, ya que, aun sabiendo la edad de cada actor, su historia resulta verosímil hasta el punto de plantearse la idea de si, en la vida real, algo así pueda haber ocurrido. Y es que Miguel y Julia, aun siendo ambos veteranos actores de la escena teatral española (y no solo la teatral), nunca habían trabajado antes juntos. Es Rellán quién destaca que trabajar junto a la actriz madrileña es todo un lujo, presumiendo de ello ante sus amigos: «Estoy ensayando con doña Julia Gutiérrez Caba; quién me iba a decir a mí que un día iba a salir mano a mano con ella».

Y mano a mano salen, y nos dejan boquiabiertos a todos. Por su naturalidad en escena, por su frescura aun en su madurez, por sus brillantes actuaciones, por la pasión impresa en cada carta, en cada frase. Porqué si el contenido es bueno, no hacen falta artificios estrafalarios para rematar una ya de por si buena novela, que nos sumerge en una vida que nos emociona, nos divierte y nos entristece. Una vida, excelentemente orquestada mediante cartas, con las cuales, muchas veces, se dice todo y nada.

“Cartas de amor” cierra Teatros del Canal este domingo día 23 de octubre con el cartel de ‘entradas agotadas’. No obstante, su andadura sigue en diferentes teatros nacionales.

Bibliografía:

(Miguel Rellán, 2016)
http://www.lavanguardia.com/vida/20160824/404174469690/julia–gutierrez–
Caba – estreno – en – Aviles – cartas – de – amor – en conjunto – a – miguel -rellan.html

(David Serrano, 2016)
http://www.lavanguardia.com/vida/20160824/404174469690/julia–gutierrez–
Caba – estreno – en – Aviles – cartas – de – amor – en conjunto – a – miguel – rellan.html

 

 

Decepción en el María Guerrero

Decepción en el María Guerrero

Cuando tengo que escribir una crítica negativa recuerdo las palabras de Volodia, el personaje de Juan Mayorga en su obra El Crítico, a modo de justificación cobarde o de vano consuelo:

“Yo no voy al teatro a derrotarlo. Quiero que la obra me guste y recomendarla a mis lectores, si es que todavía tengo alguno. Hasta donde el espectáculo me lo permite, practico la admiración. Me cuesta escribir algo negativo sobre nadie. Me repugnan esos compañeros míos que de un manotazo tiran al suelo años de trabajo, indiferentes al dolor que pueden causar, o regodeándose en él. Son felices cuando golpean, y sufren, notas que sufren cuando tienen que elogiar algo. No aman el arte, sino su pequeño poder.” (Teatro 1989-2014, pág. 581)

Es mucho más difícil escribir sobre los errores de un montaje que sobre sus aciertos y, además, mucho menos satisfactorio. Quiero pensar que todo espectador de teatro se siente identificado con estas palabras cuando sale decepcionado de una obra, sean cuales sean las circunstancias. Esto nos ocurrió a muchos de los asistentes (las sensaciones del público siempre son palpables) a la función de Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre, del sábado 8 de septiembre en el Teatro María Guerrero. Esta obra se presentaba como uno de los platos fuertes de la programación del CDN en este principio de temporada.

 

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El montaje dirigido por Paco Azorín presenta muchas deficiencias que podríamos justificar de varias maneras: quizás el texto ha perdido vigencia (recordemos que se escribió en 1953 y que fue censurado por la administración franquista) o las pocas jornadas de ensayos con las que suelen contar los montajes en los teatros profesionales, pueden explicar la falta de fluidez y de tensión de las que adolece la obra. Además la segunda función, dicen los teatreros, es la más difícil, tanto si el estreno ha sido un éxito como si fue una decepción, igualar o levantar lo ocurrido en la primera se demuestra todo un reto. Por eso confío que en las próximas representaciones se limen asperezas y la obra crezca a base de perseverancia.

Alfonso Sastre escribe, cuatro años después de la publicación de 1984 de Orwell, una distopía situada en la Tercera Guerra Mundial. Aislados en un búnker, esperando órdenes, se encuentra un grupo de soldados que, por distintas razones, han sido castigados a la reclusión y posterior sacrificio (deben desactivar, con sus cuerpos, un campo minado) bajo la supervisión de un cabo del ejército, también apartado tras haber asesinado a tres soldados (desertores, según su testimonio) de su regimiento. La espera, la desesperanza, el miedo, las frustraciones, los arrepentimientos y el horror de la guerra son los temas que predominan a lo largo del texto.

 

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Pasemos pues a analizar los diferentes elementos del montaje. En general la obra carece de tensión dramática por completo, aunque el texto se presta a ello. Los actores, encorsetados, declamaban sin pasión o con pasión forzada, sin que pudiéramos apreciar a los personajes por la constante sensación de sufrimiento de los actores (la mayoría conocidos por sus papeles en el cine), incómodos en su piel. Especialmente notable en el caso de Julián Villagrán que no consigue hacer creíble el personaje del cabo miserable. Decepciona también Unax Ugalde que, en al menos tres ocasiones se adelantó en el diálogo, creando momentos de confusión evidentes y forzado en su interpretación del soldado machirulo. Muy laxos también Carlos Martos y Agus Ruiz. Sorprendentes, en cambio, y sólidos en sus respectivos papeles Jan Cornet e Iván Hermes (un desconocido para mí, al que deberíamos prestar atención de ahora en adelante).

La lectura y actualización de Paco Azorín se ha limitado a limar el lenguaje costumbrista del original para adaptarlo al gusto actual y a la inclusión de interludios protagonizados por poemas de Bertolt Brecht (maravillosos) que reflexionan sobre la miseria de las generaciones condenadas por las guerras de los poderosos y por la decadencia de un mundo caracterizado por la preeminencia de lo masculino. Creo que la inclusión de estos poemas es uno de los grandes aciertos de la versión del director, además de una escenografía extraordinaria y muy bien aprovechada para la proyección de diferentes vídeos, palabras claves y elementos paratextuales, y para la creación de un espacio secundario que daba profundidad y fisicidad a la ambientación futurista y perturbadora que exige el texto. Pero estos elementos se demuestran mudos en una representación laxa, aburrida, incapaz de combinar con acierto los momentos de tensión y distensión, en la que los actores no encuentran su lugar sobre el escenario, por el que deambulan incómodos o donde se quedan parados, hieráticos, con la intención de que su presencia pase desapercibida. 

Yogur | Piano, la obra que quiso ser poema

Yogur | Piano, la obra que quiso ser poema

El Espacio Labruc (calle de la Palma, 9) se ha convertido en una de las salas de referencia de aquello que denominamos como “escena off”, que suele oscilar entre el teatro experimental y obras de entretenimiento de carácter más comercial que artístico que sin embargo, debido a la ausencia de caras conocidas que den lustre al proyecto, suelen quedar fuera de los teatros generalistas comerciales (léase el Teatro de la Latina, el Infanta Isabel, el Calderón, etc.). La compañía Yogur | Piano (Itziar Cabello, Marta Matute, Nora Gehrig, Daniel Jumillas, Jos Ronda y Gon Ramos) ha conseguido, con la obra homónima la residencia en el teatro.

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Yogur | Piano busca hacer poesía de lo cotidiano a través de la sensualidad y la sensorialidad, de la oralidad cotidiana; los silencios, los titubeos, lo sobrentendido y lo sobrexplicado cobran una dimensión profunda. El teatro tiene este poder: las palabras pesan, pululan visibles por la sala. También el gesto, el movimiento. Y también, especialmente, los silencios. La obra tiene la pretensión de trascender lo cotidiano hacia la experiencia poética, al menos al comienzo, para finalmente, como le habría gustado a Gil de Biedma, convertirse en poema. Se trata de una exploración construida a partir de lo fragmentario, de pequeños vislumbres reales o metateatrales que desvían o focalizan la atención de los espectadores. Lo fragmentario de la obra no se explica solamente por un afán posmoderno, sino por la propia génesis del espectáculo, resultado del trabajo de ensayos, improvisaciones y aportaciones de los diferentes participantes.

De la música electrónica al canto lírico, de la necesidad de comunicación a la búsqueda tenaz del silencio, de la ira a la ternura, de lo cotidiano a lo onírico, los contrastes nos sacuden y estimulan. Hay una mezcla de géneros teatrales donde lo narrativo y lo lírico se topan a menudo con la performance. Y es en esto último donde la obra quizás yerra: por los lugares comunes, la demasiado manoseada ruptura de la cuarta pared para mirar intensamente al público a los ojos, o la impostura de no salir a agradecer tras finalizar la obra. Apuntes críticos que no desmerecen el trabajo de los actores, ni la creación de una atmósfera a la vez misteriosa y sugerente, ni los textos representados con naturalidad y pasión por este grupo de jóvenes que sin duda merece la pena conocer.

Yogur | Piano, dirección de Gon Ramos. En el Espacio Labruc, todos los sábados de octubre a las 21:30

Incendios de Wajdi Mouawad o la catarsis colectiva

Incendios de Wajdi Mouawad o la catarsis colectiva

El teatro nos convoca a menudo a pensar, sentir, emocionarnos, temblar y madurar en común. Los que disfrutamos de este arte tenemos entonces una responsabilidad en tanto que participantes del hecho teatral, debemos reflexionar y hacernos cargo de nuestra disposición ante la creación colectiva de ese arte único, esencialmente efímero, provocador y superviviente. Varias preguntas me asolaron en los momentos previos a asistir al montaje de Incendios de Wajdi Mouawad en el teatro La Abadía. En primer lugar por un artículo anterior en el que la recomendaba a mi(s) desorientado(s) lector(es) sin haberla visto previamente, confiando por un lado en la potencia de un texto que ya había visto representado anteriormente con la emoción en el cuello, y por otro en las expectativas que creaba el cartel de dicho montaje, dirigido por Mario Gas e interpretado por actores de la talla de Nuria Espert y Ramón Barea. Razones suficientes, me dije, para recomendar la obra. Y así lo hice. Esto me lleva a la primera reflexión como espectador teatral, en torno a la importancia de la gestión de las expectativas, tan importante en el teatro como en la vida, pues una representación embelesa no solo por sí misma sino en relación a las esperanzas que el espectador ha puesto en ella. Además llevaba conmigo a tres acompañantes que no tienen tan arraigada la costumbre de asistir a este tipo de eventos. Me la estaba jugando. Mi credibilidad estaba en riesgo. De tal manera que debía gestionar mis expectativas y las expectativas que había creado, como un pregonero exaltado, a mi alrededor. Es conveniente, por lo general, asistir al teatro o a cualquier evento artístico, limpio, receptivo, con la disposición pura de permitirse la emoción, el arrebato, la sacudida provocada por la palabra o por el gesto, sin luchar, sin construir muros. Conviene por tanto dejar de lado las expectativas y dejarse llevar por el espectáculo. Pero esto es fácil de decir y muy difícil de hacer.

Por otro lado, como ya he dicho, tuve la ocasión de acudir a un montaje de Incendis en Barcelona, con Clara Segura (una actriz extraordinaria, emocionante como pocas, tristemente poco conocida fuera del circuito catalán) y otros tres actores que debían ponerse en la piel de los más de diez personajes de la obra, en un esfuerzo transformista que me deslumbró hasta el estremecimiento. Si, como digo, las expectativas eran altas con el montaje de la Abadía, el miedo a que el espectáculo me defraudara en comparación con la referencia anterior superaba los límites de mi escasa sensatez. Me preguntaba entonces, ¿es razonable entender esta ocasión como una relectura? es decir, ¿me puedo enfrentar a este nuevo montaje de la obra como me enfrento a la relectura de un libro?¿o por el contrario debo considerar cada evento como un hecho único, singular, irrepetible y huir de las odiosas comparaciones? Porque cuando uno lee un libro amado por segunda o tercera ocasión el texto no ha cambiado, el que ha cambiado he sido yo, por tanto, cualquier matiz nuevo, cualquier decepción o cualquier nuevo regocijo se circunscribe exclusivamente a la modificación de mi mirada y mi sensibilidad. Sin embargo en este caso debía tratar de distinguir aquello que se había modificado en el montaje y aquello que correspondía a mi adquirida madurez.

 

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Lo cierto es que una vez me senté en la butaca poco importaron estas reflexiones que me tenían obsesionado a priori, porque desde la primera escena me encontré absolutamente imbuido y fascinado por lo que estaba viviendo en el escenario. La tragedia de un país (que podrían ser muchos) asolado por la miseria, los conflictos entre familias, etnias, el miedo al otro, la tristeza heredada de padres a hijos y el silencio también heredado, se desarrollaba ante mis ojos sin que pudiera controlar el erizamiento de mi piel. El texto nos enfrenta a nuestra humanidad, a la violencia visceral, el rencor, al instinto reptiliano de la venganza, para increparnos sobre el origen de la violencia y el círculo vicioso que genera, del que solo podemos escapar a través o a partir de lo mejor de nuestra humanidad: la palabra, la música, las matemáticas y la búsqueda incesante de la verdad reparadora. Los incendios de la obra son las catarsis de los personajes, el viaje a la infancia (“la infancia es un cuchillo clavado en la garganta”) es el incendio íntimo en busca de la verdad, es el renacer del fénix, la palabra veraz que deviene en silencio elocuente.

Como era de esperar, no defraudaron ni la dirección de Mario Gas ni el elenco. La obra se desarrolla con un ritmo intenso con un buen equilibrio entre los momentos trágicos y otros más distendidos, con dosis de comedia, vertebrados alrededor del personaje del notario, extraordinariamente interpretado por Ramón Barea. Inolvidable resulta también la interpretación de Nuria Espert, que deslumbra desmenuzando las palabras, paladeándolas, para que cuelguen sobre el anfiteatro desde el principio de la obra hasta su resolución: un auténtico lujo. El resto de actores, acaso menos experimentados, necesitan, a mi modo de ver, algo más de rodaje para limar impurezas (especialmente Edu Soto en los momentos de mayor dramatismo, aunque se luce con la interpretación del grotesco francotirador), pero su trabajo es digno de alabanza dada la complejidad del texto y del propio montaje. Merece también una mención especial la escenografía diseñada por Carl Fillion y Anna Tusell, protagonizada por un alto muro que nos remite a tragedias reales de hoy, resulta versátil, elocuente y adecuada para situar las distintas escenas de la obra.

 

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Por desgracia para los que esperan hasta el último momento para conseguir entradas, ya se han agotado en el Teatro La Abadía; espero sin embargo que el despistado lector, si lo hubiere, esté atento a la gira y no dude en asistir a la primera oportunidad. Merece la pena. Pocas veces puedes asistir en el teatro a la exaltación unánime del público, a la certeza de que todos los que te rodean comparten un estremecimiento contagioso, una contención eléctrica y ensimismada, y una admiración sin fisuras hacia los cuerpos y las voces que se transforman en el escenario. Eso es lo que se vivió en aquella función. ¡Qué placer inmenso el de ver una sala repleta poniéndose en pie para aplaudir semejante experiencia! Porque una sala en pie no es solo un reconocimiento para los artífices de la obra concreta, sino que certifica, celebrándola, la capacidad transformadora del teatro, su potencia catártica, su verdad emocionada.

Recomendaciones al inicio de la temporada teatral

Recomendaciones al inicio de la temporada teatral

No me gusta recomendar a ciegas, como en muchas ocasiones se hace desde los medios basándose en el prestigio de los hacedores, ni pretendo publicar una agenda de los estrenos teatrales de la nueva temporada (ya hay muchos medios que ejercen esta función y a mí me aburre), me dispongo a recomendar algunas obras de temporadas pasadas que vuelven a los teatros madrileños. Porque los espectadores también tenemos derecho a segundas oportunidades, aquí van varias obras que no te puedes perder por segundo año consecutivo:

REIKIAVIK Y LA PIEDRA OSCURA

Dos de las obras más interesantes de la temporada pasada vuelven a los teatros madrileños. Juan Mayorga como autor y director de Reikiavik al CDN y La piedra oscura de Alberto Conejero dirigida por Pablo Messiez al Teatro Galileo. Ambas producciones coparon las nominaciones a los premios MAX, en los que la segunda concentró los galardones de Mejor espectáculo de teatro, Mejor autoria teatral, Mejor dirección de escena, Mejor diseño de espacio escénico y Mejor diseño de iluminación. Son textos que demuestran la magnífica salud de la dramaturgia española contemporánea y las entradas vuelan.

Reikiavik, autoría y dirección de Juan Mayorga. En la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán del 28 de septiembre al 30 de octubre de 2016.

La piedra oscura de Alberto Conejero. Dirección de Pablo Messiez. En el Teatro Galileo del 8 de septiembre al 6 de noviembre de 2016.

 

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TEATRO KAMIKAZE

Estamos de enhorabuena: abre un nuevo teatro en Madrid. En el edificio del antiguo teatro Pavón, tras el traslado de la Compañía Nacional de Teatro Clásico al Teatro de la Comedia en la calle del Príncipe, la compañía Teatro Kamikaze, entre los que destacan Miguel del Arco e Israel Elejalde, abren las puertas del teatro homónimo.

En su página web se lee que el proyecto pretende aportar a la escena madrileña “un teatro de calidad para todos los públicos. Un espacio para el entretenimiento, la reflexión, el diálogo y la transformación. Un nuevo recinto artístico que nace con la vocación de ofrecer una mirada contemporánea en la que cualquiera pueda verse reflejado.” Por el momento la programación apuesta por varias reposiciones que ya cosecharon las alabanzas entusiastas del público y la crítica en temporadas anteriores. Lo cual no es en absoluto censurable, pues bastante complicado resulta sacar adelante un nuevo teatro en los tiempos que corren, como para además arriesgarse en exceso con obras desconocidas o que puedan no funcionar. Sí esperamos, no obstante, que hagan honor a su lema y apuesten por una mirada contemporánea, es decir, que incluyan entre su oferta obras de dramaturgos y compañías incipientes y se conviertan en referencia en el apoyo a los nuevos creadores. Sería muy positivo que al menos se utilizara la sala pequeña (denominada “El gallinero”, que como muchos sabréis es el nombre que recibía desdeñosamente el lugar donde se colocaban las espectadoras en los corrales de comedias de los siglos de oro) para crear un espacio en condiciones razonables (algo mejores que en las precarias salas “off” de Madrid) con esta finalidad. Miedo me da en este sentido las coletillas “teatro para todos los públicos” y “de entretenimiento”, que se suele traducir por “lo que venda más y mejor”.

Pero confiemos en el buen hacer de las gentes del teatro. Por lo pronto un servidor les recomienda tres obras de la programación de primera mano:

 

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Juicio a una zorra (del 12 al 29 de enero de 2017). Texto y dirección de Miguel del Arco. Se trata de un monólogo interpretado con pasión por la extraordinaria Carmen Machi, lleva más de cinco años en escena y las entradas, cada vez que se sube a las tablas, se agotan en un santiamén. Helena de Troya trata de restaurar su dignidad perdida haciendo una contralectura de la historia que la relegó al lugar de la ignominia, a ser eternamente la que provocó, cuando se casó con Paris, la Guerra de Troya. El texto reivindica una mirada moderna y por tanto feminista sobre este personaje, que nos lleva de la risa al estremecimiento en una suerte de vaivén emocional al que recomiendo someterse.

 

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Hamlet (del 9 de febrero al 5 de marzo) de William Shakespeare. Dirección de Miguel del Arco. Fue quizás uno de los montajes más alabados de la temporada pasada. Israel Elejalde como protagonista recibió todos los vítores. Yo, sin embargo, no los encontré tan fascinante, ni al montaje por lo estridente y arbitrario de algunas de sus decisiones, ni al protagonista, que no logró conmoverme ni en los momentos más sublimes del texto. Sin embargo, creo que es digna de ver y, quizás con el rodaje haya limado asperezas.

 

Misántropo © Eduardo Moreno_2

 

El Misántropo (del 9 al 26 de marzo) de Molière. Dirección de Miguel del Arco. Aquí sí tengo que alabar el montaje. Nunca es fácil montar una obra clásica (que si hay elementos anacrónicos, que si el público no va a comprender la vigencia del texto, que si el verso es complicado…) y mucho menos una comedia, sin embargo en este caso la actualización del texto llevando la acción al callejón trasero de un bar de moda, y la traslación de los personajes aburguesados de Molière en exitosos burgueses modernos (periodistas, actores, etc.) son aciertos que merecen reconocimiento. Esa actualización hacia un texto más prosaico no consiguió sin embargo hacer lo propio con el protagonista, Alcestes, también interpretado por Elejalde, que hablando en alejandrinos convertía un personaje ya de por sí antipático pero tierno, en un antipático ridículo.

Y…. UNA RECOMENDACIÓN A CIEGAS:

 

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Incendios, de Wajdi Mouawad. Dirección de Mario Gas. En el Teatro de la Abadía del 14 de septiembre al 30 de octubre

No soy un hombre de palabra, lo sé, dije que no lo iba a hacer, pero no puedo resistirme a compartir mi expectación sobre el estreno, por primera vez traducida al castellano, de Incendios. Tuve la ocasión de verla en catalán hace un par de años en Barcelona y quedé absolutamente fascinado y estremecido por la historia de una familia devastada que trata de recomponerse tras haber sufrido el horror de la guerra del Líbano. Creo que es uno de los textos más sobresalientes que ha dado el teatro del s.XXI, un texto duro, durísimo, que plantea grandes preguntas que tal vez solo se puedan realizar a través del género trágico. Y el montaje del teatro de la Abadía no puede ser más apetecible, pues cuenta la dirección del siempre confiable Mario Gas y la actuación de la inigualable Nuria Espert interpretando varios papeles. Esperemos que no defraude.