El día 5 de julio acudimos al pequeño y acogedor teatro de la zona madrileña de Antón Martín, el teatro Karpas, para asistir a la representación de Bodas de sangre de Federico García Lorca. Se trata del primer drama que integra la llamada Trilogía trágica del autor granadino. Esta obra en concreto versa sobre la aleatoriedad del amor y el fatalismo que esto entraña. La novia y Leonardo se profesan un amor obsesivo, completamente irracional, sellado por el destino. No obstante, éste supone asimismo la desgracia, la terrible muerte que se cierne sobre varios de los personajes.
El teatro Karpas se caracteriza por llevar a escena obras de grandes dramaturgos como Tennessee Williams o Henrik Ibsen, respetando fielmente el texto además de la voluntad de los autores en cuanto a la representación de sus obras. De hecho, su lema reza lo siguiente: “por los valores tradicionales del teatro”. Esta ocasión no supuso la excepción. El director, Manuel Carcedo Sama, ha conseguido transmitir la fuerza del texto lorquiano a través de una muy buena puesta en escena de los diversos actores y mediante varios recursos sonoros y luminosos.
Un vistazo rápido al dramatis personae nos señala la simplificación ejecutada en algunas escenas con respecto a ciertos personajes. Por ejemplo, en el cuadro primero del tercer acto son tres los leñadores que hablan sobre el poder de la pasión y sin embargo, en la representación sólo encontramos dos. Al final del primer cuadro del primer acto es el personaje de la vecina el que sacia la curiosidad de la madre y le habla de la novia y Leonardo. No obstante, en la versión de Carcedo Sama nos encontramos ante el diálogo de la madre y unas voces carentes de corporeidad que bien podrían simbolizar la conciencia de la propia madre (siendo una especie de monólogo) o el cuchicheo de entre las gentes del pueblo sobre los protagonistas de este drama. En definitiva, todas estas modificaciones no restan calidad a la representación ni dañan el sentido inicial que buscaba Lorca, en absoluto.
Los efectos sonoros contribuyen a crear una atmósfera: la de la España rural de comienzos del XX. Las melodías intercaladas a lo largo de la actuación son de naturaleza aflamencada, lo cual por un lado se relaciona con el folclore andaluz del que bebió Lorca y por otro, con el mundo de las pasiones extremas y el destino trágico. En un momento dado se simula la presencia de Leonardo, cabalgando feroz por las tierras de la novia, con una grabación que registra el sonido de unos cascos golpeando fuertemente los campos. Considero adecuada la presencia de la música a lo largo de la obra puesto que, por una parte, para Lorca gozaba de gran importancia y por otra, es un recurso que si se usa adecuadamente, como ocurre en este caso, incrementa la tensión dramática además de dibujar mejor el contexto.
Maquillaje y vestuario resultan correctos, se ajustan a lo empleado en las primeras décadas del XX. Quizás sea el vestido que luce Alexia Lorrio en el cuadro tercero del primer acto el que resulte más chocante en un sentido negativo. No obstante, insistimos, por lo general resulta correcta la caracterización de los personajes. Especialmente notable es la de la actriz Belén Orihuela, quien encarna el papel de madre. Con ojeras bien acentuadas y la piel macilenta, el pelo recogido en un descuidado moño y el traje de riguroso luto se nos presenta este personaje atormentado por la trágica muerte de su marido y su hijo. La interpretación de Orihuela es soberbia. Cada palabra pronunciada despide una amargura y un rencor que sin duda atrapa, nos envuelve en su pena. No obstante, se muestra desafiante, Orihuela siempre se mantiene erguida en un gesto de orgullo por su sangre, por aquellos que no están.
Leonardo es interpretado por Jorge Peña Miranda. Resulta un tanto sobreactuado en ocasiones pero finalmente consigue convencernos de la pasión que irradia el personaje, de su fiereza y su masculinidad. Aparece vestido de jinete durante la boda. A lo largo de la obra vemos una simbiosis entre el hombre y el caballo, animal que simboliza, desde platón, la pasión desbocada, pero también la sexualidad y la virilidad. Ese carácter de caballo embravecido es lo que consigue transmitirnos Peña Miranda con su destacable actuación. Por otra parte, Alexia Lorrio es quien encarna el papel de la novia. Irascible, dolorida por sus amores imposibles con Leonardo, la novia es un personaje que lucha consigo misma en el eterno conflicto entre deber y el querer. Ejecuta una interpretación correcta pero quizás nos deje un tanto fríos al final de la representación.
Otra actriz que merece mención aparte es Nerea Rojo, la mujer de Leonardo. Su actuación resulta sin duda, maravillosa. Interpreta a la mujer pasiva que, a pesar del mal trato recibido por parte del marido, le profesa un amor muy intenso y lucha por mantenerse junto a él. Con un tono dulce pero apagado, Rojo consigue transmitirnos su pesar. Los momentos de silencio en el matrimonio resultan profundamente dolorosos, de gran tensión. David Bueno, el actor que interpreta al novio, al igual que sucedía con Alexia Lorrio, resulta correcto. Despide frescura y naturalidad y sin embargo, nos deja un tanto impasibles a lo largo de su actuación.
El resto de actores que componen el elenco son Alberto Romo, Charo Bergón, Ana Vélez, Chema Moro e Ignacio Ysasi. Con respecto a la segunda actriz citada, a pesar de su escasa participación en la obra (interpreta a la suegra y a la luna), su puesta en escena no nos resulta en absoluto indiferente. Derrocha fuerza y magnetismo, erigiéndose como una pieza destacable en el incremento de la intensidad dramática. Asimismo resulta entrañable Ana Vélez en el papel de la criada, mostrándonos la cara amable y humilde de esa España rural acosada por la desmesura pasional. La pequeña dimensión del teatro Karpas tiene una virtud para aquellos a quienes les fascine el mundo de la actuación y es la posibilidad de tener a los actores a escasos metros de distancia. Esto nos permite sumergirnos de lleno en la historia, sintiéndonos partícipes de ella, compartiendo los conflictos, las inquietudes que asaltan a cada uno de los personajes.
En conclusión, el teatro Karpas ha conseguido llevar a escena una representación más que correcta de Bodas de sangre de Federico García Lorca, haciendo justicia a la intensidad y a la belleza poética del texto. Tanto la música, como los actores o los juegos de luces favorecen la creación de una atmósfera dramática mágica pero por encima de todo, pasional pues al fin y al cabo, los seres humanos somos, antes que razón, sentimiento, pasión.