La nueva novela de Michel Houellebecq se trata en efecto de la sumisión, sí, de una que produce una gran carcajada. La carcajada que damos al vernos ante el espejo repitiendo las mismas muecas, al vernos inevitablemente efectuando una acción vergonzosa del pasado. Nos vemos de nuevo, siendo irremediablemente ese humano que se equivoca una y otra vez, entonces nos reímos a carcajadas. La nueva novela del escritor francés publicada en París el pasado siete de enero, no solamente trata con un humor muy negro la principal problemática europea del momento, el terror y el hecho de la islamización del continente, sino que plantea una idea propia del tiempo y de la historia que nos deja perplejos, como ante un thriller que nos revela nuestro futuro e irrefutable rostro, el más íntimo.

La novela retrata a Europa en un futuro próximo (el año 2022) que no es más que el reflejo de la Europa de un pasado no muy lejano. El personaje principal, un profesor un tanto deprimente, dedicado a la obra de un no menos triste autor canónico de la literatura francesa (Joris-Karl Huysmans), presencia el cambio definitivo de la sociedad en la que vive. El candidato oficial del partido islámico francés le gana a la candidata de la extrema derecha (Jean Marie Le Pen de Le Front National), cambiando así por completo el panorama de la sociedad. Este cambio de valores morales conlleva a uno burocrático que hace que el personaje pierda su empleo y emprenda así un muy novelesco viaje hacia sí mismo y, al mismo tiempo sin saberlo, hacia lo más profundo de su alter ego, el autor francés del fin de siècle. Los dos principios de siglo se entrecruzan en la novela, haciendo de la idea del fin de la cultura europea una idea a-histórica, un sentimiento perenne desde hace siglos, tal vez el fantasma principal de toda nuestra modernidad. Pero en la decadencia de la imagen de Europa, que comienza tal vez con la secularización del renacimiento y con la despedida de la edad media, asistimos al mismo tiempo al entierro de la religión que no es más que los preparativos para su inevitable regreso. Y es que en el centro de la novela está ese temible regreso ocasionado por una nostalgia de la religión. Según la novela de Houellebecq nuestra sociedad está virando de nuevo, de nuevo a una era religiosa, donde nos desprenderemos por fin del materialismo del liberalismo que nos ha llevado a este caos social. Pero para que esto ocurra tenemos que devenir en otras personas, en «la otredad», rechazar nuestra realidad y dar la bienvenida a otra, en este caso al islam.

Huysmans marca en la novela el hilo conductor de ese futuro y su vertimiento. Su vida, y sobre todo la del personaje principal de su mayor novela (À rebour) des Esseintes, es lo que nos deja anticipar el advenimiento de una nueva era religiosa. Huysmans escribe À rebours de la misma forma que Houellebecq escribe su novela, como un desdoblamiento de sí mismo. Los dos libros no son otra cosa que la expresión de odio a una sociedad que se pierde entre el crash de culturas que se vive en dos antesalas de la guerra. El contexto de Huysmans es muy parecido al nuestro: El crecimiento de las ciudades, el fin de la hegemonía religiosa, la muerte de Dios, la ciudad como la torre de babel, el inicio de la sociedad de consumo como regla general, etc. Des Esseintes se retira entonces de la sociedad para reencontrar en el pasado de la decadencia latina (la caída del imperio romano) esa otra época que se repite inevitablemente en la Francia del fin de siglo. El decadente busca en el pasado el éxtasis de una estética perdida que lo llevará inevitablemente a una conversión al catolicismo. Al referirse a la caída del imperio romano, va des Esseintes mucho más atrás que el inicio de la modernidad que es la cuna de su tragedia, huyendo así a una especie de alteridad en su propia cultura. Pero el que al final se convierte al catolicismo es el mismo autor, Huysmans, el cual logra reflexionar sobre su propia vida en el libro, y encuentra que no existe otra salida distinta al regreso a la religión. Houellebecq opera de una forma similar en su novela, no va hasta el siglo III para encontrar una solución, prefiere referirse sin embargo a la situación parecida en la época de Huysmans y marca así una línea entre el pasado, el presente y el futuro, cuya única constante es el hombre y sus pasiones.

La novela parece plantear la tesis, partiendo de una perspectiva a-histórica, de que las ideologías solamente son efectos superficiales, efectos en la superficie de un hombre que siempre ha sido lo mismo: deseo. Sea el islam o el cristianismo, sea Le Front National o la NSDAP, todo está destinado a repetirse en el marco general de las pasiones humanas. La novela refracta e invierte la política actual y muestra un ambiente en el que los valores que tomábamos como universales (la igualdad entre la mujer y el hombre, el libre desarrollo de la academia, la secularización del estado, el rechazo al antisemitismo, etc.) pueden muy fácilmente venirse abajo. Se presenta al hombre en este ambiente apocalíptico con una tranquilidad y una aceptabilidad que hace del cuadro completo un panorama grotesco y sarcástico. Sin embargo algo es claro, el ambiente propicio para la llegada de los despotismos al comienzo del siglo pasado, no es algo que hayamos dejado detrás de nosotros, es el reflejo de la realidad de nuestra sociedad que se sigue reengendrando constantemente. Seguimos habitados por los mismos fantasmas, seguimos siendo víctimas y, como el protagonista de la novela y su deseo insatisfecho de macho, cegados por el deseo y lo seguiremos estando, ya que nuestra historia no es más que la respuesta a ese único deseo.

La novela retrata, por otro lado, la irrisoria maquinaria de la academia de los estudios literarios. Se trata pues también de la academia, esa institución política que solamente produce monografías largas, inservibles y aparatosas sobre literatura ignorando tal vez el valor principal de esta misma: la literatura es comunión con el otro que soy yo mismo, es el contacto con esa otra consciencia que abre espacios en mi vida y no se deja reducir a referencias bibliográficas o a análisis etimológicos. La literatura adquiere, al igual que la religión en ese futuro próximo, de nuevo en la sociedad que ha perdido tal vez el gusto por la lectura, un nuevo protagonismo. La visión futura de Houellebecq no representa más que el regreso de anacronismos, la destrucción de nuestro ideal de progreso: la decadencia de ayer es la misma de hoy.

El hombre no tiene más remedio que someterse a esa naturaleza y a esa historia que lo ata a un futuro ya pre-escrito, ya señalado, nuestra propia naturaleza. La sumisión no se refiere pues, como han querido ver muchos, a aquella frente el islam; ese es su significado superficial, cuyo fondo irónicamente revelado va mucho más allá de eso. Soumission es una mezcla entre ensayo (su trama no es libre y está subordinada a un discurso que quiere sobresalir constantemente), una novela histórica y un tratado de teoría literaria, una sátira social y un documento histórico. Ignorando sus grandes y aburridores pasajes sobre la política interna francesa, la obra trata de ser espejo del hombre común y corriente. Todos estamos sometidos a ese ciclo demoníaco de la historia que parece no ofrecer otra salida más que la del regreso a la fe, y he allí donde el nihilismo y la religión se reconcilian, he allí donde Nietzsche deviene Cristo, donde la vida de Huysmans cobra colorido. ¿Estamos destinados, nosotros humanos desilusionados de este mundo, a repetir la vida de aquel decadente escritor? Hace mucho tiempo que ningún libro resumía de tan perfecta manera el Zeitgeist de nuestra época, remontándolo a otra anterior. Si pensábamos que íbamos en línea recta, en progreso, Houellebecq nos muestra lo ilusorio de ese sueño, mostrándonos nuestro caminar en círculos, y entonces claro, nos morimos de risa.

por Camilo Del Valle Lattanzio