Fotografía de Pablo de La Fuente
La imaginación del futuro, el nuevo proyecto de la compañía chilena La Re-sentida, ha estado los días 28, 29 y 30 de julio en el Teatre Lliure de Barcelona, en el marco del Festival Grec. La propuesta es arriesgadísima. Plantean tomar a Salvador Allende como punto de partida, dentro de un plató más o menos contemporáneo de televisión, dirigido por ministros llegados del futuro, en el que se trata de salvar el gobierno de Allende utilizando medios actuales de persuasión en la comunicación. Su aplicación roza el absurdo, al menos ese absurdo al que llegan los desesperados. En ese plató, por el que terminan desfilando versiones -lo menos- esperpénticas del último discurso de Allende a los chilenos (por ejemplo, a ritmo de reggaeton con un fondo ambientado en Heidi y maniquíes con forma de niño de El Corte Inglés -o algún otro centro comercial por el estilo-). En general, la primera parte de la obra, concentrada en mejorar el discurso del presidente, fue un too much. Los actores gritaban y actuaban de forma histérica y exageradísima. Llenaron el escenario de gritos y de explosiones emocionales. En la obra se mezclaron -aprovechando que el presidente tenía que echar la siesta- momentos de dura crítica social, que se hacían pasar por meros entremeses televisivos. Es el caso, por ejemplo, de la aparición de la ‘bala loca’. Las ‘balas locas’ son disparos que recibe gente – los Nadies de los que hablaba Galeano- (también niños) por un disparador desconocido. La Re-sentida representó este momento de una forma muy inmediata. Los propios actores explicaron que eran conscientes de la mala calidad artística de lo que estaban presentando, pero lo explicaron con el crudísimo «lo social supera a veces a lo artístico». De este modo, expusieron la historia de Roberto, que podría ser cualquiera. Primero, como un adolescente de quince años que no puede pagarse los estudios. Para paliarlo, pidieron dinero al público. Una de las actrices se desnudó delante de un hombre y propuso hacerle una felación, señalando que estaba segura de que por eso sí que pagaría. Fue un momento realmente incómodo. De hecho, algunas personas abandonaron la sala. Yo misma, la principio, me sentí molesta, veía aquello como algo bastante gratuito y, además, con un trasfondo de moral un tanto rancia. Pensaba en cómo se sentiría el hombre al que acusaban gratuitamente de pagar a cambio de sexo delante de una sala hasta la bandera. Pasados unos días, en frío, empiezo a entender un poco más ese momento. Creo que, siguiendo esa línea de exageración, de exuberancia de la que hacían gala desde el principio, ese exceso con el público, de molestarnos y de hacernos sentir mal, era parte de la propuesta de una forma muy consciente. Después de la petición de dinero -que fue más bien poco exitosa-, salió una suerte de hormiga atómica que era la famosa ‘bala loca’ y que terminaba matando a Roberto, tan inocente como todas las vidas truncadas del Chile contemporáneo. Con las apariciones de personajes y fábulas entre la preparación del discurso de Allende, que se intercalaban entre sus momentos de sueño hacen de la obra una suerte de reconstrucción del Cuento de navidad de Ch. Dickens, donde el pasado, el presente y el futuro se tocan peligrosamente.
La figura de Allende en esa obra representa todo de lo que la izquierda chilena no ha sabido apropiarse, todo lo que la dictadura destruyó que aún la transición hacia la democracia no supo recuperar. Este mensaje fue especialmente claro en las escenas finales, donde, quizá, el mensaje se podría reducir en una inversión del último discurso de Allende al decir que «La historia no es nuestra y no la hacen los pueblos», como un canto a la impotencia, a lo perdido y a la izquierda que no ha sabido estar a la altura de sus predecesores. Si algo hace esta obra, que a nivel teatral es un gran crescendo de interpretación y de densidad, es un gran interrogante, sobre la reconstrucción del pasado (si algo así es posible) y sobre la dependencia que el presente tiene en esa reconstrucción. Quizá la palabra no es reconstrucción, sino invocación. El propio director de la obra, Marco Layera, reconoce que una de sus pretensiones era pensar, desde su generación, que vio a Allende como un mártir, si su proyecto era viable o si Chile está(ba) preparado para llevarlo a cabo. La imaginación del futuro es, más bien, la imaginación del pasado y de un presente que sería distinto si ese pasado imaginado pudiese haber sido. Una imaginación que permite contar que Allende, o cualquier presidente latinoamericano, le diga Fuck you al presidente norteamericano o que se entremezclen abiertamente las drogas y la política. Pura irreverencia y desfachatez, como dicen algunas críticas. Irreverencia y desfachatez que son necesarias para liberar a la historia de su velo de pulcritud. La Re-Sentida a querido hacer suyo, desde sus posibilidades, el lema en el que Allende nos prometía la historia.
No puedo dejar de pensar en cómo habría sido esta obra contada desde el golpe de Estado franquista o tejeriano español. Esa es la historia que aún no hemos sabido hacer nuestra.