Javier Marías el 09/09/2015 ©Hartwig Klappert
El Internationales Literaturfestival goza ya de una longeva tradición (¡decimoquinto año!) en el panorama cultural del Berlín de septiembre, umbral entre el ajetreo veraniego y el recogimiento no menos ajetreado del duro invierno. Si algo distingue a este festival de literatura, es el hecho de que consigue, por un lado, reunir autores de primerísima línea de todo el mundo y, por otra, ofrecer veladas verdaderamente exquisitas para todo aquel que dé en aparecer por allí, haya o no leído a los autores que tienen a bien presentarse. Un festival de literatura que afortunadamente sabe huir de ese errado deber moral que por desgracia sobrevuela todo evento literario en los países de habla germana: la soporífera tradición de la Lesung, o la lectura en voz alta de extractos de algún libro de los autores invitados. En lugar de ello, los ponentes se involucran en debates y conversaciones en las que ineludiblemente sale a colación su producción literaria, pero sacando de ella más una invitación a la reflexión, a la carcajada o al sobrecogimiento, que páginas y páginas de narración descontextualizada.
Javier Marías, que este año fue dueño del escenario de los Berliner Festspiele en la inauguración del festival el miércoles 9 de septiembre, no entabló ninguna conversación ni quiso entrar en ningún debate. Cualquiera que haya leído su Corazón tan blanco o su Mañana en la batalla piensa en mí, sabe que habría sido ingenuo esperar algo así de él. Pero cualquiera que le oyera hablar el miércoles pasado puede corroborar que fue todo menos aburrido. Su charla fue introducida por una breve pero completa presentación de Michi Strausfeld, que nos recordó que Marías es un escritor aclamado internacionalmente, pero que recibe una indiferencia en España que es mutua. La habían precedido una actuación musical un tanto pintoresca de Edson Cordeiro y Rolf Hammer-Müller (¿ópera-flamenco?), y una presentación del festival de este año (con un repaso de las más eminentes personalidades invitadas) por parte del director del festival, que fue coronada con la intervención de un activista a favor de los refugiados. Cuando Marías tomó la palabra, el público entero estaba ya expectante.
No leyó un fragmento de su obra, pero si leyó: un texto que había preparado para la ocasión titulado «Comencemos por el principio». Se trataba de una reflexión general acerca de la ficcionalidad de la literatura, de por qué y qué sentido tiene sentarse a escribir realidades inexistentes, de por qué nos sentimos más apelados cuando leemos el anuncio de «basado en hechos reales» al comienzo de un libro o película. Él, por su parte, reconoció sentir un terrible aburrimiento ante estos avisos. «La realidad es una pésima novelista», sentenció varias veces, pues ésta nos muestra todos los detalles, hasta los más insustanciales, sin selección alguna y sin que estos hayan de tener sentido alguno en momentos ulteriores. Las pausas a veces no son lo suficientemente largas para crear tensión y a veces lo son tanto que uno pierde todo interés. Por ello, dice, una historia que sea realmente fiel a la realidad habría de ser por esencia poco interesante; es decir, una mala historia.
Entretanto, e introduciendo aquí y allá «divagaciones deliberadas» sobre su familia, nos daba pistas acerca de su propia forma de escribir, de cómo él crea sus ficciones. Él introduce elementos que inicialmente no tienen sentido y que lo adquieren solo a posteriori, en el transcurso ulterior de la narración. Como si la labor del artífice de relatos consistiera en cerrar, vincular y unir los cabos sueltos que la realidad deja tras de sí. El final de una narración, pues, redime retroactivamente la contingencia de las frases, escenas y elementos particulares, que se presentan ciegamente. Además, nos reconoció que él nunca tiene un plan maestro en sus obras (o acaso nos lo quiso vender): muchos de los azarosos elementos que él introduce en sus obras, dice, son tan nuevos para él como lo son para el lector que por primera vez los lee, pues si supiera qué sentido tiene cada cosa, sería aburridísimo escribir: «la primera persona para la que un escritor escribe es uno mismo».
Como ejemplo nos habló de su novela Negra espalda del tiempo, una novela de recuerdos personales, una novela sobre su familia. Pero una novela que, una vez leída, es imposible saber si es cierta o si es ficción. Hay en ella un episodio clave que se desata cuando un mendigo mulato echa una maldición a su bisabuelo, Enrique Manera Cao (que no era cubano sino «español en Cuba»), por no haberle dado limosna: «tú y tu primogénito moriréis antes de los 50 años, lejos de vuestra patria y no tendréis sepultura». Esta maldición no habría tenido mayor trascendencia y habría sido probablemente olvidada si no hubiera pasado lo que pasó después. En la novela, esta profecía llega incluso más allá de lo que la original abarcaba y quien la lea encontrará: «tú y tu primogénito y el primogénito de tu primogénito». Además de esta extensión de la maldición, nos reconoció que tuvo que añadir «cabos sueltos» a la historia para darle verosimilitud, pues de lo contrario la precisión habría producido sensación de artificiosidad. Porque efectivamente el bisabuelo de Marías murió lejos de su Cuba natal, antes de los cincuenta años y fue arrojado al mar. «Todos somos peores» solía decir aquel hombre. El abuelo de Marías, Enrique Manera Custardoy, murió por su parte a los 46 años en la Guerra de Marruecos. Aquella profecía quizás fuera un invento de su bisabuelo para tener un tema de conversación a la hora de comer, pero llegó a ser (mucho más tarde) el principio de un relato. Y el momento exacto en que llegó a serlo fue al cumplirse, al final, y no antes.
Si hubiera habido una ronda de preguntas le hubiera preguntado, dado que los avisos de «basado en hechos reales» tanto repudio le producen, por su opinión sobre esas películas en las que dichos anuncios son usados como un dispositivo estético, como en Fargo y, más allá, qué opina de las películas basadas en personajes que son absurdos precisamente porque se creen esos anuncios, como en Kumiko. Pero no hubo ronda de preguntas. No pudo haberla habido con Javier Marías. Se llevó su rosa y nos dejó a todos preguntándonos si acaso había llevado a cabo en su charla aquello mismo que describía.
Es comun confundir la inteligencia con la locuacidad, aun cuando hacer un buen juicio o ser capaz de razonar parezca menos valorado. Quien sea capaz de separar adecuadamemte ambos territorios sera siempre la persona inteligente