Les Deux Amis
Louis Garrel presenta su ópera prima, estrenada en Cannes y coescrita con Christophe Honoré, quien le ha dirigido como actor en cinco ocasiones.
Más que un trío amoroso, la cinta presenta tres personajes, esbozados con destreza, presos del capricho y entregados al deseo y sus estragos, sin pretender maquillarlos de la tradicional poesía francesa heredera de la Nouvelle Vague. Las actuaciones dan la talla en un guión que consigue que ninguno de los tres cojee.
El joven Garrel presenta en esta comedia con tintes de drama un sentido del humor elegante y sobrio a pesar del histrionismo teatral de los personajes (no en vano, se trata de una adaptación teatral de una obra de Alfred de Musset), intentando alejarse, confiesa el director en la ronda de preguntas posterior, de la solemnidad pedante propia de la nueva ola, consciente de lo que se esperaba de él por ser hijo de quien es y por algunos de sus papeles en esta clase de películas. No obstante, algunas situaciones que pretenden ser dramáticas acaban resultando cómicas por su exagerado patetismo.
El paso a la madurez que nunca llega no está exento de violencia, que Garrel nos propone como parte del amor en una perspectiva interesante del paradigma. El bello Garrel como personaje es una seriedad no dignificada esta vez, de la que se burla Vincent Macaigne con sus momentos de patetismo encantador y su inmadurez extrema. La tercera pata del trío, Golshifteh Farahani, aporta todo el drama a la historia y es el único elemento destacable de la película: consigue crear un personaje realmente atrayente, una femme fatale sin margen de maniobra, con mención especial a la escena de su baile liberador y sublime, guiño de Garrel a tantos cineastas amantes del baile, de Lanthimos a Godard.
Deux Amis no es una película extraordinaria, sino mediana, no obstante necesaria y recomendable, con algunas frases y momentos que hacen que su visionado merezca la pena.
The Childhood of a Leader
En cada edición, el SEFF nos regala dos o tres (como mucho) verdaderas obras maestras. Este año he tenido la suerte de toparme con una de ellas.
Estreno en por la puerta grande de Brady Corbet, que viene a desplegar ante mis ojos atónitos su talento descomunal tras la cámara. En un experimento hipotético similar al Enemy de Villeneuve que tantas posibilidades permite, el director y la coguionista, Mona Fastvold, inspirados en relatos de Sartre y Fowles, redactan la vida de un trasunto de Adolf Hitler con marca propia: un sol dorado y una infancia extremadamente sombría. Para lograr el ambicioso proyecto de realizar un drama de época enraizado en un retrato psicológico de represiones familiares extremas, Corbet ficha a los mejores artistas posibles: el genio Scott Walker hace la banda sonora (otra obra maestra en sí misma) inesperada, sutil, estridente, conemporánea, que aporta texturas y significados más allá de la imagen. El director de fotografía, Lol Crawley, trabaja la cámara con tal exquisitez que muchos planos parecen filmados por el mejor John Alcott en Barry Lyndon, sacando partido máximo de ese chiaroscuro perpetuo soñado por Rembrandt. Hay algo de Kubrick en la película: el trabajo con el extraordinario protagonista, el niño Tom Sweet, su expresión de terrible hastío y su ira reprimida, sus explosiones impagables. Hay mucho de Haneke con esa visión oscura de los desiertos ensombrecidos del alma humana, su fuera de campo, su violencia incómodamente latente, no mostrada, siempre reservada, que acentúan ese ambiente irrespirable. Coronada con un final que bien podría ser un mano a mano entre el dramatismo tremendo de Paul Thomas Anderson y una locura de Gaspar Noé. El director logra con inesperada maestría propia de un experimentado controlar el silencio, el gesto, y el tiempo, construir el espacio, el tono y el estilo tenebroso de una pesadilla de Poe, enmarcados en un paisaje rural enmarañado de ramas y hojas en los albores del pasado siglo, filmado casi a oscuras. Somos testigos de los conflictos de poder de una familia adinerada exiliada en una mansión decadente y ruinosa, esperando el momento de regresar a Alemania, pero este es solo el pretexto de lo que vendrá. La Cinta Blanca siendo alimentada por una potencia de resonancias Wagnerianas, un motor de inestabilidad que ruge en segundo plano, la misma represión dominadora que desencadena la locura en The Nightmare, el óleo romántico de J.H.Füssli. Cada segmento de significación suma a favor de un todo descomunal. No se la pierdan.
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