La presencia de Valery Gergiev en la temporada de Ibercamara es ya un lujo habitual: dieciocho visitas desde el año 1994, algunas tan extraordinarias como la de diciembre de 2011 con la orquesta del Teatro Mariinski, cuando interpretó en un solo concierto los tres ballets de Stravinski íntegros (el Pájaro de Fuego, Petrushka y la Consagración de la Primavera). De modo que cuando se anunció un Tristan e Isolda en versión concierto para la temporada pasada el público esperaba algo muy diferente de lo que obtuvo: una versión llena de errores, sin un buen discurso y con unos cantantes indignos de cualquier teatro serio que le valieron fuertes protestas y una deserción masiva en las pausas. Por ese motivo el concierto del pasado domingo tenia cierto aire de reconciliación con un público que le quiere y con una promotora que siempre ha apostado por él. El resultado no pudo ser mejor: Gergiev exhibió todo su talento al frente de la Filarmónica de Munich, de la que acaba de asumir la titularidad, y obtuvo un éxito rotundo.

IMG_3075

Valery Gergiev al frente de la Filarmónica de Munich. Foto: Ibercamera.

Sin duda, la formación alemana es una de las mejores del mundo, muy por encima de la del Mariinski, maltratada por las agotadoras giras a las que la someten. La cuerda, base de toda orquesta, raya la perfección, demostrando una gran capacidad expresiva y calidad de sonido, como en el delicado contrapunto melódico de la entrada de los violines en el preludio de Lohengrin o en la desgarradora intervención de los bajos en el final de la «Patética«. Algo que destaca respecto a otras orquestas de su nivel es su sección de metales: siempre equilibrados, con un sonido cálido nada estridente y maleable que empasta perfectamente con las demás secciones y sin abusar jamás del volumen. Pero lo más importante de todo es el gran entusiasmo de los músicos y su constante comunicación, patente en sus miradas, lo que resulta en una unanimidad de intención y gesto que les convierte en el instrumento ideal. Con una orquesta de este calibre un director puede olvidarse de cuestiones técnicas y concentrarse solo en ofrecer una versión personal de las obras, que es exactamente lo que hizo Gergiev.

IMG_3085

Gergiev haciendo saludar a los solistas al finalizar el concierto. Foto: Ibercamera.

Sólo el preludio de Lohengrin con el que inició el concierto ya valdría para calificar el concierto de memorable. El Poema del Éxtasis era la obra menos conocida del programa y la más complicada. Más que una sinfonía, la obra de Scriabin es  un poema sinfónico en forma sonata con introducción y coda. El éxtasis al que alude su título es el de la actividad creativa, plasmado primero por el propio compositor en un extenso poema con el mismo título al que se dedicó con gran energía y luego en la sinfonía. Ello no significa que detrás de la sinfonía haya un programa claro, al fin y al cabo, como decía Calvocoressi, Scriabin era “el campeón de la música absoluta”, y como tal debe entenderse esta obra. Su riqueza tímbrica es un regalo para cualquier orquesta, sin embargo Gergiev no se limitó a explotar la epidermis de la partitura sino que se sumergió en sus profundidades y, con una sensación de fluidez y lógica musical total, construyó un inmenso crescendo hasta el clímax final que logró transmitir ese éxtasis creativo que tanto fascinó a Scriabin (“Soy el instante iluminando la eternidad… soy afirmación…soy éxtasis”).

El público respondió entusiasmado, como si el concierto ya hubiera acabado. Pero nos esperaba la segunda parte con la sexta sinfonía de Chaikovski, y nadie es capaz de ofrecer hoy en día interpretaciones más personales y originales del compositor ruso como Gergiev. La “Patética” que nos ofreció fue, sin lugar a dudas, referencial. En todas las obras era evidente una profunda comprensión de la partitura por parte de Gergiev, pero de algún modo su conexión con la música de Chaikovski siempre va más allá. Cuanto más impone su personalidad, más auténtica suena la obra. Un ejemplo es la genial elasticidad con la que trató el segundo tema del primer movimiento, o el dramatismo tangible en el cuarto. Nada sonaba forzado o afectado, y sin embargo su versión no podía ser más apasionada (eso significa precisamente el título “pateticheskaya” en ruso). Cada tema que aparece tenia una identidad propia, que fluye y se expresa por sí misma de forma independiente y al mismo tiempo en armonía con el resto.

El final de la “Patética” es genial por el inesperado modo en que la música se desvanece dolorosa y lentamente. Igual de genial fue el modo en que nos lo sirvieron Gergiev y la Filarmónica de Munich. No hubo bis – no podía haberlo. Necesitábamos tiempo y silencio para asimilar lo escuchado y guardarlo bien en nuestra memoria.


L’Auditori, Barcelona, 17 de enero de 2015

Orquesta Filarmónica de Múnic
Valery Gergiev, director

Programa:
Richard Wagner: preludio del primer acto de Lohengrin. Alexander Scriabin: Sinfonía nº4, op.54, «Poema del éxtasis». Piotr Ilich Chaikovski: Sinfonía nº6, op.74, «Patética».