Llenar el imponente Friedrichstadt Palace de Berlín no es sencillo y menos con un film sin un reparto de renombre y encontrandose ya en su tercer pase del festival. Había, sin embargo, una cierta polvareda levantada de expectativas, en parte por el oso de plata que su director Denis Côté obtuvo en la Berlinale 2013 con Vic+Flo Saw a Bear.
Boris (James Hyndman), un espigado y atractivo adinerado, convive en una mansión idílica junto a su mujer mentalmente ausente a causa de una extraña telaraña de depresión y otras patologías que nadie parece poder certificar, permaneciendo siempre en su propia habitación.
Cuenta con una atención 24 horas de una bella joven muy implicada en su labor, así como de una doctora de altísimo prestigio. No es cualquier paciente, sino una ministra del gobierno canadiense y no son pocos los intereses depositados en su recuperación.
La personalidad egoísta, altiva y arrogante de Boris se pone pronto de manifiesto y se nos va mostrando con cuidada realización los obstáculos que el protagonista cree ver y que no son más que intentos de los demás por ayudarlo a él mismo y como consecuencia a su mujer. Su talante mujeriego contrasta con sus sueños, flashbacks donde su esposa estaba sana y eran plenamente felices. Sin demasiada expresividad, su lenguaje gestual y las cosas que no dice más que las que sí, nos cogen poco a poco de la mano y nos acompañan a lo largo de una película hecha con mimo y mucha dedicación.
Algunas secuencias de gran mérito y belleza visual van dando paso a otras más rudas a medida que crece una tensión equilibrada con toques de humor humildes pero muy imaginativos, que el público de la sala agradecía sinceramente con sus risas. Un aire enigmático y envolvente nos llega a hacer dudar de si todo lo que vemos es real, mientras la música se convierte en un amante ideal en el transcurrir de la cinta; si bien no es protagonista, marca a ráfagas y desde su segundo plano el tempo y ritmo de los acontecimientos.
El castillo de Boris parece desmoronarse con la mitad de la historia ya sobrepasada y la tensión e interés por saber que nos depara el siguiente plano están meticulosamente conseguidos. Muy de destacar es el indescifrable papel de un gran y poco reconocido actor como Denis Lavant (Holy Motors, Mister Lonely), vital para hacer pensar al espectador y convertir un drama en un film especial y con gran trasfondo sentimental.
Un camino en definitiva acerca de la personalidad y aprendizaje del ser humano donde cada pieza se junta metódica y armoniosamente para no solo ser disfrutado sino recapacitado. Boris sans Béatrice consiguió con su honestidad para con ella misma y con la historia que se narra que sus misteriosas expectativas fueran más que justificadas y su visionado más que recomendable.