Como buen filólogo y admirador de Cervantes que soy me acerqué ayer, a pocos días del IV centenario de la muerte del autor (de este en concreto no del autor así en general, como le gustaba a Barthes), al Teatro Español donde se representa la obra “Quijote. Femenino. Plural.”, que se podrá ver en la sala Margarita Xirgu hasta el día 1 de mayo. La propuesta sobre un texto de Ainhoa Amestoy con dirección de Pedro Víllora, presenta a las “juglaresas de Lavapiés del siglo XXI” interpretadas por la propia Ainhoa Amestoy y por Lídia Navarro que nos mostrarán un recorrido alternativo por la obra cumbre de la literatura española: un recorrido por los personajes femeninos de la obra.
La protagonista de este relato es la hija de Sancho Panza, Sanchica, Sancha o Mari Sancha, quien, hostigada por su madre, seguirá a los dos aventureros para controlar que el bueno de Sancho sea fiel a su esposa. Sanchica hablará durante su peregrinaje con muchas de las mujeres que aparecen en la obra que, además de contarle sus historias, la ayudarán a resolver sus propios conflictos. Porque Sanchica está enamorada de un “mozo rollizo y sano” de su aldea, Lope Tocho, pero a la vez se obsesiona con la posibilidad de que las aventuras de su padre lo conviertan en el gobernador de la ínsula de Barataria y a ella, en consecuencia, en princesa de la misma. Si esto ocurriera, Sanchica debería aspirar a un candidato de mayor alcurnia que el mozo que la pretende. La mirada inocente e idealista de Sanchica nos conduce por entre las aventuras quijotescas para descubrir o recordar el placer de la gran literatura.
Cada siglo, cada corriente crítica, cada desocupado lector ha tenido a bien hacer su propia interpretación de la llamada “primera novela moderna”, del libro por antonomasia de la hispanidad y, claro, cada uno barre para su propia casa. Probablemente sea esta una de las grandes virtudes de El Quijote, que a todos contenta. El teórico de la literatura hablará de la parodia de los géneros literarios precedentes (novela de caballerías, pastoril, morisca…), la lectura política convertirá la novela en un alegato cuasi libertario, el romántico se deleitará con la locura discreta e idealista del viejo hidalgo y la lectura feminista se encontrará con un sinfín de mujeres para defender ya sea el machismo de la obra o la moderna aproximación a la mujer liberada que propone el manco de Lepanto. A todos contenta.
Es cierto que la figura de Don Quijote es más conocida que la novela en sí y que el imaginario colectivo ha reducido la obra a unos pocos personajes y a unas pocas anécdotas. No hay que dramatizar tampoco. Pero lo cierto es que hay casi tantas mujeres en la obra como historias intercaladas. Todos pensamos en Dulcinea, aunque no aparece más que mencionada en el libro (Alonso Quijano se “enamora de oídas”, recordemos), pero nos olvidamos de la pastora Marcela, esa a la que quieren linchar unos pastores acusándola de haber llevado a Grisóstomo al suicidio tras rechazar sus propuestas amorosas. La defensa de la libertad de la mujer para elegir marido que hace convence al hidalgo con estas palabras:
“Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad.”
Puede, en cambio, que recordemos a Maritornes, la hija del ventero, por la grotesca descripción que de ella hace Cervantes: “moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera.”. El encuentro de Sanchica con la pobre Maritornes sirve a las juglaresas para hacer reír al público actual tanto como los lectores del s.XVII lo hacían con la novela (y si no que se lo digan al grupo de adolescentes carcajeantes que asistieron a la representación). Sirvan estos dos ejemplos como aperitivo de las muchas historias que encontrará quien se acerque al teatro en estos días aunque solo sea (y no es poco) para pasar un buen rato.