“Es un retrato de dos personas, una película sobre la amistad” afirmó el propio Lehman momentos antes de la proyección de Before de beginning, una cinta preciosa y arriesgada que inicia el foco que dedica la presente edición de Filmadrid al cineasta belga, tras 20 años sin que ninguna de sus obras se proyectase en nuestro país.
Pero en esta ocasión se trata de un obra “a cuatro manos”, como se traduce visualmente en varios momentos del metraje, que aborda la dificultad extrema de aunar dos miradas tan diferentes, tan especiales, como las del propio Lehman y su amigo, Stephen Dwoskin, figura brillante del cine experimental británico. La polio que sufrió durante su infancia marcaría toda su vida y por ende su obra, su cuerpo y su relación con el sexo, el erotismo y la mujer.
Antes del fallecimiento de Dwoskin, en 2012, filmaron Before the begining. Lehman asegura que siempre quisieron hacer una película juntos y lo hicieron demasiado tarde, lo que estamos a punto de ver no es la película que ellos querrían haber hecho, pero es la que salió (de ahí su título). Al ser un diario íntimo, no hay guión, el proceso creativo se construye filmando y se completa en el montaje. Cada personaje se interpreta a sí mismo, y no hay más misterio que el genio y la experiencia de una vida, la sinceridad, el juego y la amistad presente entre ambos, siempre palpable.
La primera secuencia reúne diferentes encuadres de los rostros de ambos, juntos, en una declaración de intenciones silente: estamos ante una película de cuerpos en contraste, deseantes y amantes. El de Lehman es amor por sí mismo, autoaceptación de madurez vital, autoparodia también. El cuerpo limitado de Dwoskin desea, por ello filma pies, piernas, el caminar, asistimos a la trastienda de sus días. Lehman juega con sus aparatos, sillas de ruedas, máquina de respiración…buscando el lugar del otro, jugando a sentir el mundo como Dwoskin. Ojea sus libros mientras este le busca por la casa, alcanzando cierto punto de comedia a veces, como un juego de escondite.
Otras, de tragedia, pero tragedia real, calmada, como las de la vida misma. La película fracasa en su propósito de unificar las dos miradas, siendo un retrato-atisbo que cada uno hace del otro, más que una sola voz (son dos voces que no luchan, atención, se quieren). No obstante, me parece interesante este viraje en el propósito, y a la luz del resultado merece la pena repasar con gusto los 70 minutos que dura, cargados de imágenes y soluciones de montaje complejas, preciosas, ingeniosas y divertidas ¿Puede el cine fusionar dos en uno? ¿cómo mirar al otro?
Y sobre todo, ¿con qué actitud se deja uno grabar en su propia película? ¿cómo ser uno mismo? Solo Lehman tiene la respuesta, después de toda una vida explorando la cuestión, haciendo y distribuyendo sus propias películas y siendo un cineasta completamente outisder e imprescindible. «Qué difícil, qué difícil es hacer esta película» repite Dwoskin. Pero esa lucha por la expresión queda patente y sus frutos son muy bellos. Así que por favor: sigamos haciendo cine de amigos, cine común, imagen compartida.