La catedral de San María y San Julián de Cuenca, en una demostración ejemplar de lo que puede dar de sí este tipo de templo sagrado si desvisten sus paredes del aura de lo intocable, abrió sus puertas el pasado 27 de julio a una exposición que hace dialogar a los informalistas, Ai Wei Wei y a Cervantes, malabarismo ideado por Florencio Galindo y Carlos Aganzo. El discurso que hace de hilo conductor -y que da título a la exposición- es La poética de la libertad. Se trata, en realidad, de tres exposiciones en una, en la que se intenta mostrar desde tres lugares distintos el discurso de la libertad en las artes. Aunque la idea podría ser marciana pero con mucho jugo para extraer, nos encontramos, al final, con tres propuestas que no hablan demasiado entre sí, y con un texto que fuerza sin éxito que se hilvanen. La exposición se abre con unas ilustraciones -sin autor especificado- de El quijote y su compañero Sancho y una frase de Cervantes sobre el asunto de la libertad claramente traído a colación exclusivamente por el aniversario y el consecuente más que probable aporte económico de los patrocinadores. Cervantes y sus personajes desaparecen rápidamente para dejar paso a El laberinto del dictador, de Florencio Galindo, una de las obras que mejor dialogan con el espacio donde está situada. Su instalación de alambres con lazos azules está situada frente a un arco del que un panel nos informa que fue construido por un arquitecto renacentista rechazado por diferentes estratos sociales por su forma de vivir libre y crítica. A continuación, una gran caja en el claustro de la iglesia, con unas letras que anuncian el reclamo de la exposición «AIWW» nos invitan a adentrarnos en el infierno del arresto de Ai Wei Wei, explicado mediante vídeo de Youtube (!). La obra S.A.C.R.E.D. (2011-2013) -en español: Cena, Acusadores, Limpieza, Ritual, Entropía y Duda) hace que el visitante se vuelva un voyeur de los 81 días de encarcelamiento que sufrió el artista, vigilado las 24 horas -hasta en sus actividades más íntimas- por dos policías. El visitante mira a través de unos espacios de cristal en las cajas de metal opaco, que son a la vez la guarida y la cárcel del reo. De este modo, Ai Wei Wei nos hace cómplices de los policías, de los que observan, y no de él, de la víctima. El morbo de mirar el dolor ajeno, de verle sentado en el retrete o durmiendo boca arriba desparramado en la cama, nos convierte también en violadores -una vez más- de su privacidad, en observadores silenciosos de su humillación. Una idea perturbadora terriblemente eficiente en esta obra que me ha reconciliado con el polémico artista chino.
La exposición nos deja en el pseudo crucero de la catedral, donde se avista la siguiente sala de la exposición, donde piezas (sin cartela, sin información) de Martín Chirino, Francisco Farreras, Luis Feito y Rafael Canogar, y fotografía de Juan Barte cierran el recorrido. El discurso de la libertad esta vez se centra en el franquismo, donde no se rompió el cautiverio físico sino el mental (según el texto de los comisarios): Estos artistas
«juntos nos recuerdan, cincuenta años después […], cómo tuvieron que luchar contra un régimen que enseguida identificó aquel lenguaje rompedor y subversivo con la materialización plástica de la palabra más temida: la palabra libertad»
Es un sí pero no. ¿Qué pinta el desvanecido Cervantes, cuyo concepto de libertad es complejísimo, con la excelente pieza de Ai Wei Wei, con cinco piezas que ni merecen ser nombradas, a juicio del criterio de los comisarios, de algunos informalistas? Son tres poéticas de la libertad que se desgajan, que quedan como tres islas separadas, donde el hilo conductor, al final, no es ninguno. Sólo los más benevolentes verán, forzando mucho la cosa, cómo en Cervantes hay una libertad épica, en S.A.C.R.E.D una física y en los informalistas una mental. Pero, ¿no podría también leerse, con más profundidad, desde por ejemplo la libertad como ausencia? Don Quijote como el libertador derrotado por lo real, la pieza del artista chino como aquello que sólo podía tener en lo no presente, en lo incontrolado por sus vigilantes y los informalistas en la creación de pintura no figurativa gracias a la beligerancia de un régimen que, como su modelo alemán, podría haberles exiliado, quemado y tachado de degenerados. La potencia del concepto de libertad se ha desvanecido. La verdadera fuerza de la exposición, por lo que yo recomendaría ir sin dudarlo (pese a su precio desorbitado), es por el excelente diálogo que se abre entre el arte contemporáneo y la mezcla de estilos que conforma la catedral conquense, un ejemplo que debería servir de modelo para reformular el patrimonio eclesiástico.
[Off the record: obviaré la crítica de un andamio colocado a colación de la exposición que permite ver gran parte de la catedral desde arriba y que, en lugar de simplemente justificarse por la posibilidad hasta entonces imposible de la visión del templo, añadía un texto sobre la libertad de los cielos, los ángeles y las nubes. Totalmente prescindible].