Tras un año incierto leyendo los trabajos que le valieron a Enrique Vila-Matas el nombre de Enrique Vila-Matas, primero en Francia y México, después en España, y quizá ya en toda Europa, esperé agitado a que llegara a la librería lo que en las redes sociales se anunciaba como Marienbad eléctrico. Pero no prolongaré más esta intriga de contar lo que uno esperaba, creía, buscaba, anhelaba, etcétera. Quien lee gustoso los cuentos, artículos y novelas de Vila-Matas y disfruta de esa manera tan francesa de desaparecer tras lo que se escribe, de dar siempre un nombre y una imagen falsa, de ser un copista o un escribiente, un coleccionista que guarda curioso los restos y desperdicios literarios y desconfía de la gran obra y de la originalidad; en fin, quien ha apreciado este ingenioso y paradójico edificio vilamatiano, vindicador de Blanchot, Duchamp y la vanguardia literaria, comprenderá la decepción evidente al leer el relato de las conversaciones, encuentros y correspondencias con la artista Dominique Gonzalez-Foerster que recibe el nombre de Marienbad eléctrico.
Donde antes había humor e ingenio, hay aquí la vaguedad vaporosa de una suerte de enamoramiento que adormece el texto y lo torna insulso. Donde antes había una reflexión literaria lúcida que se esforzaba por repensar ciertos mimbres de la tradición artística europea, hay aquí una farragosa repetición de lo que en libros anteriores se dijo mejor y con más tino: la reiteración llega a las autocitas y alusiones de libros anteriores del autor, que suponen tristemente la mejor parte de este. Anécdotas redundantes, invocaciones a lo que otros críticos han llamado “los sospechosos de siempre” (por enésima vez, Rimbaud, Beckett, Perec, Godard, Duras, Gombrowicz, Walser, Duchamp, etc.), ahora ya como estereotipos o tics mecánicos y sin lustre: desfile de lo que la fama ha convertido en un starsystem de escritor barcelonés. Un ejercicio de copia que amarga al anunciar que la repetición, a pesar de lo que creíamos haber asumido, no era más que el retorno, fastidioso y cansado, de lo mismo.
Poco hay de novedoso o sugerente en el libro. De entre los pretendidamente misteriosos y enigmáticos encuentros e intercambios entre Vila-Matas y Gonzalez-Foerster, escritos con una bruma y una ambigüedad de perfume exacerbado que invita al bostezo y a la repesca de gestos fetiches antes que a la atención, destacan las similitudes entre dos artistas que buscan alcanzar una zona de indefinición que permita reformular las viejas concepciones del arte y poner en cuestión los modos habituales de ver y de comprender la cotidianidad: un escritor que se acerca al arte –ya por segunda vez- para practicar la instalación en un espacio literario.
Poco más hay que añadir. Esta página habría querido ser otra, pero es un lamento. Contaban, en los viajes exóticos por el lejano Pacífico, que a algunos escritores los podía engullir el encargo y la vana gloria. Seguimos esperando a un Vila-Matas otro. Que vuelva, pero diferente.
Vila Matas, Enrique: Marienbad eléctrico. Barcelona: Seix Barral, 2016, 119 pp. ISBN 978-84-322-2578-9