[Imagen sacada de: http://www.schaubuehne.de/en/productions/hamlet.html]

O, reform it altogether. And let those that play your clowns speak no more than is set down for them; for there be of them that will themselves laugh to set on some quantity of barren spectators to laugh too, though in the mean time some necessary question of the play be them to be considered.

Hamlet, William Shakespeare

 

Han pasado ocho años desde el estreno de Hamlet de Thomas Ostermeier en la Schaubühne de Berlín y los boletos siguen agotados, conseguir un puesto pareciera ser todavía una cuestión de suerte. La semana pasada tuve sin embargo el privilegio de poder ver, después de haber esperado mucho tiempo con el boleto en casa, la tan aclamada versión de la obra de Shakespeare. El resultado fue, sin embargo, una decepción absoluta. No sorprende, por otro lado, que la obra haya tenido tanto éxito hasta ahora: la ya muy común conversión de lo trágico en lo cómico, la transformación del héroe en un bufón ridículo, las citas de canciones pop innecesarias, hacen que la obra pierda todo su contenido y que en la superficialidad encuentre una lightness comercial que parece ser pólvora en el mercado. La obra de Ostermeier (y muchas otras adaptaciones modernas de Hamlet) parecen verse confrontada ante el reto insuperable de llevar a las tablas una tragedia y deciden optar por el camino fácil: la comedia trae más público y es mucho más fácil de escenificar, pero no una comedia de verdad sino una que se limita a confrontar lo antiguo y serio con lo nuevo y popular, haciendo de la obra una mera experiencia de reconocimiento de motivos, canciones y estructuras. Confrontados con el problema de hacer lo trágico entretenido, las nuevas versiones de Hamlet parecen ver en los chistes ridículos un paliativo para el tedio del espectador acostumbrado a Hollywood. Sin embargo, cabe recordar que se trata de una tragedia y su característica trágica está esencialmente unida a su contenido.

Como es recurrente en el teatro alemán contemporáneo, los actores de esta obra también se embadurnan, en este caso de tierra, se revuelcan en una matera gigante que sirve como escenografía. Tal vez la escenografía sea lo más rescatable de la adaptación en la Schaubühne: la importante relación con la tierra y el protagonismo del motivo del entierro, hacen que la imagen escenográfica adquiera un trasfondo semántico complejo e interesante. Por otro lado, los actores tocan la frontera de lo histérico y sus sobreactuaciones son innecesarias: la voz que introduce al público, mientras se proyecta la cara del aclamado actor Lars Eidinger en el fondo, dice los ya en el mercado muy trillados y mal entendidos versos, “ser o no ser/ esa es la cuestión”. Desde un comienzo están claras las intenciones comerciales de Ostermeier: hacer uso de la popularización superficial de la figura de Hamlet como garantía para el éxito taquillero que alcanzó. Estos versos se repiten varias veces arbitrariamente, sin sentido, haciendo que el espectador filisteo, aquel que va al teatro para sentirse ‘culto’, reconozca por un instante algo, algo que no leyó ni vio anteriormente sobre las tablas, sino en un anuncio comercial o en cualquier café con sus semejantes.

Lars Eidinger parece estar caminando sobre las nubes de una fama que lo ha encandelillado brutalmente: su actuación no tiene nada de admirable, por más de que muchas veces la risa es inevitable por las estupideces que hace, su sobreactuación es grotesca e inaguantable y, lo peor de todo, inconsecuente con el personaje de Hamlet. Existe un claro contraste entre Hamlet y la pareja de su madre y su tío: está claro que Hamlet juega el papel de loco, pero no de uno ridículo, inválido, sino de un loco lúcido, el más lúcido de todos, el que ve la porquería en el centro del estado. El loco, aquel que ve a los fantasmas, es pues el poeta y el filósofo, el pensador y el vidente, el amante y el amigo, tal vez una de las figuras más serias que existen en toda la literatura universal. Si bien parece un loco, el énfasis está en el parece, es decir, así lo ven los otros, los no-videntes, los imbéciles. Lastimosamente la actuación de Eidinger destroza toda la intensidad de la figura hamletiana y hace del héroe un bufón de tres pesos. La sobreactuación pareciera ser en un comienzo irónica, pero nunca se invierte, se mantiene ridícula y su tono chillón hace de la obra, una inaguantable.

La última escena de Hamlet, tal vez el reto más grande para una interpretación de esta obra maestra, justo aquella en la que los personajes se hunden en una orgía mortífera, es representada por el grupo de Ostermeier de la peor forma imaginable. La obra termina en la ridiculez absoluta, la tragedia de esta escena no se ve por ningún lado y hace que toda la obra se hunda en lo vacío. La historia de venganza de Hamlet, el laberinto ético de este personaje, parecen no jugar ni siquiera un papel mínimo en la obra, haciendo de ella un mero repertorio de chistes de mal gusto, de efectos baratos, de revolcones en la tierra. Ostermeier logra la banalización de Hamlet de forma extraordinaria, garantizando así ocho años de prosperidad taquillera, ocho años de éxito apoyados en un vacío sintético. Para aquellos que buscan encontrar ese lago profundo, infinito, caudaloso y abismal que es la obra de Shakespeare, van a sentirse insultados y estafados frente a una obra de la cual difícilmente se puede rescatar algo.