Si en el artículo sobre el debut de Mauro Peter comentábamos que la Schubertiada de Vilabertrán se caracteriza por su buen ojo con los jóvenes talentos, otra característica no menos importante es la fidelidad de estos talentos. Hace ya casi veinticinco años del debut de Matthias Goerne en la localidad ampurdanesa y la indefectible visita anual del barítono alemán se ha convertido en el principal reclamo de la Schubertiada. Y no es para menos, ya que Goerne es uno de los cantantes de lied más apreciados internacionalmente.

La mayor baza de Goerne -como debería ser el caso de cualquier buen cantante de lied– es su enorme expresividad. También es una de las virtudes del joven Mauro Peter, pero si en aquel la expresividad se manifestaba como un fraseo natural y casi espontáneo, en su caso es todo lo opuesto -sin que ello implique artificialidad. Goerne es un poeta, mima las palabras y prepara cuidadosamente cada sonido y cada silencio. Empieza las frases mucho antes de la primera nota, integrando en ellas la respiración y el suave balanceo del cuerpo, lo que provoca que la melodía surja del silencio de forma natural, como si siempre hubiera estado allí y simplemente hubiera que encontrarla. Su interpretación es meditativa y pausada -que no lenta-, confiriendo un aura de trascendencia a todo lo que canta. Algo muy adecuado para los dos recitales que ofreció junto al pianista Alexander Schmalcz en esta edición de la Schubertiada.

Para el primero de los recitales, realizado el sábado 27 de agosto, la propuesta era cuanto menos curiosa: lieder de compositores tan dispares como Berg, Schumann, Wolf, Shostakóvich y Brahms, todos ellos interpretados sin ningún tipo de pausa. Las últimas notas de cada lied se fundían con las primeras del siguiente, sin dejar ni un instante de reposo para los espectadores. Un verdadero reto interpretativo para los músicos, que debían alternar estilos diversos sin tiempo para prepararse, y un despropósito para el público. Sobre el papel la propuesta podía parecer muy original e interesante, puesto que los textos compartían temas comunes, como el sueño, la muerte o lo efímero. Algunas transiciones eran muy sugestivas como, por ejemplo, de la frase final de Warm die Lüfte de Berg (Una muere mientras la otra vive: / eso hace al mundo tan profundamente bello) al inicio de un nuevo amor del principio de los Dichterliebe de Schumann. Pero en la práctica la concentración necesaria para absorber y procesar tal información sin un segundo de pausa es demasiado, incluso para el ejemplar público de Vilabertrán. Es una lástima que los textos del programa de mano, siempre de altísima calidad cuando se trata de obras alemanas, no hayan estado a la altura en el caso de los lieder de Shostakóvich. La transliteración del cirílico contenía errores tipográficos y mezclaba diversos sistemas (incluyendo la transliteración científica, que utiliza elementos del alfabeto checo poco familiares para el público general), dificultando el seguimiento del texto. En un recital de lied es importante poder seguir cada palabra, por lo que es preferible contar con una traducción directa y literal. En este caso el texto ruso era ya una traducción del italiano, mientras que la traducción de Manuel Capdevila era indirecta a través de la versión inglesa (un tanto libre) que John Addington Symonds hizo del italiano. Tres traducciones mediaban entre el texto ruso y el catalán, por lo que muchos eran los puntos en que no coincidían. Además, la traducción de Capdevila contenía errores claros, algunos evidentes sin necesidad de comparar con las fuentes. ¿No era posible conseguir una traducción directa del ruso (o por lo menos del italiano) y mantener así la calidad del resto de textos?

El segundo concierto, que tuvo lugar el lunes 29 de agosto, recuperó el formato tradicional, con media parte incluida, pero también fue singular por estar íntegramente dedicado a la figura de Beethoven. Como nos recuerda Jordi Roch, director de la Schubertiada, Schubert se preguntaba qué más se podía hacer después del genio de Bonn. Los lieder que pudimos escuchar en el recital, mucho menos programados que las obras sinfónicas e instrumentales de Beethoven, nos permitieron comprender la preocupación de Schubert.

La pareja artística Goerne/Schmalcz sobresalió en los dos conciertos ofrecidos. A pesar de la inevitable reverberación de la iglesia, Schmalcz logró un sonido nítido que se correspondía con la dicción precisa de Goerne. Admirable fue su actuación en el primer concierto, fundiendo a la perfección todos lieder del primer programa. Goerne abusó ocasionalmente del volumen en el primer recital. Sus fortísimos eran exagerados, tanto por el tamaño de la iglesia como por el carácter íntimo del lied. Al margen de esto, su interpretación fue excepcional, especialmente en los Dichterliebe de Schumann, donde mostró sutilezas sublimes, y en el ciclo An die ferne Geliebte de Beethoven. Los tres lieder seleccionados de la Suite sobre poemas de Miguel Ángel de Shostakóvich fueron las únicas incursiones fuera de la lengua alemana (lo que se notó en una dicción menos precisa) y nos permitieron apreciar un rotundo registro grave.

Si la tradición se mantiene, el próximo verano Matthias Goerne y Alexander Schmalcz volverán a Vilabertrán. Les recomendamos que no se lo pierdan. Las palabras no hacen justicia a la experiencia.


Ficha

Matthias Goerne, barítono
Alexander Schmalcz, piano

Iglesia de Santa María de Vilabertrán

27 de agosto
Vier Gesänge, op. 2, de Alban Berg
Dichterliebe, op. 48, de Robert Schumann
Drei Gedichte von Michelangelo, de Hugo Wolf
Suite a partir de poemas de Michelangelo, op. 145 (selección), de Dmitri Shostakovich
Vier ernste Gesänge, op. 121, de Johannes Brahms
29 de agosto
Lieder de Ludwig van Beethoven:
Resignation, WoO. 149
An die Hoffnung, op. 32
Lied aus der Ferne, WoO. 137
Maigesang, op. 52/4
Der Liebende, WoO. 139
Sechs Lieder von Geller, op. 48
An die Hoffnung, op. 94
Adelaide, op. 46
Wonne der Wehmut, op. 83/1
Das Liedchen von der Ruhe, op. 52/3
An die Geliebte, WoO. 140
An die ferne Geliebte, op. 98