La conformación y creación de un nuevo partido político es un fenómeno que parecía ya relegado a las viejas generaciones. Más aún, la posibilidad de que una nueva fuerza política pudiera, como mínimo, desestabilizar la hegemonía del bipartidismo, parecía condenado a la utopía.
El componente histórico de un nuevo partido político viene dado por su capacidad para, en poco tiempo, hacer que un sistema político determinado ya no pueda entenderse sin ese elemento novedoso. Esa entrada en la historia proviene de su sensibilidad a la hora de entender que nuevas relaciones sociales empiezan a exigir un conjunto de demandas que el estado, y el conjunto de fuerzas políticas que lo constituyen, no pueden hacer frente.
Más allá de la multitud de posiciones que se pueden tomar, la creación de Podemos ya es un acontecimiento histórico por una razón principal: ha venido para destruir el bipartidismo del sistema político parlamentario español. Si durante mucho tiempo la doctrina de la estabilidad institucional sirvió para que el reparto del estado entre el PP y el PSOE se viera como la muestra de la solidez de aquel sistema político que surgió de la Transición, a partir de Podemos esa confianza ha empezado a quebrarse. ¿Qué ocurrió para que esta confianza comenzase a romperse? La irrupción del 15M fue el momento en que la cultura de la Transición empezó a romperse. El grito de «No nos representan» iba dirigido al bipartidismo, precisamente porque el estado estaba constituido por esos dos partidos. La crisis práctica de la representación política abrió la puerta para que una nueva forma de hacer política pudiera, por lo menos, plantearse. Esta nueva forma no era otra cosa que el propio movimiento, el mismo 15M. La recuperación de las plazas como lugar de encuentro, la crítica a la democracia representativa o el rechazo a la especulación económica como causante de la crisis iniciada en 2008 ya eran una forma de hacer política que no era institucional pero que sí era directa, deliberativa, horizontal, autónoma y, en muchos aspectos, más acorde a nuestros nuevos tiempos que aquella circunscrita al parlamentarismo.
Esta diferencia entre dos concepciones de lo político son muy importantes para entender el propio auge de Podemos. El conflicto entre la institución y la calle, para reducirlo de forma esquemática, juega un papel muy importante en el relato que cuenta Política, manual de instrucciones, un documental de Fernando León de Aranoa.
La historia que se muestra es la que va desde la fundación del partido en el congreso de Vistalegre en Madrid (18/10/2014) hasta las primeras elecciones generales en las que se presentan (20/12/2015). Por lo tanto, es el desarrollo de cómo un movimiento se convierte en partido político. Es el viaje de la calle a las instituciones.
Ya en el momento de la inauguración del partido se muestra la diferencia de modelos organizativos, y de formas de entender la política, de la que surge Podemos. Principalmente dos: por un lado, el grupo de Pablo Iglesias, que aboga por una organización centralizada y jerárquica alrededor del líder – secretario general, Pablo Iglesias. La segunda, que apuesta por repartir el liderazgo entre varias personas para dar más peso a los círculos, órganos democráticos de base de los que surgió la conformación del partido, en donde si sitúan Teresa Jiménez o Pablo Echenique.
Como ya es sabido, la propuesta que ganó fue la de Pablo Iglesias. Sin embargo, el documental muestra que las diferencias entre los dos grupos fueron mucho más importantes de lo que, en un principio, parecía. Los desacuerdos fueron tan importantes que lo que se pone en juego es la posibilidad de articular un movimiento político capaz de ganar el poder a través de unas elecciones, sin por ello crear un partido político tradicional.
¿Qué hubiera pasado si la opción «circulista» hubiera ganado? Probablemente sí que hubiera existido un grupo político que hubiera hecho posible esa aspiración de «otra política posible». La pregunta es cuál hubiera sido el límite de una forma semejante en un sistema representativo que ha creado una sociedad acostumbrada a las formas tradicionales de hacer política.
Probablemente, esta sea la parte más interesante de todo el documental, porque muestra una posibilidad truncada de haber apostado por formas nuevas de hacer política, con todos los riesgos que eso conllevaba.
El resto del recorrido hasta las elecciones generales no es más que la construcción de una posición paradójica: un partido nuevo, que aspira a transformar el país y la política, se va posicionando a nivel nacional e internacional con los gestos y ademanes de los partidos viejos: viajes internacionales para recabar apoyos, presencia masiva en medios de comunicación, defensa de los ataques mediáticos sin la valentía que supondría romper con todo lo que tuviera que ver con el nuevo marxismo latinoamericano, etc.
Esta segunda parte tiene el interés de ver cómo se conforma a nivel interno y externo un partido político en relación a su cotidianeidad: creación de un programa, dinámicas electorales, etc. Aunque los fantasmas de aquella posibilidad realmente democratizadora vuelven a surgir de vez en cuando en relación a cuestiones de organización, lo cierto es que la unidad y fidelidad (curioso el rol absolutamente mesiánico del líder que se respira en las reuniones en las que se deciden cuestiones realmente importantes) parecen ser el pegamento con el que funciona un partido político.
Tal vez sin quererlo, Política, manual de instrucciones confirma que la historia de Podemos es la historia de una desilusión, de un movimiento político como el 15M del cual podría haber salido una organización más allá de la forma-partido, pero el cual fue clausurado rápidamente por ese mismo gesto que entiende que toda política debe llegar a ser parlamentaria o no ser.