«Quand les gibus y chang’ront d’têtes
Quand les bagouses elles chang’ront d’doigts
Quand l’homard y chang’ra d’fourchettes
Les employés, on s’ra les rois»
Loïc Lantoine – Quand les cigares…
Hoy se estrena en España Merci Patron!, un documental del otro lado de los Pirineos producido por un pequeño periódico de Amiens llamado Fakir. Es frecuente la transferencia de producciones culturales entre Francia y España, tanto por proximidad física como cultural. Lo destacable de esta producción es su sorprendente acercamiento al tema tratado.
Ya desde el primer minuto intuimos que existe algo distinto en la narración de François Ruffin, una ingenuidad convertida en arma política esgrimida por ciudadanos de a pie para defenderse de las grandes fortunas y los grandes capitales.
El director del documental presenta una serie de ciudades desoladas por la deslocalización del tejido industrial realizadas por el grupo LVMH (Louis Vuitton, es una de sus reconocidas marcas), dirigido por Bernard Arnault. Ante cualquier testimonio de la desgracia, Ruffin comenta lo mismo “Arnault es buena persona y habláis mal de él porque no lo conocéis”. Veneno sintetizado: ¿ironia o sarcasmo?
Mediante esta presentación, Merci Patron!, nos presenta con una historia familiar tantas veces oída, sufrida e ignorada: la de una familia en ruina debido a la pérdida del trabajo y cualquier tipo de ingresos. Falta de calefacción, depresión y enfermedad. Un cuadro común a muchos países.
Hasta aquí llega la convencionalidad de la idea del documental. A partir de este momento viene la parte brillante, aquella que ha hecho que más de medio millón de espectadores franceses fueran a las salas a ver esta obra. Ésta, heredera del cine social francés, pervierte la idea de presentar un tema de forma sofisticada en una sociedad tan amante del culto como la francesa.
Ruffin realiza una película popular, divertida y asequible, pero nada falta de ingenio. Precisamente esa sencillez permite captar el mensaje más trascendental de todo el conjunto: ni nuestros adversarios son tan fuertes, ni nosotros tan débiles.
Todos los minutos de la cinta están dedicados a señalar la capacidad que tenemos los individuos de plantar cara a esa burguesía salvaje, adicta al crecimiento de beneficios en términos exclusivamente monetarios y absolutos. Esa estúpida clase de empresarios que piensa que un descenso en el porcentaje de beneficios significa tener pérdidas. En suma, esa clase dirigente y opresiva que justifica su posición tras un discurso meritocrático pasado por tintes de Channel en cualquier escuela de negocios de prestigio.
Es deliciosa la forma de poner de manifiesto este discurso imperante por parte de Ruffin. Su uso de chascarrillos “cuñados” consigue el buscado doble efecto: hacer reír al público y poner de manifiesto la absurdidad de la situación. Mi favorito: “estos pobres…. Cuando tienen dinero siempre lo gastan”. Excelente observación, ante la compra de una estufa por parte de los Klur.
Este uso del humor y la ingenuidad se convierte, como dicho anteriormente, en un arma política. No solo porque hace saltar todas las piezas de la falsa imagen proyectada de los grandes empresarios (Amancio Ortega hecho a si mismo; Donald Trump como gran gestor; Bernard Arnault, defensor de puestos de trabajo), sino también porque demuestra donde reside el poder.
Un concepto clave en política, pero difícil de entender debido a su volatilidad. A menudo pensamos en el poder como en un botón rojo que los políticos pulsan para solucionar un problema. Una especie de mecanismo causal que, tras ser activado, produce el resultado esperado. Esa es la gran losa del discurso meritocrático de la que nos libera Ruffin. No hace falta sentarse en lo alto de una torre de Plaza Castilla o en un despacho de Pedralbes para tener poder. Como ciudadanos tenemos capacidad de agencia, a pesar de tantos años siendo bombardeados con lo inevitable y beneficiosa de las políticas liberales.
Es cierto que hay posiciones sociales desde las que resulta más fácil actuar individualmente, pero nosotros no somos ajenos a esos mecanismos. Saber organizarse, tal como demuestra el documental, es una herramienta clave para poder hacer frente a todos aquellos ataques que recibimos constantemente por parte de las clases altas.
Este mensaje de esperanza y buen humor es aquello que ha revolucionado Francia. Merci Patron! ha funcionado como catalizador debido a su tono y a su proximidad, esa voluntad de ser etiquetado como cine popular y no rehuir de esta etiqueta. Seguramente en España no removerá las consciencias de la misma forma, pero aun así me parece imprescindible ir a las salas a disfrutar de esta obra.
Viendo Merci Patron! me acordé mucho de Pride. Salvando las distancias del género usado, en ambas transmiten una tragedia de forma positiva gracias a poner el foco en la organización de los afectados y en su planteamiento de soluciones. Hay que evitar pensar en esa aura positiva como sinónimo de fácil, pero después de años de mensajes negativos y de un conductivismo de los medios para hacernos pensar que somos estúpidos e incapaces, encontrarse con joyas como Merci Patron! permite afrontar cualquier problema político cotidiano con una sonrisa y con mucha seguridad en nuestras capacidades.