Había una vez un lugar en el que el respeto, el buen hacer y el decoro eran las máximas imperantes.

Allí, sus gentes admiraban las virtudes de sus gobernantes y les aplaudían por su coherencia.

El portavoz de esos gobernantes era un hombre tan ecuánime que se ganó el favor no sólo de sus compañeros sino también de sus adversarios. Éste hombre jamás osó desconsiderar el dolor de nadie y siempre se comportó de forma noble ante todo el mundo.

Pero el portavoz tuvo en quién mirarse entre los suyos. Su líder no escatimó nunca en elogios hacia el anterior jefe de gobierno. Se reflejaba tanto en su antecesor (como líder) que tuvo a bien dominar,  como él, la lengua vehicular del mundo.

 

Fábula – El Greco (1600)

 

La magnificencia no sólo era virtud sino norma. Por ello, en este lugar se toleraba cualquier broma, pues, no se temía a las dudas. Y, sobre todo, existía el equilibrio: no había opiniones mejores ni peores, cualquier idea era respetada, incluso las que no respetaban a nadie.

Al manifestarse, todos los órganos de poder expresaban una cristalina imparcialidad. Alcanzaban la Verdad porque, como es bien sabido, está sólo es alcanzable por y para los decorosos.

Rara vez se producía injusticia alguna en estas lares, y cuando se hacía, todos trabajaban para resolverla de inmediato.

Allí, todo el mundo tenía su voz, su voto y su pan. Pues a nadie se le hubiera ocurrido hurtar a nadie lo que es, por derecho, suyo. Todos los derechos que se reflejaban en La Carta eran cumplidos a raja tabla.

En dicho pueblo, toda la ciudadanía estaba no sólo contenta, sino extasiada de felicidad. Felicidad derivada del conocimiento cierto de que la ley era igual para todos, de que podían expresar lo que quisieran con total libertad y de que todos iban a poder dormir calientes y con el estómago lleno.

Las maravillas de este sitio perduraron en el tiempo, tanto y tanto que no nos alcanzan las palabras para seguir contando más verdades. Y como sin Verdad no se puede vivir, este es el momento de concluir con la fábula del decoro.

 

Me ha costado mucho escribir esto. A decir verdad, no es «este» artículo el que me ha resultado difícil. Lo complicado ha sido dejar de estar acumulando decenas de borradores para intentar decir algo sobre el bombardeo informativo de las últimas semanas. Por eso, al final creí que era mejor escribir una fábula.