Fotografías con copyright de Maerz Musik
¡Golpe de Gong! Silencio, que esto ya empieza. Así se abría el 20 de marzo en el auditorio del Radialsystem V otro capítulo del Maerzmusik, esta vez sobre la exploración de la memoria musical oriental y su influencia sobre occidente. Centrado en la música tradicional de la India, el extenso programa abarcó desde obras con claras influencias asiáticas en cuanto a su concepción filosófica y estructural, hasta otras en las que se entremezclan varios universos organológicos o incluso se proponen sistemas adaptativos de notación. Como sucede en cada sesión, y a pesar de la aparente heterogeneidad, cada trabajo forma parte de un relato coherente e íntegro. Aquí, en el Maerzmusik, nunca parece haber un hueco para la aleatoriedad o el descuido- y menos en la elección del programa-. ¡Golpe de claves! Siguiente melodía.
Con Learning (1976), del canadiense Claude Vivier, comenzó la lección. Subtitulada “Ceremony of the Beginning”, la obra describe el proceso de aprendizaje de cuatro violinistas bajo la guía del maestro -percusionista- a lo largo de quince melodías, divididas a su vez en cinco secciones desiguales. Durante más de veinte minutos Learning celebra un oscuro cónclave de extenuante rigidez -aunque siempre sobria y contenida- que justifica de plano todos los testimonios sobre la originalidad de su autor. Al margen de todas las corrientes, Vivier desarrolló un estilo profundamente personal que cautivó y repartió perplejidades a partes iguales entre sus coetáneos. Su obsesión por oriente y su mitología, así como por la muerte y su proceso, se plasman en un estilo austero y muchas veces evocador, aunque -y ahí es donde se produce el chispazo- nunca sepamos muy bien a que. La interpretación a cargo del KNM Berlin (Kammerensemble Neue Musik), tras solo unos pequeños desajustes del comienzo, mantuvo la intensidad y la precisión hasta el último segundo. Los gestos faciales y recorridos por la escena -algunos de un fuerte impacto escénico- especificados en la partitura, así como la duración, hacen que la dificultad que inicialmente se supone a la interpretación de Learning crezca a cada minuto. La extenuación final de quien recibe una iniciación vital parece ser una última anotación escénica no escrita que cierra el círculo dramático, aunque de esa expresión de fatiga deba librarse -no sin cierta dificultad, a pesar de lo que pudiera parecer- el maestro-percusionista.
La Love Song (2016) del compositor Alvin Lucier cerró la primera parte. Este dúo acústico para dos violines, unidos por sus puentes con un largo “alambre musical”, explora las posibilidades de ese cable de unión, que puede conducir la vibración de un instrumento a otro y -al igual que con la presión del arco- enriquecer la sonoridad resultante con su tensión o distensión. Según palabras del propio Lucier:
La idea surgió tras ver la puesta en escena de Lohengrin por Robert Wilson en el Met. En el famoso dúo de amor colocó a los cantantes alejados a cada lado del escenario. Por lo general los cantantes en duetos de amor se entrelazan, cantando como si se agarraran entre sí. Pensé en lo hermoso de la situación: las voces se podían oír con más claridad y, aunque estaban muy lejos el uno del otro, su amor no se debilitaba en absoluto. De hecho, el espaciamiento hizo su amor aún más conmovedor, como imágenes en un poema haiku.
A este juego de espacios se suma el pausado recorrido de los músicos, que giran sobre un eje central imaginario que se encontraría a mitad del cable. La línea que dibuja la cuerda mi del violín, que se intercambian los amantes, pocas veces se pausa; generando en esos instantes de inmovilidad una especie de desactivación del mecanismo en la que puede percibirse vagamente una vibración residual. La propuesta de Lucier, con arraigo en lo acústico en su faceta más experimental, supone una reafirmación ya madura de los principios artísticos que sustentan toda su carrera -desde el famoso I Am Sitting in a Room (1969), pasando por su Music On A Long Thin Wire (1977)-.
Con su Memory Space (1970), que abrió la segunda parte, la obra de Lucier consigue unir a la memoria y la improvisación el componente cultural.
La unión de varios músicos de Chennai -una metrópolis al sur de la India- con algunos componentes del ensemble KNM Berlin presentó el Memory Space en una interpretación única. Las instrucciones de Lucier en torno a la obra son las siguientes:
“Id a entornos en el exterior (urbanos, rurales, hostiles, benignos) y registrad por cualquier medio […] las situaciones sonoras de esos entornos. Volviendo a un escenario en interior […] recree, únicamente a través de voces e instrumentos y con la ayuda de sus dispositivos de memoria (con adiciones, supresiones, improvisación, interpretación) las situaciones sonoras del exterior.”
A esto se suma la libertad en la elección de la formación, siempre que sean instrumentos acústicos. La participación de Shantala Subramanyam con la flauta tradicional y de Anantha Krishnan a cargo del tabla mostraron la versatilidad de la concepción original de Lucier, a la que incluso refuerzan los colores del eclecticismo instrumental. El Manto (1957) de Scelsi -para cantante-violista- a cargo de la violista Kirstin Maria Pientka, supuso una especie de entreacto para la segunda parte. Sin embargo, y casi como en el famoso estreno del Il Ruggiero de Hasse, a veces los “teloneros” salen vencedores. El trasfondo filosófico oriental, el concepto de autor como intermediario y las referencias a lo trascendente constituyeron siempre el mantra del Scelsi maduro, que parece dejar asomar en su Manto un destello de esta revelación. Pocas veces, y esto es casi una confesión personal, se reúnen sobre un escenario factores que desemboquen en lo sublime y en lo conmovedor de una forma tan absoluta y tan aparentemente inintencionada. El intimismo de un espectralismo más fuera de si mismo que dentro, el vigor del arco de Pientka y lo enigmático de su voz, lograron despertar la manifestación de lo sagrado inherente a cada percepción.
Las Chennai Scenes (2016) de Ana Maria Rodriguez puso el broche a la segunda parte. Para flauta de bambú, clarinete bajo y contrabajo, mridangam y “sonidos de la ciudad” -con la electrónica en vivo a cargo de la propia compositora- la obra nos sumerge de nuevo en las polvorientas calles de las ciudades del sur de la India, combinando improvisación con notación y dando una vuelta de tuerca a la propuesta de Memory Space. La relación con el espacio, el mundo de las instalaciones y una reinterpretación del mal denominado “sonido ambiente” -tan unido a quienes somos y como somos- se funden en la obra Rodriguez de forma orgánica. En cuanto a la interpretación, parece imposible no nombrar al clarinetista Theo Nabicht, capaz de mantener minuto y medio una nota en el clarinete contrabajo con respiración circular. Algunos, después de toda esta experiencia, necesitamos coger algo de aire, Theo.