La Orquestra Simfònica del Vallès (OSV) es un caso excepcional en el panorama musical español. Se trata de la única orquesta del estado autogestionada por sus músicos, que son a la vez los propietarios. A pesar de ello (o quizás gracias a ello) su temporada presenta programas más arriesgados e innovadores que los de algunas orquestas públicas, con muchos más recursos pero acomodadas en el repertorio clásico. Esta temporada, sin ir más lejos, la OSV ha aparejado la 9a de Beethoven con un concierto para piano, batucada y orquesta de Ricardo Llorca, y ofrecerá una versión de Pedro y el Lobo con la participación de la compañia de hip hop Brodas Bros. Menos innovador pero igual de arriesgado -aunque por motivos distintos- era programar la majestuosa Sinfonía nº2, «Resurrección«, de Gustav Mahler. La magnitud de esta partitura pone a prueba cualquier orquesta que la aborde, especialmente si se trata de una orquesta con una plantilla de dimensiones moderadas como la OSV. Contó con refuerzos, por supuesto (además de maderas a cuatro y diez trompas, Mahler pide «el mayor contingente de cuerdas posible»), pero ello no resta mérito a que una orquesta que pocos años atrás lo más multitudinario que se planteaba era la Sexta de Chaikovski se atreva ahora con la «Resurrección«. Porque no se trata simplemente de buscar músicos de refuerzo; es el esfuerzo logístico y la cantidad de ensayos que requiere una obra para gran orquesta, coro y solistas. Y eso no depende de la calidad de los músicos, sino del tiempo y los recursos disponibles.
Junto a la OSV participaron el Cor Madrigal, la Polifònica de Puig-reig, y las solistas Anna Alàs (mezzosoprano) y Maria Espada (soprano), todos ellos bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez. El director burgalés y la OSV se entienden muy bien, como ya han demostrado en anteriores colaboraciones, todas ellas con excelentes resultados (en estas páginas reseñamos precisamente una de ellas, con la Cuarta de Mahler). En esta ocasión ofrecieron una versión de gran calidad en la que Pablo Pérez dosificó la tensión con maestría durante los larguísimos movimientos y los músicos de la OSV volvieron a hacer gala de su contagioso entusiasmo y pasión por su trabajo. Imposible no emocionarse en el grandioso final, o en el cuarto movimiento «Urlicht«, que con la intervención de Anna Alàs y el delicioso acompañamiento de la OSV se convirtió en uno de los momentos más sublimes de la noche. Escuchando la voz de Alàs, homogénea y de timbre profundo, casi de contralto, uno no puede evitar imaginársela en otras obras de Mahler. ¿Qué tal los Rückert-Lieder con Alàs y la OSV para alguna temporada futura? Las intervenciones de la soprano Maria Espada en el quinto movimiento fueron satisfactorias pero menos impactantes, debido a la pérdida de consistencia que la voz sufría en el registro agudo. Los coros realizaron un gran trabajo, consiguiendo un sonido compacto y rico. El éxito fue absoluto, pero algunos asientos vacíos en el Palau de la Música plantean la cuestión de si la labor de esta incansable orquesta tiene la recompensa que merece. Quizás en el futuro dedicaremos algún artículo a analizar la supuesta cultura musical de una ciudad que tiende a priorizar los nombres y su supuesto prestigio por encima de la calidad de las propuestas.