Cuando escuché el título del nuevo programa de talentos de La 2 de TVE, pensé por un momento que había algo de luz al final del túnel. Clásicos Irreverentes, quiso entender mi optimista cerebro. Pero, como casi siempre, éste me había jugado una mala pasada convirtiendo una conjunción copulativa en un prefijo de negación. Clásicos y Reverentes es, pues, el nombre del nuevo talent show de la televisión pública. No esperéis verlo en hora punta, ya que se le tiene reservado el privilegiado horario del mediodía dominical, entre el programa Pueblo de Dios y Zoom Tendencias. Tampoco esperéis aprender nada de música clásica ni mucho menos ser testigos de algo reverencial, porque este programa de una larga hora de duración se mueve entre lo cutre y lo ridículo.
Sendos retratos caricaturescos de Vivaldi, Bach, Mozart y Beethoven presiden el plató. Esa es, pues, la imagen de la música clásica que resiste, a base de empeño, al paso del tiempo y se fosiliza y enquista en el imaginario colectivo. Unos señores que vivieron hace mucho tiempo, cuyos nombres nos suenan, como nos suenan ciertas marcas de yogur. Y, a partir de ahí, todo es aburrimiento, simulada frescura, falsa excelencia y tristeza, mucha tristeza. Porque el gran problema de este programa es que ni siquiera se han molestado en que sea un espejo distorsionado de la realidad, sino que se trata, directamente, de la realidad misma. Y, ¿quién quiere ver en televisión la cruda realidad? ¿Acaso no pago yo religiosamente mis impuestos para poder encender la televisión y ver algo que, aunque falso, me ilusione? ¡Que me mientan, por favor! ¡Que me digan que un mundo mejor es posible!
Lo presentan como el Operación Triunfo de la música clásica. Jamás pensé que diría esto, pero, ojalá lo fuera. Vayamos por partes. Por un lado, este no es un programa de música clásica, sino un programa en el que unos jóvenes instrumentistas se enfrentan a una prueba de orquesta con el mismo procedimiento con el que se suceden a lo largo y ancho del mundo. Cada uno elige una obra libre de la que sólo podrá tocar dos minutos, ya que, cuando pasen esos ciento veinte segundos, uno de los miembros del jurado tocará una campanita para que se calle. Esta fase es eliminatoria y sólo tres de los cinco pasarán a la segunda que, cómo no, consiste en la interpretación obligada de alguno de los conciertos de Mozart (o de Haydn) escrito para el instrumento en cuestión. El tiempo límite vuelve a ser de dos minutos y la odiosa campanita volverá a hacerlos callar. Así pues, querido melómano, olvídese de escuchar música clásica, ya que lo único que llegará a sus oídos serán unas cuantas obras clásicas o románticas mutiladas, descontextualizadas y acompañadas por un pianista que toca como puede las reducciones de orquesta y con el que no se ha podido ensayar. Como la vida misma, vamos. Y lo digo sin ninguna ironía.
Por otro lado, el objetivo didáctico no se ve por ninguna parte: no se explican las obras que se tocan, no se contextualizan ni se tocan enteras. Las valoraciones de los miembros del jurado, formado por Máximo Pradera -conocido experto en la materia…televisiva y quien hace un año publicó el libro Tócala otra vez, Bach: Todo lo que necesitas saber de música para ligar-, Judith Mateo -a quien presentan como “la única mujer violinista del rock español”-, Albert Batalla -Subdelegado Artístico de la Orquesta y Coro RTVE– y Ramón Torrelledó -director de orquesta-, las valoraciones, pues, consisten en una sucesión de obviedades, exageraciones y superficialidades del tipo “normalmente la gente entiende los lentos”, “pareces una muñequita de una caja de música”, “el clarinete suena como un pajarito cantando” o “tienes una sonoridad que yo no había escuchado en la trompeta con anterioridad”. Si Miles Davis levantara la cabeza…
Los cinco aspirantes que tocaron el domingo pasado en Clásicos y Reverentes compiten por formar parte de la plantilla de la Orquesta de RTVE en el concierto de gala que presentará Anne Igartiburu. Habría estado bien aprovechar el empeño y la ilusión de estos jóvenes para crear un producto televisivo un poco más atractivo, tanto para ellos como para los espectadores. Al final, estos instrumentistas se encontrarán con pruebas de este tipo durante el resto de sus carreras, por lo que quizás habrían agradecido enfrentarse a una experiencia en la que la creatividad tuviera un poco más de espacio. Lo preocupante, sin embargo, no es el hecho de haber perdido de nuevo una buena oportunidad para la difusión de la música clásica en el medio televisivo, sino que todo hace sospechar que hay muy poca voluntad de cambiar ciertos clichés desde dentro de la profesión. Nos encontramos con el papel gregario del intérprete, que tiene que demostrar sus capacidades técnicas en dos minutos, pero del que poco cuentan sus capacidades intelectuales ni creativas; la autoridad incuestionable del director de orquesta; el repertorio canónico clásico-romántico, fuera del cual no creo que en este programa escuchemos nada.
La televisión, como medio de comunicación de masas, funciona como creadora de realidades. Todo lo que en ella sucede es mentira, pero -y ese es el éxito de los realities– se asimila como verdad. Esto tiene el peligro de que tengamos una imagen distorsionada de lo que es la realidad. Sin embargo, precisamente por lo mismo, la televisión puede ser una gran herramienta para crear las realidades que queremos que sean, de proyectar la imagen que queremos alcanzar como sociedad. Este programa, en cambio, decide mostrar una imagen encorsetada, triste, competitiva y muy poco creativa de la música clásica y de la juventud relacionada con ella. Una pena.