Dentro del repertorio habitual de conciertos, el famoso “Canon de la música clásica”, hay obras que forman parte casi inevitablemente de cada temporada, son dijéramos, obras que “caen sí o sí”. Así por ejemplo, al llegar la semana santa o en sus proximidades, tendrás varias lecturas de las pasiones de Bach. A lo largo del año no pasarán muchos meses sin que una sinfonía de Beethoven sea ejecutada, y como no, en navidad es de rigor: El Mesías de G.F. Händel. Esto en sí mismo evidentemente no es malo, a lo sumo, revela poca imaginación de los programadores, pero eso ya es otra cosa. Este año por ejemplo, en una semana, nos han recetado tres lecturas del oratorio handeliano, pero repito, la programación de obras paradigmáticas en sí mismo, no es algo censurable, si a ello sumamos otras que no suelen ser programadas.
Pero si hubo una lectura esperada esta temporada, fue la que se anunció con bombo y platillo que realizaría el maestro Jordi Savall del oratorio de Händel. Yo mismo, sinceramente, estaba muy emocionado de presenciar la primera lectura de esta pieza tan significativa del catálogo del maestro alemán, por parte del estimado maestro Savall. Y he de decir con mucha honestidad, que me decepcionó el resultado final. Todos los elementos musicales que comparecieron esa noche sobre el escenario del Palau de la Música pese a ser de primer nivel, al mezclarse, dieron como resultado una lectura a ratos aburrida, sin la garra y la potencia que caracterizan la música de Händel, repito, todo hacía albergar los mejores resultados, pero, como mucho, tuvimos unos bien modestos.
Los solistas, tuvieron un desempeño desigual, comenzando por el tenor británico Nicholas Mulroy que mostró un timbre demasiado nasal en su primera intervención que es justamente la que abre el oratorio con el recitativo “Comfort ye my people” y su subsecuente aria” Every valley”, la voz nunca logró superar el acompañamiento de la orquesta, ni mucho menos proyectarse por la sala, cosa que finalmente logró en su última aria “Thou shalt break them”, ya en la segunda parte. La soprano Rachel Redmond cuenta con un hermoso timbre y una notable facilidad para las coloraturas, misma que por momentos revelan un poco de estridencias impropias del estilo, pero en general, todas sus intervenciones fueron estupendas, llenas de dramatismo.
El barítono alemán Matthias Winckhler tuvo una noche luminosa y llena de aciertos, con una voz potentísima, inundó toda la sala con una musicalidad muy remarcable. Los diferentes registros de su voz están muy bien trabajados y él los administra con mucha inteligencia, destacando unos graves amplios y llenos de armónicos y un registro agudo con una proyección plena de fuerza.
Por enfermedad el contratenor anunciado Hagen Matzeit tuvo que ser sustituido por el contratenor Gabriel Díaz, miembro de La Capella Reial y que alternando las partes solistas indicadas para su voz por la partitura, continuó actuando en el resto de números dentro de la coral. Su interpretación de las partes solistas fue realmente muy buena, pues además de buen gusto para ornamentar, cuenta con una hermosa voz muy bien timbrada, que corrió muy bien en la sala.
La Capella Reial de Catalunya fue con mucho, lo mejor de la noche, primorosamente bien preparados por Lluis Vilamajó lucieron una dicción perfecta, musicalidad y potencia sonora, pero al conjuntarse con Le Concert de Nations, el resultado fue por momentos más bien desabrido. Todo estaba en su lugar, como ya nos tiene acostumbrados el maestro Savall, pero pese a ello, la obra por momentos, se empantanó repetidas veces, sobre todo en la primera parte. Los mejores elementos posibles: buenos solistas, una coral maravillosa y una orquesta inmejorable al conjuntarse, no dan siempre el mejor resultado, la alquimia no dio la magia esperada.
Quizás peque de purista al señalarlo, pero el hecho de cortar la interpretación de la segunda parte del oratorio justo después del coro “All we like sheep have gone astray” para hacer el intermedio me parece inaceptable. El decurso de la obra en este momento narra las profecías que Isaías hizo sobre las humillaciones que soportaría el Mesías para salvar a la humanidad, estamos en uno de los momentos más dramáticos de la obra, esperando el recitativo del tenor que dirá “Todos los que lo veían se reían de él”, parar justo ahí, cortando el decurso del drama planeado por Händel, desde mi muy humilde opinión es inadmisible.
Otra curiosa circunstancia se da en el programa de mano que se repartió. En su portada lucia en letras bien grandes el nombre de Jordi Savall y debajo el nombre de la obra a interpretar: “El Mesías”. Si continuabas buscando el nombre del autor de la obra, el padre de la criatura vamos, no aparecía, lo daban por supuesto o directamente amortizado. Entiendo, que todo mundo sabe que la mencionada obra está escrita por quien está escrita, pero, sinceramente, me parece muy peligroso hacer programas de mano solo para entendidos, programas que supongan cosas, esto solo hace ahondar más en la sectorización de la mal llamada “música clásica”. El nombre de Händel apareció, sí, dentro del programa en letras pequeñas, debajo de todos los intérpretes cuyos nombres disfrutaron de un tamaño de letra más grande y legible.
Lamento ser el aguafiestas que opina que lo que escuchamos esa noche del 20 de diciembre en el Palau de la Música fue una lectura correcta, sí, pero no a la altura ni de lejos de nombres como los de Jordi Savall ni mucho menos de George Frideric Händel.
Esta crítica –muy constructiva– me hace pensar que, ciertamente la luz recibida de tres estrellas del firmamento no suelen corresponderse a la suma de sus respectivos fulgores. Supongo que el factor humano, por suerte hace que la matemática no funcione siempre. ¡Qué aburrido sería si todo fuera perfecto! El año que viene repetiremos y podremos comparar versiones. Ahora casi ya toca velar las armas por las pasiones de Bach.