The Killing of a Sacred Deer (2017), la última obra del griego Yorgos Lanthimos, conocido por sus ya célebres Kynodontas (Dogtooth, 2009) o The Lobster (2015), es una cinta que, a pesar de que podría ser introducida como perteneciente al género del thriller psicológico, maximiza su inteligibilidad en cuanto se la analiza desde la perspectiva del experimento metafísico. Es decir, cuando se la entiende como uno de aquellos intentos (ensayos, juegos) de especulaciones contrafácticas, aquel terreno del «¿y si?» o del «imagina que…». Y no se trata de cualquier tipo de experimento, sino antes bien de uno muy particular que podríamos denominar un paracronismo.
Un paracronismo es un tipo particular de anacronismo: un recurso narrativo que se da no cuando se proyecta sobre una explicación del pasado un concepto posterior a aquella (lo que sería el tipo más habitual de anacronismo llamado procronismo: del tipo «Platón era fascista», cuando el fascismo es un fenómeno que surgió siglos más tarde de la muerte de Platón), sino más bien cuando se hace valer un concepto del pasado que ha perdido toda vigencia en un contexto contemporáneo y actual. Aunque se suele utilizar el término ‘anacronismo‘ para ambos casos, desdibujando así su diferencia lógica, las consecuencias de uno y otro fenómeno son claramente diferentes. La trama de The Killing of a Sacred Deer se vertebra efectivamente alrededor de un paracronismo fundacional que viene a ser el motor narrativo de la obra: la reactivación del concepto de justicia divina.
Steven Murphy (interpretado por un Colin Farrel que repite con Lanthimos y se eleva a musa) es un cirujano cardíaco de renombre que encarna el ideal de vida occidental, inmaculada, con la opulencia que le proporciona una profesión que se haya en la cúspide del reconocimiento social y una familia perfecta, con Anna (Nicole Kidman) y sus hijos Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic). En este escenario idílico aparece Martin (Barry Keoghan), un adolescente con aire trastornado que visita asiduamente a Steven. A lo largo de la cinta vamos descubriendo que el padre de Martin murió en una operación a manos de Steve en una operación de corazón y que su inusual relación paternofilial parece tener su origen en una culpa no reconocida por parte de Steve. En un momento determinado de la trama, Martin impone a Steve una exigencia suprema en un almuerzo informal: el sacrificio de uno de los miembros de su familia. De no hacerlo, todos los miembros de su familia sufrirán parálisis, llorarán sangre y finalmente morirán. Sorprendidos, vamos viendo cómo este vaticinio imposible se va cumpliendo.
La naturaleza de la justicia divina yace en el hecho de que se da como un factum, como algo cuyo origen o fundamento no se pone en cuestión ni require fundamento, sino que emerge como de la nada en toda su fuerza constrictiva (tradicionalmente con origen en un orden sobrenatural). Esta idea choca con nuestros conceptos modernos de justicia fundamentados en un cuerpo de leyes y normativas en las que los ámbitos competenciales están siempre muy bien definidos. Los conocidos deus ex machina de las tragedias griegas (presentes en algunas obras de Esquilo, pero sobre todo en Eurípides) suelen presentar instancias de este tipo de justicia. En la obra de Lanthimos, es precisamente en la rehabilitación de este concepto donde se da el paracronismo: cuando Martin personifica esta justicia divina, se arroga de repente un poder que le es ontológicamente ajeno y que establece un equilibrio inusitado entre un adolescente caído en desgracia y un cirujano con una vida perfecta. En virtud de la justicia divina, se busca restablecer un orden armonioso previo por medio de un sacrificio. A lo largo de la evolución de la trama, a la manera en que estamos habituados en las tragedias griegas, el protagonista intenta evitar por todos los medios el desenlace traumático al que sabe que está abocado: en su no aceptación del destino que le es encomendado juegan un papel central, por supuesto, la extrañez por el advenimiento de una justicia de este tipo (como un factum que no se cuestiona), por un lado, y el orgullo de quien espera poder encontrar una solución al problema haciendo valer su posición social y poder, por otro (como vemos en las repetidas pruebas médicas a las que Steve somete a sus hijos en vano).
La referencia clave que revela esta constelación conceptual se haya en el título, «el asesinato de un ciervo sagrado», que es una referencia al mito griego de Ifigenia, la hija de Agamenón que fue pedida en sacrificio por Artemisa, diosa de la caza y de los animales, para poder continuar su viaje a Troya. Artemisa pide este sacrificio porque Agamenón mató a un ciervo en una arboleda sagrada y se jactó con ello de ser el mejor cazador. En la cinta de Lanthimos es fácil ver el paralelo entre un arrogante rey aqueo y un cirujano que tiene todo cuanto desea. Steve contiene constantemente la expresión del drama por el que pasa su familia, manteniendo en todo momento las formas que se esperan de alguien como él (y que él espera de sí), mientras que es Anna, su mujer, quien expresa la consternación y desesperación que él no se permite. En un cierto momento, el espectador incluso se identifica con Martin por someter al vanidoso Steve a una prueba en la que tenga algo que perder de verdad, pues vemos cómo este se empeña en la idea de que su profesión y su posición social deberían bastar para solucionar cualquier cosa. Y uno se identifica a pesar de que el habla mecánica y aséptica tan característica de los personajes de Lanthimos hace difícil cualquier tipo de empatización. Al fin y al cabo, Martin no es una deidad maligna, ni siquiera una diosa ofendida, sino un adolescente que ha perdido lo que más quiere y exige justicia. Quizás sea este aparentemente secundario pero crucial factor lo que evita que esta cinta pueda ser considerada un mito actualizado en términos contemporáneos. Antes bien, se trata de algo más modesto, pero no menos interesante: una obra contemporánea con un núcleo mitológico (el paracronismo de la justicia divina), es decir, un experimento metafísico.
Las consecuencias del experimento de The Killing of a Sacred Deer son en ocasiones macabras, pero su núcleo narrativo revela sutilmente una historia profundamente emotiva y de fuerte carga social (¿está la justicia divina al servicio de la justicia social?): eso sí, obliga al espectador a sufrir para poder apreciarla con escenas perfectamente sórdidas y momentos constantes de extrañamiento. Esta cinta no gustará a todo el mundo porque exige un espectador activo, pero esto es algo a lo que Lanthimos ya nos tiene acostumbrados.
¡Por fin la he visto! Ya me había gustado tu interpretación, pero no la tenía fresca ayer cuando la vi y fue casi de cero. La película me ha dejado helada -que no fría-. Creo que juega, aparte de lo que apuntas, con el delicado equilibrio entre la vida cotidiana y la posibilidad de que todo se derrumbe en la que desarrollamos nuestra actividad diaria. Algo breve, inesperado, puede mover todos los marcos de nuestra comodidad. Solo me hubiese gustado que Martin no hubiese sido paulatinamente caracterizado, usando tu palabra, un trastornado. Me funcionaría mejor desde la supuesta normalidad, si es que algo así existe. Justamente ahí veo el potencial de los extraños lazos que unen a la familia, que incorporan sin aristas tal «justicia divina» que les ha tocado, sin exceso de drama. O sin drama en general.