El holandés de 36 años Frank Wienk, formado como percusionista clásico en el HKU Utrecht Conservatorium, fue apodado por uno de sus profesores como “Geräuschmacher”, que en la traducción al castellano vendría a significar algo así como “creador de ruido”. Él mismo se define como un músico más interesado en la relación entre objeto y sonido, que en el virtuosismo que la esfera de la música clásica exige a sus intérpretes. Por ello, a pesar de su formación clásica, pronto comenzó a trazar su propio camino artístico, en el que a través de la electrónica y sus habilidades en el ámbito de la percusión pudo dibujar un mundo sonoro mucho más amplio.
El pasado sábado 17 de marzo, el Club Gretchen de Berlín acogía el cierre de gira del último proyecto de Wienk, “BinkBeats”. La sala se fue llenando poco a poco al ritmo de un impecable LeBob (BeatGeeks) que mezcló RGB, jazz, soul y hip-hop, creando una atmósfera perfecta para preludiar el plato principal de la noche. Antes del comienzo del concierto, los más curiosos no pudimos evitar acercarnos al escenario a curiosear un set-up compuesto por un número incontable de instrumentos, entre los que se distinguían numerosos sintetizadores y pedales de efectos, una marimba, un vibráfono, un gong, un arpa china, un piano toy e incluso una mini TV glitch.
Las luces se apagaron y sin darnos cuenta estábamos envueltos en una atmósfera sonora que nos daba la bienvenida a un viaje que íbamos a recordar durante mucho tiempo. El concierto empezó a caminar con un paso lento pero imparable y poco a poco la concepción temporal comenzó a difuminarse. Ya no pensábamos ni actuábamos al frenético ritmo que te impone la gran ciudad, habíamos renunciado a la capacidad humana de decidir y actuar, simplemente escuchábamos. Citando a Jeanne Hersch: “El tiempo vivido adquiere aquí (el concierto) una extraña unidad. El presente lo está más que nunca, pero sin acción; el pasado es nostalgia, sin objeto; el futuro, espera absoluta, sin la esperanza de un determinado bien. A la vez, reina un sí, un consentimiento del alma a todo cuanto va a dejarse escuchar.
En cuanto a lo puramente musical, un concierto de Binkbeats se convierte en una experiencia sonora de continuos descubrimientos. El abanico inmenso de instrumentos que utiliza en sus temas, fruto de su obsesión tímbrica, conforma una paleta de colores, que unida a su habilidad formal a la hora de construir texturas y distribuirlas en el tiempo, le permiten dibujar un universo sonoro donde conviven sus ideas musicales sin miedo y de manera orgánica e intuitiva.
Pero Binkbeats no es solamente un proyecto musical, también existe una preocupación por la parte visual, y el montaje de luces fue un claro ejemplo de ello. No suele ser habitual que un artista se preocupe de llevar consigo su propio técnico de luces, normalmente esto solo sucede en las grandes producciones llena estadios. Música y luz iban de la mano permitiéndonos a los espectadores bucear entre lo visual y lo sonoro, provocando reacciones físicas e introspectivas al mismo tiempo.
Hubo momentos en los que, como si de un trampantojo musical se tratara, convirtió la sala de conciertos en un club techno al más puro estilo berlinés. Pero no, al abrir los ojos, cuando creías que ibas a despertar en mitad de Berghain, te dabas cuenta de que allí no había vinilos, no había ordenador, ni había ningún DJ, era Frank Wienk produciendo todo en el preciso momento en el que lo estabas escuchando. La ausencia de cualquier tipo de material pregrabado, dejó al descubierto una música que sólo pertenece al presente, y que se presenta como una experiencia irrepetible, llena de una belleza y una organicidad solo alcance de la imperfecta naturaleza humana.