Recuerdo hace muchos años, que preparando uno de mis primeros conciertos públicos como aprendiz de director, discutíamos, el titular de aquella orquesta y yo, sobre cual sería el programa más adecuado para que saliera airoso del trance de trabajar con una orquesta profesional, sin que ello requiriera de mucho desgaste tanto a la orquesta como a mi. Ya se sabe, cuando se inicia un camino tan arduo como el de la dirección, hay que procurar ser efectivo en el trabajo, pero, sobre todo, hay que molestar lo menos posible a unos músicos que mucho hacen ya, con atender a lo que un jovencito les viene a contar de obras que ellos han tocado por años.
Este recuerdo me viene a la memoria, porque uno de los argumentos que este connotado director tenía claros, es que había que programar algo de Chaikovski. Él esgrimía algo que con los años he visto que es absolutamente cierto: Chaikovski es un compositor, cuya obra está tan bien escrita, que solamente hay que seguir lo indicado por él, para garantizar que la magia suceda en la sala de conciertos. La frase del maestro se me quedó gravada para toda la vida «Hay que ser muy bestia para cargarte algo así, y sin embargo hay quien lo logra».
Pero ¿qué pasa cuando el que aborda aquellas maravillas no es un director en ciernes, si no un maestro de verdad? La respuesta a esa duda la tuvimos el pasado martes 9 de mayo en el Palau de la Música. Yuri Termirkanov al frente de la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, nos presentó un programa integrado por obras de P.I. Chaikovski, en concreto, el Concierto para piano núm.1, en Si bemol menor, op.23 y la Sinfonía núm.5, en Mi menor, op. 64, teniendo en la parte solista del concierto al pianista uzbeko Behzod Abduraimov.
En la presente temporada hemos sido visitados por dos de las más importantes orquestas rusas, y también de las mas antiguas y con más solera. Solo por recordar, hace apenas unas semanas, la Orquesta del Teatro Mariinsky presentó también un programa de marcado sabor ruso, obteniendo los resultados que ya hemos descrito en la pasada crónica. En el concierto que nos ocupa en esta ocasión, estamos hablando de una orquesta que ha sido parte muy activa de la historia de la antigua URSS, bajo el nombre de Filarmónica de Leningrado y que continúa siendo una orquesta referente de la cultura rusa en la actualidad. Y hago mucho hincapié en el hecho histórico, porque, durante el periodo de gobierno comunista, el director de esta orquesta fue uno de esos grandes mitos de la dirección musical: me refiero a Y. Mravinski, que dejó toda una escuela de interpretación del repertorio ruso. Simplemente hay que pensar que 8 de las sinfonías de D. Shostakovich, fueron estrenadas por esta orquesta bajo la dirección de Mravinski y que sus versiones, tanto de la obra sinfónica como de los conciertos para solista de Chaikovski, aun hoy son consideradas como modélicas. Al fallecer Mravinski en 1988 y tras 50 años al frente de esta orquesta, Y. Termirkanov fue elegido su sucesor habiendo sido desde 1967 asistente del fallecido maestro, lo que lo une a este conjunto orquestal por más de 50 años. Su gesto es parco, casi diminuto, muy en la línea de Mravinski, economizando al máximo la gestualidad en el acto de la dirección. La orquesta sensible a la mínima indicación del maestro logró un nivel interpretativo inmenso, con una sonoridad compacta, uniforme, pero al mismo tiempo aterciopelada y robusta. El conocimiento ya no solo por parte del director del repertorio elegido, si no de cada uno de los integrantes fue muy palpable, había una extraña familiaridad con esta música, era como si fluyera sin apenas esfuerzo y cada una de las partes que constituía las obras estaban en su justo lugar.
Behzod Abduraimov interpretó uno de esos conciertos que de tanto tocarlos parece que ya apenas puedan sorprender, cuando realmente lo que pasa es que, lamentablemente, son este tipo de obras las que llevan demasiado tiempo siendo mal interpretadas. Abduraimov, quizás por su juventud, lo abordó con una mirada nueva, limpia de los pesos que muchas veces lastran a los intérpretes cuando abordan obras como estas; y esa aproximación, contrastó con la experiencia de una orquesta como la que le acompañaba. La mezcla resultante fue maravillosa, pues a la agilidad y virtuosismo del solista, se le unió la pausada pero intensa marea sonorosa de la orquesta.
Sorprende ver el alto grado de autoridad que aun guarda dentro de la orquesta el concertino, en este caso el maestro Lev Klychkov. Sorprende porque era claro que el concertino dentro de la organización musical de la orquesta aun guarda dentro de sus funciones la de ser el líder en muchos sentidos, de ese grupo de músicos, ese valor supera lo que hasta nuestros días hay en muchas de nuestras orquestas en el resto de Europa, en que muchas veces es puramente testimonial. Klychkov estuvo atento siempre a lo largo del concierto del desempeño del conjunto, siguiendo con la mirada a sus compañeros, asistiendo en cierto modo a Temirkanov.
Los resultados de mi incursión con las sinfonías de Chaikovski prefiero cubrirlas con un tupido velo, ha pasado ya mucho tiempo, y son batallas del pasado, pero el regusto de un magnífico concierto como el que la Filarmónica de San Petersburgo dio, aún perdura. Un pedazo de la historia de Rusia nos visitó, con sus luces y sus muchas sombras, pero es innegable el altísimo valor artístico de una orquesta como la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Seguimos.
Efectivamente, el Peter Ilyich es mucho Tchaïkovsky. Una de mis preferidas es el Concierto para violín y orquesta eb reM.
Me ha sorprendido el comentario sobre la autoridad en declive de los concertinos. Imagino que, a más de ser un tema de carácter personal, la cada vez mayor preparación de los alumnos de conservatorio acorta las diferencias de cultura musical entre los componentes de una orquesta.