La cultura francesa goza de un buen número de estupendos compositores, que además de ser sólidos constructores de obras a nivel estructural, son espléndidos orquestadores. Como es frecuente en la vida, podemos encontrar un poco de todo en el resto de Europa, pero lo cierto es que los autores franceses destacan mucho a la hora de escribir para el aparato orquestal, y esto no siempre sucede en el resto del continente, o al menos no con la regularidad que en autores galos. En el bloque germano, por ejemplo, ciertamente existen grandes autores como un Bruckner, que además de ser un inmenso compositor, es un maestro a la hora de orquestar, pero, también encontramos a un Schumann, delicado hacedor de obras de honda inspiración, pero que, a la hora de orquestar, las cosas ya no son tan brillantes. Lo mismo podemos decir de Rusia con un Chaikovski que reúne en su obra un perfecto equilibrio en los dos campos aquí expuestos, sus obras se defienden solas, tan sólidamente escritas están, que es prácticamente imposible que una sinfonía del maestro no funcione a la que se tenga un mínimo de oficio musical. Pero si volteamos a ver a un Músorgski, nos sorprenderá la poca pericia que tenía para orquestar sus obras escritas primero para piano. Basta simplemente querido lector, recordar que su más que estimable obra “Cuadros de una exposición” está orquestada por el francés Maurice Ravel y es precisamente esta orquestación, la que hace que la pieza en su conjunto sea tan apreciada por el gran público.
Podríamos seguir revisando con mucho más detalle a lo largo de las diferentes escuelas musicales, pero al final tendríamos que rendirnos ante la evidencia de que Francia cuenta con una muy nutrida plantilla de grandes orquestadores y quizás el más grande de todos los tiempos sea Maurice Ravel. Entre su obra sin duda destaca Daphnis et Chloé por lo colosal de su concepción, lo bien concebidas de cada una de sus partes, pero sobre todo por una exuberante y provocadora orquestación que cuenta incluso con un coro, utilizado como un mero instrumento que aporta su color al entramado instrumental. La pieza fue concebida como un ballet comisionado por el mítico empresario ruso Serguéi Diáguilev, que tantas maravillas detonó, siguiendo un guion escrito por Michel Fokine, que a su vez se inspiró en un texto del autor antiguo Longo. Daphnis et Chloé tuvo un éxito indiscutible en 1912, año de su estreno en París. Las cosas se torcieron cuando Diáguilev se llevó de gira por Europa el espectáculo y por cuestiones económicas se prescindió del coro. Ravel desautorizó al empresario e incluso publicó en la prensa británica, un largo texto donde esto quedaba patente.
Todo esto es fundamental para entender de dónde sale la famosa Suite núm. 2 de Daphnis et Chloé, pues son precisamente los tres números finales del ballet, en la manera en que se presentaron en Londres y sin autorización de Ravel, en tanto que no estaba presente el coro. Tiempo después, se conformó y autorizó el uso de esta suite para conciertos y así se ha hecho en todo el mundo. Cuando por fortuna se tiene la oportunidad de escuchar esta obra tal y como fue concebida con todas sus partes originales, aquella oportunidad es digna de hacerse notar y eso es lo que el público Barcelonés que se congregó el lunes 19 de abril en las dos funciones que se programaron tuvo el gusto de disfrutar, pues François-Xavier Roth, consumado director francés, al frente de su orquesta de instrumentos históricos Les Siècles presentó en el Palau de la Música, la mencionada obra, contando con la colaboración del Orfeó Català.
Los coristas por cuestión de las medidas de distancia social fueron colocados a prudente distancia entre ellos y distribuidos por las galerías órgano y en las primeras gradas del primer y segundo piso del recinto. El efecto al iniciarse el programa fue impresionante, porque la música envolvía al público en una magia estereofónica, que solo hacía que ir a más y más en su intensidad y voluptuosidad. A ello había que sumar que la orquesta Les Siècles está formada por instrumentos de la época y aunque pensemos que la orquesta de Ravel era similar a la nuestra, ello no es así, ya que esa estandarización instrumental no se dio hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Es simplemente maravilloso escuchar el sonido áspero, menos brillante que en el de los instrumentos modernos en la sección de metales de aquella orquesta, o el de las maderas igualmente menos templadas en su afinación pero que se funden mucho mejor con los bronces. La ocasión fue sin duda casi irrepetible y la ejecución fue impecable, llena de fuerza, precisión y de una particular emotividad.
De Saint-Saëns se ha dicho toda clase de cosas, desde que fue el más célebre de los compositores sin talento, o que en su momento era el hombre que más sabía de música en toda Francia. Su periplo vital fue extenso, pues en sus 86 años de vida, pudo escuchar los estrenos de Mendelssohn en París, y asistir horrorizado a la premier de la consagración de la primavera de Stravinski en 1917. En medio, una carrera brillantísima que osciló entre la más rabiosa vanguardia de su juventud, hasta el conservadurismo más acendrado de sus últimos años. Su Sinfonía núm. 3 para órgano, obra con la que concluyó nuestro programa, fue en su momento muy atacada por su conservadurismo formal. Saint-Saëns se apegó demasiado quizás al ejemplo y los modelos beethovenianos en la composición de esta obra, y ello lo llevó a que, tras su estreno en Londres, jamás regresara a la forma sinfónica, contestando groseramente cuando era preguntado al respecto, argumentando que nada tenía ya que decir en el mundo sinfónico.
Pese a ello, la sinfonía es sin duda una obra simplemente fantástica, que, si bien no explora nuevos caminos, transita por las formas conocidas con una música llena de inspiración y belleza. A ello se une la utilización de una orquesta inmensa para finales del siglo XIX, orquesta que aporta a la música un color y una originalidad tímbrica típicamente francesas y donde no solo hay un piano a cuatro manos, si no un órgano que ya desde el segundo movimiento hace su aparición de manera discreta. Para el inicio del cuarto movimiento la monumentalidad del instrumento rey que es el que marca el arranque de este movimiento con una entrada a pleno rendimiento, dota a la música de una espectacularidad y de una emoción que suele obtener una buena cosecha de aplausos.
La tarde del 19 de abril no fue la excepción, ya que tanto la orquesta Les Siècles con su titular François-Xavier Roth al frente, como nuestro querido maestro Juan de la Rubia, encargado de la parte de órgano, lograron una lectura llena de brillo y potencia que electrizó al público congregado en el Palau de Música.
La gente que abarrotó la sala de conciertos hasta donde las limitaciones permitieron, aplaudió de pie durante varios minutos y en reciprocidad, Roth dirigió unas sentidas palabras al público. Ayudándose de algunas notas preparadas previamente, exclamó en catalán, que Barcelona era sin duda la capital actual de la música en el mundo, agradeciendo la generosidad de nuestra ciudad y concluyendo con un sentido “Visca Barcelona”.
Barcelona, es realmente muy afortunada de contar con conciertos tan especiales. Podríamos hablar de ocasión única en la historia, sobre todo en épocas tan complejas como las actuales. ¿Sabrá aprovechar esta oportunidad histórica? De esto, querido lector, ya hablé en otro artículo publicado igualmente en Cultural Resuena. Esperemos que esta vez sí aprovechemos lo que esta terrible desgracia nos ha traído en lo musical casi sin quererlo, de lo contrario, seremos doblemente damnificados por la pandemia. Seguimos
Gracias, Fausto! Ganas de retomar la música de Ravel