Realizar una película basada en un hecho real como un atentado terrorista es, que duda cabe, una labor delicada. Y el acercamiento del director español Isaki Lacuesta a un suceso así no pudo ser más respetuoso y sincero: “Un año, una noche” pone el foco en las diferentes maneras de sobrellevar un trauma, el de una pareja que se encontraba en la sala Bataclan de París el 13 de noviembre de 2015. Basado en el libro de Ramón González “Paz, amor y Death Metal”, quien contaba su historia de supervivencia tras los atentados donde noventa personas fueron asesinadas, la mejor película -siempre en mi opinión, por supuesto- de esta Berlinale es una historia compleja contada con destreza.
El guion, escrito a seis manos entre Isaki Lacuesta, Isa Campo y Fran Araujo, oscila entre escenas de aquella noche y otras de un año después. Y ese entrelazado va añadiendo capas y más capas, goteos de matices al cuadro final que uno se hace de Ramon y de Céline, la pareja de protagonistas interpretada por Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant. “Un año, una noche” abre con cortes, los cortes de la desorientación, de ambos siendo rescatados por la policía a la salida del club. Porque, lejos de caer en el sensacionalismo de dar una excesiva tribuna a los terroristas, Lacuesta elige no sacarlos un solo segundo en pantalla. “Decidimos que en lugar de mostrarlos, que se vieran en los ojos y en las expresiones de los personajes, quienes luego odiaban que los llamasen supervivientes, porque ellos ahora quieren vivir, no sobrevivir” remarcaba el director en la rueda de prensa.
Céline se encuentra todavía, un año después, en un estado de negación, sigue empleada y viviendo para echar una mano a los que tiene alrededor, centrándose en los demás más que en sí misma. Ramón, sin embargo, esta muy hipersensible, deja el trabajo y sufre regulares ataques de pánico. Los vemos despertarse por la mañana y preparar tranquilamente el café o en otros pasajes cenando y bebiendo con amigos y uno tiene una extraña sensación, porque pareciera que nada ha pasado o que es su vida antes del atentado. Hasta que un comentario, un gesto es el disparador de una discusión y de unas lagrimas que nos hacen tocar tierra. “Tú eres el traumatizado, tu eres el herido, te levantas y tocas la guitarra, estoy exhausta de hacerlo todo yo”. Probablemente sea “Un año, una noche” la película con el papel mas consistente en la carrera de Noémie Merlant, más aun que en la célebre Retrato de una mujer en llamas. Porque el nivel de exigencia es aquí mayor y lo es tanto en su personaje como en el de Nahuel, donde a través de los gestos y expresiones van dotando de contenido a sus personajes durante más de dos horas. “Tu no vistes sus caras, yo sí, ¡las tengo clavadas en mi cabeza!” Más arriba aun rayan tanto el guion como la dirección, cerrando una película redonda. Pero dado que la Berlinale suele repartir sus premios, se hace utópico imaginar lo que sería natural: premios a mejor película, a mejor guion y al mejor director de esta Berlinale 2022.
A través de espejos, marcos dobles y otros elementos observamos también el durante y el después en los protagonistas, ambos mundos interiores superpuestos, usados por Isaki Lacuesta con ingenio y siendo respetuoso con la banda sonora: alternancia de estilos donde el Rock & Roll o la música electrónica son otro protagonista (todo sucedió en una sala de conciertos) y cuando llegan los violines de Monteverdi suenan relajados y en un tono suave, nada protagónicos. Porque en “Un año, una noche” no hay espacio para el sentimentalismo forzado, el dramatismo impostado ni otro elemento que no sea la honestidad para con ellos, con la gestión de sus traumas sin juzgarlos. Ramón y Marianne en persona (Céline en la película) ayudaron durante el rodaje al director y volaron a Berlín para atender a la Premiere mundial de la película. No es cerrar un círculo porque, como dijo Ramón González, la memoria pertenece al pasado y cada vez que volvemos a él lo sentimos, lo recordamos y lo volvemos a vivir distinto.