Sofia Coppola debutó en el cine cuando tenía un año. Lo hizo en la película El padrino, dirigida por su padre, Francis Ford Coppola. Interpretaba a un bebé en un bautizo. Podría ser una anécdota insignificante, pero no lo es. Sofia Coppola creció a la sombra de la figura de su padre. Creció entre cámaras, sets de rodaje y festivales de cine. La pequeña de la familia Coppola sabe muy bien como es la soledad del acompañante, el invisible, el eterno otro. Posiblemente por ello ha dedicado su filmografía a dar voz a esos otros. En Lost in Translation, Scarlett Johansson interpreta a la pareja de un fotógrafo destinado a Tokio y que todavía no sabe qué hacer con su futuro. En Somewhere, una jovencísima Elle Fanning interpretaba a la hija de un conocido y desorientado actor de Hollywood que no sabe como tratarla y en Maria Antonietta, Kristen Dunst interpreta a la conocida reina de Francia separada de su familia austriaca para dar estabilidad a la corona francesa.
En Priscilla, todavía en cines, Coppola vuelve a inspirarse en una historia real escogiendo retratar a la esposa de Elvis. Como si una de las últimas novelas de Maggie O’Farrell se tratara, la figura del mito, de Elvis, queda desplazada, quien importa ahora es ella. Priscilla Ann Beaulieu Wagner, conocida más tarde como Priscilla Presley, conoce a Elvis en Wiesbaden, Alemania, lugar en el que el padrastro de Priscilla está destinado en calidad de oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y lugar en el que está haciendo el servicio militar el propio Elvis. Priscilla ni siquiera se interesa de forma activa por Elvis, es abordada por un oficial en una cafetería que le pregunta si le gusta Elvis “y a quien no” dice ella y en seguida el oficial le ofrece asistir a una de sus fiestas. Como si por alguna razón ya supiera que a Elvis le gustará conocerla. Elvis entonces tiene 24 años, ella 14. La complicidad entre ambos es casi instantánea.
De algún modo, Priscilla responde a un tipo de mujer deseable para Elvis; discreta, tímida, elegante, pequeña, vulnerable, dulce. Alguien a quien proteger y alguien que le va a cuidar. Elvis decide que ella debe ser su compañera y desde el primer momento la pone en un lugar del que nunca más la saca. Ella tiene un personaje que interpretar y tiene que limitarse a él. En un principio Priscilla no opone resistencia; es Elvis, por supuesto que hará lo que él quiera mientras pueda estar con él, de entre todas la ha escogido a ella, no puede decepcionarle.
Algo que me gusta mucho de la estética de las películas de Coppola es que hay a menudo un entorno de mucha belleza y vitalidad; Versalles, Tokio, Graceland, Las Vegas… Todos sus escenarios parecen ser lugares en los que todo es posible, un mundo lleno de posibilidades y recursos en el que el todo parece estar al alcance de la mano, pero son también lugares de profunda incomodidad. La felicidad no siempre está en la abundancia. “Pide lo que necesites y haré que te lo traigan” le dice Elvis por teléfono a Priscilla. Elvis se lleva a Priscilla a vivir a Graceland, su mansión en Memphis, pone toda su familia a su disposición, le compra ropa, le regala un adorable caniche blanco, le apunta a una escuela católica para que termine sus estudios, pero sin embargo, todo se vuelve pronto vacío y banal. Graceland es una claustrofóbica jaula de oro en la que Priscilla está sola y aburrida la mayor parte del tiempo.
Elvis casi nunca está, pero tampoco permite a Priscilla ocupar su tiempo. “No puedes trabajar si estás conmigo, tienes que estar disponible para cuando te necesite”. Priscilla se convierte en una mujer-objeto al servicio de las necesidades de Elvis y sin derecho a tener necesidades propias. Él decide que ropa le sienta bien y cual no, decide como debe maquillarse y peinarse, incluso decide que se tiña el pelo de negro, porque de algún modo así quedarán mejor juntos. Ella sabe cómo debe vestirse y arreglarse para complacerlo y durante toda la película la vemos aparecer en elegantes, pero nunca demasiado pomposos vestidos, ciertamente un vestuario que encaja muy bien con la era Coquette en la que vivimos y que analiza en detalle Victoria Zárate en S Moda. Priscilla siente que tiene que cuidar su imagen en todo momento, y la escena en la que se maquilla antes de partir al hospital para dar a luz es muy significativa. Sin embargo, todo intento de tomar sus propias decisiones es visto como un desafió para él, una traición.
Él no tiene interés en conocer a Priscilla, se enamora de ella sin conocerla, no vemos ningún tipo de conversación profunda entre ellos, no sabe cuáles son sus gustos, no sabe cuáles son sus intereses, sus deseos. Tampoco ella parece conocerle cuando decide irse a vivir con él; es Elvis y está sufriendo porque su madre acaba de morir y su compañía le reconforta. “Le necesita”, no importa todo lo demás. Toda la relación entre ambos está mediada por la soledad. Son muchas las escenas en las que vemos a ambos en la cama juntos, abrazados, de algún modo felices, pero a su vez profundamente solos, sin nada que decir.
Creo que sería un error enmarcar la historia de Priscilla como el relato un amor tóxico sin más. El periodista y poeta gallego Adrían Viétez considera que la estética general de la película consigue “generar un efecto muy complejo de ambigüedad moral”, una película sobre el espacio interior, privado, que a la vez no deja de recoger “esas macroestructuras que intervienen una vida mediatizada hasta tal punto, una gran vida simulacro”. Coppola juega muy bien ese gris que existe entre una relación claramente disfuncional condicionada por aquello que en cada momento “debe ser” y sin embargo un incontestable aprecio mutuo que no desparece en ningún momento.
Ambos son esclavos de esa manera torpe y superficial de relacionarse que han construido y que aparece como única manera de coexistencia posible entre ellos. Elvis sabe que cuando Priscilla está molesta por sus exigencias tan solo tiene que amenazarla con enviarla con sus padres para que ella caiga rendida y desconsolada. También Priscilla aprende a ponerse firme cuando se siente menospreciada y demostrarle que él también la puede perder a ella y que él tampoco quiere que eso ocurra. Pero las muestras de vulnerabilidad solo aparecen en situaciones extremas, cualquier intento de profundización del vínculo parece imposible y claramente desigual. Priscilla aprende a conocer la vida de su marido a través de la prensa, también los rumores de sus múltiples aventuras amorosas que él siempre trata de desmentir. Vive en una constante espera. Una relación que se construye sobre todo a partir del silencio.
Cuando por fin Priscilla decide poner fin a su relación, sus vidas están tan alejadas entre sí que no parece tampoco que a Elvis le sorprenda del todo. El abandono de la relación parece la única salida posible a un amor que termina por demostrar la incapacidad de Elvis de estar presente y de salir de su propio personaje para hacer espacio a alguien más. El mito se come a la persona que hay detrás, en algún lugar. “If I should stay I would only be in your way” proclama Dolly Parton en las primeras frases de I Will Always Love You poco antes de los créditos, canción que le va como anillo al dedo y que arregla un poco lo que para mí es un final algo torpe y poco orgánico, con frases algo manidas, pero que, a fin de cuentas, no es lo que más importa.