Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío
Robert Sapolsky
Capitán Swing (2024)
551 pgs.
En Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío (2024) Robert Sapolsky retorna a la estructura que había empleado ya en Compórtate (también traducido por Capitán Swing en 2018), basada en la gradación temporal de los determinantes del comportamiento, para explicar, en este caso, el origen de nuestras intenciones, clavo ardiente al que se aferran los defensores del libre albedrío para defender la autonomía de los individuos. En lugar de considerar la intención como un fenómeno dado e intuitivo, el libro se pregunta de dónde vienen nuestras intenciones para concluir que «no puedes desear con éxito desear una intención diferente. Y no puedes conseguirlo en el nivel meta: no puedes desear con éxito las herramientas (digamos, más autodisciplina) que te harían mejor a la hora de desea con éxito lo que deseas» (62). Sin embargo, frente a grandes éxitos editoriales pasados que propugnaban haber encontrado un único factor a partir del cual explicar la vida y el comportamiento humano, la propuesta de Sapolsky está lejos de ser reduccionista. Quizá sea la profusión, coherencia e interrelación de las múltiples causas que explican nuestros comportamientos el aspecto más logrado del libro. Sapolsky es capaz de ir sumando y relacionando estudios sobre funcionamiento neuronal, función de las hormonas, condicionamientos genéticos y epigenéticos, determinantes sociales en el desarrollo del feto y del niño y condicionantes culturales para explicar el comportamiento humano. De tal forma que el posicionamiento de Sapolsky frente al libre albedrío podría caracterizarse como un determinismo no reduccionista en el que ciertas causas están sujetas a propiedades emergentes que imposibilitan la predicción de nuestro curso de acción.
La distinción entre imprevisibilidad e indeterminación es pertinente pues nos permite responder a la sibilina pregunta del escéptico:
si todos nuestros comportamientos están determinados, ¿podrías predecir exactamente qué voy a hacer ahora?
El fracaso a la hora de predecir nuestros comportamientos no implica que nuestros comportamientos no estén determinados, pues «imprevisible no es lo mismo que indeterminado» (pg. 207). Los capítulos 5, 6, 7 y 8 están dedicados a analizar la complejidad emergente, la teoría del caos y la indeterminación cuántica casos en los que sistemas deterministas son imprevisibles. ¿Por qué dedica Sapolsky tanto esfuerzo explicativo a la complejidad emergente, la teoría del caos y la indeterminación cuántica? Porque son fenómenos imprevisibles y, en el caso de la indeterminación cuántica, aleatorios, que han sido argüidos como pruebas contra el determinismo y como modelos para el libre albedrío. ¿Por qué han sido propuestos como modelos para el libre albedrío? Porque entendemos que el libre albedrío es una causa incausada, en sus versiones más duras, o al menos una instancia que goza del suficiente grado de autonomía como para verse solo influida y no determinada por fenómenos exógenos. ¿Cuál es la posición de Sapolsky? Que la complejidad emergente y la teoría del caos son explicaciones de sistemas imprevisibles e irreductibles a sus componentes más elementales, pero, en cualquier caso, son sistemas deterministas. Si la intención fuera una propiedad emergente sería, de todos modos, un fenómeno determinado. En lo que respecta al indeterminismo cuántico, la aleatoriedad que lo caracteriza es incompatible con la racionalidad que atribuimos al libre albedrío.
Y entonces, ¿cuáles son esas determinaciones que explican nuestro comportamiento? He dedicado menos atención a esta cuestión porque constituye un esquemático resumen de su anterior libro Compórtate. Los lectores interesados pueden consultar ese libro. Quizá sí merezca más la pena explicar cuáles son las raíces causales de los atributos de carácter que, intuitivamente, consideramos como una manifestación del libre albedrío. Consideramos que ser perseverante, demostrar firmeza ante las desgracias o resistir el dolor o la tentación constituyen muestras de nuestra capacidad para autodeterminarnos, es decir, muestras de nuestro control para decidir quién somos. Para Sapolsky, estas virtudes son todas ellas producto de nuestra corteza prefrontal que, a su vez, es el «resultado de toda esta biología incontrolable interactuando con un entorno incontrolable» (pg. 143). La corteza prefrontal es fundamental en la función ejecutiva, es decir, es fundamental en la toma de decisiones, pero, especialmente, en la toma de decisiones costosas como: «posponer la gratificación, planificar a largo plazo, controlar los impulsos y regular las emociones» (pg. 130).
La lista de determinaciones a la que está sometida la corteza prefontral es interminable y daré cuenta aquí solo de algunas. Hay un subgrupo de individuos que solemos caracterizar como impulsivo, imprudente y dado a reacciones pulsionales violentas: los adolescentes. En este conjunto, la CPF no se activa tanto lo que deja campar a sus anchas las reacciones derivadas de aquella región cerebral para el miedo, la ansiedad y la agresión: la amígdala. ¿Por qué? Porque el pleno desarrollo de la CPF no se produce hasta los veintitrés años. En el caso de los adolescentes, la responsabilización por comportamientos impulsivos o imprudentes se salda con el castigo o la condescendencia paterna. No es así en el caso de individuos adultos encarcelados por delitos violentos que tienen antecedentes de traumatismo craneoencefálico con conmoción cerebral —¿dónde?— en la corteza prefrontal. La literatura sobre daños frontales y criminalidad es amplia (pg. 137).
Asimismo, en función de lo afortunada que haya sido la infancia que te tocó mayor capacidad tendrás para demostrar lo que hemos considerado libre albedrío. ¿Cómo medir el grado de fortuna? Mediante su formalización en la puntuación de las experiencias adversas en la infancia. Este indicador recoge distintos factores en función de tres tipos —abusos, falta de cuidados y disfunción del hogar— obteniéndose por el cumplimiento de cada uno de estos factores un punto. «Por cada escalón más alto en la puntuación de EAI, hay aproximadamente un 35% de aumento en la probabilidad de comportamiento antisocial en la edad adulta, incluida la violencia; mala cognición dependiente de la corteza prefrontal; problemas con el control de los impulsos; abuso de sustancias…» (pg. 96). Se podría decir que se trata meramente de porcentajes y que, por tanto, no estamos hablando de determinación sino de influencia. Creo que Sapolsky aceptaría esta apreciación por cuanto la determinación no es monocausal, sino que se produce por una concatenación de factores o influencias que permiten configurar una corteza prefrontal y un carácter que entra dentro de los parámetros de lo que consideramos libre albedrío.
Las consecuencias de abrazar una idea del ser humano despojado de toda capacidad de autodeterminación son contraintuitivas y desafían siglos de reflexión política y antropológica sobre la autonomía individual, la libertad y la responsabilidad. Si todas nuestras decisiones y comportamientos están determinados por causas que, en muchos casos, desconocemos: ¿es toda justificación de una decisión tomada de forma aparentemente libre una racionalización de un comportamiento cuyas causas profundas no conocemos y nunca llegaremos a conocer en su totalidad? Y, lo que es quizá peor, ¿sirve dicha racionalización para encubrir que, en realidad, no somos soberanos sobre nuestras decisiones y comportamientos? Pero las consecuencias no atañen solo a la imagen del ser humano, sino también a la forma de organización de nuestras sociedades. El corolario de una sociedad sin libre albedrío podría resumirse en el lema: ni penar ni premiar.
Sapolsky no elabora las alternativas a la meritocracia como ideal de justicia y principal justificación del reconocimiento y premio de nuestros actos. Sí dedica bastantes esfuerzos a proponer un nuevo modelo frente al anacrónico sistema penal de justicia. Si no podemos atribuir responsabilidad a ningún individuo por sus actos no podemos tampoco castigarlo. ¿Camparán los criminales a sus anchas? Es el ámbito de las alternativas al sistema penal de justicia (cap. 14) donde la argumentación de Sapolsky se muestra más endeble. Apoyándose en otros autores, Sapolsky aboga por el modelo de la cuarentena por cuanto nos permitiría controlar a individuos potencialmente peligrosos para la sociedad, a los que, sin embargo, no podemos responsabilizar por sus actos y a quien, por tanto, tampoco podemos limitar absolutamente su libertad mediante el encarcelamiento. La cuarentena sería un modelo que restringe lo menos posible la libertad de estos individuos, únicamente hasta el punto en que asegure la seguridad del resto de la sociedad. Existen problemas con este modelo —que se pueden consultar en las páginas 452 y siguientes—, pero quizá la carencia principal sea lo poco elaboradas que están las trasformaciones necesarias para abordar los determinantes sociales del comportamiento delictivo.
Pese a frustrar nuestras intuiciones más arraigadas sobre quiénes somos,
creo que la negación del libre albedrío no constituye el último paso en el desencantamiento del mundo por cuanto la tarea de desentrañamiento de las causas que explican quiénes somos sigue vigente y es inacabable.
Como este libro al que esta reseña no ha conseguido hacer justicia.
#Imagen: portada del libro.