Fue en el s.XIX cuando se consolidó una práctica que hasta ese momento era más bien minoritaria dentro de la vida musical de Europa y que nosotros hemos asumido como algo absolutamente normal: los conciertos públicos. La consolidación de la burguesía como clase dominante, permitió que este tipo de eventos tuviera cada vez más un mayor auge del que hasta ese momento había tenido. Así, por todo el continente, se construyeron espacios públicos en los que se efectuaban conciertos a los que la gente con el dinero suficiente para ello, mediante el pago de una entrada, podía disfrutar de unas cuantas horas de música en vivo. Y digo unas cuantas horas, porque las jornadas, muchas veces podían llegar a ser maratonianas.
La organización de conciertos abiertos al público era una práctica que desde siglo XVI aproximadamente se venia dando. Primero en Francia e Italia y después en el Reino Unido, este tipo de empresas fueron probando suerte. Así, por ejemplo, en Inglaterra, Johann Christian Bach el último de los hijos de Johann Sebastian Bach, se asoció con un antiguo alumno de su padre, el violista Karl Friedrich Abelt para fundar una empresa en la ciudad de Londres, que organizó conciertos públicos donde ellos mismos actuaban, además de presentar obras de, por ejemplo, Franz Josep Haydn entre otros destacados autores del momento. La Bach-Abel Concerts, se mantuvo en el gusto del público británico por más de diez años, lamentablemente, poco a poco, el favor del público dejó de favorecerlos y terminaron cerrando tal empresa.
Es en el paso del s.XVIII al s.XIX cuando el concierto público logra su consolidación como forma privilegiada de difusión musical en todo Occidente. Evidentemente, que el concierto público tiene en el mundo de la ópera su gran referente, con sus empresarios que lo mismo podían enriquecerse con el éxito de una temporada venturosa, como perderlo todo por una noche tonta o poco inspirada del castrato o de la diva de turno.
Estos empresarios, debían estar siempre atentos a lo que el público pedía, finalmente, la ópera en esa época en lugares como Venecia, París o Londres -con sus muchos asegunes por parte de un púbico que desconfiaba por sistema de todo lo que no fuera inglés- era un espectáculo, una manera de distraerse para el público, que llenaba los teatros de ópera y un negocio con el que muchos empresarios siempre en la cuerda floja intentaban hacer fortuna.
Este modelo de consumo musical ya en el s. XIX con una burguesía en plena expansión, permitió pasar de los salones privados de la alta nobleza y de algún acaudalado burgués, donde se podía escuchar a lo más granado de la música del momento, a los teatros públicos, donde, como apunté anteriormente, tras pagar una entrada, se podía disfrutar de un buen rato de música. Los que a estos primeros conciertos públicos asistieron, seguramente no sabían que estaban viviendo un cambio histórico que perduraría hasta nuestros días.
La posibilidad de hacer conciertos públicos en espacios como un hermoso teatro recién construido para tal efecto, permitió que, en las ciudades, la burguesía e incluso gremios como el de los pañeros en la ciudad de Leipzig, por poner un ejemplo, crearan orquestas como la Gewandhausorchester, que podían organizar temporadas de conciertos para el público de aquellas ciudades. Muchas de estas agrupaciones, eran herederas de las antiguas capillas musicales que habían servido a la nobleza o al clero siglos antes y que ahora eran sostenidas por la burguesía, que era la nueva patrocinadora del arte y la cultura.
Muchas de nuestras actuales orquestas tanto en Europa como en Estados Unidos, nacieron de un modo parecido y el medio permitió que estas agrupaciones se desarrollaran. Había una amplia demanda por parte de la población en general, pero sobre todo, los grandes capitales del momento, las grandes familias burguesas, dueñas de los medios de producción, veían como viable en muchos sentidos, su apoyo a orquestas que no solo traían consigo algunas ganancias económicas, si no también, y esto era fundamental, un prestigio social que a la larga les permitía relacionase entre ellas, lo que traía nuevos negocios, además de mantener una alta honorabilidad ante la sociedad e imponer a toda la población su visión de lo que era la alta cultura, en este caso, musical. El canon que actualmente aun escuchamos en nuestros conciertos, es casi el mismo que esa coyuntura social generó, siendo nuestra actual realidad muy diferente, continuamos escuchando casi lo mismo que hace más de 100 años y esto creo yo, nos debería dar pistas.
Nada hay de malo en sí mismo en esto, finalmente, ese canon está integrado en su mayoría, por obras de una calidad artística innegable – alguna excepción hay- pero también es innegable que, con el paso de los años, esta manera de consumir la música se ha ido desgastando. Llevamos ya varias décadas en que se ha anunciado una “crisis de la música clásica”, a este fenómeno, muchos han reaccionado de manera displicente, apoyándose en una supuesta superioridad moral de esta música sobre el resto y zanjando el tema con frases como: “la buena música siempre existirá” o “la música clásica nunca morirá”, que denotan un franco etnocentrismo trasnochado de quien lo enuncia.
Pasando por alto la aberración de pensar que hay “buenas” y “malas” músicas, esta postura no ve el problema de fondo. Su petulancia intelectual no le deja ver que la actual crisis dentro de la “música clásica” tiene que ver no con la música en sí misma, si no con un modelo de consumo y difusión, que se muestra en la actualidad francamente agotado. Así, por ejemplo, mantener una orquesta estable en cualquier ciudad y organizar una temporada de conciertos, es un gasto tremendamente elevado que, en tiempos como los nuestros, muchos comienzan a no tener claro si vale la pena hacer, y la solución, créanme, no es cerrar la orquesta si no replantear su funcionamiento.
Nuestro mundo necesita desesperadamente de la música, de toda, no solo de la música “clásica”, pero para poder seguir haciendo esta música, los que formamos parte de esta maravillosa tradición, tenemos que pensar nuevas formas de generarla, de presentarla al público. Repito, el problema, por llamarlo de algún modo, no es la música en sí, es la manera en que la hemos venido presentando y organizando desde hace ya siglos. La realidad de la pandemia que actualmente vivimos, simplemente nos ha dado un par de bofetadas muy dolorosas, para que nos sentemos a pensar qué vamos ha hacer para que esta tradición continúe de la mejor manera posible.
En nuestra próxima entrega hablaré de las muchas propuestas que ya se empiezan a dar, algunas brillantes, otras, no tanto, pero al menos la discusión se está dando. Seguimos.
Este cambio de paradigma que anuncias, se puede generalizar en otras muchas actividades humanas. Sin duda el Covid19 se ha convertido en el acelerador de un cambio actitudinal en la sociedad, que ya no tiene marcha atrás. Muchos asegunes habremos de superar y en nuevos asientos habremos de acomodarnos para seguir fieles a nuestra afición musical. Ardo en deseos de leer la prometida segunda parte del artículo, querido Fausto.