La primera gran película de la Sección Oficial de la Berlinale llegó de manos de una debutante. Decía la directora en la rueda de prensa que describir México es extremadamente difícil y lo comparaba con la diosa Ganesha, como un país de múltiples brazos y tan complejo que el único acercamiento posible para tratar de describirlo fue desde lo abstracto. Manto de Gemas es el debut en la dirección de la mexicana Natalia López y un retrato del miedo y de las heridas provocadas por el narcotráfico como, me atrevería a decir sin pudor, nunca antes visto. La desfragmentación en la narración y la ausencia de un hilo argumental convencional devienen en esa abstracción que muy lógicamente recordaría a Carlos Reygadas; no en vano, Natalia fue la montadora de sus dos mejores películas, Post Tenebrax Lux y Luz Silenciosa. El término manto del título alude a un estrato subterráneo, a esa violencia que no emana esencialmente en la película desde lo explícito -que también en diversos momentos- sino desde capas más profundas, más abstractas.
Por todo esto hacer una crítica cinematográfica al uso de Manto de Gemas se antoja un ejercicio complicado. Sí es cierto que tenemos en Isabel a un personaje al que podríamos llamar protagonista, quien vive en un continuo estado de miedo contenido, con una expresión congelada sin que lleguemos a saber los motivos exactos. Ya en una de las escenas iniciales de la película, la observamos contra un gran ventanal mientras su pareja, no con poca brusquedad, trata de tener sexo con ella, quien mira al vacío con expresión ausente. Mientras, la tranquila sirvienta María empieza lentamente a mostrar una creciente incomodidad y la vemos más tarde preguntando por su hermana desaparecida en la comisaria. Otros personajes con relevancia intervienen con historias paralelas, pero el actor principal de la película es el sonido.
El sonido como paulatino detonador de la violencia, con unas iracundas ráfagas de viento que azotan la tierra y empolvan el aire, con el volumen ensordecedor del televisor y los gritos de fondo de la nieta, porque el abuelo no escucha bien, o con el jardinero cortando la leña, con primeros planos de los leños y el hacha cayendo una y otra vez, casi cinco minutos de un ruido seco y vehemente constante. Así, a medida que aumenta la aparición de este tipo de escenas, aumenta también la aparición de la violencia explicita a través de algunas imágenes. “El sonido es el creador de la realidad, es un demiurgo – dice la directora- porque yo te muestro algo en la pantalla y mientras tu estas escuchando otra cosa y viceversa. En México ver y oír no van juntos, es un país de una enorme ambigüedad.”
Pese a extraño que pudiera sonar, hay también belleza e incluso poesía en la película. La directora hace gala de un cultivado talento y un gran gusto estético, alternando bellos primeros planos, amplias panorámicas que todo lo abarcan, la cámara lenta e incluso un tipo particular de lente de esquinas desenfocadas, algo que indudablemente recuerda a Post Tenebras Lux de Reygadas.
La idea de la película surgió cuando Natalia López empezó a entrevistar a madres que habían perdido a sus hijos alrededor del área de Morelos, donde se crio la directora. “Mi interés era encontrar una cercanía con esa herida espiritual y su dimensión psicológica, no hacer en realidad una película sobre el narcotráfico en sí mismo, sino sobre el miedo y la consecuente falta de un proyecto común en una comunidad sin futuro”.
El resultado es un excelente debut y también una película que no se lo pone fácil al espectador: Manto de Gemas es exigente y no es sencillo entrar en ella, pero quienes lo consigan quedarán ampliamente gratificados. Una temática que creíamos agotada y sobreexplotada es reinventada aquí aportando un punto de vista fresco y cargado de talento.
Trackbacks/Pingbacks